María de Echarri
Elegía de la tradición de España
En medio de los nubarrones que cubren el cielo español, rasgándolos con un destello de luz patria, haciendo vibrar las cuerdas más íntimas del alma española como no vibran hace meses y poniendo en el pecho sentires muy hondos y en los ojos lágrimas ardientes, la “Elegía de la tradición de España” de José María Pemán, tan conocido y tan admirado y tan “nuestro”, tan del campo del más puro y sincero catolicismo que no se esconde y del patriotismo más verdadero que no muere porque España sufre convulsiones y odios, engendros del averno, esos versos que son una demostración más de talento y corazón de su autor, representan algo tan hermoso, tan consolador, tan limpio, ahora que pisamos casi únicamente por lodazales y cieno, que he querido en este primer artículo de noviembre, dedicarle unas frases que digan al poeta tan de Cristo y tan de España, mi gratitud por habérmelos enviado y a mis lectores sean una excitación a que se hagan con ellos, porque me darán las gracias después de que los hayan leído.
Preceden a la “Elegía” unas palabras explicativas de Pemán. Son bellísimas. No las puedo copiar todas: entresaco algunas: «Está la atmósfera de España cargada de electricidad emotiva. Tiene –fragante de ozono y tierra húmeda– esa limpidez especial que en las claras de las borrascas, deja ver hasta los últimos términos del paisaje. Se le ve ahora como nunca, a España, por los entresijos de la borrasca política, la gloria pasada, con una dolorosa y nueva claridad. Y parece, además, que todo –los ríos y el viento, la vida y la historia– estuviera inmóvil y callado, como en una emoción de espera. Todo esto parece que invita a rasgar esa atmósfera de cristal y silencio, con el compás de un nuevo verso viril y heroico: dicho en voz alta, con voluntad de lanzarlo, como una piedra, lo más lejos posible.
«Va esta Elegía dedicada al margen de toda política de partidos, a todos los españoles, mis hermanos, que en esta hora, sientan el dolor de la tradición de España: a todos los que sientan el pasado vivo en su presente y sientan por sus venas, la memoria fluida de España una, grande, hidalga y católica. Casi me atrevo a decir que va dedicada a todos los españoles. Porque el que, de un modo o de otro, no sienta algo de estas cosas, o reniegue de ellas, me parece que es un español dimitido…»
¿Verdad que los que me leéis y sentís hasta el rincón más extendido, hasta el repliegue más oculto del santuario del alma todo lo que siente Pemán, verdad que estáis conformes con él de que son españoles dimitidos, como dice con su gracejo andaluz, los que no sienten los males de España, los que no añoran las grandezas pasadas de la patria, los que reniegan de ella porque se torció el rumbo, porque entre las flores bellísimas de caballerosidad, de hidalguía, de fe, de ideales santos se mezclaron abrojos y espinas de ruindades, de miserias, de odios, de bajezas, que de momento ahogan esas flores y parece que las van a marchitar del todo? ¡Sí que lo estáis… sí que pensáis así… sí que os duele como le duele al poeta! que al comenzar su Elegía exclama:
“Me duele España en mí, como si fuera
carne en mi carne: siento
como el temblor de un viejo tronco al viento
o el desasirse de una enredadera.
Ramas tronchadas de una primavera,
siento en mí los sentires más amados
como Cristo manchado
de sangre y de saliva:
Y me duele en el alma, en sangre viva,
la mella de los siglos arrancados!”
Nos hacía falta esta sacudida vibrante, nos hacía falta el que algo levantase de su postración a muchos que en ella están, porque con pesimismos y lamentaciones estériles no se hace nada… y tenemos mucho que hacer.
Sigue el poeta, y hablando de España canta de qué manera la formó el Señor:
“Y después, cuando el dedo, todo luz y armonía,
del Señor de las cosas, como rayo del día
tembloroso entre brumas,
con cantiles de rocas y guirnaldas de espumas,
desmarcaba un pedazo del planeta, y decía:
“esta huerta de flores que yo tomo por mía
será España, señora,
de la tarde y la aurora
de la paz y la guerra,
hija buena y fecunda, que tendrá desde ahora
una estrella en los cielos y un camino en la tierra”
desde entonces, lejana, silenciosa, escondida
al compás y medida
que iba España naciendo, como un tallo de flores,
en aquel hervidero de promesas y ardores,
con sus mismas esencias, se iba haciendo mi vida…”
Después el cantor lleno de fe, rebosando sentimiento, anhelante del resurgir de la patria más amada cuanto más combatida y desgraciada, exclama:
“¡España, España, España!
¡Y quieren arrancarme la memoria
y vendarme los ojos!
¡Y ennegrecer, sobre el azul los rojos
y sangrantes ponientes de tu historia!”
Las estrofas en que va desgranando los nombres de las provincias españolas, son hermosísimas. Las que constituyen un quejido muy hondo por la separación de Cataluña, que pudiera llegar a ser del resto de España hacen llorar. Quisiera reproducirlas. El espacio no lo permite. Pero para terminar voy a entresacar unas estrofas de la plegaria con que finaliza su Elegía. Es de un cristiano… es de un valiente… es de un español de aquella España que fue… y que volverá a ser porque el Señor y su Madre la aman demasiado para dejarla perecer por completo.
Va enumerando por todo lo que él pide al Señor perdón y piedad. Y así habla de todas esas cruces –que disparan al cielo– los campos españoles… y de la ermita, entre chopos junto al río –y del ave maría del Rosario,– y de la luz y las flores –y los siete puñales– de la virgen que llora entre cristales, –con lágrimas de cera, sus dolores. Y acabando en un grito de angustia apartando la vista de todo lo que ahora implora:
“¡Por toda aquella tiene
fe de nuestros mayores!
¡en esta hora de angustias y dolores,
piedad, Señor, para la España eterna!”
No concluye aún, es cristiano. Recuerda a Cristo en la cruz y el perdón que pide a su Padre, y suplica con súplica en que se adivina el sollozo:
“¡Siempre rosas de olvidos y perdones
y unge de compasión y tolerancia
labios y corazones!
¡Danos la paz! ¡Acerca a los hermanos!
¡Abre acequias de amor en los secanos
y pon el agua de la Vida en ellas!
¡¡Tú, que tienes el viento y las estrellas,
Señor de los señores, en tus manos!!”
Que Dios pague a José María Pemán su trabajo que tanto bien hará. Y que siga inspirándole, para que su pluma mueva los corazones, enardezca las voluntades y haga florecer rosas de oración y acción que salven a España.