Filosofía en español 
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[ Rodolfo Gil Torres ]

Las “Juventudes” musulmanas y la educación europea


En la intensa agitación que, domina al mundo oriental desde principios del siglo se destaca un factor interesantísimo, al que, por vivir en contacto con los centros políticos y económicos europeos, se le da una importancia extraordinaria que no corresponde al resultado que el Occidente espera obtener con esta protección.

Se trata de los grupos de musulmanes educados en Europa, la mayoría de los cuales forman el núcleo de la agitación revolucionaria contra el Occidente, y son los principales propagandistas de la Guerra Santa, propagandistas entusiastas que dejan atrás a los santones más fanáticos.

En efecto; es un hecho comprobado que esta educación europea suele producir efectos contrarios a los que se proponen las Potencias que la implantan, pues infiltra en cerebros saturados de la idea semita de inmortalidad las normas de nuestras turbulentas sociedades europeas, aquejadas de un continuo malestar que les hace cambiar de ideas a cada paso, en busca de un ideal impreciso que jamás logra concretarse.

La reacción que esta lucha espiritual produce en los individuos a ella sometidos origina una serie muy compleja de fenómenos, variables según los países, pero de los cuales se desprende una enseñanza que, al ser recogida por todas los que a instruir musulmanes se dedican, produciría efectos sumamente beneficiosos para maestros y discípulos.

¿Quiere esto decir que debe dejarse a los muchachos musulmanes en el atraso secular en que viven; limitándose a darles como único alimento espiritual los principios fundamentales de la religión islámica? Nada más lejos de la realidad. El Islam posee una gran facilidad de adaptación, y puede evolucionar en todos los sentidos. Solamente es necesario que esta evolución no le sea impuesta por una fuerza exterior siguiendo métodos extraños al espíritu de la civilización oriental.

Hay que tener en cuenta que el Islam ha vivido durante varios siglos sujeto al yugo turco, yugo intelectual y material que ha desvirtuado los grandes principios del pensamiento musulmán, torturándolos y retorciéndolos para adaptarlos al espíritu de las gentes de Estambul. Pero este dominio ha cesado; el mundo musulmán oriental ha entrado en una vasta fermentación, que deberá conducirle a un amplio renacimiento árabe, el cual traerá consigo una vuelta a la primitiva sencillez islámica, sobre cuya base edificarán los semitas un espléndido monumento intelectual que coloque al Islam en el sitio de honor que le corresponde dentro del cuadro general de la vida moderna. Esta evolución no podrá realizarse por la copia servil de toda clase de instituciones septentrionales, sino por la exacta aplicación y desarrollo de los grandes principios de su ley.

Dejando para mejor ocasión el estudio de este movimiento reformador, consideraremos aquí los funestos efectos que la europeización produce en Oriente, contribuyendo a la formación de las “juventudes” nacionalistas, tan funestas para toda obra de concordia, efectos excesivamente conocidos, pero que conviene recordar de vez en cuando.

Por ahora sólo mencionaremos el hecho, probado hasta la saciedad, de que los enemigos más furiosos del mundo occidental, los más irreductibles, son precisamente aquellos individuos que durante largos años alimentaron su espíritu con las enseñanzas recibidas en las Universidades y Escuelas Especiales de las naciones europeas y americanas.

En el momento actual no hay pais oriental donde no haya una numerosa representación de estos individuos, educados con normas francesas, inglesas, alemanas, &c., que, habiendo roto con sus viejas tradiciones morales e intelectuales, se encuentran desplazados, desorientados, introducidos en un mundo espiritual que no es el suyo, el que los antepasados grabaron en sus cerebros, y que habiendo adoptado una cultura exótica en vez de adaptar la que ya poseían al nuevo ambiente social, prefirieron hacer un brusco viraje mental, que en la mayor parte de los casos sólo les ha conducido al desquiciamiento de su raza y de su patria.

Tanto valdría querer plantar cocoteros en Groenlandia, olvidando que la Naturaleza jamás procede a saltos y que la verdad absoluta no existe en lo humano. El progreso es el resultado de una serie de mutuas concesiones y de endosmosis culturales.

El conocimiento de estos grupos orientales, que es tan interesante para todo estudio islámico profundo, está dificultado por la gran complejidad de estas agrupaciones, que presentan una gran variedad de formas según el país, la raza, el medio social y otra porción de circunstancias que, impidiendo la rápida clasificación de estos fenómenos, dificultan y retardan las soluciones eficaces que pudieran adoptar las Potencias europeas y los mismos Soberanos indígenas.

Un grupo muy numeroso de estos intelectuales a la occidental tiende a asimilarse las ideas modernas más exaltadas. Muchos son anarquistas, de un anarquismo traducido al árabe, y que no es quizá más que el despertar bajo una forma nueva del espíritu independiente y levantisco que animó a las tribus nómadas de Arabia desde los más remotos tiempos de la Historia.

Otros, sin llegar hasta el extremo de acariciar estos pensamientos de destrucción, tienen el cerebro impregnado de ideas confusas de todos géneros y colores, no habiendo logrado ponerlas en orden por faltarles un nexo común, un esqueleto mental sobre el cual ir construyendo el edificio de su cultura. Estos, no pudiendo ponerse de acuerdo consigo mismos, suelen caer en una gran confusión, que degenera fatalmente en un odio feroz y salvaje al europeo: unas veces, por haberles puesto en un estado de incompatibilidad con el resto de la sociedad oriental; otras, por el simple deseo de suplantar a los europeos en los cargos que éstos ocupan, cargos a los que aspiran los musulmanes europeizados, por hallarse en igualdad de condiciones con los funcionarios extranjeros. Otros, más modestos o más egoístas, aprovechan todas las ocasiones de revueltas políticas para obtener empleos lo más lucrativos posibles, practicando así un oportunismo vergonzoso.

Sin embargo, no todo es malo en estos grupos de musulmanes extraviados. Hay muchos, con civilización latino-germánica, que ingresan en el grupo de la xenofobia intelectual, movidos por un idealismo sincero, más interesante que la mezquina ambición de los demás.

Individuos nacidos en la paz inmensa del Islam, hijos de razas que son alternativamente estoicas y epicúreas, con un concepto estático de la existencia que infinitos siglos aquilataron, se encuentran lanzados en un ambiente diametralmente opuesto al suyo en países grises y húmedos, entre gentes a quienes el medio social y el físico aniquilaron el espíritu contemplativo, y en los que la continua lucha contra la naturaleza rebelde y áspera hizo surgir un gran espíritu de lucha, un gusto por la acción rápida y extensiva, mezclado desgraciadamente con una continua nerviosidad, que les hace buscar incesantemente nuevas ideas, desechadas antes de triunfar, y escogiendo otras que serán rápidamente olvidadas apenas llegadas a la cima.

Esta vida rápida e inquieta que produce a la larga los grandes problemas sociales, mal característico de nuestros organismos humanos, asquea profundamente a los orientales cultos, que se ven arrastrados por su torbellino, y les induce a efectuar una comparación inconsciente entre todas estas angustias y la suave serenidad con que se desliza la vida en Oriente, tierra en la cual, surge a trechos la tragedia, pero marchando del brazo de la épica. Hijos de países milenarios, cristalizados en una majestad secular, suelen los musulmanes de este último grupo mirar con desprecio la agitación en que vive Europa, desprecio acentuado por la contemplación del caos en que ésta se ha precipitado después de la guerra europea.

Todos estos grupos tienen como nota característica la convicción profunda que anima a sus componentes: de que ellos son los jefes natos de las masas ignorantes que viven con el espíritu que infinitas generaciones de antepasados les legaron, tratando de lanzarles por el camino de la reacción xenófoba más intransigente. Muchos de estos falsos pastores son profundamente escépticos y practican el ateísmo más completo, pero considerando a la religión como una de las armas más eficaces de que pueden valerse para conseguir su objeto. Y surge, por tanto, el conocido y célebre tipo del musulmán de profesión, que tantos ejemplares presenta en todos los países orientales.

Estos individuos, generalmente agrupados en “juventudes” de carácter agresivo, buscan, como ya hemos dicho, el apoyo de las masas humildes que, habiendo convertido en una mera rutina la idea clara y simple del Islam, sufriendo las consecuencias del estado caótico del Oriente desde los comienzos de la Edad Moderna y viendo que sus males aumentan por la presión de Europa, que pocas veces se inspiró, al tratar con sus antiguos maestros los semitas y con los demás pueblos orientales, en las reglas de la moral más pura, sino que, por el contrario, cada vez que ha llegado al mundo levantino lo ha hecho impulsada por intereses mezquinos, han sido motivos que han hecho de aquellas masas campo propicio para toda clase de propagandas exaltadas.

Por eso sería de desear que pudiese llegarse a una compenetración más estrecha, en la que Europa pusiese algo de su energía para contribuir a galvanizar y resucitar la vieja cuna de la civilización y se lograse un intercambio espiritual beneficioso para todos, y al cual sólo se podría llegar por una mutua confianza y una honradez completa. Europa recibiría una vez más la influencia de una civilización milenaria, influencia que contribuiría a calmar sus nervios excitados, y el Oriente musulmán encontraría una fuerza capaz de despertar sus dormidas energías.

Para esto es necesaria, imprescindible, la creación de una minoría selecta, impregnada de espíritu oriental, que contribuya a despertar las mil posibilidades latentes en el fondo del alma semita. Además hay que enseñar a los musulmanes a evolucionar dentro de su propia civilización, evolución que daría nuevas formas de arte, nuevos sistemas filosóficos, nuevas creaciones geniales que contribuyesen a mantener encendido el fuego sagrado de la civilización mundial en el punto de origen, no sólo como piadoso recuerdo de su pasado sublime, sino también como posible reserva de preciosas energías en el porvenir.

Los semitas del Hiyaz, impulsados por el Corán, salvaron en el siglo VII lo poco que habían dejado los bárbaros en el orden de la cultura. En los momentos angustiosos porque atraviesa la cultura occidental, ¿quién sabe de qué reacciones psíquicas serán capaces esos pueblos, primera materia eterna de toda cultura?

Pero ya sabemos que las electricidades análogas se repelen, y que para brotar la chispa luminosa es imprescindible la fusión de dos corrientes opuestas. ¿Cómo va a obtenerse un brillante resultado en este intento de concordia, si al ponernos en contacto con el Oriente sólo encontramos un grupo de advenedizos presuntuosos, con el cerebro repleto de ideas mal asimiladas, ideas de fuentes europeas que les hacen mirar con desdén a esta Europa, cuyo espíritu no tiene secretos para ellos, y a sus compatriotas que habiendo recibido una educación distinta les parecen, por este hecho, creados especialmente para obedecer y ser dominados?

Estos individuos, que nada pueden enseñar a Europa que ésta no tenga olvidado de tanto saberlo, y que persiguen el mismo ideal de dominio que los europeos, no pueden, no deben ser el elemento director del Islam; su acción sobre las masas ignorantes pueden precipitar a éstas en el caos más horroroso, lo cual sería funesto para todos.

La moderna intelectualidad oriental no se reduce a estas “juventudes” de ambiciosos o desilusionados que bullen y se agitan en Persia, Túnez, Egipto, la India... No. Aparte de los grupos tradicionalistas que conservan el brillante espíritu que culminó antaño en Córdoba y Bagdad, hay una infinidad de hombres inteligentes que, despojando al Islam de todo el lastre formulista y escolástico que adquirió al ponerse en contacto con los restos de los viejos despotismos que imperaron en aquellas comarcas durante la edad antigua, tratan de llevarlo a su pureza primitiva, tan en consonancia con el espíritu noble y libre de los beduinos puros.

Estos hombres, Motazilíes, Jarechíes, Guajabíes o Neomotazilíes, por su amor a la tradición y por su gran amplitud de miras, demuestran las ventajas que se obtienen educando a los musulmanes en su propio ambiente, bajo la idea monoteísta de su religión sin clero. No es ésta ocasión para hablar de este principio de renacimiento islámico. Sólo recordaremos la ayuda eficaz que a Francia e Italia prestan los Ibadíes que residen en sus colonias (Mzab, Yerba, Yebel-Nefusa) y el maravilloso elemento de orden que constituyen en la India estos grupos democráticos, a cuyo frente hay tantas ilustres personalidades.

Aunque estas agrupaciones cuenten con las simpatías de todos los intelectuales europeos que han vivido largo tiempo en Levante (Lord Cromer, Lyall, Vambery, Insabato, &c.), es necesaria una ayuda más eficaz por parte de Europa para que aumente su influencia y una nube de orientales, instruidos en la amplitud de miras de este Islam rejuvenecido, pueda, mezclando los más nobles principios del alma árabe e irania con los modernos progresos de la Química y la Mecánica, asegurar la concordia entre Oriente y Occidente mediante un cariñoso intercambio espiritual, arrollando de paso a los inadaptados que sólo tomaron de Europa los vicios y la ambición, pero que no supieron traducir al árabe el maravilloso espíritu de amor al pasado y a la tradición de la raza que caracteriza a las Potencias europeas.

Y es que la cultura de un pueblo no es cosa caprichosa que surja al azar por arte de encantamiento, sino que está en relación estrecha con el medio geográfico, el clima, el espíritu típico de la raza y una infinidad de circunstancias que, transmitidas por la herencia, fijan el patrimonio espiritual de cada pueblo, patrimonio espiritual que se modifica con el paso de los siglos, que traen consigo nuevas ideas, las cuales se añaden poco a poco al viejo sedimento para enriquecerlo con nuevas aportaciones.

Sólo así es posible el progreso, no con cambios bruscos que deshagan el edificio, sin tener ladrillos para reconstruirle.

España puede contribuir eficazmente a esta labor, teniendo en cuenta que, mientras más favorezca la resurrección y modernización del orientalismo, más acercará a sus súbditos y protegidos musulmanes al gran foco cultural árabe, alejándolos de otras influencias musulmanas más cercanas y más mediatizadas por fuerzas europeas hostiles a nuestra Patria.

R. Gil Torres

Madrid, 1924.