Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Jacinto Capella Feliú · 1880-1935 ]

España en Marruecos · Prosiguen las operaciones en R'Gaia
Convoyes y reconocimientos en la zona oriental

Pueblos de maldición

A las ocho de la mañana salimos de Tetuán en automóvil para visitar el dichoso Xauen, la ciudad sagrada –aquí es sagrado cualquier bosque o morabito– que tanta sangre y dinero nos cuesta. Un polvo que se masca y una vegetación anémica son nuestros compañeros de viaje.

A las dos horas, más o menos, echamos pie a tierra.

Xauen –con perdón de los entusiastas de lo típico– es una población que, como vulgarmente se dice, no vale dos cuartos, aunque nos cuesta muchos. Especie de pueblecito serrano, de apiñado caserío, encerrado entre murallas, emplazado en una hondonada, de calles empinadas y estrechas, empedradas de morrillos lustrosos y dominado por rocosas montañas, es un villorrio donde viven hoy unos mil vecinos musulmanes, unos cien hebreos y unos cincuenta españoles.

Llegar hasta este sitio de maldición costó mucha sangre. Aunque se hizo de acuerdo con algunas cabilas del camino –la de Beni-Hassan–, costó luego proveer la guarnición con cargas contratadas, moras, pagadas para transportar cien kilos, de los que llegaban a lo sumo treinta.

Costó nueva sangre sostener la plaza, y ha costado mucho más dinero y más vidas sostener el tráfico de camiones por una pista dominada por cresterías imponentes.

De las dificultades con que ha tropezado la brava columna de Castro, secundada por jefes del temple de Núñez de Prado, Franco, Muñoz Barreto y otros, y de sus excelentes tropas, para replegar los sectores amarrados a Xauen, como el de Dra-el-Assef, por ejemplo, son mudos testigos el sol africano y las rocosas montañas…

Así es el pasado; ahora nos queda por saber lo que costará replegar o mantener esta guarnición y su enlace, según el Mando disponga.

Pero por si se hace algún día la liquidación de Xauen, no será erróneo empezar afirmando que ha costado, poco más o menos, a nuestra querida y exangüe España, quinientos millones de pesetas y cinco mil vidas, por un objetivo acaso marcial, acaso romántico; pero de ningún valor político, comercial ni militar… Una de las muchas quimeras que han venido imperando en el problema de Marruecos por falta de programa y autoridad de los Gobiernos. Y si algún día ese nombre infausto deje de tener actualidad en España, no se derramarán lágrimas por añorarlo; las que se derramen serán de infinitas madres que lo maldecirán.

Xauen es un nombre que, ignorándolo, estaba en su perfecto lugar, como ocurre con Dra-el-Assef, esa guarida de bandidos y piara de cerdos, meseta inculta sembrada de aduares habitados por moros bárbaros y sanguinarios. Dureza de clima, aridez de terreno, carencia de caminos, criminales sedientos de sangre cristiana, donde alguien acordó un día diseminar un par de millares de hombres y regar un par de millones de cartuchos…

¿Cuántos de aquéllos y de éstos se han perdido en la estéril y trágica aventura?

A los bravos soldados que he visto llegar a Xauen, viniendo del arisco y cruel terreno, y abrazar a sus compañeros, les habrá parecido un sueño poder estrecharse, corazón con corazón, en un abrazo, al que sin duda ya habían renunciado para toda su vida.

¡Xauen! ¡Dra-el-Assef! Son sinónimos de muerte y desolación, de despilfarro y sangría. ¡Dios quiera que los nombres de estos pueblos de maldición no vuelvan a ser pronunciados en España!

Jacinto Capella

La evacuación de Xauen

En Tetuán nos aburrimos de lo lindo, los que no teníamos que salir a operaciones, ni ninguna responsabilidad que temer.

Tetuán, según dicen, es muy típico; pero es que yo le tengo horror a eso, porque ha dado la casualidad, que todo lo típico lo he encontrado siempre muy sucio, y a mí la mugre me gustaría que, en vez de ser venerada, fuese castigada por la ley.

Todo lo ocupado, ocupadísimo, que estaba el general, en mí era desocupación, y mis compañeros saben muy bien, que esas corresponsalías de guerra dan muy poco que hacer, y los que hablan de sinsabores y privaciones, es para darse postín y ver la manera de que, por haber sido testigo presencial –testigo presencial desde el cuarto del hotel– puedan editar un libro cuyas páginas huelan a pólvora y sepan a rancho, y entretengan a ese sector de lectores que tanto gusta de los asuntos escalofriantes. El periodista en la guerra únicamente hace literatura. Por sí mismo no se entera de nada. Las noticias ya hay quien se cuida de dárselas escritas a máquina, y todo lo más que hace, es llevarlas al telégrafo.

Mi aburrimiento, como he dicho antes, se acrecentaba con mis paseos por el barrio moro y el barrio judío. Yo, que tanto he viajado, no conozco mayor tormento que el de estar en un lugar inferior al que uno está acostumbrado a vivir. Larache, Arcila, Alcazarquivir, todavía son más aburridos que Tetuán. Melilla es más limpio, mejor urbanizado, pero nada interesante.

Un anochecer que estaba en el cabaret que hay en los bajos del teatro, donde la clásica tanguista, madrileña ella, me contaba sus nostalgias de la calle de Alcalá, la enfermedad de su madre, el encarcelamiento de su padre, la anemia de su hijo, que lo tenía criando en Torrejón de Ardoz, la deslealtad de su novio, que se había ido a vivir con una casquera de la plaza de la Cebada, y otras alegrías por el estilo, con las que generalmente acostumbran a amenizar la conversación esas desventuradas, que por diez pesetas diarias, las obligan a beber y a hacer beber, se presentó Polo, diciéndome:

—El Prior quiere que vaya, que es urgente.

Llegué a la Alta Comisaría, y entré al despacho del general, que estaba solo, con los lentes y llenando cuartillas.

—Mira –me dijo–, toma estos apuntes; total tienes que rehacerlos algo, casi nada. Vamos a evacuar Xauen, ya que su sostenimiento es una ruina. Con estos datos haz la crónica para El Imparcial, porque conviene que en Madrid sepan el motivo del repliegue.

Cogí las cuartillas, escritas con lápiz –Primo de Rivera escribía siempre con lápiz–, y sin apenas retocar nada, titulé la crónica: “Pueblos de maldición”; la firmé y la envié a El Imparcial.

En ella yo sostenía, mejor dicho, sostenía el caudillo, que la ocupación de Xauen era una ruina, y numéricamente demostraba, los millones de pesetas que había costado, y los miles de vidas que se habían perdido.

A los cinco días de haber enviado la crónica, Primo de Rivera me dijo:

—¿Oye, qué ha pasado que todavía no han publicado la crónica?

—No sé –dije yo–; puede que por exceso de original, por conveniencias de ajuste…; pero, en fin, voy a poner un telegrama a Ricardo preguntando el motivo.

Así lo hice, y por toda razón el director de El Imparcial me contestó: “Crónica no salió porque censura tachó desde el título a la firma.”

Rico era entonces el censor. Se le telegrafió, y al día siguiente aparecía la crónica que tanto le interesaba al general, por tratarse del repliegue de Xauen, que dió motivo a que el conde de Romanones hablara de la medianería, sin darse cuenta que ese movimiento bélico que, hay que confesarlo honradamente y con dolor, costó millares de víctimas, fue el prólogo de la toma de Alhucemas, el factor principal para que Francia nos ayudara, lo que demuestra que Primo de Rivera, además de militar, era un gran psicólogo y estaba muy bien enterado del engranaje internacional.

(Jacinto Capella, La verdad de Primo de Rivera. Intimidades y anécdotas del dictador, Librería de San Martín, Madrid 1933, páginas 57-60.)