El Estudiante. Semanario de la Juventud Española
Madrid, 6 de diciembre de 1925
 
año I (2ª época)
número 1 · página 8

Una frase de Unamuno

«El único joven de España soy yo»

por
José Antonio Balbontín

Entre las frases pronunciadas por el maestro Unamuno, en la última etapa de su vida, la más interesante es, a mi juicio, ésta que todos le han oído, pero que muy pocos se han esforzado en descifrar: «El único joven de España soy yo.»

No ha faltado, naturalmente, ante esa frase, el comentario insustancial y avieso de nuestros Hermógenes de vitrina, enfermos de la vista y del hígado, por culpa de sus pecados: «Este don Miguel, siempre tan narcisista y tan ególatra, no sabiendo ya de qué envanecerse, hasta de juventud pretende alardear.»

Pero los jóvenes españoles de conciencia sana han interpretado fielmente la significación flagelante de la advertencia del maestro. «El único joven de España soy yo.» Este certero palmetazo se dirige contra nosotros, camaradas. No escondamos la cabeza bajo el ala del miedo. No imitemos al fariseo, que tiene el cinismo de transferir todas las increpaciones de la prédica a la perversidad del publicano. Encarémonos bravamente con nuestra miseria moral. Es el único medio de comenzar a remediarla.

«El único joven de España soy yo.» Quiere decir, sencillamente: «¿Qué hacéis vosotros, estudiantes de España; qué hacéis vosotros, jóvenes intelectuales, escritores, abogados, médicos, ingenieros, profesores; qué hacéis vosotros, siervos del trabajo; en qué pensáis, hijos sin alma de la nueva generación española que, viendo malherido al guía de vuestros sueños, al maestro que fundó, para satisfacción de vuestros más puros anhelos, la religión inmortal del quijotismo, permanecéis impasibles al margen de la lucha, abstraídos por atenciones egoístas?…»

Da grima hablar en nuestros días con la mayoría de los jóvenes españoles. En los centros de nuestra juventud, como bajo la estúpida férula de Antón Pirulero, que nos hipnotizó desde niños, cada cual atiende a su juego por no perder prenda. Es muy raro encontrar un joven español capaz de abrigar una aspiración independiente y superior a la de prosperar en su carrera. Tener un buen bufete, o una espléndida clínica, o un negocio boyante: he aquí la única meta de nuestros héroes juveniles. Los más audaces sueñan con hallar un feliz descubrimiento técnico de esos que enriquecen a su autor en un año, para aplicar después todas sus energías a rumiar sosegadamente los frutos de su hallazgo. La ciencia misma, que ha sido siempre un ideal austero, tiende a convertirse, en las retortas de nuestros laboratorios mercantiles, en una mercadería cotizable. El Ideal ha muerto en nuestras almas…

Cuando se le pregunta a un joven español de nuestros días qué proyectos tiene para salvar a España de la ruina, o para engrandecer a la Humanidad, o para ordenar el Universo, se echa a temblar como un pajaruelo atolondrado por el silbido de la serpiente avernal. «E l único joven de España soy yo», puede exclamar entonces con razón, dolida de despecho, un viejo del temple de Unamuno.

La esencia de la juventud es el ansia creadora y el desdén por el riesgo. Lo primero: el ansia creadora, el afán de superar la realidad actual, adaptándola al molde sublime de nuestras quimeras. Después, y como consecuencia de lo anterior, el desdén por el riesgo. No el amor al riesgo, que decía Guyau con una frase equívoca; no el amor al riesgo por el riesgo mismo –¡cuidado con ese idiota de don Juan!–, sino el desprecio del peligro por amor a la Idea.

¿Cuál de estas notas esenciales de la verdadera juventud puede ser exhibida, sin rubor, por nosotros? Ninguna. Hemos perdido el tono de la vida heroica. ¿Hay alguien que viva entre nosotros con una pizca de decoro ideal?

Pues de morir, no hablemos. Hemos olvidado por completo el arte de bien morir. Y es, sencillamente, que hemos dejado de sentir el ansia de inmortalidad. El «culto de la muerte», frase con que se ha querido definir la esencia de nuestra filosofía y de nuestra historia, no es, en el fondo, como ha hecho notar el maestro Unamuno, sino el culto de la eternidad.

Amigos: reconozcamos lealmente que, hoy por hoy, el único joven de España es Unamuno. Pero como el maestro no quiere en este punto que acatemos sumisamente su tesis, sino que nos esforcemos por desautorizarla, os propongo que apresuremos la transformación del día de hoy, y hagamos todo lo que esté de nuestra parte para lograr que, desde mañana mismo, no sea Unamuno el único joven de España, sino el guía y maestro de millares de jóvenes españoles inflamados, como él, de pasión generosa, propicios al combate fecundo, sedientos de gloria y de Justicia.

Madrid, noviembre 1925.

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