Filosofía en español 
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Comentarios frívolos

Un “españolismo” metalizado

¿Se pueden hacer películas habladas en España?
Los empresarios y la producción nacional. Unas preguntas que no tendrán respuesta

B. Fernández Cué, el periodista de Hollywood que días atrás se declaró enemigo de los españoles, ha cambiado de casaca. Ahora dice que nuestros artistas son excelentes, pero que necesitan propaganda. Y el buen Cué, para subsanar esta deficiencia, ha creado una “fábrica” de publicidad. Y nos ha infestado de circulares, proclamándose español... Esta actitud nos ha conmovido. Y hemos estado a punto de soltar el paño de lágrimas. Pero en otra segunda circular llegada a nuestras manos, el aprovechado Cué nos dice que todo este patriotismo tiene su precio. Y nos coloca una tarifa de dólares que asusta.

Es inútil que se moleste el señor Cué. Los españoles somos ingenuos, pero no idiotas. Yo, por lo menos, no me trago ese “españolismo” metalizado. La Prensa española jamás ha vendido los elogios; y en lo que respecta a la cinematografía, nuestra generosidad llega al despilfarro. A tal extremo somos generosos y nobles que, no obstante las manifestaciones españolistas del Sr. Cué, la Prensa –alguna–guarda piadoso silencio. Y hay un diario en Madrid que recoge la firma de Cué, sin tener en cuenta los conceptos desdeñosos que éste –B. Fernández Cué– ha dedicado a los escritores españoles para favorecer a los mejicanos. ¡Aún hay clases, Sr. Cué! En España las debilidades estomacales las combatimos con extracto de buen humor; en Hollywood, al parecer, se curan con dólares. Quizá sea un medicamento más eficaz; pero... allá cada uno con su estómago.

* * *

He asistido a la prueba de un aparato español para hacer películas habladas. Hemos hecho tres ensayos de toma de sonido: un disco de gramófono, una audición de la radio y un breve discurso de uno de los presentes. Los tres ensayos han resultado maravillosos. El aparato nos ha devuelto la voz y la música con perfecta limpieza.

—¿Por qué no hacen una película que sirva de muestra a los productores españoles? –les he dicho.

—Porque no tenemos capital para instalarnos.

La respuesta me ha cruzado el rostro con furia de latigazo. Los dueños del aparato sonríen escépticos. Y yo siento en la médula la mordedura del optimismo.

—¿Qué me cobrarán ustedes por hacer una película corta?

—Nada.

Y salto a la calle dispuesto a colaborar en este esfuerzo patriótico. En seguida encuentro artistas y músicos que me ofrecen su cooperación. Pero llega don Pesimismo:

—¿Estás seguro de que una vez terminada la cinta vas a encontrar empresario que te la estrene?

Esta vez el latigazo me abre la piel. Don Pesimismo tiene razón. El problema de la producción cinematográfica española es problema de dinero, pero también de explotación.

¿Qué dicen las entidades Cinaes, Sage y Sagarra?

A ellas les toca hablar.

* * *

No sabe uno a qué atenerse. Los empresarios dicen que nunca han pagado porcentajes tan elevados como ahora. Los productores afirman que las películas habladas son un mal negocio.

Probablemente las dos partes tienen razón. Pero ¿de quién es la culpa?

Del público, no; éste admite cuanto se le da. Incluso obedece, con humildad deliciosa, las órdenes que recibe de arriba:

—Hoy quiero que os encasquetéis el traje de etiqueta –insinúa cualquier empresario.

Y la orden es acatada.

—Hoy vería con gusto que paguen cien pesetas por la butaca.

Y los espectadores acuden a la taquilla y pagan el precio exorbitante que le han querido poner.

Los empresarios perderán dinero, los productores perderán dinero, todos perderán dinero; pero nadie tan injustamente sacrificado como el público. Se le sacrifica económicamente y artísticamente. Ni siquiera se le permite el ingenuo desahogo del pataleo; para evitarlo se alfombran los pisos de los locales, y ¡a ver quién es el guapo que hace vibrar el recio tapiz, extintor del demócrata “pateo”!

La producción española, realizada en España y por españoles, habría salvado a nuestras Empresas exhibidoras.

¿Dinero para emprender el negocio? El que aportaran los empresarios mismos. Tantos locales, tantas aportaciones, y... a trabajar. De esta forma España podría tener producción propia, con circuito de explotación fijo. El sistema no puede ser más racional ni más ventajoso. Pero estos señores prefieren soportar el yugo extraño a tener un gesto rebelde, de propia conservación. Que es el gesto que tendrán que adoptar, no tardando mucho.

Y si no, al tiempo.

* * *

Recibo una carta en la que me dicen que quedaré calvo antes de conseguir que España tenga producción cinematográfica propia. Y me he reído. Me he reído, porque eso de la calvicie ya es notorio en mí desde hace algunos años.

En cuanto a la producción nacional, es cosa de meses. Basta un pequeño empujón para dejar libre el paso. Tendremos películas genuinamente españolas.

Lo que yo no me explico es la apatía de ciertos elementos. Parece que han enmudecido por prescripción facultativa. ¿Les molesta que España pueda producir películas? Si les molesta deben declararlo noblemente, y yo me retiraré por el foro... Me retiraré por el foro para tornar a la palestra con nuevas armas. Porque un servidor, calvo y todo, no renuncia a la campaña, aunque me hagan gobernador de cualquier provincia.

Seamos sinceros. ¿Interesa o no interesa establecer la industria cinematográfica en España? ¿Sí? ¿No? El cuento de la margarita, ¿verdad?

Pues hagamos la pregunta en un sentido más práctico. ¿Cuántos sois los que vivís al amparo de la cinematografía extranjera? ¿Cuántas familias podrían añadir un trozo de carne al cocido si en España se montasen unos estudios para hacer veinte, treinta, cuarenta películas al año? (Donde digo carne puede añadirse un trozo de jamón y un chorizo.)

¡Pobres cineastas españoles! ¿Para cuándo reserváis el grito de guerra? ¿No ha llegado aún la hora del mitin?

Mauricio Torres.

Baltasar Fernández Cué  1878-1966

Publicista originario de Llanes, estudia una ingeniería en Londres y se establece en 1901 en México, cobijado por Iñigo Noriega, su paisano y gran plutócrata del porfiriato. Cuando la revolución se retira a España, y al retornar en 1916 asume la dirección del Heraldo de México, resolviendo discretos encargos por Nueva York, Nueva Orleans, La Habana, Panamá, Buenos Aires, Chile, Brasil, &c., que acaban suponiendo su expulsión de México en 1921. Ejerce tres años en El Paso como profesor de español y en 1924 se establece en Los Ángeles, en el entorno de la industria del cine, de cronista y publicista. En 1928 se encarga de la publicidad extranjera de la RKO. Al llegar el cine sonoro prepara adaptaciones en español para la Universal. Vuelve a España en 1933, donde colabora con el PSOE y El Socialista. Durante la guerra ejerce en el Servicio de Inteligencia Militar. Condenado a treinta años de cárcel, cumple seis y vuelve a Los Ángeles en 1945, pensionado por el gobierno norteamericano.