Filosofía en español 
Filosofía en español


El salto paradoxal

Al ver la actitud de la prensa conservadora –señaladamente de El Estandarte, verdadero oráculo del partido– ante la manifestación viva de La Siniestra Dinástica, quedamos tan atónitos, tan estupefactos, que todavía, a la hora presente, no hemos acertado a darnos clara cuenta de nuestras impresiones. Lo único que hoy podemos afirmar es que, una de dos, o los conservadores han perdido el sentido moral, o nosotros hemos perdido el sentido común. Y como quiera que el resolver esta disyuntiva es tarea por todo extremo delicada, y más aún para quien, como nosotros, debe en ella desempeñar el doble papel de juez y parte, procuraremos, en obsequio a los adversarios y a nuestro propio decoro, poner al servicio de la reflexión aquel tanto de energía que los hombres de partido solemos invertir en censurables apasionamientos.

Ceda, pues, la ardiente retórica a la razón fría y serena, y adoptemos como puntos de referencia los más auténticos, a saber: la declaración dogmática de El Estandarte de 4 del corriente mes en su artículo intitulado El arco iris de ayer, y los traslados de la sesión izquierdista habida en el circo de Rivas, dados a luz por el propio diario.

Declaración de El Estandarte:

«Nadie, sin faltar a la verdad de los hechos, podrá negar el espíritu monárquico y dinástico de ese partido, que en su reunión de ayer ha demostrado su crecimiento, pues ha sido una de las manifestaciones políticas más importantes de muchos años a la fecha.»

«Un partido de la izquierda resueltamente liberal-dinástico que alternase en la gobernación del Estado con el partido restaurador y liberal conservador de la monarquía, era el bello ideal del eminente político a quien Europa y el mundo entero considera como el más ilustre gobernante de España.»

Ante esta definición auténtica, dada bajo el sello del pontífice laico, permítasenos que, a favor de un momento de escepticismometódico del género cartesiano, nos preguntemos: ¿Es cierto que nadie podrá, sin faltar a la verdad, dudar,&c., &c.? ¿No hay, al contrario, fundamento racional para dudar, no solo del monarquismo y dinastismo de «ese partido,» sino también –y esto es lo más grave– del monarquismo y dinastismo de aquel otro que le declara ortodoxo e hijo predilecto de sus conservadoras entrañas? Veámoslo.

Dos son los textos en que se muestra condensado el pensamiento de la izquierda: uno emitido por el Sr. López Domínguez; otro enunciado por el señor Montero Ríos.

Hable el primero:

«Hubo un momento en que altas necesidades políticas, acaso desgracias que no quiero enumerar, porque no vengo aquí a hacer recriminaciones ni alusiones, aconsejaron que se hiciera un llamamiento al partido de la izquierda, y la izquierda acudió al llamamiento, no puso más condiciones para transigir que no dejar uno solo de los principios que informan la Constitución de 1869. (Aplausos.)

»Sólo aceptamos una variación en el procedimiento para formar un gran partido liberal sobre la base de pedir a unas Cortes la reforma electoral para que se verificara por sufragio universal el llamamiento de otras Cortes que hicieran las reformas, y después, con las Cortes por sufragio universal tuviéramos la revisión constitucional y llegáramos a la Constitución de 1876 la esenciademocrática de la de 1869. (Prolongados aplausos.)» (Véase El Estandarte del 4 de Diciembre.)

Ahora, consiéntanos el presunto heredero del duque de la Torre un poco de exegética.

De unas Cortes ordinarias a una ley de ampliación universal del sufragio, media evidentemente un paso; de la ley sufragánea universal a unas Cortes constituyentes, media, alargando mucho la pierna, otro paso; mas de unas Cortes constituyentes a la reforma taxativa de la Constitución, según el programa definido de la izquierda gobernante… media un salto, y quizás un salto mortal.

Demostración.– Asegurarnos de antemano que el sufragio universal engendrará unas Cortes izquierdistas… asegurar es, puesto que, si tal afirma el ilustre orador contando con que él las hará salir de las urnas, en este caso resulta que antes de ascender a jefe de partido, antes de llegar a jefe de Gobierno, y cuando más le conviene darnos muestra de sus virtudes políticas, ya nos anuncia los vicios a que se entregará en cuanto llegue al poder, falseando el sufragio y haciendo de la reforma constitucional la obra exclusiva y violenta de un partido. En este supuesto, puramente analítico o dialéctico por nuestra parte, la sombra de Espronceda se encargaría de murmurar al oído del jefe de la izquierda, entre sardónicas risotadas:

«Que haya un código más, ¿qué importa al mundo!»

Y si por bien de su conciencia, aunque no del resultado, consintiera el orador al universal sufragio tan sólo una razonable independencia, entonces ¿qué pudiera resultar?– Lo que sin duda no había previsto el ingenuo tribuno.

Preocupada la fracción política que, con tanta modestia como purismo de lenguaje, se llama a sí propia «El gran partido liberal», con la urgencia de ajustar exactamente el plazo de su maduración gubernativa al de las gubernativas agonías de su venerando protector, nada ve, nada sabe, nada avalora de cuanto en torno suyo se agita y tanto debiera excitar su liberal interés. Ni ve, ni sabe, ni avalora la realidad y los alcances de la información obrera; ni ve, ni sabe, ni avalora la realidad y los alcances de la crisis universitaria. No ve, ni menos aún reconoce que en España hoy, es decir, a la fecha de El arco iris de ayer, el sufragio universal puedeengendrar, o unas Cortes Constituyentes republicanas que en lugar de una república nos deparen la anarquía, o unas Cortes Constituyentes ultramontanas que, llamando a uno de esos incontables Carlos que se reproducen en el ostracismo como las ortigas en los campos, intenten sustituir al «joven y valeroso monarca» por otro, viejo en su espíritu y cobarde en sus procedimientos.

La indiferencia de La Izquierda Liberal ante nuestra crisis universitaria no tiene nombre ni razonable escusa. Nuestra crisis universitaria es la última desesperada protesta del carlismo contra «el abrazo de Vergara», y forma parte deesa agitación general europea que no vacilamos en llamar la mejoría de la muerte del ultramontanismo.

Cierto que esa antigualla no puede ya en ningún caso prevalecer, porque está herida de muerte; mas también es cierto –no nos hagamos ilusiones– que todavía puede, como toro bravío, dar al confiado liberalismo la cornada de la agonía.

Acudir, por tanto, hoy en España a unas Cortes constituyentes nacidas de sufragio universal, es, objetivamente hablando y salva la acrisolada pureza de las intenciones, o una inmoralidad electora con desprestigio de la Constitución futura, o una imprudencia temeraria con mortal riesgo de la monarquía actual.

Corolario evidente de esta demostración es que a la izquierda española le falta aún, además de un credo práctico, un verdadero jefe. El duque de la Torre, a puro de cansado, se da ya por el jefe pretérito plusquam perfecto, y el general López Domínguez, dado lo impolítico de su programa y a pesar de su claro talento y su patriótica intención, no pasa de un futuro condicional; es decir, que fuera y sería un gran jefe… si lo fuese.

Y henos aquí obligados a recurrir al otro texto vivo, o sea al Sr. Montero Ríos, en busca de una cabeza visible izquierdista que haga buenas las promesas del Jehová español al instituir para uso de las alegrías y esperanzas conservadoras El arco iris de ayer en el cielo de El Estandarte.

¿Qué dice el eminente jurisconsulto? Lo que a continuación trascribimos de la misma Vulgata española:

«Los que conmigo formaban la comisión constitucional en las Constituyentes y los que formaban la mayoría de aquellas Cortes, todos entendíamos que para establecer la monarquía en nuestra patria no necesitábamos dotarla de más prerrogativas que las que en aquel código dejamos consignadas. (Grandes aplausos.)… No necesitábamos mermar ni limitar los derechos sagrados del pueblo y del ciudadano que allí estaban escritos en toda su integridad.

»Y ¿por qué razón lo que entonces era bastante no puede serlo hoy?»– (V. El Estandarte del 4.)

El competente autor de estas declaraciones no expresa por qué vías legales quiere llegar a su apetecida solución; mas como no le queden, dentro de un partido, no diremos legal, sino dinástico, otros recursos que los de procedimiento constitucional, únicos posibles y reconocidos como tales por el señor López Domínguez, debemos enderezar a aquél los mismos reparos que a éste hemos dirigido, y además otro, especialmente nacido de su especial postulado y que vamos a formular. Sírvase el acreditado jurisconsulto contestarse en su conciencia esta sencilla pregunta. En la esfera, no ya dinástica, sino en la más abstracta y serena de lo formal, de lo científico, de lo metafísico, ¿qué le parece de una minuta de convocatoria a Cortes Constituyentes, estampada en un tratado de derecho político bajo estos precisos términos:

«Don… (aquí el nombre), por la gracia de Dios rey constitucional de (aquí el lugar); en unión y acuerdo con las Cortes del reino, hago un llamamiento al sufragio universal para que elija una Asamblea constituyente, al solo objetode restablecer la Constitución de… (aquí el año), en cuya virtud la nación, reivindicando su esencial y total soberanía, determinará si es de su agrado que Nos, y en su día nuestros legítimos sucesores, prosigamos llamándonos ut supra rey constitucional por la gracia de Dios, salvos los artículos 110, 111 y 112 que facultan a las Cortes para dimitirnos, sin menoscabo del orden público, supremo y esencial bien de los pueblos,»

»Dado en… a tantos de… del año…»

Lugar de la regia signatura.

Lo repetimos. ¿Qué le parece al experto y concienzudo Montero Ríos, qué le parece de esta minuta, así dentro de la esfera de las puras concepciones teóricas, como en el inseguro terreno de la realización del derecho? A nosotros, míseros aficionados a la «Ciencia de todas las cosas divinas y humanas,» parécenos una contradicción palmaria de aquella infalible universal doctrina de la tendencia natural de todo ser a subsistir: de aquella doctrina tan necesaria a la naturaleza como consubstancial a la razón; de aquella doctrina, finalmente, en que todo jurista se inspira, desde el malogrado Padre Taparelli, de la Compañía de Jesús, hasta el tratadista más entregado en cuerpo y alma a la teoría profana de «la lucha por la existencia.»

Y sin embargo, oh píos izquierdistas, de que la contradicción de esta sana doctrina forma la quinta esencia de vuestro dogma, y de que ahora optéis por la Salve de López Domínguez, ahora por el Credo de Montero Ríos, siempre resultareis heterodoxos, suspectos de absurdidad política; vosotrosy sólo vosotros sois, ante el Jehová de levita de la moderna Israel, los únicos liberales ortodoxos, la única legitima esperanza de la monarquía y la dinastía y vuestro programa el único que realiza los ideales del susodicho Jehová. El Arco iris de ayer es el signo inefable del divino regocijo y en adelante todo liberal que, por saber donde tiene la mano derecha, la prefiera a la izquierda, Anathema sit.

Para condensar en modo plástico el resultado de nuestras disquisiciones, séanos lícito recurrir a aquellos actos materiales de donde solemos tomar los conceptos figurados de paso, progreso, salto, &c.

Paso es aquel movimiento traslativo durante el cual siempre uno u otro de entrambos pies queda en firme.–Este es nuestro progresar.

Salto es aquel movimiento traslativo en el cual el cuerpo permanece, un tiempo dado, sin punto de apoyo.–Este es el progreso de la izquierda.

Del salto, pues, al paso más largo imaginable, media el infinito, y será, por tanto, paradoxal todo propósito de saltar sin perder un solo instante el punto de apoyo. Este es el salto paradoxal de la dinastía, según los izquierdistas.

Añádase a lo dicho que si el cuerpo ejecuta durante el salto algún movimiento de revolución, en cualquier sentido que sea, entonces el saltador, además de perder el punto de apoyo, pierde asimismo el mundo de vista en virtud de su propio movimiento; y que entre las variedades del salto de revolución, se cuenta el salto mortal. Estas son las contingencias reales de El arco iris de ayer.

Parécenosque con lo dicho basta y sobra para convencer y convencernos de que nosotros no hemos perdido el sentido común, que era loque nos habíamos propuesto demostrar. En este caso, dada la disyuntiva de que hemos partido, ¿será de rigor que los conservadores hayan perdido el sentido moral?

La verdad: duélenos admitirlo, y aún, aún no perdemos del todo la esperanza de librar de tan terrible acusación a un partido por tal modo monárquico dinástico-católico-apostólico-ultramontano. No; dígnese su esclarecido jefe descender por un instante del escarpado Sinaí de sus obstinaciones, y oiga benévolo una indicación que nuestra buena voluntad para con él y su partido nos sugiere.

En serio, muy en serio y sin sombra alguna da ironía reconocemos y declaramos que ni en el partido conservador ni en suhonradísimo jefe caben propósitos de alta traición; empero si no es lícito pensar mal del hombre de bien, lícito es a todo cristiano pensar mal del diablo; y pues no hay alma, por dominante que se la suponga, que no sea o no pueda ser dominada a su vez por otro espíritu en virtud de misterioso prestigio, y justamente la historia de los soberbios, de los déspotas , de los tiranos es la que ofrece más abundantes y señalados ejemplos de esas singulares fascinaciones; vea el ilustre estadista, busque siquiera si por acaso en los abrojales de su partido se oculta algún espíritu infernal, alguna bruja extraviada de aquellas que fueron la perdición de Macbeth. Porque lo peor del genio del mal no es su maldad, sino lo acomodaticio de sus procedimientos maleantes, y no a todos dice: «¡Macbeth, tú serás rey!», sino que a cada cual le suscita tentaciones adecuadas a las exigencias de lugar y tiempo, que forman el medio ambiente de la humana flaqueza.

Si nuestra hipótesis tiene fundamento real, no tardaremos en sacarlo en claro, pues por aquello «del enemigo el consejo,» ni Cánovas, advertido, dejará de inquirir, ni con ser tan discreto y perspicaz inquiridor, dejará de dar con la bruja o el brujo del enigma, y entonces, despertando de su actual pesadilla, y reconociendo que no todos los arcos iris son obra de Dios, sino que los hay que, contradiciendo el Viejo Testamento, son anuncio y no cancelación de tempestades, gritará con toda la indignación de un buen patricio y enmendándonos el título del presente artículo: «¡No, no! ¡Aquí lo paradoxal no era el salto; aquí lo paradoxal, lo descomunal, lo verdaderamente infernal era el intento!»

Y entonces nosotros exclamaremos: «¡Alabado sea Dios, que al permitir que nosotros conserváramos el sentido común, ha velado porque no perdieran el sentido moral nuestros adversarios!»

La prensa conservadora no ha encontrado argumento de más fuerza para defender a sus amigos de los justísimos ataques que les hemos dirigido por la persecución sistemática y sañuda a la prensa que recordar lo que hicieron nuestros amigos en el poder.

Para reforzar este argumento, que después de todo no dice nada en favor del Sr. Cánovas del Castillo y su Gobierno, los periódicos ministeriales han agrupado una larga lista de periódicos perseguidos, lista cuya exactitud no podíamos comprobar por falta de datos, pero a primera vista nos parece inexacta. Hoy ya, no sólo nos parece inexacta, sino que positivamente lo sabemos por la siguiente carta escrita en nombre de la redacción de El Ibicenco, por nuestro apreciable compañero y correligionario Sr. Curtoys:

«El Ibicenco» periódico semanal.– Redacción.

Ibiza 7 de Diciembre de 1884.

Señor director de La Iberia.

Muy señor nuestro y distinguido correligionario: Publica en su número correspondiente al día 1.º del actual un periódico oficioso –La Época– la cuenta que hace otro periódico, igualmente de cámara –La Integridad de la Patria– de las denuncias que sufrió la prensa durante la estancia en el poder de nuestros amigos.

Omitimos las consideraciones a que se presta la conducta, verdaderamente pueril, si no fuese malintencionada, de esos situacioneros que, a falta de otras razones de alguna importancia, se entretienen recordando la soga con que diariamente nos ahorcan y también al país; pero no podemos menos de manifestar a V. que al incluir en el número de los periódicos denunciados en aquella época a El Ibicenco, han cometido una solemne inexactitud, que es de suponer no será la única, y que tan solo puede justificar el afán de crecer las cifras de esas estadísticas, inoportunas y contraproducentes, con las cuales pretenden en vano cohonestar su desatentada conducta.

Autorizamos a V. para que publique estas líneas, y nos repetimos sus afectísimos amigos Q. B. S. M.

Por la redacción,

Felipe Curtoys

Agradecemos a nuestros compañeros su atención, y trasladamos las anteriores líneas a La Época e Integridad de la Patria, para que otra vez no añadan a la inutilidad del argumento datos inexactos.

La Integridad de la Patria, órgano de la Presidencia del Consejo de ministros, publica hoy un artículo contra los catedráticos que han protestado contra los actos vandálicos realizados el día 20. Entre esos catedráticos hay bastantes conservadores y algunos diputados de la mayoría que deben saber que el periódico del Sr. Cánovas del Castillo opone a la conducta que observan y como ejemplo digno de imitarse, la conducta de los celebérrimos catedráticos de Cervera, aquellos que solemnemente protestaban contra la fatal manía de pensar.

¡Hasta tal extremo ha llegado la ofuscación de los ministeriales! que todo eso se escribe con el desenfado que indican los siguientes párrafos del mencionado colega:

«La nación paga para que enseñen, y no enseñan si no van a las aulas. ¿Por qué han de ir? Están los discípulos esperando su presencia y su palabra para seguir con grandes alientos el camino de la ciencia; están deseosos de que les explique lo que ha necesitado aprender para ganar una cátedra; creen en su candidez que la toga se da para llevarla honradamente sobre los hombros todos los días, que para eso parece que han de servir los profesores del libre pensamiento. Pero ¿por qué han de ir? ¿Qué importa que la toga esté en el desván de la casa? ¿Qué importa el sueldo que se cobra, la obligación que se contrae, ese pacto, que dirían los federales, acordado entre un Estado y un ciudadano para que éste enseñe y aquél pague a quien enseñe?–Los antiguos maestros de Salamanca y de Cervera hubieran exclamado: ¡Cuánta despreocupación! Nuestros liberales exclaman: ¡Esta es la libertad! ¿Nos es lícito a nosotros suponer que hay desdén, que hay menosprecio a la toga que se viste, y que allí donde un ciudadano ha de cumplir una obligación y no la cumple, aparece algo que es incorrecto, alguna mancha, alguna irregularidad?»

Que corra para regocijo de los Conde y Luque, Silvela, Salvá, &c., &c. y otros conservadores que no han llevado su ministerialismo hasta tomar por ejemplo de catedráticos a los maestros de Cervera.

Y, sin embargo, si el partido conservador continúa por el camino emprendido, o los profesores serán como los de Cervera o dejarán de serlo.

Las señas son mortales.

Sigue la prensa ministerial agotando su escasísimo ingenio para disculpar lo que no tiene disculpa, para justificar lo que no puede ser justificado: la conducta del teniente general, caballero del Toisón de Oro y conde, que preside la alta Cámara.

Todos los diarios oficiosos cumplen la consigna recibida diciendo que a la reunión de los senadores representantes de las Universidades iban a acudir personas que carecían de aquella investidura.

Ya hemos dicho que un ujier, sencillamente, con órdenes adecuadas, hubiera podido evitar que entrasen en la sala de juntas otras personas distintas de los compañeros del Sr. Moyano, de cuya discreción y experiencia no cabe suponer que convocase a quien no debiera.

Pero además de esto y para replicar a los poco acertados defensores del conde presidente, recordaremos que en los palacios de los Cuerpos Colegisladores se han reunido arroceros y los harineros, y cuando se congregó la comisión que había de dar dictamen sobre el proyecto de ley del Sr. Gamazo suprimiendo el impuesto del 5 por 100 sobre billetes de ferro-carriles, estos conservadores de ahora se enojaron lo que no es decible porque no acudieron a las deliberaciones los representantes de las empresas, muchos de los cuales no eran diputados ni senadores.

Más memoria y más franqueza.

Digan los ministeriales que el Gobierno no ha querido que se celebre la reunión convocada por el Sr. Moyano, y no atribuyan la prohibición decretada por el conde de Puñonrostro a causas que le ponen en ridículo y que nada le favorecen.

Con bastante retraso, pues ya habían dicho algo de esto varios periódicos oficiosos, niega El Estandarte que en los Ministerios se haya formado una lista da los estudiantes que son empleados para dejarlos cesantes.

Podrá ser cierto que no se haya hecho lista alguna; pero es indudable, evidente de toda evidencia, que el Sr. Labra, empleado en el Ministerio de Estado, estudiante, individuo de la comisión escolar, ha recibido su cesantía, firmada por el señor Elduayen.

Lo cual prueba que se deja cesantes a los empleados sin formar lista.

De El Liberal:

«Hoy probablemente terminará el Sr. Corbalán de inspeccionar las cuentas municipales, donde, según parece, existen algunas faltas, por haberse hecho completa omisión de lo que dispone la ley de contabilidad.

Para los últimos días de la presente semana, o primeros de la próxima, quedará terminada por completo la revista de inspección.»

Muy pronto ha concluido su tarea el Sr. Corbalán.

Esperamos que el inspector del Sr. Romero Robledo publique el resultado de su inspección para que se compare la gestión de los Ayuntamientos conservadores desde 1875 a 1881 con la de los Ayuntamientos liberales.

Será una cosa curiosísima y acaso explique la rapidez del Sr. Corbalán.