Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Santiago Valentí Camp ]

¿Dramaturgos socialistas?*

En verdad el socialismo se difunde entre los escritores españoles, y algunas de las producciones dramáticas recientes son prueba indudable de que el nuevo ideal sirve de sujeto a las creaciones del ingenio, sin auxilio de la forma poética en los más de los casos hasta la fecha catalogados.

A juzgar por las apariencias, esa manifestación externa del modernismo literario no cabe duda que no sólo en el proletariado tiene el socialismo partidarios, sino que también alcanza su poder atractivo a la clase de intelectuales o artistas devotos de las Musas.

Las injusticias y las desigualdades sociales por su número y su transcendencia originan sentimientos nobles, ideas generosas encaminadas a mejorar la triste condición humana con soluciones adecuadas.

El hambre, la desnudez, el sufrimiento y la desesperación son tan dolorosamente trágicas, que explican perfectamente el hecho de que pensadores y literatos se preocupen seriamente del problema social cada vez apremiante con imperativo de deber.

En nuestro teatro moderno “La de San Quintín”, “Teresa”, “María Rosa”, “La festa del Blat”, “Los domadores”, “El pan del pobre” y especialmente “Juan José” y “El señor Feudal” han llevado a la escena el realismo de las cuestiones sociales vividas, ineludibles y transcendentales por su propia naturaleza.

Son dignas de aplauso las excelentes iniciativas de los autores de las antes mentadas producciones escénicas en cuanto constituyen positiva propaganda razonable de la virtualidad del Credo socialista. A este respecto es evidente que Galdós y Dicenta cumplen acertadamente la misión de señalar los vicios y las preocupaciones de la actual organización social y las reformas hacederas en tan espinosa materia de civilización y cultura progresivas.

No cabe decir otro tanto, valga la verdad por justiciera, de los demás autores que parecen empeñados en desacreditar el socialismo con sutil ingenio, digno a todas luces de mejor causa.

Es de presumir que no habrán calculado estos literatos todo el alcance de su labor expositiva y crítica y los fundamentos de esta apreciación muy dignos, en mi concepto, de ser tenidos en cuenta.

En primer lugar presentan a los burgueses como seres monstruosos, sin entrañas, capaces de cometer las más repugnantes brutalidades y los mayores atropellos sin que asome el remordimiento en su conciencia. Tal es el tipo ofrecido en la doble complexión de sibarita y sátiro, del patrón explotador que satisface sus caprichos amorosos en jóvenes obreras, diezmando además el salario de los maridos o amantes de éstas.

Luego al poner de manifiesto el modo de ser de los proletarios salen tan mal librados como los burgueses, sin que tal vez sea este el propósito del autor dramático. Así se les ve gastar el ínfimo jornal, llegar a su tugurio embriagados, envilecidos y al pedirles sus esposas y sus hijos el pan sueltan discursos kilométricos, con los consabidos delirios de persecución y exterminio de capitalistas y burgueses, reprochándoles sus infamias opresoras. No falta el aditamento socorrido de exponer deliquios amorosos y planes regeneradores saturados con tal fuerza por el pestífero aguardiente, que motivó en un estreno en el Teatro Español de Madrid la intervención oportunísima de un espectador demandando a gritos el amoniaco para el paciente, por fortuna de mentirijillas.

Después de estos dos factores activos de la pretendida campaña antisocialista es forzoso tener en cuenta el estado psicológico del público. Si éste lo forman damas linajudas, aristocráticas, la flor y nata de la juventud gomosa, las ideas puestas en labios de personajes estúpidos y acanallados, es natural que sean repugnantes y despreciables. De otra parte no es difícil ridiculizar la miseria y el desvalimiento de los desheredados, y precisa tener en cuenta, además, que el hambre y la desnudez no las comprende bien quien no las ha sufrido, con lo cual se explica que lo trágico y lo burlesco resulten convencionales según la idiosincrasia estomacal del espectador y del conjunto público.

A fuerza de mixtificar con exageración de contraste violento las ideas y los caracteres, resultan todos artificiosos y falsos desde las primeras escenas hasta el desenlace.

No entra en nuestro humilde propósito discutir ni criticar las citadas producciones, muy recomendables y coronadas por el éxito circunstancial; pero, en modo alguno son ejemplares de exposición doctrinal, ni tampoco mediano espejo de las costumbres que a la democracia y al socialismo hacen referencia.

Para conmover al gran público que asiste al teatro, es absolutamente indispensable que los escritores expongan el socialismo con sinceridad y mirando el porvenir sin miedo al presente, cual cumple a directores de la opinión pública a título de filántropos valerosos y sociólogos revolucionarios.

¿Cómo han de producir efecto valedero en las costumbres populares los que en la escena son regeneradores, escépticos en religión y en el Parlamento nulidades del montón anónimo?

Hasta ahora el socialismo de los autores dramatices españoles, excepto el brioso Joaquín Dicenta, no resiste el escalpelo de la crítica, ni alcanza los honores de la sátira y mucho menos los resultados de la propaganda, quedando reducido a una pura manifestación del género semi-serio con vistas al lucro financiero.

Mal se avienen con el método psicológico-experimental los arreglos falsificados del vivir a la moderna pensando a la antigua, y hacer que hacemos para procurar la paz pública por obra práctica de razón y humanismo sociales.

Santiago Valentí Camp.

(*) Del libro próximo a publicarse “Bosquejos Sociológicos”