Alba en contradicción con el Consejo de Instrucción pública
I
El dictamen del Consejo y el voto particular
Si las afirmaciones del Negociado de Institutos, hechas para proponer a Verdes Montenegro fueron inexactas, el voto particular de Royo Villanova y Posada, frente al dictamen suscrito por López Muñoz, Conde de Bugallal, Conde de Esteban Collantes, Andrade, Calvo, Vincenti, Ramón y Cajal, Carracido, Prida, Rodríguez Marín, Sanz y Escartín, Bretón, Jiménez García, Fernández Chacón, Casares, Avilés, Gullón y García Prieto, Recasens, Conde y Luque, Bullón, Conde del Casal, Rojo, Prida, Mélida, Barón de la Vega de Hoz, Sánchez Lozano y Manzano, en cuyo dictamen se proponía al Sr. André, siendo éste la expresión de los más y las mejores del Consejo, está basado en una afirmación gratuita.
En efecto: Royo Villanova y Posada suponen, pero no prueban la igualdad de méritos de André y Verdes Montenegro. El Sr. Posada, al hacer tal afirmación se contradice a si mismo, cuando en el primer pleno suscribió el dictamen plural del Sr. Sanz y Escartín, donde proponía a cuatro catedráticos y en primer lugar al señor André, afirmando que «si se atiende al número de las publicaciones y a la preparación realizada en el orden científico, es evidente que corresponde al Sr. André el primer lugar entre los aspirantes»; y en el segundo pleno, dice al resolver el empate en favor de Verdes, con su voto no implicaba la afirmación de una superioridad científica de Verdes sobre André. Y una de dos: o había igualdad de condiciones, y esto había que demostrarlo, o había superioridad por parte del Sr. André, en cuyo caso el Sr. Posada se colocaba con la afirmación fuera de la ley, así como en el primer caso hacía claudicar la consecuencia consigo mismo, votando en votación que reconocía la superioridad científica del Sr. André, y votando otra que la negaba. ¿Qué valor puede tener un voto que se contradice consigo mismo en lo que afirma, y que no da la prueba de sus afirmaciones? Para que los Sres. Verdes y Posada pudiesen apelar al automatismo de la antigüedad, recurso supletorio, sería necesario que demostrasen primero que el dictamen del Consejo, basado en la comparación de André y Verdes, relativa a la carrera literaria, ingreso en el profesorado, oposiciones verificadas, libros declarados de mérito, libros publicados sin informe, pensiones obtenidas, traducciones y méritos y servicios especiales, era un dictamen inadmisible; pero no lo hicieron, encontrándose los Sres. Royo Villanova y Posada frente a D. Santiago Ramón y Cajal, D. José Rodríguez Carracido, D. Eduardo Sanz y Escartín, D. Eloy Bullón y D. Rafael Andrade, que en el dominio de la psicología fisiológica, la filosofía científica, la historia de la filosofía, la filosofía moral y la filosofía religiosa, representan los primeros valores de la mentalidad española, no debieran haber enunciado un teorema, porque en matemáticas y filosofía moral, lo dudoso hay que demostrarlo para convencer, y sólo los axiomas convencen por lo enunciado. Royo Villanova, sobre todo, no debiera olvidar que el único Moncayo de la mentalidad aragonesa es D. Santiago Ramón y Cajal, y todo lo demás es tierra baja. Pero había que halagar al jefe, a Alba, encadenado a Gimeno, en cuyo laboratorio, el elemento de ensayo suele ser en psicología colectiva la revolución estival, cuyos mártires y héroes encuentran en su pluma el más adecuado y fervoroso apologista. Royo Villanova y Posada pensaron que no tendrían necesidad de razonar para un convencido como el ministro, quien arrogándose atribuciones de Júpiter Olímpico, se sintió fuerte para la arbitrariedad, olvidando que sobre la conciencia de todo hombre pesan la ley y el deber, proporcionalmente a la altura que se ocupe, y más tratándose de un ministro como Alba, que viene de la República, pasa como gato por ascuas por el partido conservador, recorre todas las escalas del partido liberal, y se coloca ahora en los linderos del socialismo. ¡Y todo entre los veinticinco y los cuarenta y cinco años! En todos los partidos en donde se ha hospedado, habrá percibido que el aglutinante poderoso de su solidaridad son el principio de justicia objetiva y la necesidad de ajustarse a los dictados de la conciencia social, que es la ley de las mayorías para la democracia, la cual tratándose de elegir clases directoras, encarna en el dictamen de los más y de los mejores, que en el momento actual las integran. Frente a estas afirmaciones gratuitas, hagamos el examen de los diferentes extremos que fundamentaban el dictamen del Consejo, hecho a base de comparación de los méritos y servicios de André y Verdes Montenegro.
II
Carrera literaria
El Sr. André ostenta una carrera literaria brillantísima: sobresaliente en todas las asignaturas del Bachillerato, Licenciatura y Doctorado, varios premios y menciones honoríficas. Posee el título de doctor en Filosofía y Letras; hizo los estudios precisos para doctorarse en Filosofía en una Universidad alemana. Aprobó con nota de sobresaliente la mitad de los cursos de la Facultad de Derecho. Estudió Filosofía con filósofos de fama mundial como Wundt, Mercier, Eucken, Tarde y Ribot, con pedagogos como Neumann, con psicólogos como Werth; mientras que Verdes Montenegro sólo es licenciado en la Facultad de Filosofía y Letras, que es lo menos que se puede pedir para ser catedrático, habiendo, además, aprobado –sin graduarse aún– las asignaturas del Doctorado y algunas, tan importantes como la Pedagogía, con la nota de notable solamente. ¿Qué paridad puede establecerse entre los títulos del Sr. André y los de Verdes Montenegro, entre su valor y significación y entre el modo brillante de seguir uno sus dos doctorados y el modo modesto de cursar el otro la Licenciatura?
III
Ingreso en el Profesorado
El Sr. André ingresa en el Profesorado de Institutos de la manera más honrosa que se puede pedir: número uno en las primeras oposiciones que hace a Institutos y en un Instituto del Estado. El Sr. André, después de ser catedrático de Instituto, no se arredra de exponer su prestigio haciendo oposiciones a cátedras de Universidad, en el Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Y sin padrinos políticos y sin formar parte de ningún cenáculo, ni de ninguna covachuela, en las oposiciones a Metafísica de la Universidad Central, se le aprueban por unanimidad los ejercicios, y obtiene dos votos para la Cátedra que ocupó Salmerón. Para la Cátedra de Sociología, que es del Doctorado de Filosofía, de la misma Universidad, se le aprueban por unanimidad los ejercicios y obtiene también votos.
El Sr. Verdes Montenegro hizo varias oposiciones antes de ser catedrático de Instituto a Cátedras de Instituto, e ingresó por el Instituto local, ya suprimido, de Casariego de Tapia, que era el Instituto de menor significación de España. En los diez y nueve años que lleva de Profesorado no hizo más oposiciones. Y no se olvide que las oposiciones son un modo indirecto de determinar la inspección del nivel mental del Profesorado, aquí donde el barbecho intelectual prolongado petrifica tantas almas. También el Sr. Royo Villanova y el Sr. Posada tendrían que rebatir este extremo del dictamen de los 26 consejeros, basado en los extremos indicados. De este modo, el voto particular tendría el valor de un contradictamen, y la conciencia y el espíritu de justicia del ministro no quedarían en cueros ante esta disección. ¡Es tan difícil ser abogado a las malas causas! Para los más, los nudos gordianos de la conciencia se cortan en vez de desatarlos. ¡Qué honroso sería tener valor y entereza para resistir la presión dinámica de la cofradía a que se pertenece, cuya razón de estado es la robustez corporativa, en cuyo altar debe verterse siempre la sangre de los réprobos o rebeldes al instinto del rebaño! Hay crímenes morales con ensañamiento; y éste resulta escudarse en los nombres de conciencia y de justicia para cometer las mayores enormidades.