La Conquista del Estado
Madrid, 4 de abril de 1931
número 4
página 5

Unamuno habla de Bolívar

 

Después de varios y dilatados aplazamientos ha tenido lugar en el Ateneo la anunciada conferencia de D. Miguel Unamuno sobre el tema arriba trascrito –considerablemente corregido y aumentado– y que reproducimos, casi textualmente, en atención a su importancia y a la expectación que había provocado.

El ilustre profesor empieza señalando el 16 de Diciembre de 1930 como fecha inicial de su conferencia, que ha sido retardada sucesivamente por incidencias ajenas a su voluntad. A tenor de esta manifestación, recuerda su llegada a Madrid en aquella ocasión y la bárbara carga de que fueron víctimas los estudiantes, motejados hoy día por ciertos elementos de «chiquillería pseudo-intelectual» y «mozalbetes». Que me apunten –comenta– de mozalbete honorario. Insiste en acusar la brutalidad de los medios de represión empleados únicamente en España, a los que, sin embargo, califica de naturales y humanos, «pues existe un alto personaje que no puede tolerar se le discuta en la calle».

Tengo que hablar de sangre –continúa– porque de ella está llena la historia de todo el siglo pasado. Refiere que, con ocasión de los sucesos de Vera, cierto personaje se manifestó por la aplicación del garrote para los encartados, que consideraba más humanitario que el fusilamiento, porque no había efusión de sangre.

Acto seguido se dedica a estudiar la personalidad de Bolívar, cuya labor de libertador de América se hubiera completado con la de España, para lo que era preciso derribar el obstáculo tradicional: la Monarquía. Bolívar, formado en los enciclopedistas franceses y en Plutarco, romántico y admirador de la gesta napoleónica, quiso infiltrar en Hispanoamérica el espíritu liberal, y por eso, la guerra de emancipación fue una guerra civil –nuestra guerra civil– análoga a la que hoy se desarrolla.

El pueblo americano no sabía de Patria, y ellos se la dieron al alzarse contra el absolutismo y combatir por la República.

En España, ese espíritu fue introducido por Bonaparte, y sirvió de ocasión para demostrar el instinto servil de Carlos IV y su primogénita. Se suceden después las Cortes de Cádiz y el alzamiento de Cabezas de San Juan y la carta magnífica de entusiasmo y de optimismo, dirigida por Bolívar a Fernando VII con el ofrecimiento de Colombia, nueva patria, libre de toda tiranía. Después sobreviene la invasión de los «cien mil hijos de San Luis» y el fusilamiento de Riego.

Bolívar –recuerda el Sr. Unamuno– rehusó una corona sobreponiendo el título de libertador a la Corona real.

Deseaba una Confederación de Hispanoamérica, y tildaba a los caudillos de «héroes jubilados».

Hablando del desastre del 98, afirma que Cervera acudió a defender la dinastía únicamente. La sangre de Rizal está dando patria a Filipinas y otra sangre nos la dará a nosotros; pero la Patria no se asienta con sangre, sino con república.

Compara a Bolívar con Don Quijote, derrotado en Barcelona por el bachiller de la Blanca Luna, y agrega: «No sé si ahora algún bachiller catalán de la «blanca peseta» ahogará el gesto bolivariano de la ciudadanía española; pero ya que ese bachiller nos habla de problemas abstractos y concretos, yo le diré que lo abstracto es el régimen y lo concreto el Rey.

República, sí; pero no con un presidente vitalicio.

Lee después unas cuartillas destinadas al Monarca, y que dicen: «Mañana, cabo de siglo de la muerte de Simón Bolívar, que libertó a la América española del dominio de la Monarquía de Fernando VII, acudirá Vuestra Majestad, biznieto de éste, a presidir los funerales en San Francisco el Grande.

Los funerales del que pensó venir a España a libertarnos, aquel cuya ambición era ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, no abrumada de cadenas. Y piense D. Alfonso XIII que la obra de Simón Bolívar no se ha rematado, que a esos funerales protocolarios seguirán otros. Piense que no se pueden retener por la fuerza pueblos que desean emanciparse, que no bastan ejércitos pretorianos, ni contra colonias que quieren hacerse repúblicas autónomas, ni contra el pueblo que no tolera cosoberanías. Ha llegado el Ayacucho español, y es inevitable rendir el Cetro. La existencia de la República española es necesaria. Señor, al reposo de Vuestra Majestad y a la dicha de los españoles. Nos hace falta plantear libremente nuestros problemas.

Volviendo a su discurso, dice que cuando fue requerido por una alta personalidad para procurar una concordia, contestó: «Dígale que va a caer envuelto en fango y en sangre inocente.»

Hablando de los sucesos actuales, proclama el españolismo de los estudiantes y compara a Galán con Bolívar.

Termina diciendo que el alto personaje que ha mencionado repetidamente, dijo en cierta ocasión que la República hay que ganarla en la calle, y a eso debe replicarse que, en la calle, donde él no va, será ganada. «Y ahora digo –son sus últimas palabras– como en los folletines de los periódicos: se continuará, porque yo pienso continuar.»

El insigne orador fue calurosamente ovacionado.

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