Carta al Excmo. Sr. Marqués de Molins
Excmo. Sr. Marqués de Molins. Muy Sr. mío: Suplico a V. E. se digne aceptar el ejemplar de la generación de ideas que me he creído en el deber de dedicarle, y fijar su atención en el prospecto adjunto del Círculo científico y literario. V. E. fue escritor, hay memorias que no se olvidan, así como hay huellas que no se borran, y quizá presumo con fundamento que V. E. quiere saber cuáles son las aspiraciones del periódico que tengo la inmerecida honra de dirigir.
Permítame V. E. ante todo que dé a mi intención el lugar que la corresponde, lo cual voy a hacer, ya para ilustración de V. E. y del público, ya porque mi nombre, que vale muy poco, corre asociado al de personas que valen mucho, y me creo en el caso de no reservarme: la vida del hombre que hace de su conciencia un pensamiento consagrado a todo el que lo quiere, debe ser una página abierta: quizá la mayoría no la comprende; pero la ve.
Hallándome en la ciudad de Montpellier en 1847, un príncipe alemán propuso que me asociara a su servicio de una manera honrosa, habiéndose valido para ello de D. Benigno Risueño Amador, profesor de aquella facultad de medicina y uno de los sabios con que se honrará nuestro siglo. Yo no quise aceptar.
Carlos Cok, director del primer colegio de Florencia, me hizo después en Roma proposiciones ventajosas, encaminadas a que me incorporase a su establecimiento con el fin de enseñar idioma castellano y un breve curso de literatura española. Yo no vine tampoco en aceptar, y note V. E. que hube de poner en olvido ciertos afectos que los hombres no olvidan siempre: cienos afectos que encadenan más de una vez el albedrío, como si fuesen una providencia fatal de nuestro corazón. Sin embargo, salí de Roma inmediatamente.
¿Adivina V. E. por qué? Porque abrigaba la esperanza de que mis pobrísimas tareas podrían quizá añadir una página rota a los progresos intelectuales de España: porque entendía que a fuerza de trabajar y de creer podría servir de algo a mi país nativo, y este algo español estaba antes que el príncipe alemán, antes también que mis sentimientos, mucho antes que un colegio de Italia. No digo esto por la vanidad de convertirme en héroe: yo sé que no he nacido para ser héroe, no pretendo serlo, y el que tachare de pueril esta narración no comprende tal vez que nuestra alma tiene en rostro solemne y grande cuando habla de un deseo que mejora, así como el acento del mendigo tiene algo sagrado cuando habla de Dios.
Regresé a Madrid, y el Círculo científico y literario, que por fortuna suya tiene la autoridad de tantos hombres elevados y generosos, es precisamente una parte del bien que yo andaba buscando para nuestro país.
No quiero merecer de V. E. lo que de otros no he querido aceptar; ni me busco a mí mismo porque hace mucho tiempo que me he encontrado. Muchas personas, a quienes una convicción ilustrada da la prerrogativa de querer, esas personas quieren y yo quiero con ellas todo lo que sea justo en bien de la doctrina nacional.
Harto comprendo que nos hallamos en mitad de un siglo en que nadie puede ser apóstol, ni mártir, ni profeta: harto comprendo que el egoísmo dará a estos vocablos una interpretación acomodada a su manera de sentir; pero dichosamente comprendo también que este mundo es un hombre con infinitos corazones: un hombre egoísta en un mundo con un corazón menos. ¿Qué importa?
Hablo a V. E. con la franqueza liberal del que no tiene vida suya, porque tal acontece al que escribe: con la dignidad del que sabe que de solo Dios necesitan la pobreza y los buenos deseos.
Voy a tocar ahora ciertos puntos, porque la fe que dicta estas líneas me impone el deber de no callar.
Muchos preguntan: ¿por qué España se encuentra atrasada? Esta pregunta podría sustituirse por la siguiente:
—¿Por qué está enfermo un hombre que tiene un cáncer en la cabeza? —Voy a enumerar parte de los motivos que poderosamente influyen en el atraso de nuestro país.
Está atrasado porque la Gracia y la Justicia tienen un ministerio y la Instrucción pública no, sin embargo de que la justicia y la gracia entran desnudas en la escuela, y la escuela las viste. España está atrasada porque el comercio y las obras públicas tienen su ministerio y la instrucción pública no, sin embargo de que el comercio es náutica y economía política y código, y de que todas las obras públicas son planos y no hay plano, ni código, ni economía política, ni náutica que no sea libro, y no hay libro que no sea instrucción. Está atrasada porque la gobernación social tiene otro ministerio y la Instrucción pública no, sin embargo de que el dogma político consiste en un derecho y en una obligación, y no hay obligación ni derecho posibles que no sean ideas, ni ha habido ni puede haber ideas que no sean enseñanza. Nuestro país está atrasado porque su ministerio tiene la Hacienda pública, la Hacienda de un pueblo, mientras que de ministerio carece la instrucción pública, que es la hacienda de la humanidad. Está atrasado porque la guerra tiene otro ministerio y la Instrucción pública no, sin embargo de que la guerra busca en los libros su justificación y su norma, su razón y su disciplina: sin embargo de que la guerra, que aun ajustada por la política es casi siempre una barbarie culta, viene a ser sin ella una barbarie y una opresión. España está atrasada porque el director de loterías tiene cincuenta mil reales anuales, cuando el jefe de un instituto de provincia tiene diez mil: porque un portero tiene en la corte doce mil reales y habitación, y un catedrático de instituto, el jefe de un ramo del saber, percibe siete u ocho mil, cuando las cosas van muy holgadas. Está atrasado nuestro país, porque la bolsa y las minas, y hasta los toros se hallan dotados de sus medios de educación particular, mientras que el ministerio organizador, la civilización oficial de España no ha merecido un órgano donde su mente cobre cuerpo, donde ese cuerpo cobre unidad y fortaleza: un palenque, donde se discuta, donde se hable, donde se yerre, porque el error es el espacio que nos separa de la verdad, así como el sepulcro es el interregno misterioso que nos separa de la vida. España está atrasada porque el sacerdocio de la idea, donde todo tiene principio, lo está también: porque el profesorado no ve agrupada en torno suyo la fuerza del prestigio, la palabra del porvenir: porque quizás ese profesorado no ha podido dotarse de armonía, de consorcio, de inteligencia, de fraternidad, porque acaso el aliento que tiene lo necesita para respirar él: porque un cuerpo que vive abyecto y olvidado hace no poco consumiendo su vida en el olvido y en la abyección.
¿Pero está la nación atrasada? ¿Está el pueblo español realmente enfermo? Sí, señor: está enfermo, está muy enfermo porque tiene un cáncer en la cabeza.
Voy a terminar. Cuando un hombre no vive sino porque está poseído del sentimiento de que vive para hacer algo provechoso: cuando ha consumido muchos años, muchas esperanzas y mucho amor en la elaboración de una idea difícil, es antes una estatua que un hombre. Desdéñese al hombre, si tal parece bien, pero es necesario que todo el mundo reverencie la estatua. ¿Qué resultaría de que V. E. me desdeñase? Nada, Excmo. Sr.: la conciencia de la humanidad tiene muchos rincones: un rincón guardaría esta carta.
Pero más de uno me preguntará: ¿a nombre de quién nos vienes hablando de humanidad y de razón?
Yo contesto: ¿a nombre de quién corre la tormenta? ¿A nombre de quién brilla el relámpago? ¿A nombre de quién asoma el día? Pues a nombre de quien asoma el día hablo yo.
Cábeme la satisfacción de presentar a V. E. mis respetuosas atenciones, y la de firmarme su más seguro servidor Q. B. S. M.