Revista de la prensa extranjera
Cuestión de Oriente. Aniversario de la revolución de Polonia
Comprendemos perfectamente que algún periódico haya tomado el nombre de «Oriente.» ¡Es tan fecunda en consideraciones la cuestión allí suscitada! ¡Vienen en ella involucrados tantas otras cuestiones! El tiempo no puede robarle el privilegio de que con ella hayamos de abrir esta revista, como todas las demás: sigue siendo la cuestión viva en la prensa extranjera.
Nueva faz, o reciente novedad le ha dado la unión de las cuatro potencias para darla una solución pacífica, con el protocolo al parecer firmado por todas ellas, y del cual tienen noticia ya nuestros lectores. ¿Cuáles son las disposiciones del protocolo? ¿Cuáles debieran ser? ¿Hay posibilidad de hacerlo aceptar a las partes contendientes? Tales son las cuestiones que ocupan a la prensa extranjera: no con la misma nitidez podremos compendiar sus juicios respectivos sobre cada uno de ellos.
Y desde luego, en cuanto a la primera de las cuestiones, no busquemos sino conjeturas o inducciones, pues solo conoce el protocolo la diplomacia que por deber y por honra propia tiénele guardado bajo la más profunda reserva. No hallaremos de él otras noticias, sino que según unos es la resurrección de las conferencias de Viena, y una intriga o una debilidad más, para dar un respiro a la Rusia y favorecer a sabiendas, o sin pensarlo, sus desatentadas miras. Según otros, el protocolo ha de colocar a la Rusia en una posición de tal suerte aislada, que la hará pesar muy maduramente las consecuencias de su temeridad y osadía, para no decir renunciarlas completamente ante la imponente actitud de la Europa.
Por respeto a la segunda de las cuestiones no hay discrepancia, sino uniformidad completa; lo justo se concibe bien distintamente por todos, aunque no tengan igual resolución para seguir sin cejar el camino que señala. Los periódicos acomodaticios, como los que han seguido invariables la línea de conducta que se trazaron, el Times, el Chronicle, el Daily-News, el Post, señalan todos como puntos que deben ser definitivamente arreglados: 1.º la evacuación de los principados y el aniquilamiento de todas las pretensiones contra la autoridad del Sultán, son la primera condición de todo arreglo: 2.º debe abandonarse esta política de completo retraimiento que ha guiado a los gabinetes europeos, y ha hecho mediadora a la Rusia en grandes asuntos concernientes a la Turquía, sujetando así la política de la Puerta a la del del Czar: es necesario tener más vivas las relaciones con la Turquía: 3.° es necesario que la revolución que amenaza la constitución de la Turquía, sea regulada y promovida por la Europa, lo que substituirá un público y desinteresado protectorado a las clandestinas intrigas de diplomacias rivales: 4.° Constantinopla y sus estrechos deben ser abiertos a todas las naciones: 5.º el mar Negro no debe continuar siendo un lago de la Rusia: 6.º Constantinopla debe estar bajo la vigilancia de Europa: 7.º la protección de los cristianos súbditos del Sultán debe tomar un carácter europeo, y no dejarla encomendada al Czar, para que en ella busque pretextos de injustas intervenciones. El Times, como el Daily News, como el Chronicle, como el Siècle, están todos acordes en todos y en cada uno de estos extremos. ¡Ojalá existiera energía y fe bastantes para llevarlos a cabo sin vacilar! ¡Ojalá no existiera tibieza y contradicciones en los gabinetes a los cuales la opinión pública traza una senda tan desembarazada! ¡Ojalá fuese posible realizarlos así como se conciben!
Es muy poco lo que, para dar a conocer el espíritu de la prensa extranjera, con respecto a la mayor o menor posibilidad de que el acuerdo de las cuatro grandes potencias, sea aceptado, debemos decir: Las conferencias como ya indicamos más arriba no tienen otro objeto ni otra naturaleza que las primeras de Viena, de las que se jactó y se hubo de avergonzar tanto la diplomacia europea, la unión del Austria a las demás potencias no es para servir a los intereses europeos, sino al Czar, pues ninguna de las potencias firmantes del protocolo se ha comprometido en hacer efectivas las decisiones de las conferencias. Por otra parte no deben suponerse deseos de conciliación en quien echó a volar los manifiestos que han llevado las últimas complicaciones, ni es posible suponérselos ahora que ha de volver a sus ejércitos el honor que han perdido en Europa y en Asia, a su nombre y a su poder el prestigio que les ha escapado. Tal es el lenguaje en el fondo idéntico de toda la prensa inglesa, variando, si se quiere, en las aseveraciones más o menos absolutas y en su expresión más o menos clara.
En esto dejamos la cuestión de Oriente para ocuparnos aunque someramente de un hecho que con ella se enlazará íntimamente, más que de ella es bien distinto por lo que es él en sí, y por las consideraciones que de él brotan.
Dos meetinqs, uno en París, y otro en Londres, se han celebrado en memoria de la sujeción de la Polonia. Es el primero modelo de resignación, nobleza y moralidad; es el segundo ejemplo triste y vivo del último término de ciertas doctrinas soi disant regeneradoras del hombre y de los pueblos y que quieren regenerar al hombre y a los pueblos sumiéndolos en el abismo, para... para que salga del abismo el abismo. En el primero decía el príncipe Czartoryski, que había convocado el meeting: «Los grandes sucesos que tienen lugar en Oriente nos enseñan de nuevo la verdad de que a la desgracia debemos oponer la perseverancia, y nunca desesperar de una noble y santa causa. ¿Quién hubiera podido prever un año atrás –tres meses antes,– lo que está pasando en el Danubio y en Asia? Ninguna parte han tomado en estos sucesos los hombres... Entre las potencias capaces de hacer la guerra ¿hay ninguna que desee hacerla? Ninguna ciertamente. Los pueblos y los gobiernos, gozando del beneficio de la paz y de las riquezas, que el comercio y la industria proporcionan, miran con justo horror a la guerra. Y sin embargo a pesar de sus deseos y de sus esfuerzos para evitarla, las hostilidades se han roto. Nuestros tiempos dan en abundancia señales de que no son los hombres, sino la Providencia quien lleva a cabo lo que escapa a nuestros cálculos, de que no prescribe el castigo del crimen, y que llega este, dando la esperanza a los oprimidos, cuando menos la esperan, para consolarles y fortalecerles con la vuelta de mejores días.»
No en el mismo sentido y con la misma moderación expresaron sus ideas los emigrados que en Londres tuvieron su meeting en memoria de la revolución de 1830. En este viniendo a la cuestión del día M. Linton, inglés, dijo: «Sabía lo que la guerra significaba; guerra contra el Austria y la Prusia también, insurrección en Polonia, Italia y Hungría, convulsión en Europa, ruina del Czar y del Papa, y de todos los tiranos, –de cualquiera nombre –libertad de todos los pueblos.» Uno que fue introducido en el meeting como amigo de Mazzini, decía: «La revolución debía combatir los privilegios de la autoridad y del capital. Añadía luego, que se aprovecharían de las lecciones de la experiencia, y que en lo futuro habría una verdadera solidaridad entre todos los pueblos, con el objeto de castigar sus opresores. La revolución es llamada desorden. Puede que así sea; pero el único camino para acabar con el desorden, es hacer la revolución. Para esto la deseaba, aunque su triunfo duradero envolviese la necesidad de la guillotina.» Y a estas palabras, y a estos ardorosos discursos, siguieron entusiastas aplausos, según escriben los periódicos.
¡Cuánta diferencia entre ambos meetings! El lenguaje del príncipe Czartoryski es realmente el lenguaje de un caudillo de un pueblo desgraciado que tiene derechos que no han prescrito, que tiene una misión que cumplir. El lenguaje del meeting de Londres... ¿qué dura calificación podríamos darle que no se quedara inferior a la que sobre él lancen los rectos corazones y el buen sentido? Si se han de tener derechos y libertad es necesario existir antes como hombres; y existir como hombres, quiere decir como nación. La nación no es el antagonismo, no es la guerra, no es el caos; es el lenguaje del príncipe Czartoryski; es un fin moral realizado por una colección de individuos, que viven como una individualidad, que tiene sus contratiempos y necesita para pasarlos y sacar de ellos el aprovechamiento moral que de los contratiempos se puede y se debe sacar, la fe, y la resignación, la virtud y no el orgullo.
No era para lo dicho, sin embargo, para lo que dimos cuenta de los meetings y de las ideas manifestadas; y menos para los encontrados sentimientos que en los mismos se dejaron ver, porque decíamos más arriba que eran ellas un hecho distinto de la cuestión de Oriente más que con ella se enlazaban por íntimo lazo.
La Polonia, decía el Times en un artículo del 8 a propósito del discurso del príncipe Czarstoryski, la Polonia ha sido el pájaro de mal agüero que reaparece en los momentos de turbación para llevar nuevos horrores a la anarquía. La experiencia y su excelente corazón han enseñado al príncipe Czarstoryski que sus paisanos debían tener limpias de sangre sus manos, para conseguir su renacimiento a vuelta de tres o cuatro generaciones. «¿Qué es el hermoso ensueño de la Polonia, si se considera la larga opresión de la Grecia, y el prolongado dominio de los moros en España? Mientras los polacos sean una nación, –una nación, sí, extraordinaria por su heroísmo y su genio– su destino no está sellado, puede abrirse brillante en lo futuro.» Y viniendo luego a las complicaciones de Oriente en su relación con la Polonia añade: «Todos se preguntan ¿cómo se ha de poner coto a las ambiciosas miras de la Rusia? ¿Cómo el Danubio y el Rhin han de llegar a ser el camino y la defensa de las naciones? Ninguna contestación fundada puede darse. Pero ¿qué respuesta más positiva que la misteriosa y prolongada existencia de una antigua y digna raza que parece el instrumento dejado al efecto? Ahí están los mismos hombres, las mismas causas, las armas, los cetros, los altares y todos los materiales humanos necesarios para formar la barrera...» En el último año; «¿quién hubiera podido soñar que las escuadras de Inglaterra y Francia obrarían de consuno con los magiares y los polacos? Nada vale, absolutamente nada, que no se deseé que el conflicto venga, al menos en nuestro tiempo. Los hombres de gobierno no tienen sino un puesto secundario en los terribles trances que crean dos entusiasmos opuestos. Los mismos hombres de gobierno que en los últimos años hubieran mirado con horror una liga con los magiares y polacos, se sienten ahora compelidos a aceptarlo por la paz del mundo y bien de la humanidad»... «Si en el espacio que media entre el Danubio y el Balkan, los todavía memorables campos de Farsalia y Filipi deben ser otra vez teatro de las luchas entre el temerario autócrata, y una enérgica comunión de un lado y una raza desesperada de otro, estemos seguros que otros se mezclarán en la sangrienta refriega que no terminará probablemente hasta que cada nación haya hallado su oportunidad y agotado todo su poder.» Y bien: puesto que las circunstancias y no la habilidad de los hombres de gobierno, son los que han de resolver los problemas que solamente se atreve a indicar el Times; puesto que la Providencia por desconocidas vías es la que conduce a los países; ¿por qué por sucesos cuya íntima contextura no se conocen, no podría llevar la asenderada unidad europea también a su verdadero centro? ¿Por qué no podría juntar el tiempo lo que el tiempo ha desunido? ¿Quién había de decir un año atrás que las potencias habían de hacer liga con los magiares y polacos, para deshacer estos tratados que ellas mismas habían autorizado, y tomar bajo su protección los cristianos de Turquía, esta protección que habían abandonado a la Rusia? El protectorado de la Europa sobre los cristianos súbditos de la Puerta, ¿qué lleva tras sí? ¿Puede ejercerse sin una autoridad que la represente, sin una unidad de pensamiento y de acción en esta autoridad? ¿Puede ser eficaz sin que ella esté sobre él mismo vigilante, sin que lo estudie y desarrolle, no como arma diplomática, sino por lo que den de sí las necesidades y los deberes del mismo? Este protectorado de la Europa, ¿será la unidad religiosa de la misma; la unidad que ha tenido, la unidad que ha de recobrar? ¡El protectorado de la Europa! es la germinación de un principio espiritual en la política europea, un principio de acción que dejándolas a todas su fisonomía, que solo el tiempo puede borrar, las haga creyentes y entusiastas de los principios generales? Hace tiempo que ha desaparecido de su historia.
La industria y el comercio las han reunido bajo un mismo techo; más ¡ah! la industria y el comercio no hacen latir el corazón; ¡ah! las relaciones mercantiles no dan enseña. Tienen caminos de hierro y telégrafos eléctricos para salvar las distancias; y, ¡ay! no tienen una regla de criterio, para resolver conflictos como los que se le han presentado: no tienen una nación de naciones, una autoridad de autoridades. Viven bajo un mismo techo, tienen ocupaciones parecidas, cambianse sus mutuos servicios, corren peligros iguales, tienen enemigos comunes, sufren unas mismas desgracias, no tienen una unidad de religión y una representación una de la misma, no tienen un principio moral uno que les dé claridad de intuición y energía de conducta. ¡Es el primer destello de este protectorado de la Europa sobre los cristianos de Turquía! Quién sería harto audaz para decirlo. Lo que puede afirmarse, porque lo afirman los hechos, es que las potencias europeas quisieran conservar la paz a toda costa, y se ven a pesar suyo envueltas en la guerra; lo que hay evidente es, que quisieran intervenir en Oriente, y fáltales un principio de cohesión para intervenir, y no quisieran por eso intervenir, e intervienen realmente. Lo que hay indudable es, que, hablan solo del comercio, y del equilibrio, y de la independencia de cada uno de los estados, y de la no intervención en negocios extraños, y se reservan el protectorado de los cristianos de Turquía. Y lo que es innegable también, que mientras en tal conflicto hállanse las naciones, allá en el seno de una de las más poderosas y más influyentes se celebran meetings, en los cuales se jura guerra a muerte a toda autoridad y a todo privilegio para levantar con sus triunfos este ídolo tan acariciado, el individualismo, el individualismo de la antigüedad; la libertad como facultad primitiva, la libertad salvaje, que mejor fuera calificada de atroz despotismo.
He aquí el punto, en que se enlazan la cuestión de Oriente y los meetings aniversarios de la Polonia. He aquí por qué estos nos merecieron tal atención que con los mismos concluyamos esta revista. R.