[ Ángel de Gregorio ]
Escritores noveles
El problema social en Barcelona
Cosmópolis, que para cumplir su misión a conciencia, tiene el deber de interesarse por todo esfuerzo digno en provecho del Arte y la Literatura, ha solicitado colaboración de la “Sociedad Nueva”, que considera admirablemente orientada hacia esos fines, y tiene el gusto de ofrecer hoy a sus lectores un notable y sincero artículo de Ángel de Gregorio, que estudió el problema social en Cataluña y lo plantea con una exacta visión de la realidad y una ausencia completa de apasionamiento.
El problema social en Barcelona
Voy a hablar de él porque lo he estudiado a fondo y lo he vivido; he sido una víctima suya, como patrono y como obrero, pues en las dos funciones lo he sentido y observado.
El fracaso de todas las Comisiones mixtas y de todos los mediadores, se ha debido a que todos saben que el problema existe, y están enterados de cuanto dicen y escriben acerca del mismo las partes interesadas; pero desconocen lo esencial, que es esto: lo que no dicen ni escriben esas partes, o sea lo que sienten, pero callan y disimulan...
Esto último es lo más grave que tiene el problema: que la mayor parte de los afectados por él (obreros y patronos) disimulan sus intenciones, sus deseos y sus propósitos.
Y comoquiera que a la hora de entablar negociaciones se explican con lo que se dice y se escribe, al instante de poner en práctica los acuerdos logrados, entra en funciones lo que se siente, lo que se disimula; no hay medio humano de llegar a una fórmula de avenencia, si antes no se consigue averiguar los propósitos disimulados y los deseos ocultos.
Esto es lo que yo me propuse escribir.
Mis observaciones son personales y directas; no proceden de un “se dice”, ni están basadas en un “se supone”, o en un “se deduce”; las he realizado cerca de muchos patronos y de muchos obreros, de opuestas filiaciones políticas y de distintas posiciones económicas. Lo que he oído, lo he compulsado con lo que he visto; lo que he visto y oído, lo he confrontado con lo que ha sorprendido mi observación; y, por último, lo que oí, lo que vi y lo que observé, lo sometí luego a comprobación con lo que dicen y con lo que hacen (que son dos funciones contrarias) quienes me dieron facilidades para oír, para ver y ocasiones para observar...
Y sin más preámbulos, doy principio al relato fiel de lo visto, oído y observado en tres campos: en el de los patronos, en el de los obreros y en el de los que son ni obreros ni patronos.
Tres grupos en cada núcleo
Empecemos por el elemento obrero, el que ha formado a las órdenes del Comité Ejecutivo de los Sindicatos obreros de Cataluña.
No hay un solo Sindicato único que lo dirige todo; hay varios Sindicatos únicos; lo que sí hay es un Comité Ejecutivo, en el cual se enlazan todos ellos por medio de delegados que tienen un poder extraordinario, pues alcanza hasta desautorizar en público, en nombre de su Sindicato, a quien se desvíe un poco de la línea trazada.
En cada Sindicato se definen tres grupos de obreros, tres tendencias: primero, el de los amantes del trabajo y hasta del orden; los que no conciben que se pueda pasar la vida sin trabajar, sin estar ocupados en algo; reconocen la necesidad de que haya patronos y obreros, y viven gustosos con su condición de obreros, aunque aspirando a llegar a patronos.
Segundo, el de los que trabajan a la fuerza, de mala gana, pero trabajan, aunque si no fuera porque lo necesitan para comer, no trabajarían. Estos son los que encuentran pesado todo trabajo, interminable el día solar y escaso todo salario; son los sin voluntad propia, los perezosos; hombres para remolque.
Tercer grupo: el de los que no saben qué es trabajar; los que siempre han vivido del trabajo ajeno, agazapados en carguitos de Comités, Juntas, Comisiones secretas; son los agitadores profesionales, los anarquistas de ayer, enemigos de todos y de todo, los sin patria, sin Dios y sin familia, los fanáticos de la destrucción por la destrucción.
¿Quiénes predominan?
Los del primer grupo son los menos; ¡cada día menos!
Como realmente necesitan ganar hoy mucho más que ayer, reconocen la necesidad de la unión y de la huelga; a ésta van siempre de buena fe, como fueron a aquélla con buenas intenciones.
Como son los únicos obreros que leen y estudian, y no desperdician tiempo en la taberna, ni en la tertulia sovietista, se indican fácilmente para cargos en Juntas, Comités y Delegaciones; pero su excesivo amor al orden les limita el nombramiento a cargos de bibliotecarios, vocales, contadores, &c., los más ineficaces en el sector directivo.
Hombres sencillos, voluntariosos, casi cultos, aman el trabajo y aman la familia; por eso mismo quieren con tesón que el trabajo sea dignificado y que les produzca lo suficiente para criar y educar a su prole, sin grandes privaciones.
Hablando con ellos, se les halla razonables y ecuánimes, en todo menos en un punto: en su modo de juzgar y calificar al patrono, al burgués; en esto son todo pasión, todo exageración; están dominados por el ambiente que les rodea.
¡Qué grandes mecánicos, qué excelentes constructores, qué artesanos geniales hay en ese primer grupo de los obreros catalanes! ¡Lástima grande que casi todos ellos sean absorbidos, dominados, por los del segundo grupo, todo él compuesto de perezosos, chapuceros, improvisados!
Este primer grupo está afiliado, en su inmensa mayoría, al partido socialista español.
Los del segundo grupo son los más
La simulación de que antes hablé, tiene su reinado en el segundo grupo. Lo de que si trabajan es a la fuerza, por la necesidad, nadie lo dice; al contrario, si se habla de amor al trabajo, son estos obreros del grupo segundo los que más ardorosamente lo aman en alta voz, al tiempo que lo maldicen con los dientes apretados.
La huelga de los brazos caídos y la de brazos lentos han dejado de ser recurso transitorio, para convertirse en un sistema ideal que siempre, siempre, practicarán los obreros de este grupo, los que acusan al reloj del taller de que adelante dos minutos, a las ocho de la mañana, y de que atrase media hora, a las seis de la tarde.
Estos son los que llaman cabo de vara al jefe de taller y envidian sus idas y venidas, sus paseítos por delante de quienes “están matándose de tanto trabajar...”
Este segundo grupo es el más numeroso de todos; felizmente está en él la cantidad, porque si ésta predominase en el tercer grupo...
Los del tercero son los temibles
Afortunadamente, el tercer grupo se compone de muy pocos; muy peligrosos, verdaderamente revolucionarios, audaces, enemigos de la vida ajena y despectivos con la propia; hábiles buscadores de trastornos, desasosiegos, confusiones, alborotos, son los residuos del anarquismo, que por absolutamente inadaptables, no pudieron ser ni destruidos por la persecución ni asimilados por nuevos dogmas, un poco más humanos.
Junto a este pelotón de anarquistas destructores, que ocultan muchas de sus intenciones a la sombra del comunismo, y que no tienen un programa de una mejor reedificación, sino que se limitan a saborear el goce de la destrucción, de la caída, de la ruina, han corrido a alinearse las que en el partido radical barcelonés acusaban a Lerroux de revolucionario de doublé y lo apodaban de mil modos.
Todos los que formaron al lado del caudillo radical, para verlo organizando y dirigiendo una revolución, se han ido a ese tercer grupo de obreros sindicados a hacer por si la revolución que ni Lerroux, ni Vinaixa, ni Guerra del Río quisieron hacerles a su gusto y medida.
Estudio de este grupo
Puesto que el peligro está aquí, detengámonos aquí lo suficiente para estudiarlo y hallar en el estudio los medios de combatirlo.
El gobernante que quiera legislar con acierto para los obreros catalanes, deberá antes hacer un estudio observador, detallado de este tercer grupo, para tomar medidas contra su propaganda disolvente, que encuentra cerca de sí, en el segundo grupo, a la masa, a la mayoría fácilmente manejable para todo alboroto y para todo desarreglo.
Obsérvese que no puede haber contradicciones en lo que afirmo, pues si bien es muy cierto que los agitadores mueven con suma facilidad a la masa del grupo segundo, no por eso debe de deducirse que algo habrá de incierto en la afirmación, por cuanto si así fuera con toda exactitud, ya tendrían hecha la revolución grande los del tercer grupo, con sólo movimentar a su antojo a los del segundo.
No. Obsérvese que éstos son los perezosos, los ociosos, los sin voluntad; para ellos, abandonar el trabajo es un goce, y lo de alborotar es una consecuencia poco trabajosa; pero en cuanto perciben que perseverar en el alboroto significa un trabajo, una preocupación y un peligro, en seguida son presa de su odio..., y la innata cobardía que les infunde el miedo a la labor... les hace huir del desorden promovido, con la misma facilidad con que antes les hizo huir del trabajo y del orden.
Los anarquistas los acusan de torpes, de ignorantes, de analfabetos. Tienen razón; lo son. A esa masa enorme hay que educarla; el que consiga educarla será el vencedor. En Rusia, la educó a su modo el anarquista, y venció con el apoyo de ella. En Francia, la educó la guerra para el amor a la patria, y ha vencido ésta contra el anarquista. En España, unos cuantos hombres de buena voluntad quieren atraérsela; otros cuantos anarquistas de mala voluntad pretenden lo mismo. ¿Quién podrá más? El que reciba el apoyo decisivo de la torpe “clase intelectual...”
Prosigamos. El gobernante que trata a toda la masa obrera con una misma medida, errará siempre; porque los buenos, los que proceden de buena fe, los que en verdad tienen sed de justicia y de bienestar, se malograrán en la irritación que producen todas las persecuciones injustas; los sin voluntad, los de remolque se correrán a engrosar las filas del tercer grupo, el cual siempre sale ganando, porque goza cuando destruye por su mano; goza cuando ve destruir por mano ajena, y goza cuando ve los efectos que produce en las otras filas su obra solapada y cruel.
Pestaña, Seguí, Piera
¿Se comprende ahora que estando así divididos los obreros sindicados, y ocultando la mayoría sus verdaderas intenciones, no es posible que una delegación de los Sindicatos únicos pueda interpretar los deseos de quienes dicen una cosa, pero piensan y sienten otra?
Pestaña, “Noy del Sucre”, Piera, sobre todo Piera, son elementos que podemos colocar en el primer grupo. Puede que tengan ya algunos colorines de las doctrinas pregonadas por los del tercer grupo; pero en realidad ellos son jóvenes que incesantemente trabajan, y que dan la cara en todas partes, lo cual es síntoma de buena voluntad y de buena fe. Pero... ¿qué se consigue con que ellos sean así, si sus deliberaciones, aun siendo deliberaciones de jefes, de condottieri, de guías, de delegados, están siempre sujetas a las ocultas maniobras de quienes lanzan la frase y cierran la boca, siembran la disconformidad y se agazapan, para azuzarla y hacerla crecer?
¡Y si fuesen solamente las maniobras ocultas! No sería esto lo más temible. Pero se trata de que toda la autoridad que un Sindicato deposite en un delegado, está en perpetuo rehén cerca de las voluntades de los obreros del tercer grupo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la fuerza del Sindicato único ha nacido de ser forzosa (y, por lo tanto, abrumadora en número) la sindicación.
Y comoquiera que, para conseguir que la sindicación fuese forzosa, se necesitó ejercitar antes el terrorismo con los obreros reacios, y comoquiera que los terroristas forman todos en el tercer grupo, arma al brazo, ojo avizor..., he ahí por qué el espectro del terrorismo es el que ordena y manda en último recurso.
Esta es la verdadera clase del movimiento de reflujo; sin el terror no habrá más de unos centenares de sindicados, y, por consecuencia, no habrá número, o sea cantidad, fuerza, mayoría...
¿De dónde salen esas órdenes secretas, misteriosas, cuyo origen yo creo que hasta el mismo Pestaña y el mismo Seguí desconocen? Nacen del pelotón de terroristas, los que redactan bases absurdas, dictan órdenes severas, lanzan amenazas serias, y todo bajo la invocación de que así se dispone y ordena desde fuera, desde lo alto, desde el extranjero...
Esto le hace recordar a cualquiera el funcionamiento del caciquismo burgués. El verdadero cacique no ejerce ningún cargo, no es ni siquiera dictador; pero es el que hace que los cargos sean ejercidos a su gusto y en su provecho, el que le dicta al Dictador. Eso mismo practican los obreros del tercer grupo; pero lo practican de manera misteriosa, como cumple a sus fines tenebrosos.
Un dato curioso: no todos los del tercer grupo proceden de mala fe; los hay que tienen una dosis tal de ingenuidad, que desconcierta. Son también anarquistas, también amantes de la destrucción, enemigos del trabajo, pero de buena fe; hablando con ellos, haciéndose uno el que desea ser convencido y conquistado, se les ve hasta en actitud de verdadero éxtasis, de piadosa exaltación. Anhelan destruir esta sociedad por mala, por viciada, por indigna, y aunque ellos no tienen a mano un programa para levantar, sobre las ruinas que quieren producir, una sociedad mejor, creen, siempre de buena fe, que existe otro grupo de hombres predestinados a crearla; piensan honradamente, puesto que son sinceros, que cada hombre tiene una misión, y que la de ellos es la de destruir, así como la de otros es de edificar.
Yo no me escandalizo creyendo en que esos pocos anarquistas ingenuos son unos santos, unos mártires, porque me consta que en su credo está consignado que ellos mismos serán víctimas de la destrucción que produzcan y, sin embargo, insisten en producirla, esto es, en destruir, destruyéndose.
Los soviets
Si los del funesto tercer grupo tuviesen una madriguera para sus reuniones, para sus confabulaciones, sería cosa fácil descubrirla y operar en ella; pero su habilidad consiste precisamente en tener el menor contacto de codos; se entienden por lecturas y por creencias, y viven diseminados por las filas del segundo grupo, sembrando siempre...
Lo que uno de ellos dice o escribe, todos los demás lo aceptan, lo defienden y lo propagan; no tienen ambiciones personales; sólo ambicionan el triunfo.
Yo he visto impresos que nadie sabe de qué imprenta proceden, ni qué pluma los escribió; he visto listas de comisarios ya designados para el día en que gobierne el Soviet.
En esas listas no falta nada: comisarios, jefes de policía, inspectores... todo está previsto. Los nombramientos delicados, que pueden comprometer a alguien, están indicados con contraseña, ¡curiosas contraseñas que nadie entiende, que todos se preguntan al oído y que cada audaz interpreta a su manera!
Se habla entre ellos de coroneles, de capitanes, de soldados..., yo creo que todo mentira, todo con el propósito de inspirar confianza y fortaleza, de mantener despierto el interés y avivada la esperanza.
Entre ellos se comenta y se pondera el triunfo ruso, sin reservas, sin hipocresía; pero si alguno insinúa que de llegar al Soviet ruso, tendría que ser con ciertas reservas, con más humanidad, todos asienten; hasta los que quisieran para España un Soviet mucho más degollador y cruel que el ruso.
Cuando se inicia una protesta contra el terrorismo, los del tercer grupo callan y otorgan; no hay, pues, una voz discordante, pero...
Una buena mañana llego a una fábrica de la calle Mallorca, al frente de la cual me hallaba hace unos meses, y noto que todos los obreros, aprendices inclusive, cantaban y fumaban enormes cigarros, mientras trabajaban... ¿Qué significa esto?
El encargado me lo dice al oído; celebran el asesinato de Bravo Portillo. A los diez minutos de empezado el trabajo, aparecieron unas botellas de aguardiente, luego los puros... Todos han bebido, todos fuman... ¿Quién ha pagado todo eso?
Que venga el delegado del Sindicato. ¡Él no sabe nada! Es el Sindicato que celebra una fiesta íntima; el Sindicato convida; no es porque ayer fue asesinado Bravo Portillo... no...; y sonríe, sonríe el delegado, que no sabe nada. Y otro tanto ocurrió en cada taller, en cada fábrica, con más o menos ostentación, pero sin faltar el aguardiente y los cigarros.
Como se ve, todos conformes en protestar de los atentados terroristas, pero también todos conformes en celebrar cada atentado resonante.
Un verdadero laberinto el problema obrero en sí, y más laberinto aún si lo consideramos en relación al problema patronal.
El elemento patronal
Sin perjuicio de ir luego detallando algo más sobre los caracteres y los procedimientos de estas tres tendencias fundamentales de los obreros sindicados, pasemos ahora a analizar el elemento patronal, también el definido en tres grupos, a saber: Primero, el de los patronos tallados a la antigua, enriquecidos ya y ansiosos de más riquezas, los que más que amos quisieran ser tiranos, y más que tener obreros quisieran tener esclavos. Estos patronos no conciben que se pueda transigir con las exigencias obreras, ni siquiera que se les pueda escuchar con benevolencia.
Segundo, el de los patronos de ideas modernas, los que, por espíritu de iniciativa y de empresa, dieron su capital a la industria y al trabajo; estos patronos reconocen que el obrero tiene derecho a ser socio de los beneficios que produce el trabajo cuando se asocia con el capital. Tercero, el de los pequeños patronos, o patronos improvisados: los que emprendieron una industria sin el capital necesario; esto es muy catalán.
El pequeño patrono
Como hasta hoy ha venido sucediendo que los audaces que se aventuraban a emprender un negocio sin dinero alguno, se enriquecían en poco tiempo, el número de imitadores es incalculable. Por eso, en este tercer grupo está el número mayor de los patronos; le siguen en cantidad los del segundo grupo, y quedan en minoría los del primero.
Toda industria necesita para su éxito de cuatro elementos: el capital necesario para su desarrollo; el tecnicismo organizador y director; el trabajo, y el factor comercial que vende lo fabricado; la industria que sea fundada con la falta de alguno de esos elementos, nace con nueve probabilidades para el fracaso contra una para el éxito.
Puede darse que el técnico y el vendedor, el comerciante, se reúnan en una sola persona, en una dirección; pero lo que no puede darse es que el capital sea suplido fácilmente. El capital sólo puede ser sustituido por una explotación del trabajo; ha sido así, explotando a los trabajadores, sacándoles bien el jugo, como se ha podido muchas veces suplir la falta del capital. Pero cuando el trabajador ha abierto bien los ojos, por causa precisamente del exceso, del abuso de explotación, el recurso ha empezado a fallar.
Ejemplo vivo...
Un obrero ambicioso y audaz logra adueñarse de un kiosko de bebidas bien situado; consigue que unos cuantos necesitados trabajen muchas horas por poco salario; el mucho trabajo de esos menesterosos produce beneficios extraordinarios; pero éstos, en vez de ser repartidos equitativamente con quienes han sido sus principales productores, son retenidos en propiedad (legal, pero inmoralmente) por el dueño del kiosko; y con tales beneficios, dicho señor adquiere un bar, donde continúa el sistema; con el beneficio arrancado del bar, adquiere un hotel, y así, sucesivamente, en seis años, se convierte en propietario de establecimientos comerciales que hoy valen ocho millones de pesetas.
¿Qué ley ni qué razón puede obligarnos a admitir que eso es moral?
El que hace seis años era punto menos que un pordiosero, tiene hoy ocho millones de pesetas, sin loterías ni herencias, sino a fuerza de trabajo; ¿pudo su solo trabajo personal producir ese capital? No. Admitido que el trabajo extraordinario, la superhabilidad personal, el desvelo, la constancia, las grandes aptitudes comerciales, merecen ganar mucho dinero. Muy bien. Todo eso, aplicado a un trabajo comercial, sin capital alguno disponible, puede producir un millón, dos millones, en seis años. No se diga que es poco. ¡Pero ocho millones! ¡No! De esos ocho millones, la mayor parte se debe a que hubo obreros que trabajaron con interés, con fe, con amor y sin pedir participación en los beneficios.
Mañana, cuando sea obligatoria esa participación, dejará de ser posible que si el trabajo de muchos produce, sin inversión alguna de capital, ocho millones en seis años, vayan esos beneficios a ser propiedad de uno sólo de los que trabajan, mientras los demás cobran una irrisión de jornales, consumidos en el sustento diario.
¿Quiénes mandan?
Del mismo modo que, en el elemento obrero, son los menos los que en realidad mandan, en el patronal son también los menos, los del primer grupo, los anticuados, los ricachones, los aristócratas de la industria y del comercio, los que se imponen a los demás.
Y del mismo modo que los obreros del tercer grupo se apoyan en el del segundo, la masa moldeable, para hacer efectivas sus imposiciones, en el elemento patronal, los del primer grupo se apoyan en los del tercero, en los más, para lograr mayoría de votos en sus deliberaciones.
Cuando se debatió en la última asamblea patronal el tema referente a conceder a los obreros la participación en los beneficios, ocurrió una cosa muy significativa: fueron más, y más elocuentes, los patronos que hablaron en favor de esa concesión, que los que hablaron en contra; eso puso en el ambiente la sensación de que se lograría, por aplastante cantidad de votos, que la asamblea votara a favor; sin embargo, la mayoría nos abrumó con su voto en contra.
Ello fue una prueba evidentísima de que los patronos improvisados, los allí llamados pequeños patronos, los que emprendieron una industria confiando el noventa por ciento del éxito a la explotación del trabajo, siguen amorosamente a los grandes patronos, a los del primer grupo.
Y se explica: el pequeño patrono no puede, esta es la verdad (no analicemos si quiere o no quiere), acceder a las pretensiones económicas de los obreros. ¿Por qué? Porque la pequeña industria catalana de hoy está basada en lo que estuvo la de ayer: en la producción del trabajo con una pequeña ayuda del capital; no en la producción del capital asociado al trabajo.
Eso ha sido siempre una inmoralidad, y justo es que le haya llegado el turno de muerte. No se entienda que llamamos inmoral a la pequeña industria; nada de esto, al contrario; la pequeña industria es la que más merece el elogio y la admiración. Lo que calificamos de inmoral es la forma que ha venido teniendo el desarrollo de la pequeña industria, viviendo a costa del trabajo y recompensando solamente a uno de los que trabajan, no a todos.
Que se junten dos hombres: uno de ellos aportando un poco de capital y su trabajo, y otro aportando su trabajo solamente, y que del producto de la asociación gane dos partes el primero y una el segundo; eso es moral, justo y digno de estimulo.
Pero que se junten en esa forma, y ganando uno el total de lo que produzca la unión, y dando de ese total al otro una parte insignificante, despreciable, eso es inmoral, por injusto y abominable.
¿Está clara la diferencia?
Al lado del programa social que traiga la abolición de esas prácticas, hemos de estar todos los hombres que condenamos el homo hominis lupus.
Simulaciones análogas
De idéntica manera que los obreros del segundo grupo disimulan sus verdaderos sentimientos, los patronos del grupo tercero disimulan sus verdaderos propósitos.
¿Ellos confesar que no quieren aumentar los jornales porque todo lo que aumente la nómina disminuye la explotación que han emprendido? ¡De ningún modo! Al contrario; transigen con todo menos con una cosa, que la dignidad profesional rechaza: con la existencia del delegado del Sindicato en las fábricas.
¡Cuántas veces hemos sorprendido los comentarios de algún patrono sincero que exclamaba: quisiera yo ver a muchos de estos defensores de la dignidad, cómo se las arreglarían para pagar su nómina, si los obreros, en un alarde de habilidad, aceptaran la abolición del delegado a cambio del salario mínimo!
Y es verdad: si todo el problema societario de Barcelona se resolviese bajo su aspecto económico solamente, renunciando, siquiera de momento, los obreros a las reivindicaciones de otro carácter, veríamos que en pocos meses tendrían que cerrar sus puertas muchos talleres, si sus dueños no se aviniesen a convertirse en socios de sus trabajadores.
Por eso la mayoría patronal se obstina en actitudes de lucha y de contienda; mientras éstas duren, pueden los grandes patronos continuar desempeñando el papel de grandes señores, y pueden los pequeños patronos seguir acumulando los frutos de la explotación del trabajo.
El día que la lucha termine, y en ella sean vencidos..., entonces pasarán a ser nuevamente obreros los actuales pequeños patronos que nunca debieron dejar de serlo, si no tuvieron capital para erigirse en propietarios de fábricas y tiendas.
Resumimos, pues, que comoquiera que los pequeños patronos no pueden ir a una asamblea patronal, ni en una Comisión mixta, a decir que ellos no aceptan las imposiciones de los obreros, sencillamente porque no tienen fuerza económica para atenderlas, porque ellos se establecieron contando con que lograrían lo mismo que sus antepasados, enriquecerse a costa de los demás, se aferran al tópico de la dignidad patronal y del amor propio y del principio de autoridad para rechazar la imposición del delegado y el control y otras exigencias de orden moral...
Y claro, los que de buena fe intervienen en la contienda, se malogran gestionando soluciones que notoriamente se sabe serán obstaculizadas por todos los medios, porque si fueran aceptadas, quedaría el problema reducido al aspecto económico, al cual no se quiere llegar porque es la llaga oculta, en la que todos evitan que los mediadores pongan el dedo.
¿Soluciones?
Las hay; ¿no ha de haberlas? Las hay, y son de tal naturaleza, que pueden sortear todos los peligros y salvar todos los intereses.
Pero dada la extensión de este artículo, las reservamos para el siguiente número de esta Revista.
Ángel de Gregorio