Filosofía en español 
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[ Rodolfo Gil Torre ]

Por tierras de África
La ciudad de Tánger y el andalucismo

La pintoresca ciudad internacional vuelve a adquirir actualidad con el feliz término de nuestras operaciones militares. Sea cual sea el resultado de las conversaciones diplomáticas de París, conviene recordar el verdadero carácter de Tánger, ciudad propicia a todos los tópicos, ciudad sin espíritu municipal, patriótico ni social. No existo un Tánger tangerino; existen cuatro ciudades superpuestas: mora, hebrea, española e internacional. Y por encima de las cuatro, la obsesión andaluza, verdadera esencia local que une en estrecha fraternidad a individuos de nacionalidad española, marroquí, inglesa, francesa y aun egipcia.

El fenómeno más sorprendente y característico de la vida marroquí contemporánea es la rápida adaptación del progreso moderno por parte del indígena, que acepta las máquinas más perfeccionadas sin sorprenderse ante su novedad, y en una mezcla extraña de fatalismo milenario y energía de país nuevo combina los nuevos adelantos con los rasgos más acusados del color local.

Marruecos va de prisa, y sus problemas le siguen a duras penas. La cuestión política actual no es la de 1909, 1912 ni 1921; es quizá la de 1930, es decir, que si no corremos delante de los acontecimientos y los encauzamos, corremos el peligro de una total incomprensión. Hay que mirar sin asustarse al fantasma del nacionalismo, que para España puede ser más una garantía de tranquilidad quo un peligro bélico. Debemos abandonar los viejos tópicos de moros, árabes, bereberes, chelha, rifeños, &c., y hablar sólo de una nación: Marruecos, poblada por los marroquíes, gente ansiosa de aprender, que envía centenares de estudiantes a Francia, Egipto y América. El mayor núcleo estudiantil está en la Universidad de Az-Zahar, de El Cairo, centro de todo el despertar político, científico, del Oriente, afirmando así el lazo estrechísimo que une al joven Marruecos con todos los países de raza árabe, o neoárabe, desde el Atlántico a Kermanchah, unión estrechísima que las presiones occidentales afirman y desarrollan.

El despertar árabe va acompañado de una sorda hostilidad (de resistencia pasiva) contra la cultura europea, cuyos progresos mecánicos aceptan para volverlos en contra de Occidente; estos árabes modernos necesitan un intermediario con la cultura occidental, un país neutral. España está en condiciones de hacerlo, y la comunidad musulmana de Tánger puede ser el núcleo inicial de esta labor.

Pero esta comunidad, obligada a participar en la administración de la zona internacional como una de tantas colonias, carece aún de una definida personalidad municipal y aun de un patriotismo consciente. La tendencia a la disgregación, típica de la raza ibérica, y especialmente acusada en el Imperio de Marruecos, produce la harca, el gum, la guerrilla, el bando, la yemaa, la tariga; es un país de cinco millones de habitantes en el que coexisten varias docenas de regionalismos. (En el Norte hay un regionalismo general, penibético; dentro de él, los regionalismos de cabila, en Beni-Urriaguel, Anyera, Gomara, Guelaya.) Se va hacia la ley de la real gana, de que habló Ganivet.

No hay, por tanto, en Tánger, patriotismo moro definido; solamente la acción aislada de algunos jóvenes turbantes, poco de acuerdo en sus deseos, que oscilan entre mil tendencias contradictorias. Muchacho moro con un gorrito rojo de forma ceñida y pomposa borla, o con el tarbux egipcio alto y duro, obscuro de color y forrado de seda, envuelto en suave chilaba de tonos delicados y hechura de caftán, calcetines finos con zapato moderno o babucha de Fez, reflexivo, nervioso, con ropa interior ceñida, y bajo el brazo un puñado de libros ávidamente leídos y acotados; el joven turbante, delicado producto de transición, arde en confusos deseos; pero no sabe por dónde empezar a trabajar, sintiéndose extraño aun entre la masa de sus medievales compatriotas, cuyo único nexo consiste en la práctica de la religión musulmana.

Desgraciadamente, la religión mora sufre en Tánger profundos ataques, y la falta de cohesión indígena asegura los atropellos de unos cuantos cabecillas locales, fieles a las inspiraciones exóticas de un Majzén lejano y extraño a las necesidades de la zona. Basta citar el escándalo del Habus, tierras cuya renta, destinada a obras de caridad (dormitorios-refugios, dispensarios, hospitales, &c.), emigra a lejanas ciudades, mientras en el Zoco Grande, la playa y la Fuente Nueva se amontonan los mendigos enfermos y emigrados de la zona española, con evidente peligro para la salud pública de todo el vecindario.

Además, la enseñanza árabe es casi desconocida en esta ciudad, donde sólo se da alguna instrucción religiosa, viéndose obligados los indígenas a acudir a las escuelas francesas para recibir la instrucción moderna. Tánger sufre la falta de un centro cultural moro, difícil de crear mientras la autoridad indígena dependa de Rabat, demasiado lejano e indiferente, siendo de desear que el mendub (gobernador moro) estuviese inspeccionado por un español amigo de los indígenas, que crease bajo su inspección una comunidad musulmana absolutamente independiente en su vida interior, y capaz de asegurar a los elementos humildes de su colonia las leyes de carácter social y benéfico a que tienen derecho. Un Comité numeroso de moros, elegidos entre las fuerzas vivas locales, substituiría ventajosamente a los actuales delegados de la Asamblea legislativa, fieles a influencias extranjeras, y conocidos por el cómico apodo de los Beni-Oui-Oui, porque se limitan a asentir a las disposiciones tomadas por la representación de Rabat. (Sólo merece exceptuarse el delegado Si Mohamed-Ben-Abdessadaq, de aristocrática familia, muy popular entre los indígenas.) El desarrollo del espíritu local en la comunidad musulmana es quizá el problema fundamental de la zona tangerina.

Tras los musulmanes están los judíos, Israel, pueblo de vanguardia, que hoy resucita en Palestina, donde la lengua hebrea vuelve a ser lengua viva, reemplazando al yiddish, el francés de la alianza israelita, el árabe y al antiguo ladino de los sefardíes. Los judíos vuelven a su patria, y vuelven a estilo semita, mansamente; con donativos voluntarios de todas las partes del mundo van comprando las tierras de sus hermanos árabes, a los que enriquecen indirectamente. El Derecho, la Diplomacia, la Fuerza y el Oro afirman su hegemonía en Palestina; pero ellos prefieren rescatarla metro a metro, en cariñosa colaboración con el indígena árabe, sangre de su sangre, hijo de la raza semita.

Pero el sionismo tiene otra aplicación indirecta fuera de Palestina, en todos los países de lengua y raza árabe, aplicación que el judaísmo sefardí procura desarrollar con los comités Bene-Kedem del doctor Ben Sion. El territorio de Palestina no puede albergar más de un millón de hebreos entre los quince millones dispersos por todo el mundo; importa abrir también a la colonización hebrea los demás países árabes de Oriente y África, creando con árabes y hebreos una absoluta fraternidad semita desde Marruecos al Índico. Los hebreos sefardíes de Tánger deben convencerse de que, trabajando por la causa mora y por el arraigo hebreo en Marruecos, hacen labor sionista y semita, afirmando en las puertas del mundo árabe el prestigio de Israel en Jerusalén.

El sionismo comparte con el andalucismo el dominio efectivo del alma marroquí. Es asombroso el prestigio de esta faceta regional del alma ibérica entre la confusa masa internacional que puebla esta pequeña Babel marroquí. El andalucismo tangerino es algo muy original y apasionante, la predicación de una fraternal religión de raza, basada en la potencialidad étnica de varios pueblos hoy dispersos, pero afines; unión que surge con un carácter semiimparcial; los pueblos hermanos disgregados, que, al parecer, separan mares, lenguas y religiones, son los civilizados por Andalucía; la nueva agrupación ocuparía las tierras que le corresponden, y resurgiría Andalucía vigorosa y fuertemente personal, no como simple comarca de la nación española ni como un absurdo y antipatriótico regionalismo. No. Es algo más grande; la base de una unión indestructible entre todos los individuos de la raza ibera agrupados desde el Pirineo al Atlas, sobre las dos orillas del Estrecho; la construcción de una España andaluza, desbordando sobre las costas africanas, con su gloriosa tradición medieval, como substitución de la limitada y carpetana España castellana, extraña a moros y americanos.

Cuando españoles y marroquíes se den cuenta de la absoluta identidad de sus sangres, unidas por el esfuerzo andaluz, llegará la hora de sistematizar las ideas y darles un programa.

La hora actual es sólo de fraternidad entre andaluces y descendientes de andaluces en Marruecos y la España interior, ideal defendido con entusiasmo por diarios españoles, ingleses y hebreos, y apoyado por los moros de la Sociedad Andalucista Árabe del Mogreb. Frente a esta idea andalucista, que trata de penetrar en la zona española para prolongar hasta el Lucus la personalidad andaluza de Ceuta, Melilla, Alhucemas, Chafarinas..., el ambiguo internacionalismo de la administración tangerina y la frialdad de los protectorados oficiales pueden poco. Cuando los cien mil andaluces cristianos de Tánger y las plazas de soberanía atraigan a los trescientos mil andaluces musulmanes de Fez, Salé, Rabat, Tánger y Argelia, España habrá arraigado en África, cumpliendo su misión; los bereberes del Rif se verán arrastrados por la fraternidad penibética, y Granada será la génesis de la nueva España: Granada, centro del mundo.

Gil Benumeya



[ No reproducimos, en solidaridad con los lectores invidentes, dos fotografías tituladas: “Mendigos de Tánger (Foto Flandrín.)”, y “Judío marroquí (Foto Flandrín.)” ]