Eloy Luis André
¿Qué es un pueblo?
El concepto de pueblo, es para nosotros un concepto vago, precisamente por no tener una conciencia colectiva de los valores que lo integran. En el estado presente de nuestra cultura es un imponderable afectivo, sin precisa determinación psicofisiológica. ¿Somos nosotros un pueblo? Por intuición introspectiva afirmamos que sí, porque nos sentimos vivir, como partes integrantes de una comunidad. ¿Pero esta comunidad tiene el verdadero carácter de pueblo? Esta es una cuestión, que hay que discutir, pues sólo conociendo de un modo crítico el contenido de los valores, que intuitivamente vemos por introspección, podemos afirmarnos en el concierto de los pueblos, como un pueblo original, como un pueblo necesario, para enriquecer el caudal de la cultura humana, dotado de cualidades propias, para conservar una tradición cultural, con capacidad de renovarla. Por esta razón tenemos que responder ante todo a esta pregunta. ¿Que es un pueblo? ¿Que es una nación? Federico Luis Jahn en su obra titulada Deutsches Volkstum, que podríamos traducir con el título de El pueblo alemán, nos dice que pueblo, Volkstum, «es el conjunto de la población, su vida íntima, su capacidad de desarrollo, de renovación, de propagación. Por lo tanto, en todo individuo, que forma parte de un pueblo se hace ostensible un pensamiento y un sentimiento popular, el amor y el odio, la pasión y la acción, la alegría y la tristeza, la esperanza y la nostalgia». Según Jahn, la palabra pueblo expresa todo aquello, que la vida de un pueblo determinado atesora y desarrolla con carácter original. Demología, para é (Volkstumkunde) es el conocimiento de las fuerzas espirituales y de las creaciones, que caracterizan la historia interna y externa de los pueblos. El libro de Jahn es casi contemporáneo de los Discursos de Fichte a la Nación alemana. Está inspirado en el mismo empeño patriótico. Blücher lo consideró como el breviario del soldado. En este libro, Jahn nos presenta el pueblo como una comunidad, que respetando la libertad del individuo, le da cohesión y solidaridad, para fines que transcienden de él. Es un examen de conciencia colectiva, como dice Schultheiss, donde se templan los ánimos, se elevan los corazones, se forjan esperanzas, y se hacen reverdecer los recuerdos. Este libro es también edificante para nosotros, un libro de emancipación, un guía, para el genuino españolismo, que nos sugiere el problema de nuestra personalidad histórica. A la ciencia alemana se debe haberlo planteado en toda su plenitud, considerando la psicología concreta de los pueblos, como el laboratorio vivo, para el conocimiento cabal de su historia y de su capacidad de subsistencia en ella, No hay pueblo que tenga una paremiología más rica que el nuestro, una conciencia espontánea más frondosa; y sin embargo ¡qué mal sistematizado está el tesoro espiritual por el pueblo elaborado!
En el semestre de invierno de 1808-1809, es decir, algunos meses después del glorioso levantamiento español, pronunciaba Fichte en Berlín sus hermosos Discursos a la Nación alemana; y en uno de ellos, en el octavo, plantea el problema que Jahn estudió después. «¿Qué es un pueblo en la más alta significación de la palabra?» «El conjunto de hombres que conviven en una sociedad, unidos por los vínculos de la sangre y por los de la vida espiritual, cuyo conjunto como un todo subsistente en el tiempo, está sometido a la ley peculiar del desarrollo de lo divino en él y de él. Obedeciendo a esta ley, tanto en el tiempo como en la eternidad, esta multitud de hombres se solidariza en un todo natural, con íntima compenetración de los elementos que integran su contenido… Esta ley determina completamente y corrobora lo que llamamos carácter nacional; es la ley del desarrollo de los valores originales y de lo divino en el pueblo.»
«La creencia del hombre digno en la subsistencia eterna de su influencia, aun en la vida temporal de la tierra se funde, según esto, en la esperanza de la subsistencia eterna del pueblo que le ha prohijado y en su originalidad, según aquella ley oculta… Esta originalidad es lo eterno, que sirve de base a la eternidad del mismo y de su influjo, el orden eterno de las cosas, del cual él forma parte… La vida, como mera vida, como perduración de los cambios de la existencia, no pudo tener jamás valor alguno para él; sólo lo tiene como fuente de lo perdurable, de lo eterno; pero esta duración le promete solamente la subsistencia permanente de su Nación… Pueblo y patria como heraldos y representantes de la eternidad terrestre y de aquello que puede ser eterno, son superiores al Estado.»
Pablo de La Garde tiene también ideas originales sobre el concepto de pueblo. «Sin duda alguna, dice él, todo pueblo tiene un fundamento natural en sus individuos; pero este fundamento natural se ha plasmado en la nacionalidad, convirtiéndose de físico en histórico, no existiendo ya como mero ser natural. El valor de un pueblo se cifra en la solidaridad orgánica de la fuerza natural propia de un conjunto de hombres dotados de una misión histórica común.» «El pueblo habla sólo cuando se hace carne como verbo en sus individuos. Para que se haga carne en todos es preciso que sientan una necesidad común; porque sentir la necesidad común es la esencia del concepto pueblo.» «Los fundamentos de la historia de un pueblo se vinculan en sus dotes naturales. La historia del pueblo es la historia natural del pueblo. La naturaleza en sí es mera persistencia o proceso. La Historia es progreso. Precisamente por esto, la historia de un pueblo es la historia natural del mismo… Por eso, aquello que en la esencia de un pueblo se nos revela como disposiciones y energías naturales, debe llegar a transformación, convertirse en trabajo, asimilarse en la sangre y a ser posible, llegar a madurez. Esto y no otra cosa debe constituir el contenido y el fin de toda la política de un pueblo.»
De todas estas ideas en torno al concepto de pueblo, ¿qué queda hoy subsistente? A) El concepto de comunidad, de una formación social psicofísicamente uniforme, donde todos y cada uno de los individuos que la integran ostentan el mismo contenido en su vida orgánica y en su vida espiritual. B) El concepto de comunidad subsistente históricamente. C) El concepto de comunidad cultural que, a base de condiciones naturales dadas, perpetúa una vida histórica común y progresiva con carácter subsistente y personal.
Podemos, pues, definir el pueblo como una comunidad cultural de hombres, que subsiste históricamente con carácter típico, que es capaz de vivir y pervivir con vida personal característica. Para ser pueblo es preciso, que una comunidad de hombres se instituya en valor humano característico, en un valor sintético, en un sintagma comprehensivo de múltiples valores, propios de los individuos, que los crean y que los transmiten por herencia, por tradición o por educación. Una multitud, una masa de hombres no es un pueblo. Un conglomerado cultural, producto de una colonización cosmopolita, tampoco puede serlo, hasta que la selección y la herencia y la cultura lo forjen. Pueblo, como concepto colectivo, es esto: [2] comunidad de hombres{1}; pero como concepto universal es algo más: es el substracto histórico, el sintagma, el conjunto de valores históricos, culturales, que en la vida natural y en la vida histórica de nuestros antecesores se han ido elaborando lentamente. Tales valores son biológicos (el linaje), étnicos, económicos, científicos, artísticos religiosos, éticos jurídicos y técnicos. Tales valores se plasman en cada individuo de la comunidad y pueden convertirlo en agente prolífico de ellos. Deben ser, pues, en cierto sentido eternos y eternamente fecundos, en la esencia de humanidad que encierran, pesando sobre cada generación como tarea, como próximo ideal de perfección, como forma especifica de progreso como necesidad.
Dichos valores, que conserva la tradición y que renueva, agranda y perfecciona el progreso, constituyen, propiamente hablando, e! espíritu objetivo de un pueblo, lo que los alemanes llaman el Volgeist, y más que el espíritu objetivo el caudal total de la cultura humana, que de generación en generación se transmite. Para cada generación, que viene a la vida son la materia asimilable, el sustento necesario para su conservación y desarrollo, el alimento material y espiritual, sin el cual no es posible la solidaridad sucesiva en el tiempo, que es la garantía de la continuidad y subsistencia de los contenidos de cultura. Merced a ellos se forma el espíritu popular subjetivo (el Volksseele), la conciencia, o alma colectiva, que en cada individuo se instituye, como conciencia de solidaridad, reciprocidad y convivencia, dentro de un todo superior a él. A ellos hay que añadir las actividades orgánicas y espirituales que van plasmando la vida en funciones concretas de trabajo, de arte, de juego y de lucha que toman cuerpo en la realidad social, en la población, que es la materia orgánica primera, para que se instituya históricamente un pueblo, es decir, una nación. Pueblo y nación, en este sentido, sólo son sinónimos cuando el espíritu objetivo y el espíritu social subjetivo encarnan en una masa humana, cuya convivencia y pervivencia está garantida por los vínculos de la sangre, de la tradición, del trabajo, de la guerra y de la idealidad. No hay pueblo, propiamente hablando, sin población, renovada, renovable y renovadora. Cuando un pueblo no se hace susceptible de asimilar, ajenos o exóticos valores de cultura y de crear valores propios; cuando cuantitativa y cualitativamente no se ostenta como una totalidad viva en proceso de crecimiento y desarrollo, degenera, se estanca en la rutina, o muere. Un pueblo para vivir precisa vivir vida histórica, vida plenamente humana, vida puesta en función de las necesidades ideales de la cultura, porque la mera existencia, la mera vida natural carece de interés, de significación y de valor humano. Todo pueblo necesita, pues, una base física de subsistencia, un medio natural adecuado para su subsistencia animal, un ecumene apropiado. El pueblo que se enquista en otros, como le ocurre al pueblo judío, conviviendo con ellos como parásito o comensal, se expone a ser asimilado, si no tiene capacidad para destruirlos, o pactar con ellos una subsistencia precaria para ambos, o por lo menos para el más débil.
Por eso el espíritu territorial es la garantía más segura de la perdurabilidad histórica de un pueblo; y el ansia de expansión territorial la prueba indefectible de su crecimiento y desarrollo. Todo pueblo, toda nación ha de tener en la patria, es decir, en el hogar y el solar su propio seguro de vida: una tierra que cobije los restos de los muertos y que sirva de sustento para los niños, que son el porvenir. La íntima compenetración del pueblo y de la patria, como instinto de conservación y de perpetuación, hace que el patriotismo, al enraizar en el hambre y en el amor, ostente aquellos dos imponderables como indestructibles y eternos, con una vida total y plena, ante la cual la vida individual es un mero accidente, que adquiere un valor y una significación, tanto más grande, cuanto más propias hace las costumbres y valores del alma colectiva.
La división que suelen hacer los geógrafos alemanes de pueblos en estado de naturaleza (Naturvölker), en estado de semicultura (Halbkulturvölker) y en estado propiamente dicho de cultura (Kulturvölker) no es exacta. La población sólo se hace pueblo cuando se hace capaz de asimilar la cultura humana y elabora una cultura personal, dándole un valor humano, cuando todos los elementos que la integran tienen unos mismos coeficientes psicofísicos, independientemente del peso específico de cada uno y del lugar que le corresponde en la estructura social, según la fuerza que hayan de ejercer.
Una población sin alma, sin cultura, no es un pueblo; un espíritu social colectivo, una cultura meramente espiritual, elaborada por un pueblo y atesorada por la tradición, transfórmase en capital humano, en patrimonio de todos los pueblos. Hace falta que el alma encarne en el cuerpo y ambas se instituyan en una organización social, históricamente subsistente y susceptible de desarrollo, en una organización colectiva personal, plenamente propia y plenamente humana, característica en su significación, universal y eterna en la ponderación de sus valores. Es el pueblo, por consiguiente, como dice Meyer, «una formación social colectiva, específica, que nace de la asociación orgánica de los elementos particulares que la integran».
En el mismo sentido, dice Pablo de Lagarde, que lo popular se vincula en la sangre y en el espíritu (Volkstum ligt in Geblüth und in Gemüth). Cuando la formación orgánica natural e histórica encarna en una institución política perfecta y adecuada para todos los fines de la cultura, el pueblo se organiza como Estado Nacional, y sólo entonces el principio intrínseco de la nacionalidad, que es la soberanía, encuentra una justa y cabal expresión y garantía en la subsistencia histórica, bajo la forma de adaptación, convivencia, lucha y selección. El pueblo, como formación social, es una síntesis cultural, creada por la evolución histórica y por la naturaleza y una actividad personal sintética, creadora de los valores de la cultura, órgano eficiente de la historia. No es una mera suma de individuos, sino una integración perfecta de individuos, y un equilibrio vital de esta integración, con su medio apropiado de conservación y desarrollo. Lo individual en el todo popular se funde como gota de agua en el Océano, sin perder su personalidad propia. Así nace una personalidad colectiva, el espíritu total del pueblo, que, como dice Freytag, se instituye en unidad viva, autocreadora de sus propios valores. Los individuos y grupos elementales son nómadas, cuyo apetito y apercepción semejantes, reflejan la armonía total del grupo popular en un ethos individual reflejo del ethos colectivo. Su máxima capacidad de comprehensión, expansión y elevación los instituye en individualidades características, en hombres representativos, en héroes de dicho pueblo. Ellos condensan en sí el carácter nacional, que no es simple suma o fusión de caracteres individuales, sino producto nuevo y causa a la vez de las nuevas formaciones individuales características por la generación, la tradición y la educación. La ponderación de lo imponderable es lo que mejor nos revela la potencia creadora, la mística y fecunda potencia creadora de las energías de un pueblo, semejante al grano de trigo o al grano de mostaza, que para germinar se alimenta de si mismo, enraíza en la tierra, rompe su corteza, yérguese altivo para nutrirse con la luz del sol y se inclina a la tierra nuevamente para devolverle su fruto. El espíritu de un pueblo y la vida total de un pueblo se vincula en su historia y en sus ideales vivos, porque no somos lo que hemos sido, ni seremos lo que somos. Lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos es nuestra verdadera esencia total. ¡Ay de aquel pueblo que, en vez de venerar con el culto del trabajo las hazañas de los muertos, se alimente como venenosa salamandra de sus restos! En vez de vivir, vegeta. Convertido en parásito, de su propia historia, tal proceso de autofagia iniciará un suicidio colectivo, que se revela en cada instante por la carencia de ideales en las nuevas generaciones que vienen a la vida, que son aquellas que han de plasmar en la acción los nuevos ideales. Ya decía Quevedo que los que sólo viven del caudal de la tradición que les legaron sus antepasados, sólo pueden hacer a sus descendientes herederos de sus vicios. En lo que fuimos, tenemos la garantía de lo que seremos, si en nuestra obra de ayer y en la de hoy quedan tareas sin acabar. La verdadera síntesis de todo ideal moral estriba en ser leales con los deberes de cada día, que, encarnando todo el esfuerzo en cada instante, nuestra obra quedará preñada de eternidad{2}.
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{1} Para Alfonso el Sabio son los ricoshomes, los medianos y los trabajadores.
{2} Este trabajo se completará con otro titulado ¿Somos nosotros un pueblo?