[ Georg von Hertling ]
El discurso del Canciller
Contestando al mensaje de Wilson
Nauen, 25. El canciller Imperial alemán, conde de Hertling, pronunció, ayer por la tarde, a las tres, en el Comité Principal del Reichstag, el siguiente discurso, escuchado con expectación por los diputados:
«Señores: Cuando por primera vez tuve el honor de hablar ante nuestro Comité era el 3 de enero; nos encontrábamos frente a un incidente ocurrido en Brest-Litowski. Entonces expresé mi opinión de que queríamos aguardar tranquilamente la solución de este incidente.
Los hechos respondieron a ello; la Delegación rusa ha vuelto a Brest-Litowski; las negociaciones se han reanudado. Prosiguen lentamente, pues son difíciles en extremo.
Ya la vez anterior hice presente las circunstancias que causan tales dificultades. A veces podía, en realidad, surgir la duda de si la Delegación rusa tomaba en serio las negociaciones de paz, y los diversos radiogramas que circulan por el mundo, con un contenido sumamente extraño, pueden robustecer esta duda.
Sin embargo, persisto en la esperanza de que también con la Delegación rusa llegaremos en Brest-Litowski, dentro de poco, a un buen término.
Favorables se encuentran nuestras negociaciones con los representantes de la Ukrania.
También aquí hay aún dificultades que vencer; pero las perspectivas son, como veo, favorables. Esperamos en breve llegar con la Ukrania a un acuerdo que redunde en beneficio mutuo, siendo favorable en el terreno económico. Y un resultado, señores, había ya que reseñar el día 4 del actual, a las diez de la noche. Como a todos ustedes les será conocido, la Delegación rusa hizo a fines de diciembre la proposición de enviar a todos los beligerantes la invitación de que participaran en las negociaciones. Como base, la Delegación rusa había citado ciertas proposiciones de un carácter muy general. Entonces aprobamos esta proposición de invitar a los beligerantes a negociar; pero con la condición de que tal invitación se ajustara a un plazo. El 4 del actual, a las diez de la noche, había caducado este plazo. Una respuesta no se había recibido. El resultado es que frente a la Entente no estamos ya comprometidos de ningún modo, que tenemos camino libre para negociaciones especiales con Rusia, y que también, como es natural, no estamos ya de ningún modo obligados a las proposiciones de paz generales presentadas por la Delegación rusa frente a la Entente. En lugar de la respuesta entonces esperada, que no llegó, se han hecho, como todos sabemos aquí, entretanto dos manifestaciones por los gobernantes enemigos: el discurso del ministro inglés Lloyd George del día 5, y el mensaje del Presidente Wilson del día siguiente. Reconozco gustoso que Lloyd George ha variado su tono.
Ya no insulta, y parece querer con ello demostrar ahora estar en condiciones de negociar, lo que yo antes ponía en duda. No obstante, no puedo ir hasta donde llegan algunas opiniones del Extranjero neutral, que pretenden entrever en este discurso de Lloyd George una seria voluntad favorable a la paz, y hasta un espíritu amistoso. Es cierto que ha declarado que no quiere destruir a Alemania y que nunca lo pensó. Hasta encuentra palabras de respeto para nuestra situación económica, política y cultural; pero no faltan otras manifestaciones, trasluciéndose siempre el concepto de que él ha de pronunciar un fallo sobre Alemania, culpable de toda clase de crímenes. Un criterio, señores, con el que no podemos transigir, como es natural, y en el que no podemos notar nada de una seria voluntad en pro de la paz. Nosotros hemos de ser los culpables, sobre los que la Entente pronuncie su fallo. Esto me obliga a echar una breve mirada retrospectiva a la situación y acontecimientos que precedieron a la guerra, aun corriendo el riesgo de repetir cosas tiempo ha conocidas. La constitución del Imperio alemán en 1871 puso un término a la antigua disgregación. Con la unión de todos sus pueblos logró el Imperio alemán en breve tiempo aquella situación que correspondía a su capacidad económica y cultural y a las exigencias fundadas en ello. (Bravo.)
El Príncipe Bismarck coronó su obra por medio de la alianza con Austria. Esta alianza era puramente defensiva y desde el primer día fue así ideada. En el curso de los años jamás se ocurrió la más remota idea de abusar de ella para fines agresivos. En especial debía servir para el mantenimiento de la paz la alianza defensiva entre Alemania y la Monarquía del Danubio, íntimamente ligada con nosotros por una tradición de siglos, y por intereses comunes. Pero ya el Príncipe Bismarck tuvo lo que muchas veces se le reprochó: la pesadilla de las coaliciones, y los acontecimientos de los tiempos posteriores han mostrado que esto no era un simple sueño inquietante. Repetidas veces apareció el peligro de coaliciones enemigas, que amenazaba a los Centrales. Con la política de cercamiento del Rey Eduardo se convirtió en realidad el sueño de las coaliciones. El imperialismo inglés tropezó en su camino con la Alemania floreciente y creciente. En el deseo de revancha francés y en los afanes expansivos rusos encontró este imperialismo inglés una ayuda demasiado dispuesta.
Sigue haciendo notar que la alianza de Francia y Rusia era una amenaza de guerra por dos frentes, y recuerda que de estas cosas habló ya como miembro del Reichstag. Afirma que Alsacia-Lorena ocupa territorios en su mayor parte alemanes, y que en 1871 lo que hizo Alemania fue proceder a la desanexión, y en apoyo de su aserto dice que Tomás Carlyle escribía en el Times en 1817 lo siguiente:
“Ningún pueblo ha tenido un vecino tan malo como tuvo Alemania durante los últimos cuatrocientos años en Francia. Alemania estaría loca si no pensara en levantar un muro entre ella y su vecino (observo que no he repetido las expresiones muy duras que Carlyle empleó entonces contra Francia) en cuanto tenga ocasión. No sé de ninguna ley de la naturaleza ni de ningún acuerdo del Parlamento celestial según los cuales Francia, como única entre todos los seres terrenales, no estuviera obligada a devolver una parte de los territorios robados si los propietarios a quienes se los arrebató tienen ocasión favorable para recuperarlos.” En el mismo sentido se expresaron reputados órganos de la Prensa inglesa. Cito, por ejemplo, al Daily News.
Ahora voy a hablar de Wilson, señores, y también respecto a él he de reconocer que ha cambiado el tono. Parece que el rechazamiento unánime del intento de sembrar la discordia entre el Gobierno y el pueblo alemanes con su contestación a la nota del Papa ha producido sus efectos. Este rechazamiento unánime bien pudo llevar a Wilson al buen camino, y quizás sea esto el principio, porque ahora por lo menos no se habla de una opresión del pueblo alemán por un Gobierno autocrático, y no han vuelto a repetirse los ataques contra la Casa Hohenzollern.
No quiero entrar en las torcidas manifestaciones sobre la política alemana, que todavía se encuentran en el mensaje de Wilson; pero sí tratar aisladamente los varios puntos que presenta Wilson. No son menos de catorce puntos los que componen su programa de paz, y suplico vuestra paciencia si he de exponer, tan brevemente como sea posible, estos catorce puntos:
Primero. Nada de convenios internacionales secretos.- La Historia enseña que somos nosotros los que antes que nadie podemos estar de acuerdo con la más amplia publicidad de los convenios diplomáticos. Recuerdo a este respecto que nuestra alianza defensiva con Austria-Hungría era conocida de todo el mundo desde el año 1889, mientras que los convenios ofensivos de nuestros enemigos se descubrieron sólo en el curso de esta guerra, especialmente con la publicación de los documentos secretos rusos. Además, las negociaciones de Brest-Litowski demuestran a todo el mundo que podíamos estar totalmente dispuestos a acceder a esta proposición, declarando como principio general político la publicidad de las negociaciones.
Segundo. Libertad de los mares.— La completa libertad de la navegación en los mares durante la guerra y la paz es defendida por Alemania como una de las primeras y más importantes exigencias del futuro. Sobre esto no existe, por lo tanto, ninguna disparidad de criterio.
La limitación añadida por Wilson al final no es comprensible, y parece superflua, por lo que debiera ser omitida. Pero importante en alto grado para la libertad de los mares en lo futuro, sería que se prescindiera de las bases navales, poderosamente fortificadas, en las importantes rutas de navegación internacionales, como mantiene Inglaterra en Gibraltar, Malta, Aden, Hong-Kong, islas Malvinas y otros.
Tercero. Eliminación de todo obstáculo económico que limitan el comercio de un modo innecesario.. Completamente de acuerdo. Condenamos igualmente la guerra económica, que lleva en sí inevitablemente el germen de futuras complicaciones bélicas.
Cuarto. Limitación de los armamentos.- Como ya se ha expresado anteriormente por nosotros, el pensamiento de una limitación de los armamentos es perfectamente discutible. La situación financiera de todos los Estados europeos después de la guerra, será probablemente lo que más favorezca la solución satisfactoria. Se ve que sobre los cuatro primeros puntos del programa, podría llegarse a una inteligencia sin dificultad alguna.
Quinto. Regulación de toda aspiración colonial.- La realización práctica del principio formulado por Wilson encontrará algunas dificultades en el mundo de la realidad. De todos modos, creo debe dejarse a la decisión del mayor Imperio colonial, Inglaterra, cómo quiere aceptar esta proposición de su aliado. En la reorganización, también pedida por nosotros, de las posesiones coloniales del mundo, habrá de hablarse en su tiempo de este punto.
Sexto. Evacuación del territorio ruso.- Una vez rehusado por los Estados de la Entente adherirse a las negociaciones, dentro del plazo propuesto por Rusia y los Centrales, tengo que rechazar, en nombre de los Centrales, con firmeza, toda intromisión posterior. Se trata en esto de un asunto que atañe únicamente a Rusia y a los Centrales. Mantengo la esperanza de que, reconociendo el derecho de regir sus destinos a los pueblos limítrofes occidentales del ex Imperio ruso, se conseguirá llegar a buenas relaciones, tanto con éstos como con el resto de Rusia, a la que deseamos del modo más sincero la vuelta a la normalidad, bienestar del país y un estado que ofrezca garantías.
Séptimo. Cuestión belga.- En lo que a la cuestión belga se refiere, se ha declarado repetidas veces por mis antecesores, que nunca durante la guerra constituyó la unión de Bélgica a Alemania por la fuerza un punto del programa de la política alemana. La cuestión belga pertenece al conjunto de asuntos, cuyos detalles habrán de regularse mediante las negociaciones de paz. Mientras nuestros adversarios no se coloquen incondicionalmente en el terreno de que la integridad del territorio de los Centrales es la única base posible para tratar de la paz, he de atenerme al punto de vista hasta ahora defendido, y rechazar la anteposición de la cuestión belga a la discusión general.
Octavo. Liberación del territorio francés.- La parte ocupada por Francia constituye una valiosa prenda en nuestra mano. Tampoco aquí constituye la agregación por la fuerza una parte de la política oficial alemana. Las condiciones y modalidades de la evacuación, que han de tener en cuenta los intereses vitales de Alemania, habrán de regularse entre Alemania y Francia.
No puedo menos de hacer resaltar de nuevo terminantemente, que nunca podemos pensar en una separación de territorios del Imperio. La Alsacia-Lorena, que desde hace tiempo ha estrechado, cada vez más, su unión con Alemania, que sigue desarrollándose de un modo muy satisfactorio en el terreno económico, y en la que más del 87 por 100 habla como lengua materna el alemán, no nos la dejaremos quitar, con ninguna bella frase, por nuestros adversarios. (Vivos aplausos.)
Noveno, décimo y undécimo. Fronteras italianas, cuestión de nacionalidades en la Monarquía del Danubio, Estados balcánicos.- En lo que se refiere a las cuestiones tratadas por Wilson bajo los puntos 9, 10 y 11, afectan, tanto respecto a la cuestión de fronteras italianas como al futuro desenvolvimiento de la Monarquía del Danubio, y el porvenir de los Estados balcánicos, en gran parte a los intereses políticos de nuestra aliada Austria-Hungría. Siempre que intereses alemanes estén expuestos, los defenderemos con la mayor energía.
Sin embargo, prefiero dejar la respuesta de las proposiciones de Wilson en estos puntos; en primer lugar al ministro de Negocios Extranjeros de Austria-Hungría...
Una estrecha unión con nuestra aliada Austria-Hungría es el punto esencial de nuestra actual política, y habrá de ser la línea de conducta para lo futuro.
La fiel fraternidad de armas, tan brillantemente acreditada en la guerra, habrá también de surtir sus efectos durante la paz, y de este modo pondremos también nosotros, de nuestra parte, todo lo posible para que Austria-Hungría obtenga una paz que de satisfacción a sus justos anhelos.
Duodécimo. Turquía.- Tampoco quisiera adelantarme a la actitud de los gobernantes turcos en el asunto tocado por Wilson en este punto, que se refiere a nuestra poderosa aliada Turquía. La integridad de Turquía y la seguridad de su capital, íntimamente relacionada con la cuestión de los Estrechos, son también importantes intereses vitales del Imperio alemán. Nuestra aliada puede en esto contar siempre con nuestra ayuda más enérgica.
Decimotercero. Polonia.- No la Entente, que no tuvo para Polonia más que palabras huecas, y que antes de la guerra jamás defendió a Polonia ante Rusia, sino el Imperio alemán y Austria-Hungría fueron las que libraron a Polonia y a su nacionalidad del opresor yugo del régimen zarista. Déjese, por tanto, a Alemania, Austria-Hungría y Polonia ponerse de acuerdo sobre la constitución futura de este país. Estamos, como demuestran las negociaciones y declaraciones del año último, en camino de ello.
Decimocuarto. Liga de los Pueblos.- En lo que al punto 14 se refiere, tengo simpatías, como se ve por mi actuación política hasta ahora, por toda idea que impida para el futuro la posibilidad y probabilidad de guerras y quiera fomentar la cooperación armónica de los pueblos. Si la idea de la “Liga de los Pueblos” sugerida por Wilson, al detallarse su realización y hacer su estudio, resulta que se basa realmente en el espíritu de completa justicia para con todos y el de entero desinterés, entonces el Gobierno imperial estará dispuesto gustoso, una vez reguladas todas las demás cuestiones pendientes, a entrar en el examen de las bases de tal Liga de Pueblos.
Ustedes, señores, se han enterado de los discursos de Lloyd George y proposiciones del Presidente Wilson. Tengo que repetir lo que dije al principio: Hemos de preguntarnos si de estos discursos y proposiciones nos sale al paso en verdad una voluntad seria y honrada en pro de la paz: Contienen ciertos principios para una paz mundial, a los que asentimos, y los que pudieran constituir los puntos de partida y término para las negociaciones. Pero donde se trata de cuestiones concretas, puntos que para nosotros y nuestros aliados son de importancia decisiva, se nota menos la voluntad de una paz. Nuestros adversarios no quieran “destruir” a Alemania; pero ansían con avidez partes de nuestro país y del de nuestros aliados. Hablan con respeto de la situación de Alemania; pero dejan entrever su criterio de que nosotros somos los culpables que habrán de expiar sus pecados y prometer la enmienda. Así suele hablar el vencedor al vencido; así habla quien interpreta todas nuestras manifestaciones favorables a la paz, hechas hasta ahora como simple indicio de debilidad. De este punto de vista, de este engaño, deben apartarse antes los gobernantes de la Entente. Para facilitarles esto, voy a recordar cuál es la verdadera situación.
Tengan presente lo siguiente: Nuestra situación militar nunca fue tan favorable como es ahora. Nuestros geniales caudillos miran el futuro con no disminuida confianza en la victoria.
El ejército entero, oficiales y soldados, está animado de inquebrantable entusiasmo por la lucha. Recuerdo las palabras que pronuncié el 29 de noviembre en el Parlamento. Nuestra buena disposición para la paz, expresada repetidas veces; nuestro espíritu de reconciliación, que hablaba de nuestras proposiciones, no deben ser un salvoconducto para la Entente para prolongar indefinidamente la guerra. Si nuestros enemigos nos obligan a esto habrán de cargar con las consecuencias. Si los gobernantes de las Potencias enemigas están, por consiguiente, en verdad inclinados a la paz, que revisen de nuevo su programa o, como Lloyd George dijo, que lo reconsideren. Cuando lo hagan y vengan con nuevas proposiciones las examinaremos seriamente, pues nuestro objetivo es únicamente el restablecimiento de una paz general duradera. Pero esta paz no será posible mientras no estén garantizadas la integridad del Imperio alemán, como seguridad de sus intereses vitales, y la dignidad de nuestra patria. Hasta tanto, lo que se impone es permanecer tranquilamente unidos y aguardar. Respecto al fin, señores, estamos todos de acuerdo (vivos aplausos); sobre los procedimientos y modalidades que puede ser de distinta opinión. Pero prescindimos ahora de todas estas discrepancias.
No discutamos sobre fórmulas, que, dado el vertiginoso curso de los acontecimientos mundiales, siempre llegan tarde, y tengamos presente, por encima de diferencias de partido, este fin común: el bien de la patria. Permanezcamos unidos Gobierno y pueblo, y la victoria será nuestra; una paz buena vendrá y ha de venir. El pueblo alemán soporta de forma admirable las penalidades y cargas de la guerra, que va para el cuarto año. Al referirme a estas cargas y penalidades, pienso de un modo especial en las de los pequeños artesanos y de los empleados de Estado de corto sueldo; pero todos, hombres y mujeres, quieren resistir. Capacitados políticamente, no se dejan aturdir por bellas frases y saben distinguir entre las realidades de la vida y los sueños de ventura. Un pueblo así no puede sucumbir. Dios está con nosotros y seguirá estándolo.» (Vivos aplausos). (T. S. H.)