Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Rodolfo Gil Torres ]

Sobre la evolución de la Arquitectura mora


Está muy generalizada la creencia de que todos los habitantes del Mogreb se hallan en completo estado de salvajismo. Sin embargo, una detenida observación nos hace ver que si esto puede ser cierto en las montañas habitadas por los cabileños rebeldes, en cambio, entre las poblaciones de distinto origen que pueblan las llanuras, quedan aún restos de una brillante civilización oriental que sólo aguarda una oportunidad para iniciar su renacimiento.

Marruecos es un país influido por el genio semita; el semita, y con mucho más motivo el semita islamizado, que lleva dentro de sí un cierto germen de eternidad, pertenece al oriente anterior, cuna de la civilización, y tiene una energía latente superior a la de otras razas.

En todo momento trágico de la historia del mundo en que la civilización parece desaparecer bajo una ola de barbarie, producida por invasiones extranjeras o trastornos sociales, surge indefectiblemente un movimiento de reacción por parte del mundo oriental, movimiento que lleva aparejada una gran transformación de todos los aspectos de la vida, transformación que, al influir sobre los países en decadencia, contribuye a hacerles reaccionar contra el mal interno que los devora. Varias veces ha desempeñado este papel el Oriente, y eso prueba que hay en él una enorme reserva de energía.

Lo que ocurre es que estas comarcas se ven sometidas al fatalismo islámico, que mata toda iniciativa y sume a los países que domina en un sopor, al que contribuyen otras causas de medio y clima, siendo una de las principales la dominación turca, tan funesta para la prosperidad del Oriente.

Desde el momento en que la decadencia musulmana tiene por causa diversas circunstancias, que no son en modo alguno inherentes a la naturaleza de los pueblos que habitan el Islam, vemos que si éstas desaparecen puede manifestarse un renacimiento de la civilización particular de aquellas comarcas.

Uno de los aspectos más interesantes de este resurgimiento es el artístico, y en particular el arquitectónico, pues la Arquitectura es el alma viva y perenne de Oriente y especial manifestación del genio semita. Este arte no ha muerto; si en las comarcas orientales desaparece casi bajo el peso del poder turaní, y sus construcciones son sustituidas por edificios europeos, que en modo alguno se adaptan a las condiciones generales del país, en cambio en Marruecos, en las comarcas indostánicas, en todas las tierras extremas libres de invasiones turcas, el arte árabe vive aún en lo más profundo de la entraña del pueblo y allí duerme, privado de todo fomento exterior.

De todo este arte, la Arquitectura es la expresión más alta. Ayuda a ello el precepto del Corán que dice ser pecaminosa la reproducción de los seres vivos de la Naturaleza. Este precepto no lo prohíbe terminantemente; pero un espíritu puritano por parte de los musulmanes les ha hecho tomarlo al pie de la letra, siendo hoy día muy raras las manifestaciones pictóricas o escultóricas en el arte musulmán y especialmente en el marroquí.

La primera impresión que nos produce la contemplación de un palacio mogrebino es la de la inmutabilidad. Pero una atenta observación descubre matices interesantes, diferencias siempre muy pequeñas, pero que ponen de relieve las mil posibilidades que aún quedan en esta arquitectura. Por debajo de la incesante repetición de un motivo se adivina una lenta evolución, cuyas características actuales vamos a poner de relieve.

El arte arquitectónico marroquí, aunque derivado del árabe, tiene particularidades que le hacen ser algo más que una escuela regional, y es la continuación de una evolución iniciada en nuestra Península y perpetuada por los emigrados granadinos, primero, y por los marroquíes iniciados en la escuela andaluza, más tarde.

Porque si el arte almohade influyó en nuestro mudéjar, en cambio el merinida es hijo de la escuela regional nacida en las márgenes del Dauro, y el actual es una continuación del mismo merinida con una gran tendencia a la simplificación.

Lo primero que se advierte en el aspecto general de la casa marroquí es este deseo de darle un mayor aspecto de elegancia, suprimiendo todo lo que recargue la decoración. Se busca la armonía del conjunto antes que el detalle.

Para conseguir esto se aumenta el tamaño de las habitaciones, dando a los techos una altura enorme, que permite aumentar la altura general de la casa y dejar más espacio para almacenar aire respirable. Esto es cosa fácil por el empleo de la moderna viga de hierro, en sustitución de las de cedro empleadas antiguamente. Sin embargo, ha habido que sacrificar la decoración de estalactitas o mozárabes, tan característica del antiguo arte merinida, sustituyéndola por artesonados.

En la decoración notamos una gran simplicidad. Se desdeñan los detalles y se atiende, sobre todo, a la armonía de los colores bastante fuertes con que están ornamentadas las paredes, adquiriendo la casa un aspecto original. Pudiéramos decir gráficamente que era un gigantesco cartel.

Este sentido cartelista de la decoración es lo que más diferencia el arte moro actual de su abuelo el arte granadino.

El arabesco sigue siendo la base de la decoración. Esta ornamentación geométrica es el fundamento de todo el arte musulmán. Es algo más que un simple elemento decorativo. El arabesco es el alma del Islam, la más alta y perfecta manifestación del genio semita. Él da al alma árabe un poder de abstracción y da a su arte un carácter eminentemente intelectual.

Su contemplación prolongada durante un largo espacio de tiempo, llega a producir en el espectador un cierto estado de sopor, un soñar despierto que ayuda eficazmente al Islam, estado perfecto de compenetración con la Naturaleza, de desaparición del alma del individuo en la gran alma del Universo, la fusión del espíritu con su creador Allah.

En este sentido ejerce el arabesco un poder de sugestión semejante al de los llamados paraísos artificiales.

En cuanto a los demás elementos decorativos, pocas modificaciones encontramos. Los aliceres siguen empleándose con gran profusión, preferentemente a los azulejos. Las inscripciones coránicas escasean mucho, mientras que aumentan las decoraciones florales, y las columnas son reemplazadas por pilares de forma poligonal. Pero esto no constituye novedad, por ser tendencia antigua en Marruecos la supresión de la columna.

En la disposición general de las habitaciones también encontramos rasgos que revelan un verdadero Renacimiento arquitectónico y que tienden a la estrecha asociación de estos tres elementos:

El Agua.

La Luz.

La Vegetación.

Pero ello es materia que, por su importancia y complejidad, merece atención aparte.

R. Gil Torres

Madrid, 1923.




[ Rodolfo Gil Torres ]

Sobre la evolución de la Arquitectura mora
II


Al tratar de la disposición general de las habitaciones en la moderna casa mora, mencionamos la tendencia a asociar los tres elementos: luz, agua y vegetación, tendencia que constituye el rasgo fundamental de este arte.

La arquitectura marroquí contemporánea tiende a suprimir esos aposentos misteriosos, recibiendo una luz velada por cristales de colores, que tanto abundaban en los últimos tiempos de nuestro arte hispano-musulmán. Hay en ellas una gran cantidad de galerías (menzeh), miradores interiores y ventanas, abiertas sobre el patio, que dejan entrar la luz hasta los rincones más apartados de la casa.

La casa musulmana estuvo preparada siempre para la vida interior, abriéndose sus habitaciones sobre los patios y los jardines situados en la parte posterior de la casa. En los desnudos muros exteriores se abre tan sólo algún ajimez o ventana.

El patio se complica con diversos anejos: alcobas laterales, con ornamentación de aliceres; fuentes de mármol, situadas en el centro de una estrella de ocho puntas, hecha con azulejos. El fondo se abre a veces sobre un jardín, cerrado por altas tapias y destinado a las mujeres. Patio y jardín están profusamente adornados con toda clase de plantas y flores.

Pocas modificaciones han sufrido los jardines, en los que siguen imperando las viejas normas arábigo-persas. Los jardines moros son la apoteosis del agua, que corre por todas partes, llenando la atmósfera con sus murmullos.

Los paseos, que se alzan a un nivel muy superior al de los cuadros de vegetación, están construidos con azulejos y aliceres, al igual que en los jardines andaluces. En las glorietas se destacan fuentes o quioscos de singular belleza, y en torno esparcen sus aromas el arrayán y los jazmines.

Vemos, por tanto, que en Marruecos vive todavía el Estilo con vida pujante. Más aún: todo el Mogreb-el-Aksá es una nación estilizada.

El Imperio marroquí, tierra de promisión del arte islámico, no ha dado aún su fruto. Viviendo de normas árabes o andaluzas, tiene en germen un arte poderoso, que se manifiesta en los menores detalles. Los ingenuos dibujos de los niños que se educan en las escuelas de Fez y Rabat, reproducen inconscientemente el estilo particular del arte mogrebino. Una mano, un ramo de flores, un objeto cualquiera, adquieren en sus manos un sentido decorativo y estilizado, suntuoso y magnífico.

El pueblo marroquí siente el arte, que hace vibrar las fibras más hondas de su espíritu. El moro necesita tan sólo que se le guíe; que, educando sus instintos inconscientes, se le prepare para una evolución cultural dentro de su propia civilización.

Sin embargo, para poder obtener un feliz resultado en esta labor de resucitar energías dormidas, es condición indispensable que entre los marroquíes y sus protectores haya una perfecta compenetración, que sólo puede conseguirse con el conocimiento mutuo de las respectivas psicologías.

Para llegar a comprender la vida psíquica musulmana hay que estudiar al moro con todo detenimiento y durante un largo espacio de tiempo, a causa del carácter reservado del alma muslim.

En el momento en que el hombre sometido a la cultura europea llegue a comulgar en la eterna belleza de este arte, se habrá dado un paso de gigante para lograr la compenetración de nuestras almas hermanas, idénticas en su composición, pero separadas por profundos abismos: la religión distinta y las culturas de índole muy diferente.

¿Cómo lograrlo sin conocer, aun a grandes rasgos, el espíritu de tal arte, verdadera alma de la raza? Labor es esta lenta y difícil, mas no imposible, y, desde luego, eminentemente provechosa.

Para ello tenemos que pensar que el artista árabe no imita la Naturaleza, como no sea excepcionalmente, y tiende, en la mayor parte de los casos, a hacerla desaparecer por completo en la decoración.

Nosotros, educados en la tradición clásica, que consideraba la Natura como única fuente de belleza, nos ponemos en guardia contra este arte preciosista, negándole, a veces, todo valor de estilo, y, al pensar en sus orígenes bizantinos o sasánidas, le consideramos como una especie de amalgama de elementos diversos.

Nada más falso. Ningún estilo artístico puede preciarse de originalidad absoluta.

Si nada en la tierra puede mantenerse absolutamente aislado, el arte no es, en modo alguno, excepción a esta regla. Los mismos griegos tomaron de la tradición egea, caldea o egipcia los elementos necesarios para elaborar un nuevo arte, de espíritu contrario al de aquellos de que procedía directamente.

En el mismo caso están el arte árabe oriental y su derivación mora. Sus artistas, como los griegos, pliegan la realidad a una visión interior. Y si el arte clásico crea los órdenes y busca la serena armonía de la línea, que refleja la robusta alegría del heleno, en cambio, el arte árabe, nacido en Oriente, se dejó influir por la tradición de encadenamiento, tan general en todas las manifestaciones de la actividad humana en aquellos países.

Las Mil y una noches, con sus relatos interminables, y engarzados como las cuentas de un rosario; el arabesco repitiéndose a sí mismo, que es imagen de la reproducción, fuerza viva de la Naturaleza; la sucesión de fuentes en los jardines o de patios en las construcciones monumentales, son un ejemplo característico de nuestra afirmación.

Sin embargo, lo árabe no es comprendido por la mayor parte de los europeos, pues ambas civilizaciones, aunque semejantes en sus rasgos fundamentales, parten, en el fondo, de dos concepciones diametralmente opuestas.

El alma árabe, fijada definitivamente por el Islam, es hostil a la idea de la moda. El árabe, como otros pueblos orientales, aspira al perfeccionamiento lento y continuado de un modelo. Partiendo de un tema, le hace evolucionar progresivamente y durante siglos, hasta que ya no se puede hacer más en aquel sentido.

El Islam entiende que el progreso está en la evolución lenta y tenaz, no en los cambios repetidos, y, al apartarse de la imitación de la Naturaleza, piensa que si el alma es superior al cuerpo, a la materia, y la Naturaleza es materia, al huir de ella y refugiarse en las formas geométricas, se logra alcanzar la verdadera civilización.

R. Gil Torres