El Criterio Espiritista, revista mensual
Madrid, marzo de 1869
 
año II, número 7
páginas 157-158

Enrique Pastor y Bedoya

Conferencias espiritistas

Los habituales lectores de nuestro diario exclamarán, sin duda, al leer el epígrafe de este artículo: ¿qué clase de conferencias son estas, cuyo nombre es para nosotros casi desconocido? ¿dónde se explican? ¿quién es el orador?

Gratísima por demás es la tarea que hoy me cumple imponerme para contestar a estas preguntas.

Las conferencias espiritistas eran el deseo de unos cuantos creyentes que aspiraban a proclamar su fe a la luz del día ante el público, curioso de saber algo acerca de esa apellidada locura de que son víctimas unos cuantos alucinados.

Creer en el espiritismo, creer la posibilidad de comunicarse las almas de los vivos con las de los que no lo son ya en la forma en que lo eran, parece increíble a las personas vulgares que confunden la despreocupación con la ignorancia.

Suponen los anti-espiritistas que a ellos solos ha concedido la Providencia asaz poderosa razón para no creer en pueriles supersticiones, y por temor de caer en el ridículo de creer lo que parece un delirio, se someten gustosos a otra creencia más absurda, la de que los rebajaría ser tan cándidos que prestasen fe a las vulgares supersticiones.

¡Y sin embargo, los que tal piensan, confiesan que desconocen por completo las razones en que se fundan los creyentes!

Lo que creernos, pueden saberlo con sólo tomarse la molestia, que es muy grande por cierto, de asistir a las conferencias que piensan celebrar los espiritistas, la primera de las cuales hemos tenido el gusto de oír anoche en la calle de Cañizares.

¡Extraña coincidencia! En tiempos que quisiéramos no recordar, en esa misma calle se reunía el Círculo filosófico que la intolerancia del antiguo régimen disolvió violentamente.

La patria, en favor de cuya regeneración tanto trabajaron los que aquel Círculo constituían, ha ha llamado al Parlamento y la gobernación del país a aquélla juventud: de modo que todavía estaba por desagraviar la violencia cometida con aquel recinto, donde sólo imperaba una noble aspiración, la aspiración de buscar con afanoso anhelo la verdad, esa verdad que nace de la discusión de lo que cada uno cree y sabe.

Pues bien: el Círculo filosófico ha sido desagraviado anoche; a pocos pasos del local en que éste celebraba sus sesiones, una asociación que hace cuatro meses no había logrado ni aun la aprobación de su título, se reúne hoy, se ofrece al público, al que somete el fruto de sus trabajos, de sus debates y de sus científicas investigaciones.

Anoche nuestro querido amigo Joaquín Huelbes Temprado, uno de los jóvenes más entusiastas de la causa espiritista, a la que se ha consagrado con celo nada común, tuvo la gloria de inaugurar las conferencias espiritistas, que están llamadas a producir tan saludables efectos en nuestra patria.

Su claro talento y vasta instrucción nos habían hecho concebir grandes esperanzas; pero, francamente, dudábamos del éxito, como debe dudar siempre el que con ansia desea una cosa, de llegar a conseguir que se realice tal y como él la desea.

Nuestra aspiración se ha cumplido, y la primera conferencia espiritista nada nos ha dejado que desear.

Comenzó el orador por anunciar que el tema de su discurso sería hacer una rápida reseña o ligera exposición de la doctrina que en conferencias sucesivas se proponía desarrollar cumplidamente, rebatiendo las ideas contrarías a su creencia.

Metódico, claro y preciso, ha demostrado su vasta erudición, puesto que arrancando de las primeras edades, ha tenido que hacer la historia de la idea espiritista hasta nuestros días.

Con singular acierto demostró que la humanidad se ha preocupado siempre del alma y su futuro destino, tomando los aspectos en cada edad propios del estado de su adelantamiento.

Terminada la excursión histórica, que ha sabido salpicar de atinadas imágenes, entró en la exposición somera de la doctrina bajo el punto de vista filosófico, demostrando la necesidad de la supervivencia del alma. En la parte dedicada a este punto ha demostrado un profundo conocimiento de la filosofía más adelantada en el día, y que tan anatematizada era en estos últimos tiempos por nuestros gobernantes.

Me refiero a la escuela krausista.

En la imposibilidad de citar uno por uno sus más sólidos argumentos, procuraremos trascribir los más pertinentes al objeto.

Buscando la genealogía del espiritismo, enlazó con singular maestría la teoría de Pitágoras acerca de la trasmigración, con la creencia de Sócrates, que buscaba el Dios único en medio de una sociedad politeísta; haciendo notar que el filósofo griego creía en la existencia de los espíritus y achacaba a su daimon (ángel tutelar) los grandes pensamientos que le hacían ser la admiración de sus discípulos, entre los cuales se contaba el divino Platón.

La explicación del bien y del mal: la definición hecha de aquél, dándole realidad y negándosela a éste; la afirmación de que el mal sólo con bien puede resarcirse, y cuanto a este propósito ha manifestado, ha merecido la más favorable acogida de parte del auditorio, que ha premiado su elocuente peroración con un espontáneo aplauso.

Si, como esperamos, nuestro amigo se decide a escribir estas conferencias, las daremos a conocer a nuestros lectores, y entonces podrán juzgar por sí de la veracidad de nuestros elogios.

No terminaremos sin felicitar al Sr. Huelbes con toda la efusión de nuestra alma, aun a riesgo de parecer parciales.

De la gloria de nuestro amigo creíamos que nos correspondía una parte.

Él, tan modesto, tan estudioso, ha tenido la abnegación de ir el primero a la brecha; los que como yo le hemos acompañado en el deseo, pueden creer, como creo yo, que han ido con él.

Hemos citado su modestia, y vamos a dar una prueba que queremos hacer pública.

En tiempos en que no era dado escribir de espiritismo, nuestro amigo tuvo el valor de escribir y la galantería de dedicarnos un folleto titulado La noción del espiritismo.

En la primera página escribió una dedicatoria que decía así: «A… su maestro y amigo… El autor.»

Yo me complazco hoy en hacer público este rasgo privado de modestia, porque quiero darle una prueba pública de mi sinceridad.

Nunca me he creído con títulos para ser maestro de nadie: hoy que me honraría mucho serlo de mí hermano espiritista, cumplo con mí conciencia al declarar que no me sentía poseído, al oírle, de la altiva superioridad del maestro, sino del reverente y respetuoso acatamiento del discípulo.

Enrique Pastor y Bedoya

(Monarquía Constitucional.)

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