[ J. García y Verdú ]
La libertad de la cátedra
Los reaccionarios españoles van extendido nuevamente, con férreo tesón, los tentáculos de su ansiado despotismo. Asusta pensar en la ola de tiranía clerocrática que va envolviendo a España; a todos los espíritus liberales nos debe avergonzar esa gama de propagandas sectarias que no admiten los valores cívicos si no llevan sello episcopal, que abominan de la filantropía si no se pone al hacer el bien el nombre de Dios, un nombre que sólo deja en muchos católicos la misma estela de respeto y veneración que una débil fosforescencia.
Las listas de estudiantes “luises” aumentan. Los obispos van reptando por gobiernos provinciales y dejando la reminiscencia del favor que ansían. Ante la opresión contra sindicalista, han alzado su cabeza de reconstructores con amplios poderes y tolerancias de todos para fomentar sindicatos… Se meten en política; los curas van siendo, por los pueblos, los jefes del ciervismo…
El Ministro de Instrucción Pública promete hacer obligatoria la enseñanza de la Religión en los Institutos, porque unos requetés han ido a pedírselo; el ministro cree que los solicitantes ejercieron un gran deber de ciudadanía, y él piensa decretar, sin duda, ese deber, como si no fuese la libertad de conciencia y de religión para todo el mundo, el más digno y el más fundamental de todos los deberes… Pronto la ciencia tendrá que pedir su inspiración a la fe, y los Galileos tendrán que abjurar de sus verdades científicas ante los fariseos ensotanados, hermanos en intolerancia de los de Pisa.
La religión se hará obligatoria para los bachilleres, y con el fin de que no aparezca una asignatura más en el absurdo plan del bachillerato español –pandemonio de materias enseñadas antipedagógicamente, por no quererse escuchar las reformas reclamadas por los profesores–, se hace voluntaria la Caligrafía. ¿Para qué vale la caligrafía, habiendo máquinas de escribir?, se preguntó el Ministro. Para nada; pero hay médicos a los cuales no se les puede despachar recetas, y ahora después del concepto luminoso del señor Silió, se atreverán a llevar detrás una “Royal” para teclear los cinco renglones de un “despáchese”.
Los carcundas quieren hoy dominar las Normales de Maestras españolas y no reparan en medios, predicando en todo momento con truculencia de guiñol en el cual danza la quimera de Satán, el Vulcano de la mitología jesuítica, contra la Residencia de Estudiantes, centro modelo que debiera haberse impuesto en todas las capitales para el acobijo de la señorita estudiante, desterrando la ineducable y corruptora a la par que antiestética casa de huéspedes. En Jaén, el Teresianismo quiere hacer mangas y capirotes. Por no sujetarse dos profesoras de una capital norteña a lo que querían unas “benditas hermanas” –que se aprobase a todas las alumnas que ellas preparaban–, fueron destituidas de los cargos de Directora y Secretaria de la Normal… Y últimamente el atropello recae sobre una digna compañera, Josefa Uriz, profesora de Pedagogía de la Normal de Lérida, que se ve envuelta en un expediente por denuncias de un prelado.
La intelectualidad española ha protestado en un manifiesto que firman Cajal, Castillejo, Unamuno, &c. y que han redactado mis profesores Luis de Zulueta y Domingo Barnés. ¿Pero es que se puede hoy desenterrar, en épocas de libertad, los artículos 295 y 296 de la ley de Instrucción Pública de 1857?
Es que nosotros, como Inspectores, encargados de conocer el estado cultural de los niños y de dar toda clase de orientaciones a los maestros para que vayan tonificando las metodologías, ¿vamos a sujetarnos a lo que quiera el cura cazurro del pueblo? ¡Oh, no…! Todos los Inspectores españoles nos sentiremos heridos y muchos no podrían vivir bajo esa atmósfera que nos va aislando de los demás países que van a la cabeza de la humanidad y que educan “cívicamente” a sus ciudadanos.
Algunos Maestros han tenido que dejar el pueblo porque obedeciendo nuestras orientaciones metodológicas enseñaban la religión como una materia enlazada, para la formación moral del niño, con el Derecho y la Instrucción cívica; el cura cacique amotinó el pueblo, porque no quería que enseñase así, porque no martirizaba dos horas diarias a los niños hasta que papagalleasen todas las oraciones y las preguntas y respuestas del Ripalda. ¡El día que se les deje intervenir… ni la Santa Inquisición!
A la profesora de Lérida se la acusó porque comentaba en clase tres libros, base de estudios e investigaciones, en vez de seguir un mal texto de Pedagogía al uso. Quiso formar el discurso, la controversia, la formación de las deducciones científicas, en sus alumnas. ¿Qué obras son las perniciosas? Atención: “Valor social de leyes y autoridades”, de Dorado Montero; “El origen del conocimiento”, de Turró; y “Condición social de la mujer”, de Margarita Nelken. (Las dos primeras están traducidas a varios idiomas y cariñosamente acogidas por los hombres estudiosos de todos los países.)
¡¡Ese es el delito!! La libertad en la cátedra es un mito. Los curas serán los únicos censores que dirán a los maestros lo que se debe enseñar y a los investigadores lo que se deben proponer…
Eso es absurdo, eso es antipatriótico, esto requiere una campaña violenta… La reacción va extendiendo sus tentáculos y la conciencia liberal española parece dormitar…
J. García y Verdú