Filosofía en español 
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Revista de la prensa extranjera

[ No puede existir una nación de naciones, porque todas deben tener existencia propia ]

Según va acercándose el día de romperse las hostilidades, la prensa extranjera va dejando la cuestión de principios, para hacer solamente observaciones, o razonados discursos con el fin de mantener vivo el entusiasmo. Algún periódico, como la Unión, deja entrever, así como un lejano recuerdo, su desconfianza a veces, su mal reprimido odio otras contra la alianza anglo-francesa, mas los avisos del prefecto hacen enmudecer las rivalidades de partido. De grado o por fuerza no se ventila ahora sino una cuestión, y decimos mal se ventila una cuestión, debíamos decir se discurre sobre un solo tema, probabilidades del triunfo de las fuerzas aliadas. Unas veces respondiendo al Czar que en el manifiesta a sus súbditos evoca los recuerdos de 1812, otras comentando algún parte telegráfico, o dando noticia de los preparativos que para la guerra se están haciendo, o discurriendo sobre algún tema general, la probabilidad del triunfo del derecho sobre la agresión injusta ocupa siempre el frente de las argumentaciones de la prensa extranjera. Pondremos algún ejemplo.

«Si el Emperador Nicolás, dice el Globe, se dirigiese solamente a las clases más ignorantes de entre sus súbditos, pudieran producir algún efecto sus insultos al buen sentido de Europa. Pero no es así… Y si bien el autócrata es popular entre los que están sumidos en la más bárbara superstición, su obstinación contra la Europa civilizada, es condenada unánimemente en su imperio mismo por todos los que son capaces de formarse una opinión clara y tienen medios de manifestarla de algún modo. Créese que hasta la familia del mismo Emperador no está exenta de tan general sentir –aun el mismo Príncipe quien ambicionaba el Czar el trono de Constantinopla. Los caracteres y las ambiciones más opuestas están uniformes contra una política imprudente que pone en peligro todo poder, y tal vez nunca hubo alrededor del trono tan extensos rumores de una señalada y próxima catástrofe.– Nicolás evoca los recuerdos de 1811. Excelente golpe de efecto para siervos degradados e ignorantes; más la Europa sabe muy bien que la desatentada ambición que emprendiera aquella campaña, fue víctima de su ceguedad. La Europa ve un solo personaje al cual sea aplicable la historia de 1812, y este es el que quiere aplicar a los demás sus saludables avisos. Todo lo que entonces amenazaba a Napoleón, amenaza ahora a Nicolás, con esta sola diferencia que Inglaterra está ahora coaligada con la Francia, si entonces hacía causa común con la Rusia, y que ahora tiene en su ayuda la opinión fuerte aunque secreta de toda la Europa, si la tenía entonces contraria porque quería tiranizarla Napoleón, así como ahora Nicolas.»

Y el Daily News que ha consagrado no pocos ni medianos artículos a este tema «debilidad de la Rusia,» dice con tanta exactitud, como buen juicio: «La equivocación del Emperador Nicolás consiste en figurarse que la derrota de Napoleón fuera debida al levantamiento en masa del pueblo ruso. Solamente una gran parte de este mezclóse en la contienda, y aun entre estos mostraron algunos bastante apatía. No fue un pueblo, sino dos ejércitos perfectamente equipados los que derrotaron a Napoleón; y ni aun ellos, sino la fuerza de las circunstancias. Debióse en primer lugar a oficiales alemanes de alta graduación, al genio militar, a su experiencia, a su honradez y grandeza de alma que hicieron representar al gobierno ruso un papel como no había representado hasta entonces. En segundo lugar, los elementos se conjuraron también contra las armas francesas, porque el invierno fue más temprano y más crudo que de costumbre. En tercer lugar, estando en paz el gobierno ruso con el resto del mundo, no tenía que combatir otros enemigos. En cuarto lugar, habiendo de hacer frente en la península y en el mar a la Inglaterra, no pudo echar mano sino de la mitad de sus fuerzas contra la Rusia. En quinto lugar, la insurrección organizada contra la Francia había derramado en toda la Alemania una población que aguardaba la primera señal para levantarse en masa contra Napoleón, interpuesta entre él y la Francia. Aun en Francia los agentes de los Borbones, como también los liberales de la escuela de Benjamín Constant, se agitaban sin cesar, y Tayllerand que al fin había roto con Napoleón, en secreto pero sin perderla de vista, estaba espiando su ocasión. El ejército de Napoleón viose asediado por los elementos, y esto hubiera bastado para exterminarlos aun sin haber cooperado causas puramente humanas; y el gran capitán hubo de luchar contra la saña de Inglaterra, Alemania y España, y la envidia y enojo de todos los soberanos legítimos de Europa. El combate era demasiado desigual: un hombre solo contra el mundo.»

Otro de los temas en que se ha ocupado la prensa extranjera es todavía los asuntos de Oriente.– Es inútil buscar en ella en los momentos presentes ninguno que no sea o ellos o lo que con los mismos tiene relación: por deber y por cálculo, por sentimiento y por hábito, ha de llenar con la grave contienda sus columnas. El otro tema que ha preocupado sobre manera la prensa, especialmente la inglesa, es la conducta del Austria y la Prusia en la guerra que ya es ahora un hecho, y que no era sino inminente en las fechas de los periódicos que tenemos a la vista y de cuyas ideas vamos dando cuenta a nuestros lectores.

Por una contradicción que no es fácil explicar, sino por ocultos manejos de los partidos que sacrifican el honor a ideas exclusivas, el Austria muéstrase más dispuesta que la Prusia a hacer causa común con las potencias europeas para hacer respetar la que en las conferencias de Viena declararon en conformidad con la Francia y la Inglaterra si bien que no quisieron ejecutar compromiso alguno. El Austria no ha pronunciado todavía la palabra liga con la Europa, pero tampoco ha pronunciado la palabra neutralidad como hace observar algún periódico, y entre tanto prosigue con actividad suma los preparativos de guerra. La Prusia, empero, después de haber formado parte de las conferencias, después de estar en la cuestión de derecho enteramente conforme con las potencias coaligadas, después de haber soltado casi algunas prendas en las Cámaras y en la prensa, hase encerrado en una absoluta reserva, y hay órganos de las influencias aristocrática y rusa que con harta confianza blasonan del triunfo de sus amigos. Ahora bien puede la Prusia dejar de tener una política, levantar a los ojos de una grande nación la bandera ¡viva quien vence!

La neutralidad de la Prusia préstase a gravísimas objeciones, dice el Pays. «La neutralidad no es digna de tan grande nación. La Prusia no puede contemplar indiferente las complicaciones que tienen a todos suspensos; las grandes naciones deben sostener en pro o en contra siempre que se necesita alguna de estas cuestiones de tan general interés… Su neutralidad cambia ahora repentinamente su conducta de hasta aquí; porque la Prusia no ha sido neutral en la cuestión turco-rusa. No lo ha sido, porque no es neutral la nación que ha firmado diferentes veces decisiones contra la ambición moscovita y ha proclamado el derecho de la Turquía en resistir y el derecho de la Europa en proteger a esta. ¿Es neutral el juez entre la víctima que protege y el agresor que condena?»

Y el Times: «La parte que ha tomado la Prusia en los trabajos de las conferencias de Viena, no fueron sino un pretexto, si en el caso de frustrarse las negociaciones, no estaba dispuesta a dar otros pasos: y hubiera sido realmente más consecuente, si se hubiera mantenido indiferente espectador en la grande controversia en la que se confiesa incapaz de llenar ningún alto deber…  Solamente podemos esperar que esta política será transitoria y de corta duración; pues dejando a un lado el interés que pueda o no tener la Prusia en los destinos del imperio otomano, es preciso estar ciego para no ver que la cuestión ha tomado ahora un aspecto que a ella atañe más de cerca.

El teatro de la guerra estará dentro de pocos días en el Báltico y el mar Negro, y nuestras escuadras estarán a la vista de las costas prusianas que están enteramente a merced de la potencia que ocupe aquellos mares. Su tratado de 1781 con la Rusia, si está este todavía vigente, no solo le obligará a concurrir con todos los principios de la neutralidad armada, sino a cerrar el Báltico.– Estas consideraciones son, sin embargo, de un orden secundario comparadas con el efecto que la última determinación de Prusia ha de producir en las relaciones con la confederación germánica y con las potencias occidentales. Su cambio de política, significa un cambio de política interior, significa el triunfo del partido reaccionario que está identificado con la Rusia, y pone todas sus esperanzas en ellas para conservar su predominio en el pueblo prusiano. Este partido es el genio malo de la Prusia…»

No es posible dar más amplitud a este extracto. Basta lo trascrito para hacer conocer el punto de vista de los juicios de la prensa extranjera sobre la conducta de la Prusia. Con diversa argumentación y resistiéndose esta del carácter del país de cada periódico, todos vienen a un punto; ¿puede un país dejar de tener un juicio, y teniéndolo puede dejar de manifestarlo, y habiéndolo manifestado puede dejar de hacerlo respetar, si es necesario con la fuerza de las armas? ¿Puede la Prusia conservar su alta posición e influencia en Alemania sin tener una política, o si alguna la de aquellos que llevan escrito en su bandera ¡viva la fortuna!? Esto es indigno de una gran nación. Esto es la historia de la infancia de los países. Formados, teniendo grandes talentos, grandes artistas, grandes sabios, grandes ejércitos, grande industria, vasto comercio, vasto territorio, muchos recursos, no pueden conservar su grandeza, sino como la conserva el individuo, siendo grande, siendo noble. ¡Ay del país que tiene grandes talentos y la nación menguada y mezquina! ¡Ay del país cuyos grandes talentos no tienen una patria que los comprenda o quiera comprender! Ellos serán su ruina, según lo patentizan innumerables ejemplos, algunos bien recientes, porque los grandes talentos son grandes egoísmos cuando la nación o el gobierno representándola le profesa culto, y se gloria de él con espíritu vulgar; son miserables intrigantes, cuando la nación honra la intriga, y estima talento lo que no es sino falta de corazón. Ojalá la cuestión de Oriente haga triunfar una de las máximas del derecho internacional, que en ella luchan para hacerse lugar de principio: no puede existir una nación de naciones, porque todas deben tener existencia propia, ¡más puede existir una república, cuando hayan vivido y crecido todas bastante para haber olvidado sus primeros y casi diríamos brutales instintos, y escribir en el código de su moral lo que parece ahora bellas ilusiones de la fantasía! Cuando todas tengan grandes talentos, grande industria y grande comercio, y el tiempo con su marcha incomprehensible, y sus castigos o desengaños haya hecho creer a los que no creen, y dado valor a los que vacilan, la república de naciones tendrá mucho adelantado para establecerse. No debe perderse de vista que ya ha existido, y que lo que ha existido puede renacer bajo formas distintas.

Solo falta que digamos para redondear esta revista que la publicación de los documentos que la corte de San James y San Petersburgo se cambiaron antes de 1.° de enero del año último es el otro de los temas de la prensa extranjera, y con ello daremos punto a este articulo; porque los consagrados a dichos documentos por la prensa extranjera, ningún punto de vista especial revelan que debamos hacer notar a nuestros lectores. La prensa inglesa torna acta de ellos para envanecerse –¡bien puede ciertamente!– de la conducta de su gobierno; la prensa francesa para ver en ello una nueva prueba de la sinceridad de la alianza inglesa. Nosotros si hubiésemos debido comentarlos hubiéramos hallado en ellos motivo de envidia de poseerlos en nuestra historia contemporánea y confirmación de ideas que hemos vertido en este y otros artículos. R.