Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Marcelino Domingo

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Sobre la cuestión del Cinematógrafo y la de la moral de la calle, solicita esta Revista varias opiniones.

Concretamente vamos a dar la nuestra. El Cinematógrafo no es perjudicial al niño: es perjudicial, sí, el Cinematógrafo que se fomenta aquí en España y principalmente el que yo he visto extendido y aplaudido en Barcelona. Pero es perjudicial, de la misma manera que lo es el teatro, que lo es la novela, que lo es el periódico. ¿Quién puede exigirle al Cinematógrafo, a donde generalmente acuden gentes de poca cultura, que tenga una fuerza moral que no tienen ni el drama ni el libro? El Cinematógrafo es una taquilla, ante todo, como es una empresa el teatro, como es una casa editorial el libro, y las alas no se las pusieron a Mercurio en la cabeza sino en los mismos pies.

¿Hemos de alejar de este espectáculo a los niños? ¿Y a dónde vamos a llevarlos? Al teatro, no: los teatros de hombres son peores que el Cinematógrafo; los teatros de niños mueren tan pronto como nacen. No hay en Barcelona jardines para los niños; no hay museos para los niños; no hay nada para los niños. Todo es para los hombres, y lo que es de los hombres –¡con dolor sea dicho!– no puede servir de ejemplo a los niños.

¿Por qué otro espectáculo podría ser substituido con ventaja el Cinematógrafo? Por el mismo Cinematógrafo; como el libro debe ser substituido por el mismo libro; como el teatro debe ser substituido por el mismo teatro. Somos cobardes los españoles y no tenemos valor para combatir el mal: tenemos talento para saber dónde está, para descubrirlo, para analizarlo luego, pero lo dejamos estar firme para que los pobres de espíritu se envilezcan en él. ¿No hemos dicho que el Cinematógrafo, como el teatro, como el libro, es cuestión de dinero, es cuestión de taquilla? Pues a ocupar esta taquilla los que piensan que el Cinematógrafo no debe ser como es: el Cinematógrafo hace lo que hace hoy, porque hay un público que lo pide, que lo exige, que lo aplaude, que lo paga. Que haya un público que pida lo contrario, y sobre todo, que pague lo contrario, y las películas podrán convertirse en estas proyecciones utilísimas que ilustran las conferencias, las lecciones de viajes, las disertaciones científicas. El niño ve lo malo, porque son los malos los únicos que imponen su voluntad y los únicos que sacrifican su bolsillo; porque los buenos se limitan a censurar, labor negativa, o a emplear sus recursos económicos en empresas, si no nocivas, inútiles, que es aún labor más negativa.

¿No queda ya con esto limitado también nuestro concepto sobre la moral de la calle? En el Congreso de moralidad celebrado últimamente en Londres, y al que han asistido autores, editores, periodistas, mujeres y clérigos, luego de fijar claramente la significación de la palabra obsceno, luego de resolver en contra la proposición de uno de los congresistas que pedía se solicitara del gobierno la vigorización de la ley existente en la actualidad contra las publicaciones obscenas, ley que se ejerce regularmente en los casos extremos, es decir, cuando se trata de carteles y libros indecorosos que circulan en venta subrepticia; luego de descontar la aplicación de la ley por el peligro de encontrar con intérpretes incultos, se convino por todos en que la acción privada, la acción individual, había de ser la única que podría poner diques a la moralidad.

La acción feminista en Alemania, encaminada a restar contingentes a la trata de blancas; la acción de los Barnardo, de esos moralistas ingleses, que detenían al joven cuando andaba por sendas torcidas y lo llevaban a la Universidad popular del barrio pobre, son dos ejemplos vivos, latentes, no sólo de lo que puede hacerse, sino de lo que debe hacerse, de lo que necesariamente han de hacer las damas y los estudiantes de Barcelona, si quieren que la ciudad sea un honor de los catalanes, sea un orgullo de los españoles.

Nosotros hemos escrito cien veces, que la virtud no está en no hacer el mal, sino, en medio del mal hacer el bien, en extender, con el ejemplo, con la palabra, con la obra, el bien, el radio del bien, para que todos, aun los más pervertidos, sientan en su conciencia, la necesidad de reformarse, la urgencia de andar por otros caminos.

Marcelino Domingo