[ Vicente Blasco Ibáñez ]
Los nuestros en el extranjero
Blasco Ibáñez en los Estados Unidos
Vamos a cometer una indiscreción en favor de nuestros lectores. Vamos a publicar una carta privada, confidencial, escrita para un amigo y no para el público. Es una carta del glorioso Blasco Ibáñez a su fraternal amigo Gómez Carrillo. Como ambos están ausentes, el primero en el mar, camino de América, y el segundo en París, nosotros podemos cometer impunemente el delito, ofreciendo a los admiradores del autor de La Barraca estas bellas páginas sinceras, ingenuas, llenas de juventud y de nobleza, en las cuales se ve el asombro que siente el genial novelista ante su propio triunfo mundial.
París, Octubre 7-1919
Mi muy querido Gómez Carrillo:
Le agradezco su interés de buen amigo al invitarme para que hable en Cosmópolis; pero fíjese en mi situación. Estoy aquí esperando el momento del embarque; voy a partir el 15, y todavía tengo que preparar cuatro o cinco conferencias. No tengo "á mano" ningún amigo para que me escriba el artículo que usted pide; estoy solo. Todo cuanto han escrito en los Estados Unidos sobre mí (números de periódicos) lo tengo en Niza. Además ningún artículo puede emplearse por entero. Habría que hacer un mosaico, con varios, pues cada artículo habla solamente de un libro mío.
Lo que le prometo a usted (y puede usted anunciarlo) es un articulo para Cosmópolis, cuando yo vuelva, relatando mis andanzas en Estados Unidos. Haré uno para Cosmópolis y otro para Lectures pour Tous, que me lo ha encargado.
Mientras tanto voy a darle algunos datos inéditos sobre mi avance en aquel país. Tal vez usted pueda utilizarlos.
Yo no he hecho nada por obtener este éxito en los Estados Unidos. Ha llegado cuando menos lo esperaba.
Mi situación allá era la de otros novelistas extranjeros. Me habían traducido varios libros; los diarios me habían tratado bien; se habían vendido de mis novelas unos cuantos miles; las personas cultas conocían mi nombre... Lo que se llama un éxito literario.
Una traductora, Charlotta Brewsten, me compró en mil dólares el derecho a traducir Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Yo creí hacer un negocio bueno. Ya no me ocupé más del libro.
De pronto, estando en Niza, empecé a recibir en cada correo de América centenares de cartas de lectores, centenares de periódicos con artículos encomiásticos. Era el éxito enorme, brutal, aplastante, como es siempre allá. Y al mismo tiempo algo más extraordinario en un extranjero: la popularidad, una popularidad igual a la de los hijos del país. Hoy soy allá como un novelista del país.
Usted ya sabe, por el artículo de Jerique y otros, lo que me ocurrió en el aprovechamiento material de mi novela. La traductora (como yo se la vendí) ha cobrado una verdadera fortuna. El documento que yo firmé es tan terrible que sus derechos resultan indiscutibles. El editor ha querido reparar caballerescamente esta injusticia con regalos de dinero que me ha hecho espontáneamente. Hasta la fecha, en todo lo que va del año 1919 llevo recibidos de la casa Dutton unos 40.000 dólares. Pocas veces se habrá visto igual nobleza. Dutton no tenía obligación de darme nada.
De Los cuatro jinetes (The four horsemen of the Apocalypse) van vendidos más de 300.000 ejemplares a dos dólares ejemplar.
A partir de este éxito la casa Dutton ha empezado a publicar todas mis novelas; una cada dos meses: La Catedral, Sangre y arena, La Bodega, Los muertos mandan, Mare nostrum. Van hermosamente presentadas y todas se venden bien. Pero la única que rivaliza en venta con Los cuatro jinetes es Mare nostrum. Se ha publicado hace dos meses y ya van vendidos 60.000 ejemplares.
En realidad yo soy para el público americano "el novelista de la guerra". Se han publicado allá muchas novelas francesas y todas las innumerables novelas inglesas que tratan de la guerra. Y sin embargo, la novela de la guerra ha sido la de un español. Los diarios de allá han hablado de esta rareza literaria, declarando que The four horsemen es la mejor de las novelas de esta época que han aparecido en América, y el mayor éxito editorial que se ha conocido en muchos años.
Como consecuencia de esta popularidad surgió el deseo en los españoles e hispanoamericanos residentes en los Estados Unidos, así como en los hijos del país que aman nuestras cosas, de que yo fuese allá. Han querido aprovechar esta ocasión para conseguir que por primera vez un escritor español visite con cierto ruido la gran república americana, donde han estado algunos italianos, donde los rusos llamaron hace años a Máximo Gorki, donde todas las grandes colonias extranjeras han "exhibido" algún huésped de cierta notoriedad.
La Hispanic American Society tomó la iniciativa invitándome. El presidente es el archimillonario Huntington, el gran hispanófilo que compró la casa de Cervantes, regalándola al Estado; el que llevó a Sorolla a New York.
El Sr. Huntington ha organizado varias conferencias mías en Columbia University, la universidad más importante de allá. Serán conferencias ante un público especial invitado por Huntington y formado por todos los americanos que se interesan por las cosas de España. Después de éstas y de varias fiestas, entraré de lleno en mi trabajo de conferencista a la americana.
Hace cuatro meses llegó a Niza un joven norteamericano. Era James B. Pond, el gran manager de conferencias en los Estados Unidos. Estos Pond forman una dinastía. El abuelo fue el manager de Carlos Dickens, en su viaje de conferencista por América; el nieto ha llevado allá a Rudiard Kipling, Wells y otros autores ingleses célebres.
Pond vino expresamente de New York a Niza para contratarnos a Maeterlinck y a mí. Son los dos “fenómenos” que presentará este invierno al público.
Maeterlinck se ha contratado como yo, e irá allá en Febrero, cuando canten en el Metropolitano de New York una ópera que han sacado del Oiseau Bleu. Yo voy antes, pues mi campaña es mucho más larga.
El plan de Pond es que corra yo todos los Estados Unidos, absolutamente todos. Saldré de New York para volver a él después de dar la vuelta a todo aquel país, más grande que Europa. Cuando esté en la Florida pasaré unos días a Cuba; luego regresaré a la Florida para continuar mi viaje.
Las conferencias las daré en español, Pond quiere que sea así.
—Muchos le entenderán –me dijo– y los que no le entiendan le verán, que es lo que desean. Además le van a entender por el gesto.
Vendrá conmigo un conferencista americano. Este empezará explicando al público en inglés lo que yo voy a decir y luego yo me soltaré en español. Tal vez sea esto algo grotesco, pero ¡qué demonio! me enorgullece que existan por primera vez conferencias españolas en los Estados Unidos, como hubo tantas francesas, italianas, alemanas, rusas, &c.
Este es el viaje.
¿Cuánto durará? ¡Quién lo sabe! Mi deseo es hacerlo muy corto, pero tal vez visite más de cien ciudades.
Además las primeras casas cinematográficas de allá me están esperando. Quieren hacer films de mis novelas; quieren encargarme otros nuevos.
Con una franqueza americana me dicen que para cerrar el trato sólo esperan verme de cerca, para convencerse de que sirvo. Veremos si sirvo.
Mi popularidad allá es tan enorme como incomprensible Yo soy el más asombrado de que un extranjero pueda obtener tal popularidad en un país tan grande y tan lejano.
No es renombre literario, que sólo se extiende en un círculo de elegidos: es popularidad, como si yo fuese hijo del país.
El otro día venía yo de Niza a París. Dos jóvenes norteamericanos que estaban en el mismo vagón empezaron a mirarme con cierta curiosidad, como si mi cara les recordase algún retrato visto en alguna parte. Uno de ellos acabó por leer mi nombre en una tarjeta pendiente de mi saco de mano. ¡Gran asombro! Le advierto que no tenían los dos nada de literario; eran dos comerciantes.
—¿Hispanic author? –preguntaron en seguida–. ¿Author “The four horsemen”?
Me apretaron la mano con toda la fuerza del entusiasmo, describiéndome, con gestos más que con palabras, la gran popularidad de mi libro en su país. Ejemplares por todas partes: la gente leyéndolo en tranvías, en ferrocarriles, carteles en todas las estaciones con mi retrato.
Y luego, dándome palmadas familiares, hacían ademán de contar dinero, y añadían como un testimonio de gloria:
—Money: habrá usted ganado mucho money.
Realmente soy popular en estos momentos. Veremos qué resulta de este viaje, que es la mayor aventura de mi vida.
Yo estoy muy agradecido, querido Carrillo, del interés que usted muestra por mí, y deseo corresponderle dignamente. Al regreso de mi viaje espero que tendré ocasión de probárselo.
Un Sindicato de ¡trescientos diarios y magazines! (esto allá no es extraordinario) tal vez me nombre su representante general en toda Europa. En eso estamos. Si lo consigo (no es difícil para mí en este momento), cuente usted que va a escribir para los Estados Unidos (usted nada más y otros dos o tres del resto de Europa) a otros precios que para España y la Argentina.
No digo más. Antes de medio año seguiremos hablando de esto.
Le diré que el otro día comí en casa de Lucien Guitry, con él y su mujer, y los dos hicieron grandes elogios del talento artístico de Raquel Meller.
Juanita Guitry estaba entusiasmada, y él me dijo que era una verdadera artista.
Estos elogios valen mucho más que los que se formulan en presencia del interesado. Lo dijeron espontáneamente, de todo corazón. Yo me callé y ni siquiera dije que era amigo, para que hablasen con toda libertad. Las alabanzas fueron enormes y sinceras. Creo que esto alegrará mucho a su mujer, y por esto se lo escribo.
Adiós: no lo molesto más.
Saludos a Raquel y para usted un abrazo de su amigo
Vicente Blasco Ibáñez
Creo que en Marzo estaré de vuelta. ¡Si nos encontrásemos en Niza!