La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle
Dr. Enrique O. Raduá
Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo
Sr. Director de Cataluña
Muy Sr. mío y de mi consideración más distinguida: soy acérrimo del Cine, sin que, salvo muy contadas excepciones, ponga los pies en ellos. Los pecados del Cine son a mi entender hijos del industrialismo y del género de moral en uso. ¡Cuánto bien puede esperarse del Cine solo o aliado del microscopio, del ultra-microscopio, del fonógrafo y de otros medios que irán viniendo indudablemente con el tiempo!...
Así, pues, en tanto el Cinematógrafo se halle exclusivamente en manos péritas (maestros y médicos), por lo que respecta a los infantes, debe someterse a control. Como espectáculo público debe estarlo también, y en éste concepto debe llamarse la atención de los padres y encargados de infantes sobre la frecuencia con que el abuso del Cine trastorna a los pequeños, abocándolos a sueños intranquilos; terrores nocturnos, convulsiones e incluso verdaderos estados de meningismo más frecuentes de lo que se suele suponer.
Si el cine lo manejaran para los infantes el maestro y el médico, no tan sólo no sería temible sino que las ventajas que produciría serían incalculables, no habiendo, por tanto, motivo alguno para separar al niño de un espectáculo que sobre agradable le sería útil. En tanto esto no sea, no hay como crear y multiplicar los campos de juegos para que los infantes puedan mover libremente los miembros entumecidos por la vida claustral de la ciudad y la no menos sosegada de la escuela.
La existencia de campos de juego, prolonga más allá de la escuela la esfera de acción del maestro. ¿En qué forma? Le tengo miedo a la acción unipersonal. La cultura adquirida para la posesión de un título no es, desgraciadamente, garantía de perfecto equilibrio moral. Por esta razón me inclino a la constitución de juntas especiales integradas por personalidades cuya competencia técnica sea un hecho (maestro, médico, arquitecto), por quienes tengan interés especial inmediato en las labores de la junta (padres y madres de familia) y claro que vería con gusto también la presencia de la autoridad, si la autoridad fuera a las juntas más para conocer el ánimo, los deseos de sus administrados inspirándose en ellos para obrar, que con la presión de tal autoridad haciéndola valer con frecuencia y muchas veces a destiempo.
Tal es mi modesta opinión acerca los puntos por Cataluña señalados, y mucho tendremos que agradecerle los barceloneses si, persistiendo en su campana, logra vayan las aguas por mejores cauces que hasta aquí.
Con ésta oportunidad se reitera suyo afectísimo s. s.
Dr. Enrique O. Raduá
(Director de Medicina Social).