[ Ramón Janer Isan (a) Francisco de Barbéns OFMCap ]
La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle
Los problemas pedagógico y moral del cine
La acción que el cuadro exterior ejerce sobre el ánimo por medio de las sensaciones visuales, a nuestro modo de ver, es la siguiente. No nos referimos al tipo visual en el cual las imágenes visuales alcanzan frecuentemente una intensidad igual a la sensación, en tanto que las representaciones de distinto orden son extraordinariamente débiles; logrando aquéllas, por consiguiente, predominar casi exclusivamente en el ejercicio de las operaciones mentales. Nos referimos a la memoria visual ordinaria, que no deja de llevar una cierta intensidad de impresión y viveza de imagen. Aun en estos casos que generalmente se presentan en el vulgo de los espectadores, la imaginación activa llega a alcanzar un grado de intensidad suficiente para concentrar en sí la atención del espíritu. Estas imágenes se asocian entre sí; se encadenan unas a otras: y de ahí un vasto campo para la actividad mental. Sobre estos elementos reunidos opera el espíritu, y elabora los conceptos propios de la imagen y los demás con ella relacionados.
Lo mismo proporcionalmente decimos de las sensaciones auditivas, las cuales se re conocen por caracteres análogos a los que distinguen a las visuales, modificadas, como es muy natural, algunas condiciones, que dependen de la naturaleza de la potencia.
Visto el valor intelectual de las asociaciones, queda por resolver la cuestión de la imagen motriz, la cual por su naturaleza tiende a exteriorizar las demás que hemos venido estudiando. Esta imagen forma parte de numerosas combinaciones mentales; es la base de nuestros movimientos. La imagen y la idea no se desarrollan solamente por una evolución interna ni individual, sino que encuentran otros elementos psicológicos ya existentes, suscitan otros nuevos y forman un gran núcleo y una gran asociación, un conjunto de energías que necesitan abrirse camino hacia sus actos respectivos.
La imagen y la idea tienen una fuerza considerable para impulsar al acto, principalmente cuando ambas en su esfera respectiva son ricas, vivamente sentidas y que encarnan toda una realidad. El hombre apasionado ante la imagen tenue, débil del objeto de su pasión, no se moverá a la ejecución del acto; la sensación casi imperceptible no ha interesado su conciencia. En cambio, un cuadro vivo, intenso, emocional, sea del orden que fuere, despierta todas las energías, encarna ricamente la imagen, dispone próximamente para las acciones, y eleva todo un orden y estado de conciencia. Las consecuencias de orden pedagógico y moral que entraña este principio son numerosísimas. Las representaciones artísticas, los cuadros morales, las acciones heroicas, etcétera, que tienen lugar en el cine, impresionan intensamente la imaginación, interesan la inteligencia, despiertan aptitudes latentes, les dan curso, forman ambiente y lo incorporan sin violencia en el estado de cultura social.
No cabe dudarlo, que la imaginación, ya por su importancia real, ya por la relación que guarda con las emociones, constituye el principio directivo de una gran parte de los actos de nuestra vida. Sobre la imaginación y sobre todo el estado emocional obra poderosamente el cine. Por el predominio que adquiere el funcionamiento sensitivo, tiende, evidentemente, a producir un desequilibrio psicológico y moral; pues, un desarrollo exagerado, una impresión demasiado intensa de las imágenes visual o auditiva, expone a una especie de delirio o alucinación correspondientes a las mismas. Mas si se consigue que las imágenes guarden un cierto equilibrio, entonces se equilibra también el espíritu; predomina la inteligencia rica en recursos, la cual sabe utilizar la fuerza enorme que lleva inviscerada la sensibilidad representativa y la emotiva; y logra, más fácilmente, formar el individuo normal y equilibrado.
VI
Los objetos y las formas más convenientes del cine
Mucho se ha escrito sobre el sentimiento estético. Estudiado en sus relaciones con las condiciones sociales, Hennequin dice que una forma de arte expresa una nación, porque la ha adoptado y se ha reconocido en ella como en un espejo; Taine enseña que la obra de arte es el producto de la raza, del medio y del momento; Guyau que el arte es, por medio del sentimiento, una extensión de la sociedad a todos los seres de la naturaleza, hasta los seres ficticios creados por la imaginación. Todas estas teorías prestan material sobreabundante para formular esta proposición: El arte es un factor cooperante a la solidaridad entre los hombres.
Según la dirección de estas observaciones, el arte cinematográfico debe constituir un medio de expansión social y una escuela de educación. El arte óptico, como todos los demás, debe sujetarse a ciertas reglas y condiciones, que no es lícito quebrantar. Cualidades esenciales de la obra artística son, que sea bella y buena: no como aquéllos que, buscando la realidad y naturalidad mal entendidas, han faltado a la idealidad artística, tributando culto a lo feo, inmoral y prosaico.
Los asuntos del arte óptico son múltiples y variadísimos. Empleando una fórmula muy concisa, podríamos reducirlos a tres grupos: Dios, el hombre y la naturaleza. Si estudiamos la historia de las Bellas Artes, vemos que el arte ha debido a la religión su origen y sus inspiraciones más elevadas, más eficaces y más puras. Él afecta hondamente el alma humana, inflama la imaginación y abre el entendimiento a vastísimas perspectivas. La historia es una demostración no interrumpida de esta verdad. Como es de suponer, no hemos de extendernos en transcribirla, porque nos haríamos interminables, y está en la memoria de todos los lectores.
Los asuntos humanos, que comprenden los cuadros de nuestra vida, no los degradantes sino los que honran la naturaleza, nuestros sentimientos y acciones, las principales situaciones morales en las que pueda encontrarse, los períodos heroicos de la historia y otros de la vida social y doméstica: los asuntos naturales en sí o bien modificados por la mano del hombre. Todo esto presta abundantísimo material para las artes ópticas, las cuales se manifiestan por formas decorosas, instructivas y prácticas. Cuando la película muestra cuadros de costumbres laudables, ejerce una verdadera enseñanza para aleccionar a las familias y a los pueblos; cuando pone en juego una serie de procedimientos delicados y de sentimientos nobles, educa la conciencia y forma el sentido de delicadeza social; cuando reproduce monumentos y obras de arte, cuando vulgariza los conocimientos científicos que más pueden interesar al vulgo; cuando recuerda y presenta con coloridos los más vivos los cuadros grandes y heroicos de la historia patria, entonces el cine es una verdadera escuela de formación en varios ramos de cultura social; es una academia militar en donde se enseña prácticamente el sentimiento patriótico; en donde se deposita el germen sagrado del amor, del sacrificio y hasta del heroísmo por la salvación del honor y de los intereses de la nación.
Mas, por lo que antes hemos visto, desgraciadamente, no siempre es así. En las artes ópticas, lo propio que en las acústicas, hemos de lamentar repetidas veces, según hemos venido demostrando, un verdadero desorden, una desviación, una serie de anomalías; todo lo cual en lenguaje técnico se llama patología del sentimiento estético.
No un simple párrafo, sino todo un tratado merecería esta cuestión; pues la degradación que han sufrido el cine y el teatro demuestra claramente que hay casos de anestesia completa para toda manifestación de arte, por humilde que sea la ceguera moral por una parte, la indiferencia religiosa por otra, y la proclamación de una libertad absoluta, libre de toda regla y condición, hacen que apenas el crítico artístico pueda formular este juicio, dictado por la más profunda filosofía del arte: Todo lo que procede de lo bello es sano, y todo lo que procede de lo feo es malsano. Debido, sin duda, a la indecisión que en la escuela patológica del sentimiento estético se nota, respecto a la línea de demarcación, un autor (Rosenkranz) ha podido escribir una Estética de lo feo.
Toda falta de armonía entre las tendencias que constituyen al hombre sano; en todo el sentido de la expresión, se traduce en una ruptura de equilibrio, una anomalía del sentimiento estético, un trastorno de la vida afectiva. El arte debe ser un centro de vida integral, una escuela en donde se formen hombres equilibrados; en modo alguno debe permitirse que se convierta en foco de infección mortal, en principio de decadencia, en ruina del sentimiento estético.
VII
Precauciones que deben tomarse
En terapéutica física como en psicoterapia hay una cuestión gravísima, que se llama contagio. Hay contagio en lo moral como en lo material; es decir, comunicaciones de uno a otro individuo, modificaciones psíquicas, cambios en las afecciones. De este contagio podría sacarse un gran partido para la educación o formación de las familias y de los pueblos, o sea, de todas las clases sociales. La sugestión de las ideas, de los estados afectivos, de los actos y de los estados morbosos es un hecho, que debe tenerse en consideración. Si en un colegio de niños elegimos algunos de los más juiciosos y discretos, y los colocamos entre sus compañeros, insensiblemente se irá ensanchando la esfera del contagio moral, formarán ambiente y terminarán por imponer las virtudes morales.
No ignoramos que el contagio, propiamente, no existe más que en el orden patológico, y consiste en el traslado de un individuo contaminado a otro en estado de receptividad, de un elemento patógeno, casi siempre un germen microbiano. Al emplear nosotros el término contagio mental o moral, nos servimos de una metáfora, con la cual queremos significar la influencia moral, generalmente, inconsciente e irresistible, a semejanza de las acciones puramente físicas, que se ejerce de hombre a hombre. Semejante contagio lo mismo puede manifestarse inmediatamente que tras larga incubación. Es, en el fondo, una especie de imitación involuntaria y una sugestión inconsciente.
Esta acción o influencia se ejerce, evidentemente, por el cine. El contagio bueno o malo lo participan los niños, los jóvenes de ambos sexos, los padres y los ancianos. Los que estudian con interés el pensamiento psicológico saben perfectamente que una de las leyes más substanciales que rige el desenvolvimiento mental del niño es, precisamente, la imitación. No olvidemos que la asociación entre el movimiento impulsivo y la imagen del movimiento es naturalmente más íntima que muchas otras. La idea del movimiento atrae más fuertemente la atención, cuando se percibe el movimiento realizado por otro.
La tendencia imitativa del promedio de los niños es mucho más fuerte que la del adulto. Por imitación aprende el niño a hablar, más tarde a leer y a escribir; por imitación aprende la conducta social y las formas correctas de la vida. Por lo tanto, es un crimen moral responder a este espíritu de imitación del niño en los años de plasticidad con modelos impuros antiestéticos, informes y contrarios al más elemental sentido de dignidad humana.
Si en todas las edades de la vida la acción del cine es fatal, resulta singularmente perniciosa en la pubertad. Los neurópatas afirman unánimes la influencia de la aparición de la pubertad sobre ciertos desórdenes más menos sensibles del sistema nervioso. El Profesor Marro, de Turín, J. Voisin, y varios otros, han consagrado varios tratados a demostrar esta proposición, que han venido a confirmar los más recientes dictados de la clínica. Dejemos bien sentado, que la intensidad de las impresiones desde el punto de vista somático, y bajo las condiciones en que se desenvuelven las emociones, repercute sobre el sistema visceral, el cual, notablemente modificado, y muy complejo, entra en juego y produce ciertas manifestaciones del instinto sexual. Ciertos desórdenes y trastornos morales obedecen, sin duda al diferente funcionamiento del nuevo mecanismo visceral.
No es de extrañar, pues, si en la pubertad se inicia un cambio en los individuos o se consolida el mismo curso, según la dirección buena o mala que se da a sus instintos y pasiones.
Comprendemos que este artículo va resultando ya demasiado largo. Con verdadero sentimiento dejamos incompleto este párrafo, que se presta a numerosas y extensas consideraciones. Confiamos, no obstante, poderlo estudiar otro día, cuando nos determinemos a escribir sobre la moralización de la calle.
Terminamos llamando la atención de todos los hombres de buena voluntad, para que coadyuven a realizar la aspiración redentora de la moralización del cine. No cabe duda que en todas esas causas que hoy determinan un estado de marasmo irían desapareciendo a medida que algunas inteligencias mejor ilustradas y algunos espíritus más aristocráticos extiendan el radio de su influencia por las varias capas sociales; y entonces, quieran o no quieran los enemigos del progreso humano, éste se realizaría quedando anulados los factores de retroceso y degradación, rindiendo el tributo de su vida ante los destinos providenciales que presiden a la evolución progresiva de las sociedades.
P. Francisco de Barbens
O. M. Cap.
«Revista de Estudios Franciscanos»