Juan Valero de Tornos
A “El Imparcial”
I
Después de tres años de existencia, y cuando desde las revistas políticas de ésta, hemos venido sosteniendo siempre el mismo criterio, nos ha sorprendido nuestro estimado colega El Imparcial dando la noticia de que La Raza Latina se había ofrecido a los carlistas.
Como nuestra revista está por sus condiciones muy distante de la candente arena de la política, creímos debernos dirigir en un comunicado al director de El Imparcial, quien a su vez creyó que no lo debía publicar.
Esta circunstancia nos obliga a darlo a conocer en nuestro periódico, y ya que estamos con la pluma en la mano y ocupándonos de este asunto, hemos de hacer algunas otras, aunque pocas consideraciones.
* * *
He aquí el comunicado que dirigimos a El Imparcial:
«Señor Director de El Imparcial:
Muy señor mío y de mi consideración: En el número de su apreciable periódico correspondiente al 17 de este mes, se publicó un suelto en el que, después de dar diferentes noticias respecto a los proyectos de D. Carlos, se indica que La Raza Latina, que es un periódico ultramontano enragé, se le ha ofrecido, y que, si como es posible, acepta, encargará la dirección de este su órgano al conde Alex, quien continuará publicándolo en distintos idiomas.
Cuentan, señor director, que una sociedad editorial, trataba de publicar un diccionario, y que al llegar a la palabra «cangrejo,» acordó decir al margen: «Pequeño pescado, rojo, que marcha hacia detrás.»
Hubieron de consultar con un naturalista sobre la exactitud de la definición, y parece les dijo:
«Ni es pescado, ni es rojo, ni marcha hacia detrás; fuera de estos variantes, la definición está perfectamente.»
Una cosa parecida tengo yo que decir de la noticia. Ni La Raza Latina, que aunque no mantiene muchas familias, lleva ya tres años de publicación, ha sido nunca un periódico ultramontano enragé, ni ha tenido más director que yo; que a mí vez, desde las revistas políticas de dicha publicación, he considerado, no solo hoy, sino cuando tenía un ejército compacto, a don Carlos como uno de los mayores perturbadores que ha tenido este país, ni tengo idea del conde Alex.
Como a falta de otras condiciones políticas de grandes resultados en la práctica, he tenido la satisfacción de seguir siempre un mismo criterio, he de merecer de Vd., y así lo espero de su cariñoso compañerismo, inserte esta rectificación, porque dados mis modestos antecedentes, el haber ofrecido mi revista a D. Carlos, además de ser antiestético en la forma, como lo es en mi opinión todo lo que a D. Carlos se refiere, constituiría una indignidad política en el fondo.
Puesto que El Imparcial no pertenece a la raza sajona, cuyos individuos son los únicos que pueden tener algún motivo de queja con mi humilde revista, repito que no vacilo en creer que me hará el obsequio de insertar estas líneas, por cuyo favor le anticipa las gracias su afectísimo S. S. Q. B. S. M.
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Escrito y aun publicado el anterior comunicado por algunos de nuestros colegas, se nos dice que la alusión no era a nosotros sino a otro periódico que había de publicarse con el mismo título, y aun se nos añade que La Raza Latina es una publicación demasiado modesta, mejor diremos, insignificante, para que ningún partido la haga su órgano.
No somos nosotros los llamados a juzgarnos a nosotros mismos. Únicamente haremos constar que La Raza Latina es una revista insignificante en cuyas columnas han escrito monseñor Dupanloup, D. Antonio Cánovas del Castillo, Julio Favre, D. Antonio Benavides, Laboulaye, D. Juan Martín Carramolino, Giraud, D. Melitón Martín, Frank, Gutiérrez de la Vega, Hurtado, Luis Léger, y en una palabra, muchos de los hombres más importantes de la república latina de las letras, que sin duda con su importancia propia habían oscurecido algo la mucha insignificancia de la revista.
Cierto es que La Raza Latina no es un periódico diario; que no ha venido haciendo una interminable serie de negaciones en el orden político y que no da diariamente cuenta a sus lectores de los personajes que llegan y salen de Madrid.
* * *
Y respecto a la posibilidad de nuestras relaciones con los carlistas, vea El Imparcial y vea el público lo que nosotros escribíamos en 30 de Junio de 1875; y por cierto, que los hechos han venido a demostrarnos que escribíamos con gran conocimiento de causa.
«No es posible, dentro de las eternas leyes de la Historia, que ocurra un fenómeno político de importancia sin que arranque en sus orígenes de hechos anteriores, cuyo resultado lógico viene a ser.
»La guerra carlista ha nacido evidentemente de los excesos de la revolución, y solo así se explica que al llegar los últimos acontecimientos que han restablecido la monarquía, inaugurando un nuevo período que ha de aunar la libertad y el orden, la guerra carlista se haya encontrado con grandes proporciones y no se haya terminado todavía.
»Se ha hecho, y se viene haciendo por muchos, una especie de acusación al Gobierno actual, porque ipso facto, y en el momento que la legitimidad se ha establecido, no ha cesado como por encanto la guerra civil que nos aniquila y nos deshonra.
»Esta acusación, que pasa aquí sin correctivo, como en este país suelen pasar grandes vulgaridades, porque el indolente pueblo español prefiere aceptar el criterio ajeno hecho, a tomarse la molestia de formarlo, bien merece que nosotros dediquemos unas cuantas líneas a probar el absurdo que encierra.
II.
»No es este momento para juzgar detalladamente el trastorno que en España ha introducido el motín de 1868: pero es lo cierto que se perturbó la sociedad de una manera profundísima; que se demolió sin pensar en lo que había de edificarse; que las conciencias se resintieron de esta perturbación; que, tomando la parte bufa de revoluciones acaecidas en otros países, tocó la locura en el crimen, y se tradujo la libertad religiosa por la persecución al catolicismo; que se discutió la propiedad: que se puso en duda la existencia de la moral universal, y llevando la revolución al ápice el desvarío y del delirio, preparaba en nombre de las eternas leyes de la Historia una reacción que no fuese menos criminal que aquella, ni menos exagerada, ni menos sangrienta, ni menos digna del anatema de hombres honrados.
»No han engrosado las filas de los partidarios de D. Carlos los que profesaban profundo amor a su persona; no lo han hecho los que tuvieron una creencia tan arraigada como profunda de su legitimidad; vinieron a su bandera una gran parte de los que, sin tener idea de lo que es y debe ser el equilibrio político, creyeron que a una revolución desenfrenada era necesario oponer una reacción desenfrenada también.
»Al ateísmo de unos cuantos espíritus fuertes, de esos que abundan en España, que repugnan las prácticas religiosas por considerarlas una preocupación, y que no se sientan a una mesa donde haya trece porque lo consideran de mal agüero, se ha opuesto el fanatismo de otros cuantos que creen que la religión debe defenderse a tiros, y que el sacerdote cumple con su misión al sustituir el Breviario con el trabuco.
»Ambos extremos son igualmente viciosos, y no pueden los partidos medios ser responsables de un mal que no han causado, y que se proponen cortar con toda la energía de sus fuerzas.
III.
»Pero se nos dirá: si las huestes de D. Carlos la componen solo los enemigos de la revolución, después de haberse verificado la restauración, ¿cómo no ha cesado la guerra? Es bien sencillo: Il n’y a rien de brutal q’un fait. Cuando la restauración ha llegado a verificarse, el hecho de la guerra carlista había tomado grandes proporciones. Los cabecillas, que al principio no podían ni imaginarse que habían de llegar a constituir la fuerza que han logrado, acarician todavía el sueño de la posibilidad de una victoria: su interés de medro personal les aguijonea por todos los medios posibles a conservar esos batallones de voluntarios, a quienes se alista por la fuerza, y las ilusiones adquiridas en seis años se desvanecen muy difícilmente de su ánimo.
»Lo que ha tardado cinco años en formarse no se borra en un día, ni hay Gobierno ni situación que en seis meses pueda concluir con las perturbaciones de siete años.
»La guerra civil, que ha perdido el pretexto de su existencia, pierde de día en día la fuerza que ha tenido; y el Gobierno, principalmente con los últimos decretos, viene demostrando que, apurados todos los medios a que un Gobierno regular viene obligado, está decidido a repeler la fuerza y a practicar el último principio del derecho de gentes: la guerra no tiene más límite que el que le impone la necesidad.
»El Gobierno no podía, no debía, ni hacer a los carlistas tales concesiones que pareciera que la razón estaba de su parte, ni enarbolar bandera negra sin probar por todos los medios posibles la conclusión de la guerra sin derramamiento de sangre. Y ha estado en lo justo al seguir la conducta que ha seguido, como lo está ahora al prescindir de todo género de consideraciones hacia el partido que, fanático y sanguinario, con la evidencia de que jamás ha de obtener el triunfo, desangra y envilece la patria.
IV.
»La restauración de la monarquía legítima y constitucional de D. Alfonso, no podía, por el solo hecho de haberse verificado, haber concluido con la guerra como por ensalmo: ha procurado, por todos los medios imaginables, evitar el derramamiento de sangre española; y únicamente ahora, habiendo cumplido con todos los deberes que tiene un Gobierno constituido, empleará, y hará perfectamente, todo el rigor de las armas y de las leyes.
»El ejército carlista es solo dueño del terreno que pisa. No hay una sola ciudad donde alumbre el gas, no hay un solo pueblo de importancia donde los carlistas hayan permanecido más de cuarenta y ocho horas.
»No hay una sola potencia que los ayude. Su Santidad ha reconocido a D. Alfonso: no hay más que un fanatismo tan bravo como estúpido, que se defiende en sus guaridas, y que principalmente se sostiene porque en el merodeo y el robo se augura el bienestar de muchos que ven en la conclusión de la guerra el principio de su ruina.
»El país lo comprende así; y el país, que en primer término es anticarlista, no perdonará medio de hacer cuanto esté a su alcance para repeler la fuerza con la fuerza.
»Al tiempo: después de todo lo que aquí ha ocurrido, si, como esperamos, se sigue una política enérgica, y enérgicamente se mantiene la bandera negra para el partido carlista, no ha de pasar medio año sin que queden de la guerra más que algunas partidas de ladrones, restos de brigandaje del que hoy se llama ejército de D. Carlos.»
Después de estas explicaciones, sólo nos resta seguir haciendo, como hasta aquí, nuestra insignificante revista, tratando siempre de aunar y defender los intereses de los pueblos católicos y latinos, para resistir la invasión de los protestantes y germanos.
30 Setiembre 1876.