Rafael Burgos
Síntesis de la Hispanidad
Un lema glorioso, que recoge en sí mismo la verdadera significación de nuestra historia, que resume las tradiciones de nuestro pueblo, que sintetiza nuestra fe católica, ha venido en estos momentos de desorientación y, acaso, de escepticismo y de duda, a ser “la luz de lo alto” que en adelante iluminará nuestras mentes. Tiende a ser el ideal de las nuevas generaciones, quiere extenderse de uno a otro polo, abarcar de uno a otro confín, recoger las fuerzas dispersas, inspirar hálitos de vida… Su forma histórica es la que trazaron el curso de los siglos y de los acontecimientos en el alma hispana; su forma política, la que se simboliza en una corona sobre la cual preside la cruz, y, sobre ellas, el catolicismo que la hace universal: cuyos cimientos es el imperio más vasto del universo: cuyas raíces se extienden por ambos mundos; cuya lengua se habla en veinte naciones; al paso de cuya civilización enmudeció la tierra toda.
Pero lo que sintetiza la historia de España, el ideal de la Hispanidad no es, con ser la savia natural con que se ha nutrido desde su nacimiento, el amor de Patria o del Trono; si éste le dio forma a aquélla, fue por haber conseguido antes la unidad religiosa. Hemos visto que, apenas desaparecida esta unidad, ni el imperio ni el Trono que le representaba, pudieron por sí solos resistir los embates de los enemigos. Porque no existe unidad más una que la de la fe religiosa, ni lazo más fuerte que el que, recogiendo el amor de Patria y el ideal del Trono, los une con el amor a Dios.
Por esta triple unión pudo España pasear victoriosa su bandera por todas las naciones del orbe. Llegó un momento en que Hispanidad y Catolicismo eran una misma cosa. Las naciones empezaron a claudicar; sólo España se mantuvo fiel a la religión de sus mayores en toda su integridad. Fue un rey de España quien pronunció aquellas sublimes palabras dirigidas a quienes le ofrecían su apoyo contra los turcos a cambio del reconocimiento de los luteranos: “Yo no quiero reinos tan caros como ésos, ni con esa condición quiero Alemania, Francia, España e Italia, sino a Jesús crucificado.” Y cuando España vio, entristecida, los estragos de la Reforma, pudo también contemplar la obra magnífica de sus misioneros allende los mares. “Realizada la ruptura de la conciencia europea, escribe Fernando de los Ríos (Religión y Estado en la España del siglo XVI), España entrega su alma a la causa del ideal religioso en que prevalecen Universidad y Espiritualidad, Tradición y autoridad, fe en las obras.” Frente al primado de la razón individual que a la postre había de sobrenadar en la cultura nacida al calor de la Reforma, defiende España la unidad del espíritu español universal... En el momento en que se gesta en el mundo una corrupción que otorga la preeminencia a la cesión encaminada al logro de los bienes sensibles, el Estado español orienta su vida igualmente en la acción misma; mas señalando como objetivo la conquista de las almas, a fin de obtener su salvación. Esta posición, añade más adelante, propia del pensamiento español de aquellos tiempos (y de todos los tiempos si es español) es la idea rectora de España en el siglo XVI, “la que ilumina su actitud así en Europa como en América”. Sólo entonces España fue grande entre las naciones. Hasta que llegó un día en que sus mismos hijos la humillaron. Ese día tiene un símbolo: el triángulo y el compás enlazados, y una personificación: Carlos III. El símbolo puede mañana estar representado por el Himno de Riego, por una hoz y un martillo o por una estrella solitaria... y su personificación puede recorrer toda la escala de hombres abyectos. No importa cuáles sean sus nombres, aunque la Historia los registre para su ignominia; baste saber que sirven a la Antipatria, a la negación de cuanto más noble y elevado hay en el ser humano y en la conciencia universal. Eso es todo lo que tenemos que agradecer a los que, continuadores de la obra comenzada hace dos siglos, reniegan, por boca de sus últimos videntes, de la tradición y de la historia de nuestra patria.
Porque España no es lo que hoy presenciamos. España tiene una tradición gloriosa que es intérprete de su sentir, que es síntesis de su vitalidad, de sus operaciones, de su saber, de su ciencia, que es expresión de su personalidad. Esa tradición, al ser rota, trajo consigo, como consecuencia necesaria, la desesperanza, la desilusión en el ánimo, la inquietud en el pensamiento, el escepticismo en las conciencias, la muerte en el alma hispana.
Por el honor de nuestra raza, por amor a nuestra patria y orgullo de nuestro pasado, España tiene que continuar su historia gloriosa. “Por nuestras ansias, escribe Maeztu en el libro más admirable que se ha escrito en estos últimos tiempos, por nuestras ansias y aun por el mismo espíritu de aventura que nos extranjerizó hace dos siglos. Porque todas las otras pruebas están hechas y andados todos los caminos. No nos queda más que uno: el nuestro. Tómense las esencias de los siglos XVI y XVII: su mística, su religión, su moral, su derecho, su política, su arte, su función civilizadora. Nos mostrarán una obra a medio hacer, una misión inacabada.” “Esa misión hay que continuarla.” En nuestro pasado encontraremos la guía luminosa de nuestro porvenir. No creo en la evolución de los tiempos cuando esta evolución quiere imponernos doctrinas extranjeras y costumbres exóticas; cuando esta evolución no se efectúa dentro del espíritu tradicional del pueblo hispano; cuando más que evolución y renovación es revolución; cuando la negación es su único programa y su signo. No creo en ella, porque jamás una fantasía de un cerebro calenturiento, lanzada a la luz pública por el despecho y ruines pasiones, servirá de guía, superándola, a la experiencia que el curso de los siglos ha ido moldeando una sociedad; que una doctrina que convierte en esclavos a los libres es más beneficiosa a la humanidad que aquella otra que, nacida en sublimes enseñanzas divinas de amor y de perdón, sin rencores ni odios, cobija a todos en una misma igualdad, porque todos son hijos de Dios. Ante esa triste universalidad que pretende vencer al mundo, mejor dicho, derrotar a todo lo que signifique espiritualidad, nosotros oponemos una Historia que nos habla de nuestra patria, que nos hace amar a nuestro suelo, como se ama a una madre; un Trono que simboliza nuestras aspiraciones y un Altar que es síntesis de nuestros idealismos y compendio de nuestros amores. Pero esas tres expresiones encuentran hoy una sola palabra, se ven reflejadas en un solo verbo: HISPANIDAD.