Filosofía en español 
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Sección Universitaria

Aumento conveniente de sueldo al profesorado

El pueblo en donde la enseñanza pública no es considerada como el gran elemento de su organización interior, no merece el nombre de verdadera sociedad, porque no hay pensamiento sin educación propia, y sin pensamiento no se concibe la razón política. Empeñarse en que un pueblo haya de conocer sus derechos y obligaciones sin suministrarle los medios propios de educación para que conozca, equivaldría exactamente a que quisiésemos ser cultos sin recibir cultura.

Las naciones no son otra cosa que individuos: individuos que viven en diferentes casas: individuos con muchas cabezas y muchos pies. El hombre cuyas facultades racionales no han alcanzado el conveniente grado de ilustración, no es hombre en la significación elevada de esta palabra. De la misma manera y por idéntico motivo, no es verdaderamente pueblo aquella sociedad en que la enseñanza no se respete como el gran sacerdocio humano, como el gran sacramento de la educación.

Quien tenga alma para negar esto, se ha puesto en camino de negar todos los axiomas.

Hemos reasumido nuestro artículo del número anterior.

Hablaremos ahora del medio indispensable para que la Instrucción sea en nuestro país lo que debe ser, lo que nuestro bienestar reclama, lo que la opinión exige siempre de un pueblo grande.

Todo el mundo sabe que las cosas valen por lo que son, y que su valor está significado por la condición que se las da. Así sucede que los hombres que representan el gran poder público estén rodeados de los mayores bienes sociales. Mayor autoridad (vida política), mayor decoro (vida moral), mayor sueldo (vida civil).

Según esta verdad que nadie desconoce, la Instrucción pública vale poco en España. ¿Por qué vale poco ? Porque tiene muy poco precio. ¿Por qué tiene muy poco precio? Porque se la da poca condición. La enseñanza pública es el mismo Profesorado como manifestación precisa, porque la educación no se difunde por medio de intelectualidades, sino de hombres, porque la luz no se conduce sino por medio de conductos, y con respecto al Profesorado sucede lo siguiente:

Catedrático de Instituto en provincias.

Autoridad: ninguna. Está sometido a juntas y diputaciones extrañas a la índole de su carrera.

Consideración: la que como hombre educado puede alcanzar.

Sueldo: la mitad del que tiene un portero mayor en la corte. Ni vida política, ni vida moral, ni vida civil como corporación, como estatuto: en una palabra, como profesorado.

Del examen del hecho pasemos ahora al examen de sus naturales influencias. Al decir naturales queremos decir necesarias.

El catedrático es a un mismo tiempo catedrático y hombre. Ese hombre, y ese catedrático percibe siete mil reales anuales. ¿Podrá mantener una familia y mantenerse él con el decoro que la opinión exige de su clase? ¿Podrá educar a su familia, porque su familia ha de tener un porvenir social, y educarse a sí propio, porque un catedrático es un ministro de la doctrina pública? Responder afirmativamente fuera creer en hechicerías, y las hechicerías no son bastantes para vivir.

Un hombre se ha de sustentar a sí propio, ha de dar sustento a los suyos: un catedrático ha de dar a los suyos porvenir, y ha de darse a sí propio instrucción. Todo de la manera conveniente: todo de la manera que reclama el decoro de una clase honorífica, y el bien del estado. ¿Se hará esto con siete mil reales anuales? Imposible.

¿Y qué resulta de este imposible? Que o el hombre sufre, o sufre el catedrático: o el padre de familia se escasea, o se escasea el ministro de la doctrina pública.

¿Y que resultará de estas escaseces?

Si el hombre es quien se menoscaba, resultará necesariamente que el Estado es injusto con ese hombre a quien ha dado una profesión grande y una vida pequeña. Si se menoscaba el catedrático, resultará también que el Estado es injusto consigo propio, puesto que se priva de recibir la mejor enseñanza, el mayor grado de educación, el mayor bien intelectual y moral.

¿Quién se atreverá a contradecirnos en buena ley?

Pero hablemos ahora del estímulo, hablemos ahora de otra justicia, porque el estímulo es la justicia llevada al porvenir.

¿Para qué correr el peligro de atravesar los mares, cuando en la otra orilla no está el puerto de salvación? ¿Para qué ser mártires de la religión que no tiene una palma para el martirio? ¿Con qué fin social afanarse para llegar a sabios, si la sabiduría es una tierra estéril, más que estéril ingrata?

No hay fin social, absolutamente ninguno.

Las profesiones públicas son verdaderos estatutos particulares, y los estatutos no son como el genio que nace, vive y se desarrolla de un modo incomprensible, porque Dios le ha dado un misterio en el ser y otro misterio en el vivir: porque vive como piensa y siente, y nadie ha penetrado todavía como siente y piensa. La gran política de un pueblo, decía admirablemente Talleyrand, estriba en que todas las profesiones se expliquen. La posición del Profesorado español no se explica.

Para que España llegue a ese estado de indispensable mejoramiento, juzgamos que debía establecerse.

Primero. Ningún catedrático de Instituto en provincias disfrutará menos de 12.000 rs.

Segundo. Ningún catedrático de universidad percibirá menos de 16.000.

Tercero. El sueldo mínimo del rector de la universidad central consistirá en 50.000.

La cuestión de detalles por concepto de categorías no tiene cabida en nuestro propósito.

Fáltanos que justificar lo que proponemos.

Primero. Pedimos 12.000 rs. para los profesores de institutos de provincia, no solamente porque esta suma es necesaria para que se explique su posición como catedráticos y como hombres, sino también porque no fuera razonable ni decoroso que el jefe de un ramo del saber mereciera menos del Estado que un portero mayor en Madrid.

Segundo. Pedimos 16.000 rs. anuales para los profesores de universidad (exceptuada la central), porque tampoco fuera razonable ni decoroso que un oficial segundo de la Dirección de loterías mereciera más del Estado que un profesor facultativo.

Tercero. Pedimos 50.000 rs. para el rector de la universidad central, porque 50.000 rs. anuales disfruta el director del juego de Loterías, y no parece equitativo ni honroso que el director de un juego público esté en posesión de más derechos que la inteligencia superior de un gran establecimiento literario y científico.

Tenemos conciencia, conciencia acabada, de que la razón está de nuestra parte, y la diremos siempre porque la razón es hija de todos los tiempos.

En el número próximo hablaremos de cesantías y jubilaciones con relación al Profesorado. – Madrid 10 de Marzo de 1854.