Filosofía en español 
Filosofía en español


Juan Miguel de Lozada

La Batalla de Tampico
Canto épico

Al general Santa-Anna

Cantando tu arrogancia y tu fiereza
En la orilla del Pánuco rugiente,
Me olvido, general, de tu grandeza
Y de tus timbres y poder presente:
No dobla envilecido la cabeza
Quien al sentir la inspiración valiente,
Estúpidas lisonjas desdeñando,
Tiene de un rey la majestad cantando.

Tu arrojo y tu denuedo y gallardía
Merecen ¡vive Dios! la remembranza
Que el belicoso lidiador ansía,
Cuando vuela al horror de la matanza.
Las huestes enemigas desafía
Fiero blandiendo la robusta lanza,
Y en nombre de la patria y de la gloria
Arrebata su lauro a la victoria.

¡Saludo al triunfador! Mi canto suene
Y el claro velo de los aires rompa;
La fama se alce, y los espacios llene
Sonoro el eco de su ebúrnea trompa:
Del sud remoto al septentrión resuene,
Digno por siempre de brillante pompa,
El nombre del perínclito soldado
De lauro inmarcesible coronado.

Si acaso alguno con inútil ira
Clavarme quiere venenoso diente,
Sepa que solo tu valor me inspira:
Quien mal me juzgue, se equivoca y miente
El que arrogante como yo respira,
Sabe apreciar la inspiración ardiente,
Y digno de la palma de los vates,
Nivelarse al poder de los magnates.

——

Codicia fue ocasión de tanta guerra,
Y perdición total de aquesta tierra.
Ercilla.- Araucana.

Canto épico

Era la noche, y reposando el mundo
Del blando sueño en los amantes brazos,
En su silencio, bienhechor, profundo,
Ataba la natura en dulces lazos.
Súbito acento, celestial, rotundo,
Resuena en los estériles ribazos
Que riega del Tenoya la corriente,
Y dijo sonoroso y elocuente:

“¡Guerreros del Anáhuac! La ribera
Que el Pánuco dibuja de claveles,
En sangre tiñe la soberbia fiera
Del altivo español: ya sus corceles
Recorren ledos la gentil pradera.
Y el roble poderoso y los laureles
Que adornan esas índicas regiones,
Coronan a los hispanos leones.

“¿Será que vuelva la servil cadena
A soldarse otra vez? Será que Europa
Del mundo americano en el arena
Lance de nuevo la sangrienta tropa
Que ha tres siglos lanzara? ¿Nos apena
Con presentarnos la funesta copa
Del líquido letal que darnos plugo,
Cuando uncidos marchamos a su yugo?

“¡No: nunca! ¡nunca! La tremenda saña
Despiértese del libre americano,
Y debelando en la marcial campaña
El mágico valor del castellano,
Audace pruebe a la pujante España,
Que no en vano extendiera el Océano
Entre el viejo y el nuevo continente,
Las verdes ondas de su verde frente.

“Más pura que la estrella matutina
La aurora de las ciencias centellea;
El árbol santo de la Cruz divina,
Los campos de la América sombrea;
América elevando diamantina
La sien do el genio del saber campea,
Volverále a la Europa, más hermosa,
Su rica ciencia y religión grandiosa.

“¿Y qué? ¿Cómo indolente sibarita,
En la molicie y el placer sumido,
El hijo de este suelo debilita
El brazo prepotente y aguerrido?
¡Sus! ¡al combate! La tardanza irrita
Al Genio del valor. El estampido
Del ronco trueno del cañón restalla,
Vomitando torrentes de metralla.

“¡A la guerra! ¡al combate! ¡a la victoria!
Mengua eterna a los fieros lidiadores
Que ornados con las palmas de la gloria
¡Se atan con grillos de brillantes flores!
Las páginas fatigue de la historia
El joven que ambicione sus honores…
¡Sus! ¡Guerreros! Del Pánuco en la orilla
Tremolan los pendones de Castilla.”

América esto dijo, desplegando
Las áureas plumas de sus alas bellas,
La fulgorosa claridad bordando
El claro rastro de sus limpias huellas.
Un armígero joven palpitando,
La sigue con la vista a las estrellas,
Y comprende en un punto cuanto pasa
Y en sed de gloria y de lidiar se abrasa.

Hiende los aires del clarín guerrero
Vibrante el eco que a la lid convoca,
Y a caballo en su tordo el caballero
A sus soldados a vencer provoca:
El acicate de punzante acero
Aguija al bruto, y se levanta, y toca.
La cincha con las manos, cien corvetas
Haciendo al resonar de las trompetas.

“¡Soldados! clama el joven, combatimos
Por nuestra santa libertad querida,
Y a tornarnos al yugo que rompimos
Se apresta una falange: nuestra vida
Pertenece a la patria: si morimos,
El cielo es la morada prometida
Al pueblo que magnánimo se lanza
En alas de su honor a la venganza.

“Muramos, sí, pero con honra sea;
Y el águila altanera mexicana,
Adórnese de hoy más con la presea
Del león guerrero que domeñe ufana:
La enseña tricolor al aire ondea
Majestuosa, luciente, soberana…
Y su tela será del que sucumba,
Mortuorio paño para ornar su tumba.

“Corramos al combate: nos espera
La flor de los altivos batallones
Que asombro fueron de la Europa entera
De Francia derrotando las legiones.
De México llevamos la bandera
Al centro de esos bravos campeones,
Y al león arranquemos la melena,
O cávenos sepulcro en el arena!”

Y esto diciendo el joven, al instante,
Sonando los armónicos clarines,
Desplegada la enseña trigarante
Alfombróse la tierra de jazmines.
El pecho del soldado, palpitante,
Se hinchaba de alborozo, y los confines
Del patagón y de la Rusia indiana,
Repitieron el nombre de Santa-Anna.

Al sonoro batir de los tambores
Y de los vivas al clamor sonoro,
Caminan los apuestos lidiadores
Del mar buscando las arenas de oro.
Cándidas lluvias de gallardas flores,
Derraman por las calles un tesoro
De aroma, de belleza y de frescura,
Presente digno a tan marcial bravura.

Ese gozo del pueblo, ese contento,
Las gratas ovaciones con que explica
Su fuego y entusiasmo, nuevo aliento
Infunden al soldado: centuplica
La audacia de su bélico ardimiento;
La vista de la mar le vivifica,
Y águila ardiendo en vengadora saña,
Vuela a cebarse en el león de España...

Mas, ¡qué! ¿Por fin, de la tostada orilla
Se alejan los magnánimos guerreros?
Del dulce amor la celestial semilla
¿No brota en esos corazones fieros?
Temed, temed que la flotante quilla
Destrabe ya sus débiles maderos;
O en la costa, de puntas erizada,
La estrelle la tormenta desatada,

Volved la vista, y en la curva raya
Que borda en el arena blanca espuma,
Veréis ¡oh, crueles! en la rubia playa
De amarga pena la nefanda suma.
Allí una madre, dolorida, ensaya
La risa que no siente: el otra abruma
Su blando seno de jazmín, en brazos
Llevando al bien de sus amantes lazos.

Las esposas, las hijas, los ancianos,
Agitan por el aire los pañuelos,
Y levantando las temblantes manos
Plegarias enderezan a los cielos.
¡Detened esas naves, inhumanos!
¿Dejaréis esos míseros abuelos
Que piensan con tétrica partida
En un suspiro terminar la vida?

Y tú, joven fogoso, que blasonas
De honrado y de veraz y caballero;
Tú que ayer distes a tu amor las donas,
Morir jurando que olvidar primero,
¿Por qué con tal dureza le abandonas?
Vuelve, insensato, y el cortante acero
Clava en su pecho, lacerado y triste,
Que a tu bárbara ausencia no resiste.

Mira cuál fija la mirada ardiente
En el grupo en que te hallas, y adivina
Que parte de la tuya, refulgente
El rayo del amor que la fascina.
La flecha de los celos, en su mente
Súbita clava su punzante espina…
Teme y llora y suspira, y su idealismo
Le cava ante las plantas un abismo:

Y cual luce la cándida azucena
Coronada de aljófar matutino,
Así la flor de sus mejillas llena
El llanto que la riega cristalino:
Marchítase la rosa que serena
Ostentaba su rostro alabastrino,
Y flota por sus hombros, destrenzada,
La aurífera madeja ensortijada.

Tornad, guerreros, que dejáis en tierra
Corazones que sufren destrozados,
Y en sorda y lenta y dolorosa guerra
En sangre se anonadan empapados…
¡Marino! aferra, ¡por piedad! Aferra
Esos linos al aire desdoblados,
Y no sigáis hendiendo con la prora,
Las crespas ondas de la mar sonora.

¡Inútil declamar! La fuerte nave
Sobre el diáfano espejo se desliza;
Impelida del céfiro suave
Undívago el cristal gallarda riza;
Magnífica, pomposa, erguida y grave,
El mar de estelas de jazmín matiza,
Y se mece, arrullándola a sus solas
La música solemne de las olas.

Secad las venas del copioso llanto
Que sulca vuestras pálidas mejillas,
Familias que sumiera en el quebranto
El amor de la patria; maravillas
Obrarán esos bravos, entretanto
Que orando aquí vosotras, de rodillas,
Pedís porque ellos, en la lid triunfantes.
Vuelvan de gloria y de placer radiantes.

¡Qué! ¿No sabéis que de la patria al grito
Se animan los dormidos corazones,
Y que fuera alta mengua y vil delito
Dejarla sumergida en las prisiones
Que a darla se decide, el inaudito
Furor de las armígeras legiones
Que lanza en ella el que rindió en Bayona
A las plantas del Corso la corona?

Deshojadas cayeron de su frente
Las flores ¡ay! de su real diadema…
Y pretende en el nuevo continente
Su férreo cetro, de dominio emblema.
¡Extender!!! ¡oh! ¡jamás! De la serpiente
La rabia horrible y furibunda tema...
Que el cetro poderoso de la España,
Trocó Fernando en irrisoria caña.

Cetro que ornó de codiciadas flores
Con noble orgullo la nación más brava,
Y el déspota en sus nobles servidores
Le descargó como tremenda clava.
Luto do quier, humillación y horrores,
Halló la patria, del monarca esclava,
Y murieron los libres a millares,
Del ídolo adorado en los altares.

Y ¿el pueblo que arrojara de su asilo
Tu solio maldecido a la coyunda
El dócil cuello doblará tranquilo?
¡Antes pide que un rayo le confunda!
Opone el pecho de la espada al filo;
Con cráneos cegará la mar profunda,
Y hará camino hasta la playa ibera,
¡Do clave audaz la tricolor bandera!

Aquí están, ¡oh monarca! los que un día
En Zaragoza y en Bailén lidiando,
Domaron la impertérrita osadía
Del que el solio usurpó de San Fernando.
Aquí están con ibérica hidalguía
Sus hermosos laureles ostentando…
Abatieron las águilas de Francia;
Recuerdan a Sagunto y a Numancia.

Niños un tiempo, en sus patricios lares
Al amor de la lumbre se durmieron,
Arrullados con férvidos cantares
De hazañas que sus padres emprendieron:
Marlotas y morunos capellares
De rudos islamitas siempre vieron;
Y nutridos así para la guerra,
Pensaron solos conquistar la tierra.

¡Miradlos en los fértiles terrones
Que el Pánuco sonante fecundiza!
El solo retumbar de sus cañones
Al pueblo confundido atemoriza.
¡Que tiemblen los más fuertes corazones!
A escombro reducido y a ceniza
Quedará cuanto existe, si al momento
No se rinde a Fernando acatamiento.

¡Vive Dios! el caudillo castellano,
Que a tanto insulto el corazón revienta,
¡Y salta desde el cinto hasta la mano
La fuerte espada de matar sedienta!
Rechaza el pueblo al opresor tirano;
Y si vencerle y domeñarle intenta,
Tendrá por premio de sus triunfos cruentos,
Montones de cadáveres sangrientos…

Mas ¿qué nave es aquella que fondea
Enfrente de la costa solitaria?
Conduce una falange, a la pelea
Más patriótica y justa y temeraria.
La cóncava techumbre centellea,
Bordando la cortina funeraria
De la noche tranquila, y los esquifes
Se acercan a los pardos arrecifes.

Pisan, por fin, la tampiqueña tierra
Los de México libres lidiadores,
Y avanzan hasta el pueblo do se encierra
La hueste de arrojados invasores:
Dan las escuchas la señal de guerra,
Convocan a las armas los tambores,
Y sucede al silencio más profundo
El ruido más siniestro y tremebundo.

Rechinan las cureñas, las trompetas
Del combate señalan el momento,
Allí suenan palabras indiscretas,
Aquí un grito, un murmullo, un juramento...
Y brillan las agudas bayonetas,
Y todo es desazón y movimiento,
Así como el marino ante el nublado
Espera la borrasca atribulado.

Al grito de los libres ardoroso,
Sacuden los leones la melena,
Y rugen, como en monte cavernoso
En negra lucha con tremenda hiena.
Impávido, altanero y valeroso,
Cual fuerte gladiador sobre el arena
Espera el animoso castellano
Que avance el indomable mexicano.

Y retumban los cóncavos cañones
En medio de relámpagos de grana,
Y muros de latientes corazones
México pone a la soberbia hispana:
Destrózanse los fieros batallones,
Salta la sangre, que caliente mana,
Y entre grupos de nubes la Victoria
Está indecisa en conceder la gloria.

El hispano caudillo se presenta
En su fogoso palafrén guerrero,
Y a sus soldados en la lucha alienta
Recordando el honor del pueblo Ibero.
Al héroe del Anáhuac no amedrenta
El flamígero rayo del acero
Que vibra el español, osado y fuerte,
Hendiendo el aire, precursor de muerte.

Anúnciase la aurora engalanada
De aljófares, de perlas y de flores,
Y escóndese al momento, horrorizada
De tanta muerte y destrucción y horrores.
Cubre el cielo su bóveda azulada
Con nubes de tristísimos colores,
Y cárdenos relámpagos do quiera
Destrenzan su flotante cabellera.

Del cañón al horrísono estampido
Responde el rayo en la región vacía;
El cielo, cual volcán enrojecido,
La cólera del hombre desafía;
Tal parece que el mundo estremecido
De sus ejes eternos se desvía,
Y con grito salvaje la tormenta
Furiosa ruge y con fragor revienta:

Y ruedan de las ásperas montañas
Hinchados y espumosos mil torrentes,
Y el Pánuco los juncos y las cañas
Destroza de sus lindes impotentes.
Sus ondas, inundando las campañas,
Levántanse atrevidas y rugientes,
Con ímpetu violento resonando,
Con ímpetu los árboles tronchando.

Arrastra en sus olajes furibundos
Cadáveres en sangre reteñidos,
Y cien y cien valientes moribundos
Que luchan con la muerte enfurecidos:
Do quiera suenan gritos iracundos,
Do quiera los tristísimos quejidos
Con que mata la fiebre a los iberos,
Y el romper de los cráneos los aceros.

Y saltan, humeando ensangrentadas,
Eléctricas entrañas palpitantes,
Y vuelan por el aire las espadas
Como rápidas chispas fulgurantes.
Mira furioso el español Barradas,
Cual pálidos espectros ambulantes,
Luchar con los de México abrazados,
Como buenos muriendo sus soldados.

Y en medio del horror que le rodea
Le infunde la desgracia nuevo aliento,
Y pugna porque el mundo no le vea
El yugo soportar del vencimiento;
Santana se presenta en la pelea
En alas de su bélico ardimento,
Y llegan a encontrarse el castellano
Y el ínclito caudillo mexicano.

Se intiman rendición al tiempo mismo;
El héroe del Anáhuac se enfurece,
Y ardiendo en envidiable patriotismo
Magnánimo cual nunca resplandece.
Barradas, aun al borde del abismo,
Al nombre de su patria se engrandece;
Santana entre el horror que le circunda
La muerte quiere más que la coyunda.

Y aplicando al bridón la dura espuela
Recorre el negro campo de batalla,
Mientras que suelta la tormenta vuela
Sin rémoras que puedan atajarla.
El fuego del valiente no se yela;
Se enciende cuando silba la metralla;
Y en el peligro prepotente y noble,
Se alza cual firme corpulento roble.

El joven paladín americano
Rápido blande la fulmínea espada,
Y conduce ante el jefe castellano
Su escasa gente por la lid diezmada.
Combaten los contrarios mano a mano,
Duplícase el horror de la jornada,
Y parece que cruje, y que violento
Con ira se desploma el firmamento.

¡Rayo de Dios! El adalid valiente
Las furias enemigas despreciando,
Se eleva sobre todas, con la frente
El grupo de las nubes apartando:
Cual rápido cometa refulgente
De un lado y otro lado amenazando,
Hiere y mata y destruye y extermina,
Monarca del estrago y de la ruina.

El Genio de la guerra le ha vestido
Su límpida armadura ponderosa;
La coraza es un sol enrojecido
Que ciega con su llama esplendorosa;
Corona el yelmo de metal bruñido.
Corva pluma de fuego sulfurosa,
Y el acero destella mil cambiantes
Cuajado el áureo puño de diamantes.

¡Sube! ¡sube! guerrero, a las regiones
Donde brilla la inmóvil Cinosura;
De la raza latina los pendones
Allí tremola con marcial bravura;
Los témpanos de hielo, que los Triones
Alumbran con espléndida hermosura,
Domina, y desde el polo tu mirada
Extiende por la América asombrada.

Contempla la extensión de rica tierra
Que usurparon al indio en otro día,
La Francia, Portugal y la Inglaterra,
Y pueblos que la esquilman todavía.
La tricípite sierpe de la guerra
Conculca con heroica gallardía,
Y de América libre ante la tropa,
¡Que tiemblen los tiranos de la Europa!

Eterna maldición al que pretenda
Sujetarnos al bárbaro dominio,
De aquellos que la Cruz dan por ofrenda
Y encubren con la Cruz el latrocinio.
No más el hombre a sus hermanos venda;
No más sangre, ni luto, ni exterminio,
Y al África volvamos esa raza
Que el látigo envilece y despedaza.

Lleve a su patria la inmortal semilla
Del árbol que las ciencias atesora;
América magnánima, que brilla
De todo un mundo liberal señora,
Ver no quiere doblada la rodilla
Del hombre esclavo, que temblando llora;
No: que rinda tan solo la cabeza,
Del sabio Dios a la radiante alteza.

Avance, joven, tu corcel guerrero,
Y bajo el casco de marfil sonoro,
Brotará de claveles un sendero
Que pise audaz con herraduras de oro:
¡Avance! y si pretende un altanero
Dominarnos, y ajar nuestro decoro,
De su insóluto orgullo tenga el fruto:
¡Aplástale a las plantas de tu bruto!

Avance ya… Pero detente, mira,
No en aras ¡ay! de tu valor te inmoles,
Que con furia infernal, ardiente en ira,
Te cercan en tropel los españoles:
Aguija tu bridón, en torno gira...
De tres centurias los flagrantes soles
Contemplan tu magnánimo heroísmo:
Tres centurias de orgullo y despotismo!!!

¡Ya triunfa! ¿Triunfa?– El lidiador rechaza
El grupo que le cerca de soldados;
Hiere, arrolla, amedrenta, despedaza,
Estréchanle otros ciento encarnizados,
Blande el acero cual potente maza,
Descarga mil tendientes redoblados,
Y en medio del peligro, grande y fuerte,
Dispone del imperio de la muerte.

Mas, ¡oh magia! ¡oh prodigio! de repente
Sobre las filas de la tropa ibera,
Levántase, tranquila y esplendente,
De parlamento la gentil bandera:
De oliva ornada la modesta frente,
Brilla la paz en la rotunda esfera,
Y rinden los hispánicos leones
Al águila rampante sus pendones!

¡Arcángel bienhechor de la esperanza!
Vuela, y cuenta las nuevas venturosas:
En los pechos renazca la confianza
Y esperen al ausente las esposas:
Di que en alas de amor felice avanza,
Coronado de mirtos y de rosas,
Y dosel dará al tálamo que espera,
Con su espada, su lauro y su bandera.

——

Detiénese en su vuelo la tormenta,
Y en trono de luciente pedrería,
Espléndido y alegre se presenta
El áureo y rico luminar del día:
El Pánuco a contar la lid sangrienta
Rueda sonoro hasta la mar bravía;
Y al noble vencedor le da la Historia,
Magnífica la palma de la gloria.

Juan Miguel de Lozada.