Alma Española Madrid, 17 de enero de 1904 |
Año II, número 11 páginas 8-9 |
España nueva |
Asociación para la enseñanza de la mujer |
Como a la Institución Libre de Enseñanza, ALMA ESPAÑOLA quiere dedicar también una de sus informaciones a la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, Centro de educación general femenina y Escuela de algunas derivaciones profesionales, carrera de Comercio, de Institutrices, &c. La Asociación, fundada en 1870 por el inolvidable D. Fernando de Castro, cuenta en sus treinta y tantos años de vida una historia de abnegación y sacrificios..., día tras día, defendiendo su existencia en un ambiente que el retroceso acentuado en el país hacia la misma época, cambiaba, cuando en hostil, cuándo, por lo menos, en desfavorable. Personas de buena-voluntad, a las cuales preside un hombre sabio y bondadoso, don Gumersindo de Azcárate, que en todas partes donde va halla el cariño y el respeto, forman el núcleo que anima a esta obra. Vicepresidentes son: D. Manuel María del Valle, D. José María Olózaga y D. José María Pontes. –Tesorero, D. Mariano de Sabas Muniesa. –Interventor, D. Constantino Rodríguez. –Secretario general, D. Juan Antonio García Labiano. Son nombres que siempre se oyen pronunciados con respeto.
Larga es la lista de profesores: Doña Carmen Villanueva, doña Teresa Coonelles, doña Clementina Albéniz, doña Ana García, doña Herlinda Iglesias, doña Asunción Vela, doña Pilar Pascual, doña Clementina Rangel, doña Isabel Baquero, doña Encarnación Romero, doña Felisa Abad, doña Juana Díez, doña Sofía Camps; D. José Irueste, D. Baldomero Bonet, D. Alberto Segovia, D. José María Olózaga (catedráticos estos cuatro de la Universidad Central en sus diversas Facultades), D. José María Pontes, D. Pablo Sánchez Alonso Gasco, D. Marcelo de Usera, D. Ramón Haro, D. Hilario Bueno y el que suscribe las líneas estas... Entre todos se intenta procurar la enseñanza de un par de centenares de alumnos de la manera más completa, en el sentido más moderno, dentro de la modestia de los medios que las situaciones creadas consienten. Ved en estas fotografías el aula dedicada a la Escuela de Comercio, instalada como una verdadera oficina mercantil; la clase de Corte, una de las más frecuentadas; la de Física y Química, en la cual el Sr. Irueste explica el mecanismo de la máquina eléctrica o la Fuente de Herón a las curiosas muchachas agrupadas alrededor de una mesa cargada de fósiles y fragmentos de rocas... Ved también la Escuela primaria elemental, con sus deliciosas muñecas estudiosas de cinco o seis años, y las mismas muñecas disponiéndose a correr un rato después, con una loca alegría, en ellas siempre adorable. Con el tiempo, estas pequeñas, instruidas en los conocimientos que exige el vivir, iniciadas en la previsión mediante la Caja escolar de ahorros que existe en la Asociación, irán saliendo de ella transformadas en jóvenes animosas, dispuestas para comprender el sentido serio y elevado de la vida y compartirle con el hombre en la pareja sexual, donde cada parte tiene su papel dictado por la Naturaleza. «El hombre es la lucha; la mujer es el amor», debe decirse siempre, con Thulié; la bella y noble frase que esgrimió contra las aberraciones del feminismo. El feminismo bueno, ¿qué puede desear sino hacer a la mujer cada vez más femenina? Solo así se podrá detener el misoginismo que hoy cunde, a veces derivando hacia las psicopatías sexuales mas tristes, como Raffalovicht –el Charcot de ese mal– ha observado; el misoginismo, horror, temor y desdén a la mujer, como un ser inferior y sospechoso, actitud espiritual que, en algunos doctores modernos –tal, por ejemplo, Augusto Strindberg o Weininger– toma la acre vehemencia de los antiguos Padres de la Iglesia. Solo así se podrá deshacer otro estado de espíritu aún más funesto e imbécil: la admiración de la mujer frívola, insubstancial y engreída a que se refiere el siguiente párrafo de J. Bois, en el libro titulado Eva moderna, con el cual terminaré esta breve nota: «Nietzsche nos cuenta que su Zoroastro, cansado de esta pequeña humanidad, consiguió, al fin, reunir a su alrededor algunos hombres superiores. Convídalos a almorzar, cuando, no recuerdo por qué causa, tiene que ausentarse en medio del festín. Al volver se los encuentra a todos prosternados ante un asno. Nietzsche tiene razón; pero al lado del asno debió colocar una pava. Tales son, en efecto, los ídolos de muchos hombres: la majadería popular y la estultez presumida de las mujeres.» Así, pues, no adoremos nosotros a las pavas. C. Bernaldo de Quirós |
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