Filosofía en español 
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[ Santiago González Encinas ]

Exposición a S. M. sobre la epidemia de cólera

Tenemos el mayor placer en insertar en nuestras columnas la siguiente exposición que el distinguido profesor de medicina y cirugía, señor Encinas, ha dirigido a S. M.

Sin competencia especial en la materia, no podemos emitir un juicio concienzudo sobre los resultados que producirá el medio que propone el señor Encinas para adelantar en la curación de la epidemia reinante; pero desde luego nos parece oportuno y patriótico su pensamiento, y digno del mayor elogio el desinteresado ofrecimiento que en la misma hace.

He aquí el documento a que nos referimos:

“Don Santiago González Encinas, licenciado en Medicina y cirugía, a V. M. con el más profundo y reverente respeto expone: Que siendo ya de todos conocido el lamentable estado sanitario en que gran parte de la nación se encuentra, y profundamente conmovido al presenciar el doloroso cuadro que ofrece esta corte, en la que ha poco tiene el sentimiento de encontrarse víctima ya, aunque no con tanta intensidad como en otros pueblos, del terrible azote que teniendo en el Asia su cuna, ha extendido después por todo el mundo su desolador influjo, creería faltar en tan críticos momentos a sus más sagrados deberes como profesor, si con el ferviente celo que le anima, con la abnegación que le inspira el ejercicio del sacerdocio de la ciencia a que se dedica, y con la firme convicción que abriga de que los males que afligen a la humanidad, ni son eternos ni menos irremediables, no levantara su humilde voz y sepultara en el olvido las consideraciones que, más que la práctica, le han sugerido el ardiente deseo de servir a su país, y de hacer fijar la atención de todos los hombres científicos sobre un punto, que a pesar de cuanto sobre él se ha escrito, nosotros creemos algo abandonado. Se dijo ya en la antigüedad y se ha venido después repitiendo constantemente, porque es una verdad bien elemental, que solo la observación y la experiencia son en las ciencias naturales, en general, seguras vías de adelantamiento; y esta verdad tiene en medicina su más genuina aplicación. La experiencia destruye los más inveterados errores y eleva a verdades inconcusas los más declarados absurdos; la misma revela insondables arcanos, profundos misterios, disipa engañosas ilusiones y abstracciones infundadas, desarraiga preocupaciones ridículas, vence el empirismo y la rutina, y poderosamente auxiliada, en fin, de la observación, que es un elemento inseparable, su más seguro guía y su infalible norma, constituye ese admirable conjunto de innegables verdades que componen la ciencia toda. ¿Por qué separarse en un punto de tan llano y expedito camino? ¿Por qué despreciar en ninguna circunstancia tan sencillo y feliz procedimiento? Debemos repetirlo una vez más; solo la observación y la experiencia causan maravillas y prodigios, y recordarlo en los momentos presentes constituye el objeto del que expone. Continuamente se da al público cuenta de una infinidad de específicos de satisfactorio resultado, al decir de sus autores, contra la enfermedad reinante; amanece con el nuevo día el nuevo remedio; la inventiva de la charlatanería es prodigiosamente fecunda, se adapta perfectamente a cada época, a cada estación, y hasta a las preocupaciones de cada localidad; no importa que muchos de los específicos proclamados infalibles por sus inventores, sean absurdos a la luz de la ciencia; que otros sean incompletos y diminutos; que algunos, por demasiado circunscritos a ciertos accidentes individuales o climatológicos hayan de desecharse en muchos casos por el médico; que todos, en fin, examinados y apreciados en globo, lleguen a contradecirse del modo más palmario; la inventiva no se agota, siguen los específicos y la rutina progresa. El exponente cree que esto es un mal gravísimo, y que por lo mismo urge su desaparición. Un estudio maduro y detenido de la enfermedad reinante, una exquisita observación de todos sus fenómenos ilustrada por la ciencia, y la experiencia diaria y continua de todos sus efectos y del resultado exacto que de la aplicación de los diversos medicamentos se obtenga, son en sentir del exponente, los únicos medios en cuya virtud ha de conseguirse aminorar paulatinamente o extinguir de un modo total la terrible enfermedad que nos amenaza. ¿Pero, cómo alcanzar semejante resultado y obtener con provecho los beneficios que tales medios reportarían? He aquí, según la humilde opinión del exponente, el punto esencial en que el gobierno de S. M. debe principalmente fijar su atención.

El precedente ya está establecido, en ocasiones análogas a las actuales, y a nuestro entender con exquisito tino y acierto. La más perfecta unidad y armonía son las cualidades que han brillado en trabajos de esta índole; solo así se alcanza de ellos copioso fruto, y se consiguen largos beneficios. Cuando todos los elementos conspiran a un único fin, cuando todas las fuerzas empleadas tienden al mismo punto, cuando todos los esfuerzos se dirigen a idéntico objeto, cuando el estudio de todos se propone el propio resultado, cuando todas las observaciones, en fin, y todos los afanes participan de igual carácter, se sujetan al mismo criterio, y se prosiguen y terminan con un método siempre fijo y constante, resulta un cuerpo de doctrina verdaderamente científico y armónico, que aunque susceptible de adelantamiento, es por sí solo capaz y suficiente para determinar cuánto de más esencial e importante pueda ofrecerse en la materia sujetada al estudio. Por estas breves consideraciones, que ampliará el exponente, si lo cree oportuno el gobierno de V. M., no duda que con el nombramiento de una comisión especial, suficientemente numerosa, y con las demás condiciones de competencia, medios de auxilio y protección de las personas a quien corresponda, y otras generales a estos casos, encargada de observar y estudiar cuanto tenga relación con la enfermedad reinante, exponer en su día el fruto de sus investigaciones, y proponer los medios que considere conducentes, al fin por todos anhelado, se podrán remediar los males de que ha hecho mención, detener los estragos que causa la epidemia y hacer progresar la ciencia, estacionada hasta aquí sobre este punto. Semejante comisión especial, debería ser el centro de donde arrancasen todos los datos genuinamente científicos que por todos se apetecieran, para que las observaciones individuales se basaran en la verdad, habría de ser la sola esfera sobre que girasen todos los experimentos, el cimiento sobre el que únicamente se edificara, la balanza donde se contrastasen cuantos descubrimientos pretendiesen dar luz en la materia; a la misma comisión deberían dirigirse todo género de escritos, que analizasen alguno de los puntos sujetos a su jurisdicción, toda clase de noticias, por aisladas que fuesen, capaces de producir debidamente estudiadas algún resultado, y en fin, constituir una alta inspección o núcleo científico, de inmensa utilidad seguramente, dada la perseverancia y límites en sus laudables trabajos. De este modo, como antes indicaba el exponente, cesaría ese desordenado afán de aplicar específicos inocentes, cuando más benéficos, cesaría también la perplejidad y duda en que el médico se encuentra al ejercer su profesión, ofreciéndosele tal cúmulo de medicamentos, atestiguados solo por una individualidad que por mucha autoridad que se la suponga, no puede haber experimentado lo bastante, ni meditado lo conveniente para prescribir como general su tratamiento, y solo, por último, de esta manera todas las observaciones y experimentos que se hicieron llegarían a tener ese carácter de generalidad, y constituir los elementos indispensables para que la observación o la experiencia se eleven del fenómeno del hecho a la norma general o ley en cuya virtud semejante hecho se realiza. Fundado, pues en las breves consideraciones expuestas, que espero serán acogidas con la benevolencia que V. M. acoge siempre las dictadas por el patriotismo y el amor a la humanidad, suplica con el más profundo respeto a V. M., se digne ordenar lo conducente para que se vean realizados los humildes deseos del que expone, que no duda serán los de la nación entera, y admitirle al propio tiempo el franco y espontáneo ofrecimiento que desde luego hace desinteresadamente, y solo con el objeto de ser útil a su país, de ponerse a las órdenes del gobierno de V. M. para que dentro del círculo de su profesión disponga de su persona en los términos que mejor viere convenir; gracia que espera de su bondadoso corazón. – A. L. R. P. de V. M., (Q. D. G. muchos años), Santiago González Encinas.”

Nos consta que el interesado tiene instruido un expediente en la dirección de instrucción pública, donde existen además su hoja de estudios y otros antecedentes de su carrera, presentados hace algún tiempo con objeto de hacer oposición a algunos cargos de la ciencia médica, lo cual advertimos por si el Excmo. señor ministro de la Gobernación estima la instancia y desea adquirir noticias acerca de nuestro amigo el señor González Encinas.