Es raro el día que al examinar los telegramas del extranjero no encontramos alguno procedente de Italia en el que se nos habla de luchas entre fascistas y socialistas. Tan popular se nos ha hecho la primera denominación que ya ni la subrayamos; ha tomado carta de naturaleza entre nosotros.
¿Qué es el fascismo? ¿A qué responde ese estado de lucha? Estamos seguros de que será una explicación interesante para algunos lectores, porque va a demostrar la similitud de los combates político sociales, de verdadera guerra civil, entablados en Italia, y los que ensangrientan las calles de Barcelona.
Fascismo, fascista, es voz derivada de fascio, que corresponde a la francesa «faisceau», y quiere decir, por lo tanto, haz o manojo. Su núcleo principal, al menos el primitivo en torno al cual han ido agrupándose nuevos fascistas, está formado por antiguos combatientes.
Cuando se celebraron las elecciones de 1919, los fascistas ya existían, pero sin fuerza. La fuerza máxima estaba entonces de parte del socialismo, que pudo sacar triunfantes 155 diputados. A ello sólo se opuso como masa casi equivalente el partido popular o católico, que obtuvo 101 puestos. El resto de los diputados respondió a la subsistencia de grupos personales, de restos de oligarquías: pero las clases medias dieron potente testimonio de su indiferencia política ausentándose de los comicios en una proporción crecidísima.
Pronto pudieron observar esas clases el error cometido. Aun con el contrapeso del partido popular, los Gobiernos resultaban impotentes para tener a raya al socialismo, y los varios Gabinetes que presidió el señor Nitti fueron prisioneros de los socialistas. Subió al Poder Giolitti, y aunque no fue marcadamente como su antecesor, tuvo que ceder a las presiones del socialismo, incluso dejando a veces indefensa alguna manifestación legítima del derecho de propiedad.
El socialismo se ensoberbeció, y en muchas comarcas degeneró en comunismo. Desde luego puso en práctica el sistema de los Sindicatos rojos de por acá: la cotización obligatoria. A los patronos se les fue exigiendo también el pago de cantidades, y así iba progresando el socialismo comunista. Contra ese progreso surgió el fascismo. Cuanto mayores eran las violaciones jurídicas de los rojos, y más difícil la situación del Gobierno por no contar con una mayoría parlamentaria propia y homogénea para dar la batalla, mayor fue el crecimiento del fascismo. Vino a desempeñar éste el papel de sustitutivo, frente a la inercia obligada del Poder público.
Pues bien: cuando una comarca se sentía inquieta o se veía ya asolada por el comunismo (se había llegado a la constitución de Soviets locales en algunas regiones), y los fascistas daban la batalla a esos perturbadores, evitando sus desenfrenos y atropellos, ¿qué de extraño podía tener el que alrededor de esos fascistas se agrupasen muchos hombres de buena voluntad dispuestos a no tolerar la anarquía? Para no tolerarla se precisaba, como es lógico, jugarse el todo por el todo, respondiendo a unas violencias con otras. Y por eso se ponen a cuenta de los fascistas no pocos desórdenes y tumultos, y algún incendio de Bolsa del Trabajo. No debe de olvidarse, sin embargo, que esas violencias fueron siempre defensivas; de los fascistas no salió el ataque nunca, aunque muchas veces la defensa fue tan lejos en el empleo de medios reprobados como el ataque mismo. ¿Verdad, lector, que esa lucha entre fascistas y comunistas guarda un íntimo parecido con la lucha entre sindicalistas rojos v sindicalistas libres de nuestra ciudad de Barcelona?
El fascismo ha pasado a ser una fuerza importantísima. En las grandes urbes son muchos los obreros que descontentos con el socialismo se han hecho fascistas; y en los campos ha habido muchos grandes propietarios que han parcelado alguno de sus latifundios y lo han entregado para el cultivo a los fascistas. Hoy son éstos el elemento que deja sentir el peso de su influjo, moral y material, a los comunistas. Por todo ello, es de esperar que harán una labor provechosa en las elecciones. Los socialistas y los populares perderán puestos, los cuales serán ocupados por fascistas y constitucionales.
Y una vez más se habrá probado que no hay sociedad, como no hay individuo, que se resigne a morir, y si dentro del campo legal no surge la defensa, se organiza ésta con sustitutivos violentos pero eficaces, al margen del mismo campo.
Mariano Marfil