Filosofía en español 
Filosofía en español


Eusebio Corominas

Unidad en la variedad

Tiene razón que le sobra el Sr. Salmerón, cuando discurriendo sobre las cosas de España, con relación a Cataluña, se lamenta de la parcialidad, de la pasión y de la injusticia con que es juzgado y contentado el movimiento espiritual de esta tierra catalana.

Un solo Dios y un solo Rey ha sido en España la divisa de los Austrias y de los Borbones, a semejanza de Francia, en cuyos dominios, Luis XIV y Napoleón I esculpieron en el cerebro nacional la famosa frase «El Estado soy yo.»

Por la intolerancia religiosa hemos quedado retrasados, los españoles, del movimiento de la civilización universal. Por el absolutismo político desaparecieron del suelo patrio las fecundas y variadas iniciativas de los distintos reinos que lo componían.

Y desde entonces la unidad de la Patria fue la más completa expresión de la total decadencia. La independencia de Portugal y la sujeción de Cataluña, recuerdan el comienzo de todas nuestras grandes desgracias.

Desde aquella época hasta nuestros días todos los estadistas españoles han confundido la unidad de la Patria con el uniformismo, una sola ley, un solo Dios, un solo Rey, un solo idioma, una sola voluntad, en una palabra, la más irritante igualdad ante el absolutismo de los monarcas o de los partidos políticos.

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En tanto ocurría esto en España, los pueblos que van actualmente a la cabeza de la civilización, se reconstituían y vigorizaban aplicando un régimen, un método completamente distinto.

La unidad en la diversidad, esta es la divisa de los pueblos anglo-sajones. Lo importante para esas naciones es el pueblo, con sus características, con sus tradiciones, con sus costumbres, libre la conciencia para creer en el Dios de sus preferencias, exento de trabas el pensamiento y sus naturales manifestaciones.

Por este motivo existe Alemania, nación de naciones, una en su imperio, diversa en sus Estados y Monarquías. Y existe Suiza con sus varios cantones y sus distintos idiomas; y existen Austria-Hungría, Bélgica y la propia Inglaterra.

En ninguno de esos Estados los hombres públicos ni los partidos políticos se asustan ni se preocupan de la variedad de idiomas ni de los particularismos nacionales o municipales.

En esta España de las unidades o del uniformismo, desde el Conde-Duque de Olivares no ha habido ningún hombre de Estado que comprendiera la garrafal equivocación del valido de Felipe IV, todos, sin excepción, aceptaron la desastrosa receta de aquel hombre nefasto que perdió Portugal y perturbó a Cataluña.

Cuidado que no era necesario asomarse al otro lado de los Pirineos para tomar ejemplo de lo que sucedía en Europa. Aquí, en el solar español, se ofrecía el ejemplo a la vista. Vasconia y Navarra han gozado siempre de un régimen especial, siendo no obstante partes integrantes del Estado español.

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Estando probado que el uniformismo político ha fracasado, viniendo los hechos a dar la razón al frío pensador D. Francisco Pi y Margall ¿por qué seguir explotando el tema de un insano patriotismo, resistiendo estúpidamente la consagración de las autonomías regionales, mediante las cuales habrá de surgir el natural estímulo entre todas ellas, para realizar labor positiva, fecunda y provechosa?

Para la resolución del problema de las haciendas Alemania nos ofrece el ejemplo. Para la organización armada la propia Alemania nos dará la pauta. Para la cuestión de los idiomas Suiza y Bélgica tienen la palabra.

Procuren los uniformistas pensar a la Alemana, olvidando por completo al Conde-Duque; acostúmbrense a discurrir sobre la complejidad de los problemas políticos y sociales, estudiándolos en su variedad y respetándola; y entonces no se asombrarán de lo que en Cataluña sucede, todo lo contrario, desearán que Aragón, Castilla, Valencia, Andalucía y demás regiones se pongan de pie y seguras de su propia fuerza concurran con las demás a la reorganización del decadente y quebrado Estado español.

Eusebio Corominas.