Atentado contra SS. MM. II.
Sin embargo de que creemos que nuestros lectores tendrán noticia del criminal atentado contra el Emperador, creemos de nuestro deber dar algunos pormenores que hemos recogido con el mayor cuidado.
El coche de SS. MM. llegaba bajo el peristilo de la Ópera cuando la primera explosión estalló; ésta no tocó ni al coche ni a SS. MM., pero casi al mismo tiempo, una segunda detonación mató uno de los caballos del coche, y este tuvo que pararse con precisión. La primera había hecho unas veinte víctimas entre muertos y heridos. En el coche estaban el Emperador, la Emperatriz y el general Roguet.
Providencial parece, y verdaderamente lo es, el cómo SS. MM. han escapado al gran peligro en que su preciosa vida estaba comprometida. Por un momento, S. M. la Emperatriz creyó llegada la última hora del Emperador, cuando un hombre se presentó a la portezuela del carruaje, los vestidos en desorden, y la cara llena de sangre. El terror hizo retroceder a nuestra Soberana, que no tardó en tranquilizarse cuando el que creía ser un asesino, dirigiéndose a SS. MM. les dijo:
–«Señor, vengo a ponerme a las órdenes de V. M. y a defenderla.» Entonces reconocieron que era Alessandri, uno de los de la casa del Emperador, corso de origen.
La muerte y la desolación estaba sembrada por todas partes; doce hombres de la Guardia Imperial han sido heridos; once de la guardia de París, entre ellos dos comandantes han sido también heridos gravemente. El cochero de SS. MM. fue herido. Entre todos pueden contarse unos cincuenta. Veinte caballos de lanceros fueron muertos, y la lanza del coche fue rota.
Contemos un rasgo de heroísmo de un lancero. El pelotón de lanceros que habían escoltado a SS. MM. había estado con el mayor orden en medio de toda esta confusión. Cuando el silencio se restableció, el comandante dijo en alta voz: «¿Hay alguno que esté herido?» --«Yo, mi comandante,» contestó un lancero que se había sostenido a caballo, y que no había soltado las riendas. Entonces vieron que este valiente soldado estaba gravemente herido; murió en aquella misma noche.
El Emperador recorrió los heridos con el mayor valor. Cuando entraron en el palco, en el momento en que la célebre Ristori salía en el primer acto de María Estuarda, una multitud inmensa que llenaba el teatro aeogió a SS. MM. con las más entusiastas aclamaciones: a su salida del teatro todo el tránsito se había iluminado como por encanto, y la gente que invadía los boulevarts saludaba a SS. MM. con ruidosos y repetidos vivas.
Nuestra augusta Emperatriz conservó la mayor serenidad, y mostró su valor diciendo al Emperador en el palco. «Venid, señor, probemos a esos cobardes que tenemos más valor que ellos.»
Entre los que han sido presos a consecuencia de este horrible atentado, citan los siguientes:
El conde Orsini, Pierri, Antonio Gómez, criado de Orsini, y un tal da Silva. Este es un veneciano cuyo verdadero nombre es Rudio.
Terminemos esta lúgubre narración felicitándonos que el crimen no haya tenido las consecuencias que los asesinos esperaban, y esperamos que el fallo de la justicia caerá sobre los autores de tan horroroso crimen.
A la Poesía
Oda, dedicada a la Sra. Baronesa Serrano de Wilson
Noble, amorosa amiga,
hija del corazón, blando consuelo
que las penas mitiga…
el cielo te bendiga,
que eres, diosa gentil, hija del cielo.
Ante tí prosternado
te pido inspiración, dulce Poesía,
y pueda en estro osado
con fuego tan sagrado
a raudales verter blanda armonía.
Concede placentera
a mi canción el manantial fecundo
de Píndaro y Herrera,
y en tan sublime esfera
publicaré tus glorias por el mundo.
Que eres, grata Poesía,
más dulce al corazón que miel hiblea:
en tí mi fantasía
encuentra noche y día
suave placer que al corazón recrea.
Ya robusta, valiente,
del héroe enalteciendo la memoria,
añades a su frente
en corona esplendente
laureles mil de inmarcesible gloria.
Ya en humildes cantares
retratas del pastor adolorido
numerosos pesares,
llevando a sus hogares
bálsamo dulce al corazón herido.
Hora en tímido lloro
cantas de amor la inapagable llama,
y al mágico tesoro
de tus cuerdas, de oro
en santo fuego el corazón se inflama.
Itálica famosa!
¿quién nos dejó de tu esplendor pasado
idea tan asombrosa,
y en lira armoniosa
tu grandeza y poder nos ha cantado?
Con su estro divino
el gran Rioja en inflamado aliento,
a las orillas vino
del Betis cristalino,
y tus glorias cantó con noble acento.
De Tebas, de Palmira,
de Menfis, de Sagunto y de Cartago
que hoy en polvo se mira,
cuyo recuerdo admira
al contemplar su doloroso estrago.
Quién a nuestra memoria
por tu influjo a no ser, grata Poesía,
nos cantara la historia
de su gigante gloria,
grande, admirada, cuando Dios quería?
¿Quién, dí, sublime diosa,
pudo infundir al ínclito Lucano
la inspiración grandiosa
de cantar victoriosa
las heroicas hazañas del romano?
Tú, sublime Poesía,
hija de un Dios, que hasta tu Dios te elevas,
y en rítmica harmonía
tu rica fantasía
por la región del Universo llevas.
Manuel García González.
Madrid.– Enero 1858.
A mi buen amigo el distinguido escritor
Don Alejandro Dumas
en prueba de sincera amistad
Roncos los sones de mi pobre lira,
propios no son para halagar tu oído;
ni de la gloria al templo sacrosanto
llevar tu nombre para mi querido.
Mas no el afán de la mundana gloria,
ni el aplauso de fama estrepitoso
tu mente turban, excitando el pecho,
cual la ambición desvela al poderoso.
Y de mi canto los sonidos rudos,
dulces resonarán porque tu alma,
de la tranquilidad y la ternura,
gusta mejor y de suave calma.
¡Mi buen amigo pálido tributo,
rendido a tu amistad, esta poesía,
mezquino premio a quien levanta el pecho,
altar sagrado en su amplitud sombría!
Don es de bendición y gratitud
nunca lo olvides que es del sentimiento
purificante aroma que se exhala,
do mi alma agradecida, al firmamento.
Em. Serrano de Wilson.
París.– 8 de Febrero de 1858.