[ Rodolfo Gil Torres ]
Protectorado “cultural” en Marruecos
Estética política
I
Bajo las apariencias exteriores monumentales o pintorescas del Islam árabe, viven ocultas las enormes posibilidades de un gran Renacimiento cultural semita-mulsumán, agudizado en las comarcas que permanecieron al margen de la gran penetración sarracena en los siglos VIII al XV. Marruecos y la India son dos ejemplos curiosos de esta afirmación. En ambos países el arte musulmán oficial y dinástico ocultaba las sencillas manifestaciones de un arte popular latente en pequeños focos rurales, aislados y privados de expansión; la religión de Mahoma se conserva con un vigor incomparable, influyendo poderosamente en el Islam árabe levantino, que no puede moverse sin contar con el fervor marroquí y con la masa disciplinada de los 72 millones de musulmanes indios. Por último, el amor, tercer elemento esencial del ideal neo-árabe, conserva en estos dos extremos del Daar-el-Islaam un carácter profundamente mágico y misterioso, una profundidad mística y apasionada, casi desconocida en el tumultuoso Levante.
En el respeto y desarrollo absoluto de estos tres ideales, está el secreto de nuestra perfecta convivencia con el marroquí. Protección del carácter reservado de la vida musulmana de hogar; protección del Islam e intensificación de su enseñanza religiosa (medida urgentísima en un país amenazado por la propaganda comunista, y que una intensificación del espíritu religioso bíblico, judío, musulmán o cristiano puede detener); intensificación del carácter especial de la estética mora, manifestación la más alta de la Demosofía marroquí (vulgarmente Folk-Lore). Francia, muy preparada por su larga experiencia colonial, lo ha comprendido así desde el primer momento, construyendo la mezquita de París y creando enormes organismos técnicos como el Servicio marroquí de Bellas Artes; el prodigioso Servicio de Artes Indígenas que dirige M. Prosper Ricard, alma de toda esta labor; las clases y laboratorio de arte en el Instituto de Altos Estudios marroquíes y la Misión científica de Marruecos.
Nosotros sólo hemos hechos los esfuerzos aislados de la Escuela de Artes y Oficios tetuaní, los santuarios restaurados de Alcázar y algún detalle del notable arqueólogo Montalbán (agobiado por otros estudios, romanos, ibéricos y púnicos). Sin embargo, el problema estético de nuestra zona es distinto, casi opuesto al de la zona vecina. La extensión del territorio es infinitamente menor; casi todo él está ocupado por cabilas semibárbaras sin ninguna tradición cultural, necesitando el desarrollo de un arte «suyo» que reemplace las pobres importaciones argelinas y adopte al Norte marroquí los refinados y difíciles modelos de Fez.
Además, hay un problema político que se puede exponer sencillamente en estos párrafos de M. Henri Terrasse, profesor del Instituto de Estudios marroquíes:
«Bajo almorávides y almohades, el Magreb recibe de España el arte musulmán del Occidente extremo y llega a ser uno de sus hogares. Desde este momento, el arte hispano, arte oficial y urbano musulmán será… el de Marruecos. Cuando en España, después de la toma de Granada, el arte andaluz, bajo la presión de los Reyes castellanos, se modifica y desaparece…, conoce en Marruecos una decadencia tan lenta como irremediable», y luego: «El arte hispano-musulmán en Marruecos está estrechamente ligado al de España…; cuando Andalucía desapareció, el arte musulmán fue incapaz de renovarse.» Por tanto, el arte marroquí «es una invención andaluza», es una avanzada de nuestra Península que debemos respetar y vivificar, no consintiendo la perpetración de atentados a la estética como los del ensanche de Tetuán.
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El arte andaluz trasplantado a la orilla opuesta y hermana ha conservado un carácter especial de arte dinástico desarrollado por la protección de los soberanos y perfeccionado en las grandes ciudades (Fez, Salé Rabat, Tetuán, Mekínez, Tánger, algo Marrakex, Safi, Xauen, &c.). Era un arte de jerarquías (sultanes, emigrados andaluces, jerifes, familias Majzén), hasta que Lyautey favoreció su expansión y el avance de sus obreros tras los ejércitos del Majzén. Los artistas moros siguen siendo artesanos pacientes que, semejantes a los griegos, persiguen el perfeccionamiento gradual de un modelo inicial, siempre el mismo (evolución griega desde las toscas «xoamas» de madera tallada hasta los perfectos Apolos y Venus de la época clásica, evolución musulmana que va de los sencillos rombos bereberes a las complejas ajaracas de la Alhambra).
El artista moro andaluz o andaluzado no siente nacer en sí una misteriosa fuerza creadora bajo el imperio de una inspiración irresistible; ser artista es algo más sencillo, aprender pacientemente los secretos de una técnica, sin distinción precisa entre forma y materia, inspiración y ejecución. «Las artes hispano-musulmanas en Marruecos han llegado a tener una serie de repertorios decorativos paralelos e independientes: hoy la decoración floral no es la misma en el yeso, el cobre y la madera pintada. En cada una de estas materias han retenido las formas de la época en que cada técnica alcanzó su apogeo.» Esta formación artística tiene la enorme ventaja de recibir la continuidad fija de una escuela, cualidad preciosa en un país tan anárquico como el viejo Marruecos tribal. Junto al arte europeo contemporáneo, que confunde a veces la originalidad con la extravagancia, y busca afanoso la originalidad absoluta de cada artista, en cada arte y en cada año («ansia fáustica de infinito»), el arte andaluz, milagrosamente conservado en Marruecos, nos brinda una enseñanza sublime: la de una «Estética honda» que trabaja en profundidad, desdeñando la «superficie» y buscando la perfección, no la moda.
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La idea general del edificio andaluz en Marruecos es muy sencilla, y corresponde en lo fundamental a nuestro arte popular andaluz contemporáneo. El portón claveteado, con sus postigos y aldabones; el patio de columnas y azulejos, base de la vida mora reservada (vida de hogar, como en Córdoba, como en Granada); las rejas y celosías, la cal chillona y las pinturas claras, añil o rosa, &c. Entre las casas se deslizan las calles pequeñas, estrechas, según el modelo clásico; largos pasillos entre tapias blancas, con mucho silencio y poco sol; laberinto intrincado, pleno de callejones y túneles, pasadizos tortuosos que suben en escaleras o pasan bajo las torres para desembocar en viejas plazoletas con cafetines parras, mendigos y burros al sol (los célebres «burros taxis»). Todo como un cuadro de Zuloaga, Zubiaurre, Vera o Morcillo.
Todo el arte hispano-musulmán actual está subordinado a la arquitectura; casi todos los obreros que trabajan la madera, el yeso, los azulejos, cueros, metales y bordados aplican sus conocimientos técnicos y su instintivo buen gusto a la decoración de los interiores. La mayor parte de nuestros lectores conocen perfectamente la organización interior de un palacio moro, y sería inútil detallar aquí sus pintorescos elementos. Pero, generalmente, los salones y patios marroquíes de arte musulmán granadino son algo deficientes; no llenan todos los requisitos necesarios; la suntuosidad de las tapicerías recubre las paredes desnudas, mientras los azulejos se localizan en los patios y las vigas de hierro suprimen los «mocárabes» (estalactitas de yeso). Un salón granadino perfecto debe reunir los siguientes requisitos:
Lo esencial es la base, una especie de cajón de azulejos que cubre suelo y paredes hasta una altura de unos 2 metros, siendo el ideal el mosaico pequeño y vidriado, de forma rectangular, o el alicatado, piececitas diminutas de diferentes formas que componen complicadas combinaciones geométricas. Las paredes deben estar revestidas por una especie de yeso muy duro o escayola, permitiendo la estampación o impresión de un dibujo geométrico (ajaraca) o labor floral (ataurique), que el artista vacía a ojo y a mano con un automatismo rápido y sorprendente; la pared ideal debe estar pintada, pero en Marruecos se ha perdido esa costumbre (desgraciadamente). Separando los arabescos del azulejo y los del muro, la regla perfecta exige las inscripciones coránicas o literarias, que se repiten en lo alto del muro, separando la yesería de los artesonados, que allá en lo alto despliegan su policromía (toda madera debe pintarse en este arte), formando otra caja paralela a la de cerámica, una invertida y otra normal; ambas cierran la habitación (los techos de mocárabes son difíciles de hacer y, por tanto, escasos, reservándose a los palacios).
Esta es la habitación desnuda, suntuosa, multicolor, superponiendo yeso, cerámica y madera en tres zonas perpendiculares, casi podría decirse en tres órdenes. Pero el invierno exige un revestimiento accesorio, que en las casas particulares el uso prolonga durante todo el año. Es (según la perfecta «gaida») el suntuoso tapiz de Rabat o del tunecino Kairnan, las modestas telas bereberes a rayas paralelas y rombos, el tapiz bereber de Ait Sba Zemmur o Glana, el haiti con arcadas alegres o la sencilla estera de mezquita, ruedo amarillo o verde; luego el diván o fila de divanes con sus bordados complejísimos de Fez, Xauen o Rabat, rojos, amarillos y pardos; las telas chillonas de Oriente, los mullidos colchoncillos cubiertos con paños suntuosos, paños de los indios; los cordobanes indígenas que atraen con el resplandor de sus hilos de oro en almohadas y almohadones de proporciones a veces gigantescas. Son los muebles tallados en «salchichones» de pedacitos microscópicos (muebles albaizineros de ébano y marfil), y los mueblecillos pintados y relucientes de los Udaias (Rabat) o Tetuán. Por último, las cerámicas de Fez, Safi, Sevilla y aun Nebel (Túnez) y Monises completan el segundo revestimiento decorativo y accesorio superpuesto al arquitectónico que sirve de substrato.
Los metales, ataujía de oro y plata en decoraciones accesorias, profusión de cobres en bandejas, faroles, &c.; los perfumes, necesarios al musulmán como base de su estética mágica; los cristales de colores que tamizan la luz de un modo misterioso, reflejándola sobre los bíblicos ropajes de los marroquíes, el agua que en Granada (y aun en Fez) burbujeaba en el centro de los aposentos, los espejos (innovación moderna, pero muy bella), las flores, la música privada… Este es el interior moro perfecto, quizás poco corriente, pero que por ser una creación genial de la España andaluza (reinos de Andalucía, Granada, Murcia, provincias de Alicante, Badajoz y algo de Ciudad Real), debemos realizar siempre que sea posible.
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La formación del arte hispano musulmán, llamado generalmente «Arte andaluz», es complejísima, interesante y será objeto de un estudio detenido, científico, técnico en otro artículo. En estas líneas sólo conviene enumerar sus períodos, preparando la atención de los no especializados en el estudio de temas artísticos hacia el tema esencial de nuestra futura labor «cultural» africana.
El substrato común del arte marroquí y del arte español, es la común tradición ibérica o bereber, que alcanza su apogeo en las formas geométricas desarrolladas sobre temas romboidales. Pero la suerte de este magnífico arte primitivo fue muy distinta en ambas orillas del Estrecho de Melkart, hoy Gibraltar, al Norte bajo la influencia helénica en la Andalucía murciana (o sea la situada al Este de Ilíberis, hoy Granada), y siguiendo una tradición autóctona en la Andalucía Occidental llamada luego Bética. Ambos territorios eran la zona de arraigo del poder tartesio (aún poco estudiado, casi desconocido), y allí se produjeron obras tan perfectas como la célebre Dama de Elche.
Pero Roma barrió el arte autóctono, imponiendo sus fórmulas artísticas, mezcla extraña de helenismo decadente y magnífica arquitectura abovedada neo-etrusca. Lo ibero se refugió en el Atlas, ciudadela inexpugnable donde perdura hoy; el país al Norte de Gibraltar se abrió al arte imperial; ¡cosa extraña!, por el mismo camino que siguieron las legiones imperiales entraron artífices sirios, semitas que trajeron aportaciones tan interesantes como el arco de herradura, pobre entonces, pero floreciente después en el arte del jalifato cordobés, cuya nota característica más conocida es precisamente este arco.
Arte maravilloso es el del jalifato hispano-musulmán. Apoyado en tres escuelas primitivas: beréber, beduino y neo-romano español, recogiendo, además, los elementos más preciosos del bizantino y el sasónido persa, creó en el valle del Guadalquivir la expresión más completa de la cultura estética musulmana durante toda la Edad Media, influyendo poderosamente sobre la constitución del románico español y francés, con el arte mozárabe sobre el egipcio del Cairo primitivo por intermedio del Túnez fatimí, prolongando la influencia en una zona más reducida (la Península Ibérica y el Norte de África) con el arte mudéjar, replegándose más aún con el granadino, expresión «perfecta» de este arte, localizado en Granada y su hermana Fez. Y aún lucha con el Renacimiento, dominándole en los estilos sevillano y castellano platerescos.
Esta es la labor a realizar: investigar cuidadosamente todos los restos de este arte en España y África, catalogándolos cuidadosamente, restaurando los que estén en nuestro poder y favoreciendo su desarrollo allí donde aún está latente (Granada, Sevilla, Tetuán, Tánger, Xauen); enlazar la labor de los trabajadores aislados en un centro común de investigación y restauración, situado preferentemente en Granada como centro de este arte, una especie de cuerpo de «Interventores estéticos» formado con personal especialmente formado y colocado bajo el patronato intelectual de los grandes especialistas (Torres Balbás, el marqués de la Vega Inclán, el maestro Gómez Moreno, &c.). Para igualar y aun aventajar la labor ajena, completaríamos este programa con la construcción en este estilo de todos los edificios oficiales y ensanches en las ciudades de Melilla, Ceuta, Tetuán, Larache, Xauen, &c., y las peninsulares situadas al Sur del Guadiana y el Júcar, como Córdoba, Málaga, Almería, Murcia, Sevilla, Jaén, Alicante y Granada, que deben no sólo superar en aspecto castizo a Rabat, Túnez o las ciudades andaluzas yanquis (Coral Gables, San Clemente), sino crear el nuevo arte sintético y expresionista que Europa busca en vano por ser opuesto a su genio, pero que en la España del Sur tiene su lugar adecuado.