Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Santiago Valentí Camp ]

Miguel de Unamuno

Unamuno

Es muy difícil hacer la semblanza de este insigne filósofo y literato porque las fuerzas acumuladas en su gran entendimiento se han revelado de improviso. Al tratar de bosquejar otras personalidades, el escritor encuentra siempre, ya en el periodo de adolescencia, ya en el de la juventud, algún jalón, algún punto de mira que le sirve para señalar el derrotero del genio. La vida de Miguel de Unamuno carece de precocidades infantiles, es la labor del gusano de seda que construye su celda de trabajo concentrando en el aislamiento sus energías; Unamuno se reveló cuando había concentrado un exceso de energía en su cerebro, como se revela en el mundo de lo físico la energía potencial. Su personalidad modesta no busca en la satisfacción que proporcionan los primeros triunfos juveniles, el estímulo necesario para perseverar; obscurecido, encastillado en su timidez sigue la obra de perfeccionamiento y estudio; ni la tribuna de las Academias y Ateneos, ni las columnas de la Prensa, alientan con el éxito sus pasos, surge, se eleva súbitamente, con poderoso vigor, con extraordinario relieve, con incesante tenacidad por virtud de interminables vigilias, consagradas al estudio y a la meditación.

Cuando el afán, la necesidad imperiosa que siente el talento de intervenir personalmente en la obra común del Bien pudo vencer la reserva de su carácter, bastáronle a Unamuno media docena de artículos esparcidos en los periódicos para evidenciar de una manera acabada y perfecta su indiscutible superioridad mental.

Nació en Bilbao el 29 de septiembre 1864. En el “Pachico” de su hermosa novela “Paz en la Guerra” hay mucho de autobiográfico. Una adolescencia de continua rumia intelectual, de meditaciones inacabables, de enorme lectura y también de tristezas y melancolías.

Con singular aprovechamiento cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central, doctorándose en 1883. Pasó a Bilbao en donde se dedicó a la enseñanza, procurando difundir las ideas y sistemas pedagógicos modernos. Preparose más tarde para hacer oposiciones, a cátedras, tomando parte en cinco (una a Psicología, dos a Latín, una a Metafísica y la de Literatura Griega que actualmente profesa en la antigua Universidad de Salamanca).

En su país natal se aficionó a las excursiones y trepando montañas y recorriendo aldeas cobró gran vigor, logrando con esto y algo de gimnasia la buena salud y la fortaleza fisiológica de que hoy disfruta. ¡Si supiera V., me decía hace ocho meses en Madrid, cuanto debo a aquellas excursiones a las abruptas montañas de mi tierra! En el último capítulo de “Paz en la Guerra” dejó sazonar el fruto espiritual de ellas. Aquel trato continuo con la Naturaleza ha dejado huella indeleble en su carácter. Al mismo tiempo estudiaba el vascuence al que dedicó no pocos esfuerzos. Guarda los valiosos materiales que acopió para un Diccionario recogiéndolos los más de labios de los aldeanos; estudiaba el vascuence en vivo. Pero bien pronto le atrajo la hostilidad de muchos de sus paisanos la manera originalísima de investigar el idioma, con espíritu que se esforzaba fuese predominantemente científico, sin dejar que el desmedido amor al terruño ni un mal entendido regionalismo envenenaran sus disquisiciones. Una serie de interesantes conferencias que dio en un centro bilbaíno y algo que acerca del pueblo Euskaro y su viejo idioma publicó le atrajeron injustos ataques y apasionadas censuras de los vizkaitarras, pero Unamuno que es un verdadero temperamento para la lucha prosiguió impertérrito su labor.

Fue una gran fortuna para el joven catedrático su ida a Salamanca al ingresar el Profesorado en 1891, cuando apenas había cumplido veintisiete años. Allí es donde ha madurado los gérmenes que de su tierra llevó, allí, en aquella quietud inefable, en la hermosa calma de aquel viejo ciudadón castellano, es donde ha ido cuajando en mundos la nebulosa que su país había llevado, bajo aquel cielo puro y a la vista de aquella seria llanura ha sedimentado cuanto ganó bajo el cielo plomizo de su tierra y a la vista de aquellas montañas. Hoy es un amante del adusto páramo castellano, de los graves encinares. Y vive en su retiro de la ciudad del Tormes como el pez en el agua, porque Unamuno abriga la creencia de que cuanto más tranquila, monótona y uniforme sea la vida exterior, tanto más activa, variada y multiforme es la interior. Su vida externa se reduce a bien poco; su cátedra –que es a semejanza de la de don Francisco Giner, un verdadero seminario de trabajo provechoso y fecundo en resultados pedagógicos,– sus estudios, el indispensable paseo acompañado de dos o tres amigos y su familia. Cuando las tareas académicas se lo permiten sale al campo a hartarse de aire y luz libres y a oír a los charros.

Casi todo lo que lleva publicado Miguel de Unamuno son artículos de revista y periódico esparcidos acá y allá. Lo más de conjunto que ha escrito son sus cinco ensayos “En torno al casticismo” (en los números de febrero a junio de 1895 en La España Moderna), que muy ampliados y corregidos publicará con el título de “El alma de Castilla”, y los que reunió en su folleto “De la enseñanza superior en España”, trabajo digno de superior encomio por la competencia y la valentía que revela en todas sus páginas.

Pero hasta ahora su obra capital, aquella a que consagró diez años de pacientísima observación y que supone larga y obstinada meditación, un extenso y completo estudio sobre el carlismo, la guerra civil de que fue en parte testigo, la raza vasca y la naturaleza de sus montañas es “Paz en la Guerra”. El final de esta incomparable novela es su credo. Allí vertió el insigne literato su amor a las vidas humildes, su convicción de los efectos estéticos que se producen dando relieve a pequeños accidentes domésticos. En presentar a “Pedro Antonio” puso toda su alma: y en un artículo publicado posteriormente en la Revista Blanca, de Madrid, expuso su criterio acerca de la Historia y la Novela y lo que se propuso hacer al escribir el citado libro.

Actualmente Unamuno trabaja de un modo asombroso. Hace pocas semanas ha dado a la luz un folleto que ha llamado extraordinariamente la atención de los verdaderos intelectuales, mereciendo elogios de críticos tan autorizados como Clarín y Eduardo Gómez de Baquero, por la originalidad de las doctrinas que desarrolla con admirable concisión. Se titula “Tres ensayos”, en los cuales refleja su actual estado de espíritu; porque no propone ser hombre de convicciones fijas.

Es tarea ardua, casi imposible, condensar sus doctrinas porque aún no han logrado cristalizar. Fue de mozo ferviente católico, poco a poco se le quebrantó la fe, se encontró hegeliano y ha flotado luego sin dogma alguno, aunque siempre influido por el idealismo absoluto del célebre filósofo alemán. Llegó a cierto fenomenismo a lo Hume, cortante a absoluto, pero su vida afectiva protestó, sintió necesidad de algo inefable, de dar algún valor positivo a lo Incognoscible, y después de una violenta crisis interior, hace tres años, creyó volver a su fe de niño. Imposible, los credos cerrados le repugnan. Y hoy en sus concepciones se advierte cierto cristianismo vago, evangélico, convencido de que Dios no es una necesidad racional, de que no le necesitamos como explicación teórica del Universo, sino un imperativo cordial, una revelación de Cristo. Después de haberlo deshecho con la razón pura, vuelve a encontrarlo con la razón práctica. Hay quien le llama protestante y no sin motivo. Leyendo a filósofos como Harnack, Hermann, Ritsche, Reville, Sabatier y otros, a los llamados protestantes liberales, se nota que Unamuno tiene con ellos gran semejanza.

Pero es la lectura de sus “Tres ensayos” lo que ha de darnos mejor que nada cuenta exacta de su sentir actual, porque más que pensar es sentir. Aborrece profundamente la intolerancia y el dogmatismo, indistintamente de católicos, anarquistas o lo que fueren, y se pasa gran parte de la vida propagando el amor al trabajo, a la tolerancia, a la fe (claro es que se refiere a la fe no ligada a dogmas), unción y no dialéctica, amplitud de espíritu, justicia, solidaridad, en fin.

Sus doctrinas filosóficas en el fundo, como he dicho antes, hegelianas las expondrá en sus “Diálogos filosóficos”; las literarias las ha expuesto varias veces: espontaneidad, sencillez, nada de literatismo, ni artificios, y poner en todo alma. “Una de las cosas que mayor consuelo me han servido –escribe el eximio maestro– ha sido la Lingüística. Le debo muy dulces horas; disquisiciones fonéticas, que a otros les parecen áridas, me han servido de opio en tristezas íntimas; persiguiendo con afán como el bajo-latín ilicina, v. gr., vino a nuestra encina (cat. alsina), he olvidado ciertos pesares. Y luego ¡hay una fuente tal de enseñanzas en la lengua! Viendo como la evolución lingüística se debe a la sucesión de individuos diversos, cómo cambia cada vocablo al pasar de boca de uno a oído de otro y de éste a su boca, como un hombre que viviese mil años acabaría hablando como empezó, mientras que en el transcurso de generaciones durante mil años cambia un idioma de modo que no se entenderían los tatarabuelos con los tataranietos, viendo esto me ha corroborado en mi individualismo y en mi convicción de que es la diferencia de individuos la causa del progreso humano, la diversidad de espíritus. El supuesto proceso continuo de un vocablo es falso, no hay eso de que el latín nocte llegase a nuestro noche por línea continua, sino que vino por saltos, por pequeño que supongamos cada uno, y cada salto se verifica al pasar de un individuo a otro... La evolución es una serie de pequeñas revoluciones, debidas a la transmisión del un contenido de un continente a otro diverso.”

Esta es una de las tesis de sus “Diálogos filosóficos”. Unamuno en el fondo es un individualista, pero creyendo que el individualismo es la más firme base del socialismo y que llevados a su más pura expresión se identifican (hegeliano puro). En sus artículos publicados en la Ciencia Social lo expuso ampliamente.

«Creo que a medida que la sociedad se personaliza o individualiza más (se integra) el individuo se socializa más, así como a medida que humanizamos a la Naturaleza (haciéndola nuestra morada) nos naturalizamos.

El ideal es la comunión de todos en una sociedad personalizada, la perfecta integración en la diferenciación perfecta, que sea yo en todos y todos en mí; el sobrehombre no es más que el hombre naturalizado en una naturaleza humanizada.»

Pero estos parecen líos; Unamuno propende a las fórmulas paradójicas porque suelen ser más vivas y de mayor intensidad de pensamiento.

«Lo he dicho muchas veces, en el fondo de cada cual está el hombre, siendo cada uno más quién es cada vez se entenderá mejor con el prójimo.»

«Pero diferenciación que no se haga en vista de la integración –afirma resueltamente en uno de sus trabajos más hondos– es obra muerta, es como el regionalismo de exclusión y de odio. Quisiera que los vascos ahondásemos en nuestro vasquismo para ser más humanos, para descubrir el lazo común de humanidad y me repugna que pongan no pocos de mis paisanos su cuidado no en ser más como son por dentro, sino en ser lo contrario del castellano.»

La mayor parte de estas doctrinas las ha desarrollado admirablemente en su folleto “Tres ensayos”, que es su profesión de fe actual (actual entiéndase bien).

En breve publicará “Veintisiete poesías” en las que tienen puestas un gran empeño; es lo que más del alma le brota. Unamuno que se ha asomado, como Fabié, a todas partes, que ha escrito de muy diversas cosas, que sin abandonar sus estudios favoritos (lingüísticos, económicos y religiosos) lee de todo, física, química, botánica, geometría, &c., que teme confinarse en una especialidad y reducirse a un erudito, donde ha vertido su alma es en sus poesías, valgan lo que valieran, que esto ya lo dirán los críticos cuando los publique. D. Francisco Giner de los Ríos es uno de los que más le han animado para que las dé al público, y yo sé que hay quien cree que es lo mejor de Unamuno. Acaso en el fondo sea su concepción del Universo poética más que otra cosa, y de raíz poética su filosofía y su odio a la ideocracia y su amor a lo inconcreto, indiferenciado, proteico, palpitante de vida.

A nadie admira acaso más que a Goethe, cuya comprensión del Universo fue tan basta que no le cupo en sistema alguno, y pudo decir que era a la vez deísta, panteísta, politeísta y ateo. Se elevó a aquellas alturas en que se comprende todo y todo se justifica, en que se ve que los contrarios no se excluyen más que en la apariencia, se libertó de los conceptos cortantes, definidos, excluyentes, burilados a cincel lógico. Y por eso el sabio profesor se refugia en la poesía; en ella cabe lo penumbroso, lo vimbático, lo inefable.

Unamuno es joven, sus concepciones no se han concretado según su propia declaración y es de esperar pues, que cuando termine su periodo evolutivo llegue a formular un cuerpo de doctrina sólidamente científico y personal.

Santiago Valentí Camp.

Barcelona, junio, 1900.