Nuevo Mundo
Madrid, 16 de febrero de 1917
año XXIV, número 1206
página 5

Ramiro de Maeztu

Desde Londres

El hispanismo de los sur-americanos

Que los españoles o hispano-americanos llegaremos a entendernos es cosa indubitable. Que en estos años últimos hemos andado en el camino de ello es también evidente. Y como una de las pruebas de este aserto me permito llamar la atención sobre el folleto Carácter de la Revolución Americana.– Un nuevo punto de vista más verdadero y justo sobre la independencia hispano-americana, por D. José León Suárez, profesor de la Universidad de Buenos Aires.

También me pudiera haber fijado en los trabajos históricos del doctor E. del Valle Iberlucea, que concurren al propósito del profesor Suárez o en el hecho de haber compilado y prologado en Buenos Aires D. Ricardo Rojas las Poesías de Cervantes, aunque solo de un modo indirecto coadyuve el Sr. Rojas al objetivo de los Sres. Suárez y Del Valle.

El caso es que con independencia de la acción de los gobiernos y aun de las entidades de fraternidad hispano-americana se ha producido en toda la América española, pero particularmente en la República Argentina, un movimiento intelectual histórico hispanista, que se propone atacar en su raíz las causas que han mantenido en un estado de acritud polémica antiespañola a los intelectuales de Hispano-América, a la que han solido responder los intelectuales españoles con una indiferencia indisculpable respecto de sus colegas de ultramar.

Esas causas las señala el profesor Suárez en el primer párrafo de su folleto:

«Durante muchos años hemos enseñado la historia de la independencia americana como un acto de reivindicación de libertades arrebatadas, como la redención de un largo cautiverio de tres siglos a que nos sometió la conquista española, como el sacudimiento de un yugo nacional impuesto por una nacionalidad extraña.»

Esta manera de enseñar la historia de la independencia se ajustaba muy poco a la verdad. Los conquistadores españoles no pudieron arrebatar a América ninguna clase de libertades porque no las había en América cuando Colón descubrió el Nuevo Continente; los actuales argentinos y las clases gobernantes de América no descienden de cautivos, sino de conquistadores, y el movimiento de independencia no fue originariamente de carácter nacionalista, sino de carácter liberal.

Esta última afirmación, que constituye el nervio del folleto del Sr. Suárez y de todo el movimiento «hispanista», no reza con el movimiento cubano. En Cuba se había constituido la nacionalidad cubana –porque la nacionalidad es un hecho de conciencia, la voluntad de ser Estado– muchos años antes de que la intervención norteamericana hiciera proclamar la independencia del país. En el resto de la América española no surgieron las nacionalidades sino después de ser un hecho la independencia.

Fue después de haber consolidado la independencia cuando numerosos intelectuales enamorados de la cultura europea no española, encabezados por el chileno Francisco Bilbao y el argentino Sarmiento, proclamaron para el Continente americano el ideal de la «desespañolización».

El Sr. Suárez vuelve por los fueros de la verdad diciendo estas palabras:

«El programa de los intelectuales de América, que Bilbao sintetizó exactamente con la palabra ‘desespañolizar’, era errado en sus términos fundamentales, aunque fuese exacto en sus líneas generales, en el sentido de que era necesario progresar y asimilarse los adelantos realizados por la Europa extraespañola.»

Y la tesis fundamental del movimiento hispanista argentino es la de considerar la revolución americana como «una lucha grande y noble por las libertades y derechos de los habitantes del mundo nuevo, contra el absolutismo del gobierno de la metrópoli». Los liberales españoles y los americanos se proponían un mismo fin: la libertad. «Discrepaban en la forma; los americanos creían que para ellos el medio era la independencia».

Así que el nuevo criterio de los pensadores hispano-americanos consiste: «en apreciar la independencia americana no como una guerra de odio, sino como una crisis fatal en favor de la libertad y de los derechos humanos, crisis que fue general en los pueblos de raza europea a fines del siglo XVIII y al empezar el XIX.»

Esta manera de apreciar la independencia de la América española suena a cosa nueva en América, pero estoy seguro de que en España no parecerá nueva a los lectores cultos. Así han pensado y piensan la inmensa mayoría de los intelectuales españoles, aunque ello acaso sorprenda al Sr. Suárez.

Salvo de Cuba, del resto de América no cabe duda de que el ideal que conscientemente persiguieron los caudillos de la independencia fue el de la libertad política y, sobre todo, el de la libertad económica. Y tan profundamente lo hemos creído los españoles, que a fuerza de creerlo hemos empezado a preguntarnos si fue solamente el ideal de libertad política y económica lo que empujó a los hispano-americanos a afirmar su independencia.

Ello no es dudar de que los caudillos de la independencia hispanoamericana fuesen hijos de su tiempo y, por lo tanto, de la Constitución norteamericana, de la Enciclopedia y de la Revolución francesa; pero en su tiempo se producía otro factor no menos importante para su objeto, a saber: el de la postración espiritual y material de España.

Y con ello no digo solamente que la postración de España facilitara a los hispano-americanos una ocasión favorable para sus planes. Lo que pregunto es si habrían concebido sus propósitos de libertad en caso de que el despotismo español hubiese sido un despotismo próspero, ilustrado y triunfante, como era, por lo menos hasta 1914, el despotismo alemán.

Estoy sugiriendo con ello la posibilidad de una interpretación «energética» o «cratológica» de la independencia do las repúblicas del Sur como complemento, no como refutación de la interpretación puramente política. En el caso de Cuba, por ejemplo, no me cabe duda de que una de las causas de la insurrección ha sido la constante comparación que hacían los cubanos antes de 1895 entre la penuria de España y la riqueza de los Estados Unidos.

Es un hecho triste, pero exacto, que el prestigio de los débiles no es grande. Conste que me limito a sugerir la mera posibilidad de que los sentimientos de Bilbao y Sarmiento fueran menos superficiales y arbitrarios de lo que cree el profesor Suárez y de que se originasen en el hecho de haberse dado cuenta los hispanoamericanos ya en el siglo XVIII de que el poder de la Monarquía española venía declinando comparativamente al de otros Estados.

Uno de los sentimientos que más influyen en el curso de la historia es el de admiración al poderío.

¿Ha de concedérsele en la independencia americana un papel tan importante como al de libertad?

Ramiro de Maeztu

 


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Ramiro de Maeztu 1910-1919
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