Filosofía en español 
Filosofía en español


Salvador Rueda

Paz a los hombres
Guerra del 1914

Al gran escritor Karl August Hagberg.

El gran poeta Salvador Rueda nos envía la poesía que a continuación publicamos; poesía que ha sido escrita expresamente para el Diario de la Marina. Por su grandiosidad y por su fecunda inspiración de que en ella hace gala el poeta la publicamos en lugar preferente.



Convulsa de espanto
se agita la tierra
y lloran con roncos clamores
no oídas trompetas
convocando a las razas del mundo
al grito de guerra.
No son los augures clarines del Juicio
que alzarán de las tumbas abiertas
los esqueletos vestidos de carne
cual si eternidades de un sueño rompieran;
ni son las que un día
animaron las mágicas piedras
de los muros antiguos, y alzaron
de nuevo las torres enhiestas;
este clamor de fatídicas trompas
destruye, no crea,
abate los templos que irguieron
al cielo sus cruces y flechas,
y rompe los sólidos muros
de ciudades que fueron eternas.
El mapa destruye
sus vastas fronteras,
y en vez de los Cinco geológicos Pétalos
en que la Rosa del Mundo se abriera,
ya no son los Pétalos o los Continentes
de la Rosa inmensa:
¡ya son Cinco Osarios
en los que divide sus charcos de sangre la trágica Esfera!

Atónita el alma
en su asombro se finge que sueña
viendo las espadas de todos los hombres
tejerse en un río febril de centellas,
viendo eclipsarse centurias de luces,
de Industrias y Ciencias,
de Leyes, de Libros,
de glorias supremas.
Los crisoles están apagados,
el Comercio ha enlutado sus tiendas
con las colgaduras de negros sepulcros
y en su mortaja tendido se ostenta
entre las llamas de rojos hachones
que lloran y lloran sus chorros de lágrimas de cálida cera.
Su danza de trémulos hilos
ha parado la mágica rueca,
ya no baila, no baila tramando
su alígera trenza
con los cordajes violentos del iris
donde cada nota es ingrávida hebra
que teje la veste del mundo,
de reyes, de obreros, de excelsos poetas.
Ved allí el arado,
la espada perfecta,
la sola y la única
que empuñar heroicos los hombres debieran,
podrida de herrumbre
como el pico de un águila vieja,
mientras en las trojes dormitan los granos
soñando en que vengan
las rejas abriendo los surcos
que fértiles dejan
hecho un abanico gigante de rayos
el haz de la Tierra.
Los obreros están por las calles,
no cantan llenando de luz sus colmenas,
sus talleres que anima el trabajo
con escuadras, metros, martillos y ruedas;
ahora van con los labios pajizos
lanzando amenazas siniestras
y esgrimen los machos de fragua
lo mismo que el coro fornido y grandioso de bronca tragedia.
Los cables marinos no hablan;
ya son rotas lenguas;
el telégrafo es mudo alfabeto
que deshizo sus mágicas letras;
el tren es un rayo partido en pedazos
contra la rodilla brutal de la guerra;
y solo el idioma del aire,
la radiografía de cifras supremas
y el aeroplano de origen divino,
hablan, vibran, vuelan,
¡vuelan, vibran, hablan,
pero sólo llevan
órdenes terribles de ciegos combates,
bombas que destruyen vidas indefensas!
Si habéis asaltado para vuestros crímenes
del Cielo las cumbres etéreas,
añadiendo a sus vivos crepúsculos
los rojos crepúsculos de vuestras demencias,
sólo os falta, sacrílegos hombres,
estampar vuestra bárbara diestra
en la Cara de Dios, y con sangre
dibujar vuestros dedos en Ella.
¡Aeroplano, Paloma celeste,
Espíritu Santo de plumas excelsas,
águila nacida del pico de un cráneo,
cóndor que una frente botó a las estrellas;
sube, sube, sube con el alto impulso
que en tus alas llevas,
escala los cielos sublimes
como graderías azules y espléndidas,
y al llegar hasta Dios, con su mano
tu vuelo retenga
hasta que los hombres se tornen más dignos
de tenerte de nuevo en la tierra:
¡en la mano de Dios, Ave Santa,
descansa y espera!

Atónito el pecho solloza
al ver desgarradas todas las banderas,
volcados los púlpitos y los campanarios
y en sombra las lámparas ciegas.
El mundo retuerce sus fibras
con honda violencia,
los tronos vacilan,
bailan las coronas sobre las cabezas,
y un empuje sísmico
como un huracán de culebras,
trasmite espantoso
una danza macabra al planeta.

Mirad en la falda afligida
de las madres dementes de pena,
caer cercenadas
de sus hijos las manos sangrientas,
como mariposas heridas de muerte
que revolotean.
Manos adoradas,
manos pequeñuelas,
manos de los niños,
por la Patria hechas
para la Justicia, para el Evangelio,
y para las grandes, gloriosas empresas:
¿quién os ha cortado
como quien del tallo tronchó una azucena?
¡Son los hombres cultos de Europa divina
los que os han tirado cual rosas deshechas!
Ved allí en la falda de otra madre triste
los senos cortados de pura doncella
hechos para cálices del jugo materno,
para sacras fuentes de amor y belleza;
¿qué manos sacrílegas os han arrancado
después de cubrir de vergüenza
vuestra tez, más angélica y pura
que santa patena?;
son los hombres cultos de Europa sublime,
los mismos que llevan
en sus Códigos graves escritas
de Cristo las frases austeras.
Ved aquel lloroso
sacerdote amarrado a la selva,
ser persignado con torvo cuchillo
que rasga su frente, su pecho, su lengua,
mientras cogen los ciegos verdugos
la débil madeja
de sus canas, y tiran con furia, y al fin la destrozan
y escupen en ella.
Basta, basta de horror; son los bárbaros
del Septentrión sobre Roma; las fieras
arrojadas al Circo; los toscos
cuadrumanos del ciclo de piedra,
los antropófagos que aun rugen y comen
carne humana muerta.
¿Y Cristo? ¿Y las Tablas
de la Ley? ¿Y la altiva grandeza
de descender del Origen Divino?
¿Y las nobles palabras Clemencia,
Amor, Tolerancia, Armonía,
Justicia, Pureza?
Habéis, como Judas, vendido
al sublime Mentor de Judea,
y lo habéis trocado por los aranceles,
naciones sacrílegas, naciones abyectas.
Andáis entre zanjas henchidas de muertos
por charcales humanos que humean,
y vuestros caballos
hasta las cinchas de sangre se llenan
lanzando relinchos fogosos
y exaltada la ardiente pupila cual llama epiléptica.
Sois sepultureros
de razas enteras,
sois enterradores
de imperios que ruedan,
y habéis desgarrado los altos Principios
de la Vida entera.
¡No era verdad vuestra insigne cultura,
era nefanda comedia,
y erais los histriones que habéis disfrazado
detrás de una falsa careta,
vuestros hocicos de monos horribles,
vuestros dientes feroces de hienas!

Yo no puedo dormir por las noches
porque las lágrimas me ahogan de pena
y se retuercen mis manos crispadas
como dolorosos cordeles que tiemblan.
Se ha vuelto mi oído un fonógrafo
de bocina inmensa
que recoge en la noche el gigante
clamor de la guerra,
madres que deliran y tienden al cielo
las manos abiertas,
fragor de descargas
de ametralladoras que el pánico siembran,
zumbar de tambores
y de bandas de músicas bélicas, ayes moribundos
de pechos que expiran sin Dios ni clemencia,
clamores de vírgenes
que buscan defensa
y acorraladas sucumben lanzando
gritos de demencia,
ancianos que torpes se arrastran
y van por las piedras
de rodillas andando y temblando
acaracolada de espanto la lengua,
llantos de niños que buscan los senos
donde la leche volvióse gangrena;
¡yo no puedo dormir, porque lloro
como si estuviera
entre cuatro grandiosos blandones,
de cuerpo presente la Tierra!

Cristo en Veinte siglos de Sabiduría
sólo cuervos crió con su diestra;
su Misal patearon bestiales
las herraduras de enormes Ejércitos con roja vehemencia
y volaron al viento sus hojas
lo mismo que vuelan
en un baile pajizo de muerte
las hojas deshechas;
Cristo en Veinte siglos de amor y dulzura
crió sólo hienas
que enguantaron calladas y astutas
sus garras horrendas
para persignarse con signos de sangre,
hipócritamente, sacrílegamente, sin ser descubiertas.
¡Qué raza de cuervos sacaste ¡oh Dios mío!
y de lechuzas sesgadas y tétricas
que a beber venían
el aceite en tu lámpara eterna!
¡Son los mismos que allá de la Asiria
venían con plumas de miedo y tinieblas
a comerse tus carnes, sacándolas
a hebra tras hebra
desde tus pies coagulados de estrías
hasta el florón de tus sienes excelsas!
¿Y para eso has estado, Dios-Hombre,
tu el Taumaturgo de labios que ciegan,
Tu el Teósofo de no oídas músicas
y no oídas ciencias,
y para eso has estado. Adivino,
Vidente vestido de estrellas,
con los brazos en cruz Veinte siglos
chorreando dolor de tus venas?
De genios sublimes
llenaste tu Iglesia,
dándole columnas
no solo de piedra,
de plumas sublimes,
de frentes inmensas:
los Evangelistas;
Doctores; Profetas;
Pedro; Pablo; el torvo
San Juan que en su concha mojó tus melenas;
Juan el del caótico
Apocalipsis, el vasto Poema;
Mateo; Marcos; Lucas
como tres pilares de insólita fuerza;
y los Santos Padres
con sus barbas luengas
Agustín, Ambrosio,
Tomás, ¡tres palmeras!
y San Isidoro de ciencia infinita.
Y de las Cruzadas las tres grandes lenguas
San Luis, San Bernardo
y Godofredo con alma ardorosa de fuego que tiembla.
Santo Tomás con la Suma admirable
donde todo lo humano se encierra;
todas las plumas vestidas de luces,
todas las frentes egregias
que rasgaron del templo las sombras
y lo alzaron en bases soberbias,
auxiliaron tu Empresa, Dios-Hombre,
y volviste las almas candelas,
músicos los labios,
los corazones purísimas cuerdas;
ya el hombre subía
a Dios desde bestia,
ya sentía la luz increada
arder en su noble conciencia,
de cuadrumano volaba a ser genio,
de paria a realeza,
y he aquí que el Misal extrahumano
los hombres de Europa patean,
y el facistol en que al cielo se abrían
sus frases cual rosas intensas,
como un árbol sublime de siglos
rodó por las piedras.
Ha sido la Francia
quien lo ha desquiciado siniestra,
la Francia divina
que creara inmortal y maestra
la democracia, la luz, la cultura,
la libertad, la riente belleza.
Ha sido Alemania
la que ha pisado ¡Dios mío! tu lengua,
la nación ideal que fundara
la sólida ciencia,
la industria admirable,
la filosofía que al cielo se eleva,
la música mágica robada a los pájaros,
a las vastas selvas,
y a tu Palabra, en que está la Armonía
cual Máxima Orquesta.
Quien también ha escupido en tus labios
ha sido Inglaterra,
la reflexiva, la docta, la fría
elaboradora de cosas supremas,
la de dedos de claros marfiles
que a sus sienes ciñó la diadema
de todas las causas sublimes
y todas las altas empresas.
Y es también la Rusia,
la fuerte, la extensa,
la repleta de un ancho Futuro
que ha de ver asombrado el planeta,
quien te ha triturado
con sus pezuñas enormes y recias
y te ha puesto por losa en el pecho
un témpano frío de nieves perpetuas.
Y han dejado a su paso de azote
esas razas ebrias,
millones de huérfanos
que vuelven sus puños al sol y le retan,
millones de errantes mujeres
que lloran de espanto y de pena,
millones de hogares cubiertos
de infamias horrendas.
¿Qué merecen los hombres feroces
que han trocado en polvo todas las creencias
y han deshecho en un breve segundo
los Ideales que a Dios ascendieran?
Merecen el torvo castigo,
la enorme sentencia
de un Tribunal de mujeres sombrías
que el mundo dejó en las tinieblas,
y de niños que piden venganza
y hambrientos se quejan.
A una explosión milagrosa, infinita,
salte chispas hecha
la Panoplia mundial, y se tornen
los armamentos arados y estevas.
Hay que alzar, con la Paz, de entre el lodo
que salpica sus hojas revueltas
el misal derribado, y abrirlo
otra vez a las frentes sedientas.
¡No se puede vivir sin Dios! ¡fuéramos
los hombres legiones inmundas de bestias!
Paz entre los monstruos
que han deshonrado la tierra
¡Veinte siglos perdidos! ¡De nuevo
hay que empezar entre inmensos trabajos la humana Leyenda.

Salvador RUEDA

Madrid, 1914.