¿Y el joven filósofo Eugenio Montes, catedrático por suplantación a fuerza de párrafos alemanes aprendidos de memoria, y que jamás, y por fortuna, nunca llegó a pisar su clase? ¿Qué se hizo de su brillante verborrea neofascista? ¡Ay, el genio del banquete de las catorce duquesas cuando vino de Roma! Defensor ínclito de la religión católica y sus más puras esencias; de la familia –esto sobre todo–, ya que la suya quedaba al cuidado benéfico de los amigos, mientras él, nuevo Chateaubriand de yeso y bilis, recorría Europa clamando por el sacrosanto orden destruido por el furor marxista. ¿Qué se hicieron de sus crónicas, a tantos marcos, de Goebels, encanto de lo más fino y escogido de la buena sociedad histérica y peripatética?
Lloraba el esplendor del Imperio español –Felipe II, Carlos V, &c.–, sin conocer los más elementales rudimentos de historia. ¿Pero qué importa? Una «crisis de conciencia», ¿quién no la tiene? Después de haber querido ser diputado socialista por Orense, después de haber incendiado el quiosco de El Debate, tiene un momento de lucidez y advierte que hay marcos de Goebels, liras de Mussolini, duquesas en España y efebos en todos los países. ¿Quién no se conmueve?
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Don Miguel de Unamuno, no. Esa especie de fantasma superviviente de un escritor, espectro fugado de un hombre, se alza, o dicen que se alza, al lado de la mentira, de la traición, del crimen. Unamuno fué siempre propenso a meter la débil agudeza de su voz en aparentes oquedades de máscara. Máscara Don Quijote, para él. Máscara el Cristo de Velázquez. La autenticidad del escritor revelaba entonces dignamente el secreto trágico de tales nobles mascaradas. Pero ahora no es una voz en grito angustiado de tragedia la que viene a decirnos su palabra. Es algo terrible para él, angustioso de veras para la dignidad humana de la inteligencia. Es la más dolorosa de todas las traiciones: la que se hace el hombre a sí mismo por la más innoble de las cobardías; la que reniega, rechaza, abomina de la excelsa significación de la palabra, de la vida, de la independencia, de la libertad. Esta horrible mentira, encarnada entre los labios del superviviente Unamuno, ¿qué nueva perspectiva sangrienta y amarga nos abre ante su pasado, manchándolo y envileciéndolo quién sabe durante cuánto tiempo ante las generaciones futuras?