Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Francisco Navarro Villoslada ]

El catolicismo y la enseñanza universitaria

Artículo II.

«Los periódicos que como El Pensamiento de anoche se quejan de que entre las obras señaladas de texto por Real orden emanada del ministerio de Fomento, hay algunas que atacan al dogma, y contra las cuales han reclamado los Prelados, harían muy bien en señalar las obras a que se refieren, y en decirnos los errores de que hablan todos los días. Nosotros creemos que  ni hay obra alguna entre las señaladas de texto que ataque al dogma, ni se ha hecho, ni ha podido hacerse, por lo tanto, contra ellas reclamación alguna.»

(Diario Español del 20 de Setiembre de 1862.)

Entre los libros de texto señalados para la facultad de filosofía y letras, va a ser objeto preferente de nuestro examen el Manual de filosofía de Servant Beauvais, traducido del francés con notas y adiciones originales del traductor don José López Uribe, catedrático de metafísica de la Universidad central. Este profesor fue de los primeros que en nuestra España dieron a conocer, aunque de un modo muy incompleto, las doctrinas de los modernos racionalistas, principalmente de Víctor Cousin y de su discípulo Damiron, y del profesor de Bruselas Ahrens, discípulo del alemán Krause, y uno de los corifeos más celosos de la propagación de su doctrina panteísta.

El Sr. Uribe, que en varios lugares de la obra a que nos referimos se muestra verdadero católico y aún amante de sanas y purísimas doctrinas filosóficas, no supo, sin embargo, resistir los encantos del estilo y las seductoras novedades que tanto prestigio dieron en Francia, hace algunos años, a las doctrinas del eclecticismo, del cual se muestra partidario; así que, con un candor que hubiera sido muy laudable tratándose de autores católicos, aficionóse a las nuevas ideas con peligroso ardor; tradujo, según nos dice en su libro, a Ahrens y Damiron, prometiendo publicar la obra del primero de estos incrédulos (aunque por dicha no ha cumplido su promesa), y en el libro que dio a luz bajo el nombre, y en parte con el texto del Servant, (que es el adoptado por el Consejo), ofreció a la juventud española no pocos lugares e ideas harto peligrosas y dañadas de la filosofía que envenenó a Francia durante el reinado de Luis Felipe.

Una de las principales teorías inventadas, o mejor dicho, importadas en Francia por Víctor Cousin, discípulo a su vez de Schelling y de Hegel, tiene por objeto determinar el origen del pensamiento humano considerado en orden al conjunto de seres y de relaciones que pueden ser conocidos por la razón; y señalar el orden constante en que se van sucediendo en la historia del espíritu humano los sistemas filosóficos. En cuanto a lo primero, Cousin afirmó contra toda verdad y recto juicio, que en un principio la inteligencia humana, independientemente de toda enseñanza divina y tradicional, percibió, por una manera de intuición clarísima y extraordinaria, aunque dentro de los límites del orden natural, (pues nuestros filósofos tienen un horror a lo sobrenatural, no menos que el de la naturaleza al vacío en opinión de los antiguos físicos), todas las cosas, Dios, el mundo, y el hombre, con sus propiedades y relaciones. A esta supuesta intuición súbita y universal de la inteligencia humana, los sofistas modernos han llamado también inspiración, sin duda para explicar por medios naturales, aunque inverosímiles y absurdos, el sentido de algunas palabras sagradas.

«La inspiración (dice Cousin) en una nota del Servant no nos pertenece. En ella no somos más que meros espectadores: no somos agentes, o toda nuestra acción consiste en tener conciencia de lo que entonces nos pasa, (en mi concepto, observa aquí el Sr. Uribe como quien acepta la doctrina de Cousin, podría añadir algo oscura); esto es indudablemente actividad, pero no es actividad con reflexión voluntaria y personal. La inspiración tiene por carácter el entusiasmo, va acompañada de aquella emoción poderosa que arranca al alma de su estado ordinario y desprende en ella la parte sublime y divina de su naturaleza: Est Deus in nobis, agitante calescimus illo. Y efectivamente, el hombre en el hecho maravilloso de la inspiración y de entusiasmo, no pudiendo atribuírsele a sí mismo, se le atribuye a Dios y llama revelación a la afirmación primitiva y pura.»

No recordamos haber visto en el Servant del señor Uribe ninguna impugnación, ni aun levísimo correctivo del anterior pasaje, dictado visiblemente por Cousin para explicar por sólo las fuerzas naturales de la razón el hecho sobrenatural e histórico de la divina revelación con que en un principio se dignó Dios iluminar el entendimiento del primer hombre con el conocimiento de las verdades que se atribuyen locamente a una afirmación primitiva y pura, hija de aquella inspiración o intuición clarísima inventada por el charlatanismo filosófico de nuestra edad.

Pero decimos más, y es, que el Sr. Uribe, sin saberlo en verdad, y a pesar de algunas restricciones que honran más su fe que su perspicacia, adopta la teoría del racionalista francés, según puede verse en el pasaje que vamos a copiar y que recomendamos a la consideración del Real consejo de instrucción pública. Después de haber expuesto en sus adiciones al Servant (tomo 1, página 111) la teoría de las llamadas intuiciones naturales y generales, que se refieren a la existencia de Dios, al culto que le es debido, al orden moral, a la realidad del mundo espiritual y corpóreo, añade «que hay otras, (intuiciones), particulares y naturales que explicó así: «Ocurre con frecuencia que nuestra mente piensa en las cosas guiada, no por la reflexión libre, sino por su instinto y espontaneidad, desprovista de conocimientos previamente adquiridos acerca de ellas, movida de alguna pasión y de un modo precipitado, correspondiente al estado de apasionamiento en que se encuentra.

»Entonces, por una ley necesaria del entendimiento, se verifica que nuestra alma percibe las cosas con viveza, pero con alguna oscuridad: que no las ve bastante claras al principio para detenerse a juzgar, que se contenta con contemplarlas, con simplemente percibirlas, sin resolverse a salir de su estado de vacilación y de incertidumbre, hasta que al fin sus ideas toman tal giro, o con la presencia de las cosas a cuya impresión se entrega con toda la sencillez de su conciencia, o con la conmoción de las pasiones que la sacuden y despiertan su riquísima energía, (véase, dice Uribe, la nota número 2, y recuerde el lector, decimos nosotros, esta llamada, porque luego volveremos a ella), que de repente y sin esperarla se le presenta una verdad, la cual, grande a veces, rápida, bella, sencilla, medio comprendida desde el momento en que aparece, al principio nos llena de admiración y luego al instante decide y determina nuestro juicio, nos exalta más o menos, nos inspira semillas de espíritu, fe, creencia, certidumbre y a veces estro poético; comunica a nuestro modo de obrar un cierto encanto indefinible, y hace que semejantes ideas aparezcan a los ojos de muchos filósofos como una verdadera revelación

Estas palabras, expresivas de una teoría no menos falsa que extravagante y gratuita, es el eco de la filosofía racionalista que pasó el Rhin, para inundar a Francia de los gérmenes que luego desarrolló la revolución democrático-social ofreciendo al mundo en forma de pavoroso espectáculo, una lección que dice claramente a dónde pueden llegar el individuo y la sociedad emancipados de la autoridad de Dios y de su Iglesia por los esfuerzos perseverantes de una filosofía insensata y de una política sin entrañas, que la deja alimentar por largo espacio de tiempo el entendimiento y el corazón de la juventud.

El mismo Sr. Uribe se espantó de sus propias palabras, y temiendo que fuesen recibidas en su impía crudeza, procuró templarlas, en cierto modo, con una nota en que dice que los filósofos a que se refiere, «no toman la revelación en el sentido estrictamente teológico, sino en un sentido filosófico que es más lato: quiero decir, no hablan de revelación sobrenatural, como la que contiene nuestra santa Religión, sino de una revelación que llaman natural, la cual puede ser muy bien objeto de la filosofía...» ¡Qué candidez revela esta explicación cuyo buen espíritu nos complacemos, por otra parte, en reconocer! ¿Cómo ha podido ocultarse al Sr. Uribe que si la revelación tiene en boca de los filósofos un valor tan solo natural, es porque no admiten la verdadera revelación contenida en los libros Santos?

Y a la verdad, esos cuadros trazados por Cousin, y copiados por el Sr. Uribe, en que figura el hombre primitivo, en los momentos que preceden a la reflexión, inspirado por la verdad misma que se le presenta como una aparición luminosa, comunicándole entusiasmo y fe y despertando emociones en el alma que la arrancan de su estado ordinario y desprenden en ella la parte sublime y divina de su naturaleza, ¿no están diciendo claramente que el filósofo panteísta que los trazó no tuvo más mira que remedar las divinas enseñanzas sobre la instrucción primitiva y sobrenatural que recibió el hombre del mismo Dios? ¿No recordaba el profesor de Madrid, que el filósofo francés, (cuyas lecciones recomienda en la pág. 225, t. 1.º de su obra de texto,) trataba de explicar por medio de su llamada inspiración hasta el mismo espíritu de profecía con que fueron divinamente inspirados los enviados de Dios? ¿No recuerda haber visto en Damiron, cuya filosofía dice haber traducido, aquellos textos famosos que cita el abate Gioberti, persona poco sospechosa para el filosofismo, en los cuales el profesor francés distingue en la revelación primitiva y en todos los dogmas cristianos la parte que reputa ser puramente filosófica y racional de los misterios que la circundan y son objeto de la fe del creyente? ¿Pero el mismo Sr. Uribe no nos habla de intuiciones súbitas e inesperadas de alguna verdad que, grande a veces, rápida, bella, sencilla, medio comprendida desde el momento en que aparece, al principio nos llena de admiración, y luego, al instante, decide y determina nuestro juicio, nos exalta más o menos, nos inspira sencillez de espíritu, fe, creencia, certidumbre, y a veces estro poético, comunica a nuestro modo de obrar un cierto encanto indefinible, y hace que semejantes ideas aparezcan a los ojos de muchos filósofos como una verdadera revelación? ¿Qué revelación es esta que tan singulares misterios encubre, y que como verdadera aparece a muchos filósofos, si no es la revelación divina que los panteístas alemanes y sus discípulos de allende y aquende los Pirineos tratan de reducir a un hecho meramente natural, que, sin embargo, describen con palabras mil veces más incomprensibles y misteriosas que los mismos misterios de la fe?

En otro artículo proseguiremos el presente examen.

(Pensamiento Español de 15 de Noviembre de 1861.)