Juan Valero de Tornos
Juan Aguado
I
Cuando el autor de estas líneas fundaba, de acuerdo con su inolvidable amigo Aguado, este periódico, y cuando más tarde inauguraba una sección necrológica, ¡quién hubiera pensado que él, en esta Revista, y para recordar a su querido amigo, había de escribir unas cuartillas! Arcanos del tiempo que no nos es dado penetrar por nuestra dicha. ¡Quién viviría si pudiese arrancar su secreto a la muerte y conociese el instante en que la parca había de cortar el precioso hilo de la existencia de los seres queridos!
Si el moderno fonógrafo se pudiese aplicar al corazón humano y tradujese en frases sus latidos, yo podría decir lo que siento ante la tumba de mi amigo.
Y como esto no es posible, como nada de lo que se escribe es bello, básteme hacer constar que lo más divino que encierra el corazón humano no sale jamás de él; porque entre lo que se siente y lo que se escribe hay la misma distancia que entre el alma y el lenguaje de los hombres: lo infinito.
Aguado ha muerto dejando un vacío imposible de llenar en los que le han querido; y le querían cuantos tuvieron la dicha de tratarle: era el corazón de un niño envuelto en el carácter de un hombre enérgico; una inteligencia instruida y levantada, salpicada de una imaginación fecundísima; un hombre ameno y reflexivo; y lo que vale más que todo en esta perturbada sociedad moderna, un hombre de bien.
Murió cristianamente, recitando con voz entera las oraciones de la Iglesia y perdonando a sus enemigos. No los tenía; su misión en la tierra fue hacer bien, y quien siembra buenas acciones en el mundo, recoge abundante cosecha de bienaventuranzas en el cielo, único consuelo que nos resta a los que lloramos su pérdida reciente.
No es posible que cuando todavía resuenan en mi corazón los sordos golpes de las mazas con que se apisonó su tumba, pueda yo coordinar mis ideas para hacer un artículo; me limitaré a unos apuntes; por galas del estilo tendrán mis sentimientos, de inspiración sírvales mi dolor, y marcaré los puntos con las lágrimas que, desahogando mi corazón, escaldan mi mejilla y humedecen este mismo papel, que en días más felices él me hizo timbrar en sus talleres.
II
El nombre de Aguado era conocido de todos los que en España se dedican al cultivo de las letras y al arte tipográfico. Su magnífico establecimiento, fundado por su abuelo D. Eusebio Aguado, data de los últimos tiempos de la pasada centuria. Tres generaciones han venido consagrándose con laudable celo y con notoria inteligencia al desarrollo en España del arte que da vida a las concepciones de los sabios. Su nombre ha ido siempre unido desde la fundación de su respetable casa a todas las mejoras, a todas las innovaciones, a todos los adelantos y progresos que en nuestro país han experimentado las artes gráficas. No era solamente D. Juan Aguado un tipógrafo con los conocimientos puramente necesarios para ejercer su profesión, y adquiridos sin más causa que una larga práctica y un conocimiento empírico, poseía además de esto una esmerada y completa educación literaria y artística.
Nació Aguado en Madrid el 9 de Noviembre de 1824, y diez años después, bajo la dirección del sabio profesor de aquella época D. Pedro Pablo Ocal y Argüelles, hizo todos los estudios necesarios, distinguiéndose por su laboriosidad e inteligencia hasta obtener el título de bachiller en Artes: más tarde aprendió a fondo el dibujo, siendo su maestro D. Luis Berghini, y ha sido una notabilidad en el grabado, que cursó con D. Lorenzo Barrios, casi único grabador de punzón en aquella época.
Por virtud de las circunstancias que le rodeaban; dada la industria en cuyo fomento se habían ejecutado tanto su abuelo como su padre. Aguado tuvo que torcer tal vez inclinaciones o aficiones que le dirigieran a otros objetivos, para dedicarse con todos sus esfuerzos a la obra cuya instalación y desarrollo ocuparon la vida de sus queridos antecesores.
Así se explica que olvidando con admirable reflexión y recto criterio la existencia de otros caminos que en la vida conducen a posiciones más deslumbradoras, y que le hubiera sido fácil alcanzar, dadas su inteligencia y sus recursos, se consagrara a ampliar sus conocimientos tipográficos, en cuyo arte perseveró desde entonces, mereciendo como justa recompensa a su talento y a sus esfuerzos varios premios que le otorgó la Academia de nobles Artes de San Fernando.
Poseyendo toda la educación artística que en su patria podía lograrse, se dedicó con afán al estudio de las lenguas extranjeras con el propósito que muy luego realizó de recorrer otros países, estudiar en ellos el estado de la fundición, o importar a su querida España todas las mejoras, todos los adelantos que en ella eran desconocidos. Animado por este pensamiento, recorrió Europa, siéndole tan familiar la imprenta imperial de Viena, como las grandes fundiciones de Leipsik, como los modernos talleres de Marinoni, Lahour y Chandre. De regreso de su viaje, conociendo todo lo que a su arte se refería, y en relaciones de amistad con los mejores tipógrafos de Europa, estableció una magnífica fundición, montada con arreglo a los últimos adelantos y a la altura de las primeras del mundo, empleando en ello una gran parte de su respetable capital, destinado durante su vida al mejoramiento de su importante industria. Buena prueba de ello suministra a los incrédulos la casa de la calle del Cid, núm. 4, edificada por Aguado, para alojar en ella su fundición, imprenta y estereotipia, y los magníficos talleres del paseo de la Habana, construidos expresamente para este fin, y a los cuales recientemente hubo de trasladarse.
Aguado fue el primero que importó las máquinas de imprimir, siendo el que mayor número de ellas ha comprado en el mundo a la respetable casa de Marinoni, de París. En uno de sus continuos viajes a Inglaterra, adquirió el privilegio de las máquinas automáticas de fundir: introdujo en las mezclas una modificación conocida entre los fundidores con el nombre de metal Aguado, y lo que es más importante y más útil aún para el arte, creó un lucido plantel de operarios inteligentísimos y fieles, que hoy continúan trabajando en la casa.
A sus expensas se publica desde 1853 el Boletín tipográfico de la casa Aguado, en el cual ha venido haciendo una descripción teórico-práctica de todas las máquinas, de todos los inventos, de todos los adelantos que se relacionan con el arte de imprimir: es una verdadera enciclopedia de las artes gráficas y una obra necesaria e interesante para los obreros que quieran saber algo más que la rutina que diariamente practican. El muestrario de su casa es una verdadera joya, una obra artística, en cuya estampación y tirada empleó algo más de cinco mil duros.
De su casa no salía una tirada mal hecha ni consentía tampoco el más pequeño defecto; lo examinaba todo, todo lo inspeccionaba, porque Aguado, además de poseer un inmenso caudal de conocimientos teóricos, sabía realizar todas las operaciones mecánicas, desde el grabado de la matriz hasta la estampación de la obra más delicada.
El Gobierno reconoció y premió, aunque en pequeña escala, sus méritos y desvelos, nombrándole jefe honorario de Administración civil o individuo de la Junta auxiliar de la general para la Exposición de París. Era además impresor de cámara de S. M. y tenía premios de todas las Exposiciones extranjeras y de la Nacional de 1873. Pequeña y mezquina recompensa aquí donde las conspiraciones y las intrigas son ejecutoria para medrar.
Juan Aguado era un hombre utilísimo para su patria, inapreciable para su familia, de eterna memoria para sus amigos y para sus operarios y dependientes.
Para estos últimos era un verdadero padre; hablen por mí la tristeza y el pesar profundos que en sus rostros se pintaban el día en que a pie y con el alma enlutada le acompañaron hasta la sepultura. Un detalle conmovedor: se retiraba el cortejo, no quedaban más que los hombres que apisonaban la tierra sobre la caja, y un aprendiz de la casa, casi un niño, permanecía de rodillas y llorando. Preguntado por la causa de su llanto, contestó que había muerto su padre. Este es el inestimable galardón de los hombres de bien.
Este amantísimo padre de familia, cariñoso amigo, distinguido industrial y trabajador infatigable, ha bajado al sepulcro a los 53 años de edad el día 22 de éste. Respetemos los inescrutables designios de la Providencia.