Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Leopoldo Alas ]

Palique

El ilustre literato D. Federico Balart que, en buen hora, vuelve al activo servicio de la crítica, influido por sus nuevas tendencias cuasi-místicas que tan bien parecen en sus hermosísimos versos, y acaso no le sean tan útiles en sus trabajos críticos, digo que el simpático y noble escritor ha descubierto un poeta nuevo, el Sr. D. Ricardo Gil, autor del libro titulado De los quince a los treinta.

El Sr. Balart asegura que nadie ha hablado al público de este poeta hasta ahora. Si lo que quiere decir es que ningún crítico de importancia ha escrito nada de las poesías del Sr. Gil, tiene razón el eximio crítico; pero si valiera, que no vale, contarme a mí por alguien, entonces habría que reconocer que no era tan absoluto el silencio a que el Sr. Balart se refiere. Hace un lustro lo menos tuve el honor de recibir el tomo de poesías titulado De los quince a los treinta, me interesó desde luego la introducción, leí varias de aquellas poesías, y me apresuré a escribir al autor, no recuerdo si contestando a una carta suya o a la dedicatoria del libro; y aunque es claro que no tengo presente el texto de mi felicitación al Sr. Gil, sí recuerdo que le animaba a seguir trabajando, con cierto entusiasmo, aunque no tanto como el que muestra el Sr. Balart. Ignoro si el Sr. Gil recibió mi carta; estoy seguro de haberla escrito. Y también sé que en más de una ocasión en mis artículos aludí al poeta nuevo en son de elogio, aunque sólo señalando en él una esperanza y algo superior, desde luego, a lo que se me quería hacer tragar como excelente. ¿En dónde dije yo todo eso? ¡Sabe Dios! Escribo en docenas de periódicos, no conservo casi ningún artículo, y me es imposible señalar el lugar en que existe lo que digo. Pero estoy seguro de que el señor Balart me creerá bajo mi palabra. También me creerá si añado que en su artículo acerca del señor Gil ha venido a sorprenderme en un estudio acerca de la lírica contemporánea, en que al hablar un poco, muy poco, de la juventud española en este respecto, cito al Sr. Gil entre los que ciertamente hacen pensar en la posibilidad de que el Parnaso español se restaure.

Nada de esto lo digo para llamar la atención y darme tono y aires de precursor, sino en beneficio del Sr. Gil, por si un átomo, a lo menos, pudiera pesar mi opinión favorable. Es verdad, y lo confieso ingenuamente, que si no pequé de omisión, sí pequé de olvido, de pereza, por no insistir en recordar la buena impresión que me había causado De los quince a los treinta. Si Armando Palacio, una de las pocas personas con quien verbalmente pude tratar de estos asuntos, tuviera una memoria que le falta por completo para lo que no le importa muchísimo, podría servirme de testigo, pues puedo jurar que no hace mucho tiempo, al quejárseme él de la carencia absoluta de poetas jóvenes en la España del día, yo le contestaba:

–Pues, mira; Rueda, sobre todo a juzgar por el libro inédito a que debo poner un prólogo, vale algo, o mejor podría valerlo: y hace tiempo recibí yo unos versos de un tal Gil en los que había gran sinceridad, que es cosa muy nueva aquí, algo de idea, y a veces forma adecuada, aunque no original ni reveladora de la revolución rítmica que tanto necesitamos.

También el Sr. Vidart, uno de los hombres discretos e instruidos que toman con más seriedad los asuntos literarios, leyó con gusto, y se fijó singularmente en ellos, los versos del señor Gil. Pero Vidart confiesa que se calló… por modestia.

De modo que… ya somos tres.

Pero… por lo que toca al más insignificante de los votos, al mío, declaro que lo formulo particular. El Sr. Balart toma estas cosas un poco grosso modo, y lo que es muy bueno para sacar de la oscuridad un nombre que merece más luz que tantos otros untados con un fósforo que ellos no sudan; lo que es muy a propósito para dar fama bien merecida, al Sr. Gil… no sirve en rigorosa crítica para fundar un juicio exacto. Claro está que, desde el momento en que se considera poetas buenos a Velarde, Grilo, Ferrari, &c., &c., y así parece que piensa el Sr. Balart, es de absoluta justicia reconocer las dotes del Sr. Gil que, en mi opinión, vale más que todos esos señores juntos.

Pero… la poesía, ¡oh, la poesía!… ¡Está tan alta, tan alta!… En fin, ya se hablará largo y tendido del Sr. Gil, que bien lo merece, aunque no se le tenga por un genio.

Y para que el señor Balart no diga que le escatimo los poetas… voy a presentarle yo otro nuevo, al cual él, más injusto que todos, a pesar de conocerle y comprenderle, jamás ha dedicado ni una palabra de alabanza. Es un poeta a quien tengo en estudio hace tiempo, que entre otras cosas muy buenas ha escrito un soneto digno del Dante y de los mejores poetas trecentistas… de ahora. ¿Que cómo se llama?

Pues se llama… D. Federico Balart.

Clarín