La cuestión religiosa en México
por el P. Bruno Ibeas
Aunque aquí mismo se ha desenvuelto ya el tema, quizá no sea del todo improcedente volver sobre él por la importancia que tiene en sí y la que tiene para nosotros, unidos a la rica república americana por lazos de raza, historia, religión e interés. Acaso nos sea dable contribuir así, siquiera en parte mínima, a que en nuestra patria se le dé un hueco mayor en la atención pública, harto desviada de asuntos como éste que, por ser internacional y católico, debía poderosamente absorberla.
Antecedentes
Muchos creerán que el conflicto político-religioso que padece actualmente Méjico es un hecho transitorio y fortuito que causas circunstanciales o del momento han dado a luz. Se lee con suficiente superficialidad la Historia para que se alcance a descubrir en los pleitos populares, que apasionan de manera encontrada a las muchedumbres, algo más que obcecaciones o puntillerías mutuas y fugitivas de éstas. Pero el que persuadido por la observación de que en los hechos históricos hay la misma proporcionalidad de causa a efecto que en los fenómenos físicos, no concluirá de seguro que la abominable persecución mantenida desde principios de año por el presidente Calles contra los católicos mejicanos es, por ejemplo, simple consecuencia del carácter sovietista de éste. Sería incomprensible que un déspota, por temerario que se le quiera suponer, se atreviese a desafiar los sentimientos religiosos de una nación, tan resuelta de temperamento como la mejicana, sin contar con grandes núcleos de opinión favorable tras de sí. El número y la importancia grupal de éstos, número e importancia patentizados en la manifestación obrera de 1.° de agosto que en el Boletín Municipal de Méjico puede verse reseñada fotográficamente con amplitud{1}, explica casualmente la persecución que en la actualidad padecen los católicos mejicanos.
La explica porque pone al descubierto otro factor, el más importante del conflicto: la carencia de una vitalidad católica potente en Méjico. Se ha hecho común decir católico a un país porque tiene templos y jerarquía organizada. De la exactitud con que el calificativo se aplica, es prueba el país que nos ocupa. Méjico, considerado en conjunto, dista mucho de ser católico, por lo menos, católico de verdad. Y, acaso, pudiera decirse lo propio de casi toda la América española. Nosotros que la infundimos la fe a la española con toda la fuerza sentimental y todo el vigor pragmático que en este orden de cosas nos distingue, no tuvimos tiempo de consolidar la fe infundida haciendo que en esas nuevas razas, el sentimiento y la practicidad religiosos se transformasen en convicción señoreadora del alma. Por eso en América, generalmente, la religión es emotividad antes que idea, y emotividad no deparada aún de residuos que podrían decirse, con algo de torsión léxica, totemistas. Lo es de modo principal en Méjico. «El pueblo mejicano, escribe desde Méjico E. de Francisco, contra lo que comúnmente se cree, no es fundamentalmente católico-religioso. El pueblo mejicano, iletrado en su inmensa mayoría, es supersticioso. Lo fue siempre. En su historia, antes y después de Hernán Cortés, antes y después de arribar a aquellas tierras los sacerdotes católicos, se encuentran hechos múltiples que lo revelan. Los propios sacerdotes, que en los presentes días han abandonado el territorio mejicano, declaran sin rebozo la ausencia de fe verdadera en los mejicanos»{2}. Probablemente tacharán algunos de algo sospechoso el testimonio, por proceder de quien procede; pero no viene a establecer afirmaciones muy distintas de las de E. de Francisco, A. Gómez Robledo, al decir en La Época (de Guadalajara de Méjico): «ha ya largo tiempo que para nuestra juventud no existe más que el yo; y en la mayor parte de los jóvenes las palabras Dios, Familia, Patria, no encuentran sino una admiración vaga y estéril»{3}, y dijo más todavía que E. de Francisco el Arzobispo de Michoacán, al declarar en 1924, en Amsterdam, a un redactor del Telegraaf, que «el número de los católicos verdad no sería en Méjico mayor del 20 por 100 de los bautizados»{4}. Y ¿cómo no había de ser así constituyendo la historia moderna de Méjico una serie de casos semejantes en un todo al caso Calles? Porque sin esfuerzo alguno mi memoria se da en 1833 con las leyes irreligiosas de Santa Ana, en 1857 con la constitución jacobina que siguió a las revueltas de Ayantla, en 1860 con el despotismo robespierrano de Juárez, en el cuatrienio imperial con el jacobinismo de Maximiliano… Lo mejor, desde el punto de vista religioso, ha sido en Méjico el período, nada breve, del mandato presidencial de Porfirio Díaz, y ¡hay que ver cómo ha sido!…
El ataque
Realmente, comenzó el año 17 con la promulgación de la Constitución de Querétaro.
Artículos como los 3, 5, 27 y 130 que ella contiene, son no sólo la conculcación más abierta de los derechos que a la Iglesia Católica competen como sociedad jurídica que es, sino la negación rotunda de los que los miembros de ella pueden invocar como ciudadanos y como simples seres capaces de derechos. Por esos artículos se prohíbe a los sacerdotes ser maestros de escuela (3), se declaran nulos toda clase de votos religiosos y fuera de la ley toda orden monástica (5), se desposee a las parroquias y diócesis de la facultad directa e indirecta de adquirir y retener propiedades raíces y capitales hipotecados en bienes raíces (27) y se decreta que los ministros del culto han de ser mejicanos nada más, amén de restringir el número de éstos y el ejercicio de sus funciones, según el arbitrio de los jefes de los Estados federales (130).
Pero estas determinaciones, que pugnan de manera ostensible con otras insertas en el articulado del mismo Código, no habían entrado en vigor hasta principios de febrero del presente año. El 10 de este mes se inició la fase activa de la persecución religiosa presente. Y ha tocado a los españoles el honor de sufrir las primeras embestidas de los nuevos Dioclecianos de sainete, sin duda porque a los españoles nos cabe el honor de haber hecho de Méjico una nación civilizada dándola nuestra religión, nuestra sangre y nuestro idioma. Sin previo aviso y sin darles tiempo ni para recoger las prendas más indispensables de uso personal, fueron expulsados en la fecha indicada, de las iglesias de San Felipe de Neri, San Hipólito, San Juan de Dios y Jesús y María los sacerdotes españoles seculares y regulares que las tenían a su cargo y conducidos como apestados a Veracruz para desde allí expedirlos a pueblos menos salvajes y más conocedores que Méjico de los deberes que la gratitud y la simple hospitalidad imponen. Tras ellos fueron, con días o semanas de diferencia, religiosas de clausura y religiosas dedicadas al servicio de ancianos y enfermos, además de sacerdotes y religiosos no españoles. Y a la vez se daban órdenes gubernativas rigurosas a los poderes civiles subalternos, determinando que se hiciese el inventario de los bienes eclesiásticos y que se diese cuenta inmediata de las protestas que los hechos y las medidas levantaban en el país.
Por cierto, que hechos y medidas tuvieron una glosa favorable en una manifestación pública coetánea, que habría sido bufa, sino hubiese sido brutalmente impía. Para honrar, sin duda, al petit Lenin de los modernos Incas y satisfacer la vanidad de su hija que, a lo que se ve, debe de ser una emancipada tipo Catalina Breschkovskaia, se coronó a aquélla como reina en la ciudad de Méjico el 12 del mes ya citado. En el discurso de la coronación hubo ella de decretar que, en adelante, no había de haber en sus súbditos sino una alegría ruidosa y franca, y, para estimularla con actos, salió al día siguiente por las calles de la capital sentada en un trono y precedida de espléndido cortejo en el que formaban, además de otras carrozas de análoga especie, una en que se veía instalado a Satanás sosteniendo en los brazos a una religiosa y rodeado de monjas y diablos que decían ocurrencias y chistes de la índole que es de suponer.
Tales desmanes tenían por necesidad que levantar oposición decidida en los sectores católicos y aun en los indiferentes, pero sensatos, del país; a no ser que el catolicismo y la sensatez se hubiesen de él ausentado totalmente. A las manifestaciones públicas se sumaron, en efecto, las protestas; a las cartas episcopales, algunas tan apostólicas y viriles como la del Arzobispo de Michoacán y la del Obispo de Huejutla, manifiestos rotundos como el de la Juventud Mejicana y artículos enjundiosos y retadores como el del doctor Castro en El País de últimos de febrero. Esta campaña de pura defensa que hasta hoy continúa es lo que ha servido de fundamento al Boletín Municipal de Méjico y a El Socialista de aquí{5}, y con ellos a otros muchos periódicos, para afirmar que la cuestión religiosa de Méjico «no es conflicto religioso, sino rebeldía clerical», como si pudiese existir rebeldía en el que se alza, aun armas en mano, contra los poderes que en su gestión violan hasta las prescripciones del derecho natural, que está antes que todos los derechos consignados en los Códigos, y como si cohibir la libertad de administración de Sacramentos y del ejercicio del culto no fuese penetrar de plano y con enemiga en el terreno religioso.
La oposición no ha conseguido, sin embargo, atenuar la fobia religiosa de Calles, antes bien la ha enfurecido, como era de temer de un hombre de su guisa, en quien, al decir de no recuerdo qué revista italiana: «la pesante brutalitá del suo corpe é in relazione con la brutalitá della sua anima». A exposiciones y protestas se ha contestado con procesos, encarcelaciones, vejaciones y aun muertes. La resistencia a la opresión ha suscitado en el oprimente deseos de oprimir con más eficacia a sus víctimas. Fruto de ellos ha sido el decreto-ley promulgado con fecha 21 de junio, inaugurador del régimen extra-terrorista a que están ahora sometidos nuestros hermanos de Méjico. No eran bastante precisos y arbitrarios los artículos irreligiosos de la Constitución del 17, elaborada y aprobada ya por Carranza de manera dictatorial, puesto que la Cámara que la votó fue elegida, impidiendo por el terror que tomase parte en la emisión del voto más del 3 por 100 de los electores, y se refrendan y agravan con las determinaciones bárbaras de este bárbaro decreto, en el que los términos multa y prisión se emplean en cada línea, como estribillo de una canción inspirada por satánico odio. Como la inserción íntegra de él ocuparía mucho espacio aun en los ad pedem de este artículo, transcribimos en nota sólo los articulados referentes a la libertad de asociación y prensa{6}. Por ellos podrá verse el punto a que pueden llegar la arbitrariedad gubernativa, cuando la ejerce un hombre sin conciencia como Calles y dispuesto a pisotear todos los derechos de la conciencia. Todo el fanatismo milenario y cerril de la raza turca, a que Calles pertenece, está cristalizado en ese decreto-ley, del que con razón dice el licenciado Eduardo Pallares que «no sólo perjudica al gobierno que lo dicta, sino también al pueblo que lo soporta»{7}. Y de que se aplica con rigor correspondiente al sectarismo hirsuto con que está dictado es prueba este hecho: los periódicos y recortes que me sirven para redactar este artículo, han podido salir de Méjico porque la persona que me los ha entregado los hubo de ocultar entre sus prendas interiores al embarcar para Europa.
La defensa
El número de La Época de Guadalajara que ya hube de citar antes transcribe, como lema entrelineado, en su primera página, estas frases de Mella: «Cuando un tirano pone su planta sobre la cerviz de su víctima y ésta no forcejea, y no se revuelve para combatir y libertarse del opresor, sino que besa la planta que la oprime, entonces tened por seguro que allí ha muerto un cuerpo y antes ha muerto un honor.» Los católicos mejicanos han tomado por divisa esa sentencia, en las difíciles circunstancias en que se ven, y antes que vivir sin honor, han preferido quedarse sin vida. Fieles a esta decisión, se han puesto a organizarse para responder a la persecución de que son objeto con una resistencia pasiva, pero enérgica y eficaz. Y la respuesta ha sido digna, como de quienes procede. Primero las Pastorales o comunicados pastorales de que ya hemos hecho mérito y otros que no se han citado, entre éstos el sobrio, resuelto y práctico del Excmo. Sr. Herrera, Arzobispo de Monterrey{8}. Después los manifiestos, algunos tan firmes y de tan elevados tonos como la Carta abierta de protesta al Sr. Presidente de la República de las mujeres potosinas, en la que parecen vibrar el acento y la fe de las vírgenes cristianas de los primeros siglos{9}. Más tarde la acción más directa y temible de la Liga de defensa religiosa declarando el boicoteo a las escuelas oficiales, a las tiendas y periódicos no católicos, e indirectamente, por la reducción de los gastos no indispensables de la vida, a los teatros, cinemas, tranvías, ferrocarriles, mercados, salones, cafés…
Los católicos son en Méjico reducidos en número, con relación a sus contrarios, pues dispuestos a la lucha o inscritos en organizaciones militantes, que son los capacitados para hacer sentir y pesar su esfuerzo en aquélla, no creo que asciendan a mucho más de cuarenta mil{10}, cifra notoriamente pequeña si se la compara con la que computa los agremiados a la C. R. O. M., núcleo principal de la resistencia que han de vencer; pero en las luchas de este género, y acaso en todas, vale más el ardimiento que el número de los combatientes para el resultado final del combate, y los católicos mejicanos se muestran hoy más poseídos que nunca de una vitalidad religiosa intensa capaz de sobreponerse a la contradicción más persistente y dura y de soportar los sacrificios más extremos, como lo dice la solicitud ansiosa con que, según los telegramas, llenan las iglesias y reclaman los sacramentos, a pesar de la oposición que en las esferas gubernamentales se hace a estos actos y a lo que significan.
Por de pronto el éxito del boicoteo, antes citado, no puede menos de constituir una preocupación nada leve para el gobierno de un país, en el que la Hacienda pública está medio en bancarrota y la vida económica es alterada de continuo por huelgas esporádicas de carácter soviético. Hacer bajar en un solo mes en una ciudad como Méjico el volumen del movimiento mercantil de caja en tres millones de pesos, y disminuir la recaudación de tranvías en 10.000 por día y los ingresos de una sola Fábrica de Tabacos en 14.000 ídem, sobre provocar el cierre de varios coliseos y salones{11}, no son represalias que se puedan contrarrestar con frases como las de que «ninguna fuerza interior ni exterior será capaz de hacer variar la actitud del gobierno; ni aun los rugidos del Papa».
El último acto de defensa que los católicos han realizado en Méjico es el constituido por la Carta colectiva del Episcopado de la nación a los fieles que les deben obediencia. En ella se razona serena y positivamente la actitud entera, pero justa, que frente al gobierno adoptó el Episcopado a raíz de promulgarse el decreto-ley ya citado de 21 de junio, se insiste en afirmar lo que se estampó en la Carta Episcopal colectiva precedente de 21 de abril, de que aquella actitud «no es rebeldía, porque la misma Constitución abre el camino para sus reformas y porque es un justo acatamiento a mandatos superiores a toda ley humana y una justa defensa de legítimos derechos», y se decide, «en la imposibilidad de continuar ejerciendo el Ministerio Sagrado según las condiciones impuestas por el decreto» antes dicho, que desde el 31 de julio, hasta que se disponga otra cosa, «se suspenda en todos los templos de la República el culto público que exija la intervención del sacerdote». Los templos se dejan a cargo de los fieles y la enseñanza religiosa de los niños al cuidado de sus familias. Los Sacramentos del Bautismo y del Matrimonio serán administrados y refrendados, respectivamente, por simples fieles. Al fin se recuerdan las penas canónicas señaladas en el Código respectivo para los que promulguen leyes, cohíban la jurisdicción y usurpen bienes de la Iglesia, así como para los que pertenezcan a sociedades prohibidas por ésta, obliguen a los obispos a presentarse ante los tribunales civiles, contraigan matrimonio ante ministro no católico, eduquen a sus hijos en religión que no sea la católica y ofendan de obra violentamente a sacerdotes y religiosos{12}.
La Pastoral no habrá hecho mella ostensible en el espíritu de los tiranos de Méjico; pero ha removido las conciencias cristianas, hasta el punto de que el mismo Episcopado haya podido decir, en una tercera Carta colectiva que a trozos publica El Debate, que «la cesación del culto fue el principio de un verdadero luto nacional y de una organización defensiva en todo el país… Las víctimas que últimamente, se añade en ella, han derramado su sangre y dado su vida por la causa que defendemos, añadidas a las innumerables víctimas ocultas de centenares de sacerdotes y millares de religiosos que lloran en silencio su ostracismo y secularización, tiene que valer mucho delante de Dios para alcanzarnos la santa libertad que pedimos»{13}.
Noticias particulares confirman de todo en todo estas afirmaciones. El clero declarado paria por la ley cumple, ab occultis, y a la descubierta, aun con riesgo de la vida, su misión santificante y consoladora. En la ciudad, de día y de noche; entre cerros, como se dice allá hablando del campo, recorriendo entre tinieblas caseríos y tabucos, en los que más de una vez se dan episodios que no desmerecerían nada frente a los de las Catacumbas. El pueblo obedece ciegamente a sus sacerdotes y los ayuda en cuanto puede y como puede. Y cuando por ello o por hacer defensa pública de su religión tiene que ir a la cárcel, va a ella; pero en la actitud que le describe el informador de Le XX Siècle, de Bruselas, gritando repetidamente: «¡Viva Cristo nuestro Rey!…» ¡Oh sí, la sangre de los mártires engendra mártires!… O por lo menos confesores decididos de la fe.
¿Y después?
Por eso ninguna preocupación puede inspirar lo porvenir a los heroicos católicos de Méjico: la victoria es suya. Calles es una tromba que causará destrozos, pero que pasará pronto sin dejar rastro. Los católicos ingleses le han dicho en la carta de protesta que le han dirigido que «nadie puede poner en peligro la libertad ajena sin arriesgar la propia»{14}. No sé si en lo futuro padecerá él la opresión que expresa el segundo miembro de la frase y la que impone ahora a buena parte de sus conciudadanos. Lo que sí cabe asegurar es que en la lucha que con éstos sostiene saldrá él vencido, porque sobre el sentimiento religioso de un pueblo, aun reducido, jamás se triunfa, y que después de vencido recogerá de su campaña el fruto que de las suyas han recogido todos los tiranuelos: el olvido misericordioso, que es la forma lícita del desdén.
El Sol, en un artículo informativo de fecha que no puedo precisar, aunque no es remota, decía que se habían iniciado gestiones de transacción con el gobierno por parte del Episcopado mejicano para el arreglo del conflicto y que éste se resolvería, desde luego, hacia principios de año con el triunfo de la candidatura del general Obregón para la Presidencia. En una carta que poseo de una persona viviente en Méjico, y que está muy informada de las cosas de su país, se dice que eso de la transacción es «enteramente falso, porque jamás han convenido los obispos en entrar en componendas que no serían más que paliativos y cosas meramente provisionales… Esa noticia del próximo arreglo para reanudar el culto parece que es una maniobra masónica para ver si los fieles se entusiasmaban y hacían presión en los obispos para que se levantara la orden de suspensión del culto divino; pero resultó lo contrario.»
En cuanto a lo de Obregón, es cierto que, si él triunfase, la política religiosa que habría de seguir, no sería tan ferozmente soviética como la de Calles; pero Obregón no puede constituir un ideal de hombre de gobierno para los católicos mejicanos, primero, porque los católicos mejicanos tienen memoria, y segundo, porque Obregón simpatiza y está al habla con los elementos norteamericanófilos y cuanto de Norteamérica procede y con ella se coaliga, es odiado o poco querido de los católicos de Méjico porque es funestísimo para Méjico{15}. Los católicos mejicanos vencerán, con Obregón o sin él, porque tienen el derecho a su favor, y el derecho a la corta o a la larga triunfa.
No hay nada que más entone las conciencias sometidas a la torsión de la lucha que la convicción de que luchan por una causa santa. Entonces débiles mujeres desafían el peligro con la entereza del soldado fogueado y hasta en el alma del impúber se enciende el noble ardimiento del heroísmo.
Y nada tampoco produce más seguridad en el éxito del esfuerzo propio que se desarrolla y sostiene. Cuando la convicción de que la justicia les asiste alienta en las almas luchantes, los descalabros les resultan victorias y los decaimientos exaltaciones. «Nosotros, decía el gran Tomás Becket, no triunfamos de nuestros enemigos combatiendo, sino sufriendo.» Para hablar así los cristianos cuentan a su favor no sólo las enseñanzas de la fe, sino los testimonios de la Historia. Ella les dice, en efecto, que como mejor se ha reafirmado el reino de Dios en la tierra es por las victorias aparentes del mal sobre él. De las cumbres trágicas y oscuras del Gólgota; brotaron, como volcán boreal de la gloria, los resplandores ineclipsados e ineclipsables de la Resurrección. Al empapar de sangre de mártires sus dominios, los sembraron los déspotas del Imperio de gérmenes de creyentes. Lutero desgarró en dos partes a la Cristiandad en Weimar y la hizo reconstituirse y fortalecerse en Trento. Se esforzaron los enciclopedistas por sepultar los dogmas cristianos entre el cascote de objeciones y burlas pseudo ilustradas, y sólo consiguieron que apareciesen más firmes a la luz de los esplendores científicos del siglo pasado, y entre el denso vaho de las revueltas sociales del presente. La Iglesia se acrisola y se afirma a mejor al través de los trances de la historia, según dijo Kurth, que en los remansos de la paz o en los honores de la hegemonía, como los Apóstoles se hicieron más grandes en las contradicciones sangrientas de su Calvario que en las dulcedumbres iluminadas del Tabor. He aquí por qué aun viendo las dificultades con que tropiezan en la actualidad nuestros hermanos de Méjico no tememos por su suerte futura. Las resistencias que han de vencer son grandes, pero las vencerán. En la lucha que sostienen han caído ya muchos y han de caer más acaso; pero en las vanguardias se desplegará airosa la bandera del triunfo. Lo que quisiéramos es que el plazo para que obtengan ese triunfo sea breve. Es el voto que hacen todos los católicos del mundo, unidos a ellos con lazos de cristiana fraternidad y de cordialísima simpatía…
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{1} Méjico D. F. Agosto, 31 de 1926. La manifestación estuvo compuesta, al decir del mismo periódico-revista, de unos 100.000 obreros, y contribuyeron al éxito de ella, además de «la Alianza de los Partidos Socialistas», todas las sectas masónicas del partido federal. Fue organizada por la C. R. O. M. (Confederación Regional Obrera Mejicana), que debe su existencia al antiguo electricista y hoy Ministro de Trabajo y del Comercio, Morones, y tiene, según datos que creo fidedignos, 1.250.000 miembros o socios, de los que el 60 por 100 son obreros agrícolas y el 40 por 100 obreros de la industria.
{2} «Apuntes Mejicanos. El Problema Religioso», El Socialista, 8-IX-26.
{3} «Un llamamiento a la juventud», 18-VII-26.
{4} El Universal, 13-X-24.
{5} «Al margen de la cuestión religiosa», por Adrián García, 2-X-26. El articulista, al discurrir «al margen de la cuestión religiosa», discurre tan al margen de la lógica como puede verse por esta muestra: «La Constitución dice que éstos (los templos), son propiedad de la nación y nada más lógico que el propietario de una hacienda, una fábrica, un templo o una factoría tenga un inventario, firmado por aquellas personas que están al frente de la misma. Si esto no se hace, ¿quién responde de los daños y perjuicios? ¿A quién pedir indemnización en caso de extraviarse los objetos pertenecientes a la propiedad?» A lo que cabe reponer, ¿qué diría el buen redactor de El Socialista si el director, o mejor todavía, alguno de los redactores de El Siglo futuro, pongo por caso, después de elaborar (que así se elaboró), por el terror un Código como el de Querétaro, pero de carácter legal contrario, se apoderase de la Casa del Pueblo de aquí «para evitar que se extravíen los objetos pertenecientes» a ella?
{6} Artículo 13. Las publicaciones periódicas religiosas o simplemente de tendencias marcadas en favor de determinada creencia religiosa, ya sea por su programa o por su título, no podrán comentar asuntos políticos nacionales, ni informar sobre actos de las autoridades del país, o de particulares, que se relacionen directamente con el funcionamiento de las instituciones públicas.
El director de la publicación periódica, en caso de infracción de este mandato, será castigado con la pena de arresto mayor y multa de segunda clase.
Artículo 14. Si la publicación periódica no tuviese director, la responsabilidad penal recaerá en el autor del comentario político o de la información a que se refiere el artículo anterior, y si no es posible conocer al autor, la responsabilidad será del administrador o regente, del jefe de redacción o del propietario de la publicación periódica.
En el caso de los artículos 13 y 14 de esta ley, si hubiere reincidencia, se ordenará la suspensión definitiva de la publicación periódica.
Artículo 15. Queda estrictamente prohibida la formación de toda clase de agrupaciones políticas, cuyo título tenga alguna palabra o indicación cualquiera que las relacione con alguna confesión religiosa.
Cuando se viole este precepto, las personas que integren la mesa directiva, o quienes encabecen el grupo, serán castigadas con arresto mayor y multa de segunda clase.
La autoridad ordenará, en todo caso, que sean disueltas inmediatamente las agrupaciones que tengan el carácter indicado en la primera parte de este artículo.
Artículo 16. No podrán celebrarse en los templos destinados al culto, reuniones de carácter político.
Cuando el encargado de un templo destinado al culto, organice directamente la reunión o invite o tome participación en ella, será castigado con la pena de arresto mayor y multa de segunda clase. Si el encargado del templo simplemente tolera la reunión o la encubre, sin tomar participación activa en ella, será castigado con la pena de arresto menor y multa de primera clase.
En ambos casos el Ejecutivo Federal podrá ordenar, además, la clausura temporal o definitiva del templo.» Excelsior, 3-IV-26.
{7} «En defensa de la conciencia libre», Excelsior, 4-VII-26.
{8} El Universal, 24-III-26.
{9} «El pueblo que gobernáis y del cual vos y los otros legisladores no son sino representantes únicamente y servidores, os lo pide a grandes voces y vuestra obligación es oírle y atender sus justas peticiones. Estamos en un país civilizado, y si esto no es una farsa o una mentira; hay que demostrarla, ajustando las leyes y el gobierno a lo que reclama la misma civilización, si pretendéis que México figure en el concierto de los países civilizados, no hay que cometer delitos de lesa civilización…
Tened presente que el pueblo es el soberano y que hoy más que nunca sabrá hacer respetar su soberanía; tened presente que los gobiernos subsisten mientras la poderosa palanca de la voluntad del pueblo quiera sostenerlos, así fueran las más añejas monarquías; si no, dad una mirada retrospectiva al cambio político tan trascendental que se operó en Europa como consecuencia de la última gran guerra; nadie imaginaba que gobiernos tan bien sentados al parecer sobre cimientos y bases inconmovibles, habrían de venir por tierra. Ya que sois ahora el representante de la nación mexicana, que tenéis en vuestras manos la llave de la prosperidad o la ruina de ella, no la hundáis ni la orilléis a una lucha que, como todas las de su clase, han sido siempre de gravísimas consecuencias…
No penséis que la obra que habéis emprendido de descatolizar a México es obra de constancia y que lo lograréis tarde o temprano, valiéndoos de los medios que hasta hoy habéis empleado y otros más que pudieran sugeriros; no, nuestra vida es efímera, señor presidente, vos lo sabéis; nuestro paso por el mundo es transitorio; si ese Dios de quien dependéis y dependemos todos quisiera concederos el don de la longevidad, cien años de vida no os serían suficientes para completar vuestra obra; estaríais al fin de vuestra jornada con las fuerzas agotadas, con los arsenales exhaustos y la religión, nuestra sacrosanta religión, se levantaría en medio de las llamas y de los escombros mucho más gloriosa, más resplandeciente y lozana que al principio de la persecución, pues siendo obra del mismo Dios no podría permitir quien todo lo gobierna y todo lo rige y sostiene, que sucumbiera en manos de sus enemigos, sino que se cumplirían al pie de la letra aquellas palabras…: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella…
La mujer tendrá el valor suficiente y la entereza necesaria no sólo para ofrecer a sus hijos en holocausto como lo hacían las mujeres espartanas, sino que ella misma, llegado el caso, sabrá presentar su pecho al enemigo de la más santa de las causas y decir como los antiguos cristianos: Si mi único delito es ser cristiana, tomad mi sangre y os perdono…
Para terminar, señor presidente, os diremos que obrado ya el aniquilamiento y destrucción material de nuestra Patria con la última revolución, se pretende ahora aniquilarla moralmente; pero si ante aquélla no hubo una fuerza capaz de contrarrestar sus funestas consecuencias porque se dijo al pueblo que iba a la conquista de sus libertades, ante ésta hallaréis el valladar inexpugnable de corazones que como los nuestros están dispuestos a perderlo todo, hasta la vida, para confundir a los gratuitos perseguidores de la Iglesia de Cristo.
Protestamos a usted lo necesario.
San Luis Potosí, México, 29 de junio de 1926.»
{10} Méjico cuenta cuatro órdenes de instituciones católicas; Asociación católica de la juventud, organizada en 25 diócesis; tiene 16 Juntas diocesanas y 181 grupos locales. Unión de Damas Católicas fundada en 30 diócesis; posee 186 grupos, de los que 30 regionales y 19.523 miembros. Caballeros de Colón; se le asignan 45 Consejos y 5.050 asociados. Confederación Nacional de Trabajo; están adscritos a ella 219 sindicatos.
{11} «Gran boicot de los católicos mejicanos», El Debate, 21-X-26.
{12} Excelsior, 25-VII-26.
{13} «Tercera Pastoral del Episcopado Mejicano», El Debate, 22-X-26.
{14} «National Congress and Calles», The Univers, 1-X-26.
{15} «Tanto el pueblo mejicano como el clero, se dice en la carta citada, no deseamos la intervención americana, ni la pedimos, sino antes bien lo que pedimos y suplicamos es la no intervención; es decir, que no se metan los americanos en nuestros asuntos, pues esa intervención que ellos se han tomado en los asuntos de Méjico es lo que nos viene perjudicando desde hace tiempo. Que nos dejen solos es lo que pedimos.»