El Congreso de Ostende
Madrid 28 de octubre.
Tomamos del periódico inglés The Examiner el siguiente artículo, que será leído con vivo interés por la explícita condenación que en él se hacen de la conducta observada en Europa por algunos diplomáticos angloamericanos, así como por las seguridades que contiene respecto al apoyo que la nación española encontrará en Francia e Inglaterra contra las piraterías de los republicanos ultramarinos.
Nuestro colega británico califica también severamente a los hombres derrocados por nuestra revolución, y tributa justos elogios a sus sucesores, prometiéndose de la política liberal y recta que seguimos un feliz resultado en todas las cuestiones que entablemos con los Estados de la Unión.
He aquí el notable artículo del periódico inglés:
El congreso de Ostende.
Los Excmos. señores ministros de los Estados-Unidos, acreditados cerca de los diferentes gobiernos de Europa, se han acreditado a sí mismos en esta semana según de público se dice, para reunirse en congreso en Ostende a fin de tratar sobre los asuntos de Cuba. En un principio se proyectó celebrar esta reunión en Basilea, y no se sabe a punto fijo si el cambio ha provenido de repugnancia por parte de Mr. Buchanan a alejarle tanto de Londres en estas circunstancias, o del superior atractivo de las ostras de Ostende. Tal vez si los diplomáticos viajeros hubieran sabido que después de todo las ostras de Ostende proceden de Inglaterra, aquel bonito puesto Belga no hubiera tenido ocasión de tomar puesto en la historia al lado de Verona, Coeplitz y otros lugares famosos, de frustradas esperanzas y proyectos no confesados. Por supuesto que no podemos hablar con alguna seguridad del objeto preciso de las deliberaciones de sus excelencias, de la armonía o la discordia que en ellas haya reinado ni de las determinaciones solemnes que hayan recaído. Es muy posible que la dirección se haya limitado a las ostras y el Chabli; pero si se hubiera extendido a más, y si tales delicadezas se hubieran empleado solo para despertar el apetito de la diplomacia democrática que lleva por lema: “Es preciso que Cuba sea nuestra,” el Congreso haría un gran favor a la Europa explicando por qué es preciso. Esto es cabalmente lo que la Europa no puede entender. La Europa sabe muy bien que la adquisición de Cuba es una empresa tentadora; sabe que aquella isla es la llave del seno americano, y que después que los Estados-Unidos la hubiesen adquirido por una agresión, duplicarían el valor de la misma con su actividad. Pero sabe también que Cuba pertenece a la corona española, y que se ha hecho notar por su lealtad a España. Ni el gobierno español muestra el menor deseo de abandonarla, ni Cuba de separarse de España. Decir, “es preciso que Cuba sea nuestra” porque los Estados-Unidos conocen lo que ahora vale y porque podrían aumentar su valor, es simplemente establecer la doctrina del robo como sistema político. El ladrón no deja de ser ladrón porque de antemano anuncie sin rubor sus intenciones. Ni Inglaterra ni Francia tienen designio alguno sobre Cuba. Ambos países han propuesto a los Estados-Unidos obligarse en común a no adquirirla. La España ha estado enferma, no hay duda, y en mortal peligro; pero la parte más principal del mundo, a excepción de los Estados-Unidos, acaba de levantarse contra el proyecto de robar y asesinar a un hombre enfermo; y ahora que España está en camino de recobrar la salud, y que Cuba participará, o más bien ha participado ya de su mejora y convalecencia, el mundo está muy poco dispuesto a presenciar el robo de Cuba a España sin otra razón que la de que “es preciso que Cuba se nuestra.” La importancia que para Europa tiene la España, como potencia de segundo orden bien gobernada, es inmensa; y la parte que bajo la administración de España mejorada puede tocar a Cuba en la restauración de la fortuna de España, hace que realmente la Europa tenga interés en que ambas permanezcan unidas.
Así, pues, lo mismo que no importaba gran cosa a la Europa cuando reinaba en Madrid la inmoralidad, le interesa mucho cuando la honradez y la integridad presiden los negocios públicos de España. La Europa no puede consentir en que la España sea despojada y degradada en un momento tan feliz como este. No cabe duda de que en el curso de los sucesos, hoy inescrutables, Cuba puede pasar a poder de los Estados-Unidos, y de una manera que la Europa no tenga objeción que oponer. Pero aconsejamos a nuestros amigos los republicanos que aguarden estos sucesos. Reunir congresos en Ostende, y resolver que es preciso que Cuba sea suya quiera o no quiera la Europa, es poco a propósito para apresurar su adquisición. Hasta ahora la diplomacia de los Estados-Unidos ha sido obediente y respetuosa a la política de su Congreso, y precisamente el último acto del Congreso fue negar al presidente Pierce cuanto pudiera alentar sus designios sobre Cuba. Pero aquí tenemos la diplomacia de los Estados-Unidos reuniéndose en Ostende para un objeto desaprobado por el Congreso de los Estados-Unidos. Esta es una fase nueva y grave de la historia del gobierno republicano, porque no solo se desentiende de la suprema autoridad de su país, sino que hasta cierto punto arrancan los negocios de manos del mismo gabinete de Washington. Y en verdad que la diplomacia, así reunida en Ostende, no ha adquirido gran reputación en Europa, ni se ha hecho notar por su elevado carácter. Dejando a un lado la escandalosa fuga de Madrid de Mr. Soulé, Mr. Sickles, secretario de la legación en Londres, ha denunciado recientemente a su jefe Mr. Buchanan, por haber autorizado con su presencia el día 4 de julio último un banquete de americanos, en el que los retratos de la reina Victoria y del príncipe Alberto estaban colgados en la pared a ambos lados de Washington. Este acto, criminal a los ojos de aquel patriota secretario de legación, y el de haber participado Mr. Buchanan del entusiasmo de otros americanos cuando se propuso un brindis a la salud de la reina, –actos que en Inglaterra le calificaron como cumplido caballero,– han obligado a Mr. Buchanan, hombre capaz e ilustrado, a publicar en América una larga defensa de su conducta. Si, pues, es cierto que es preciso adquirir a Cuba, no parece que el camino que se sigue, ni los hombres que ahora se dedican a esta empresa, sean los más adecuados para llevarla a cabo digna y decorosamente.