[ A la filosofía se deben todos los adelantos del mundo ]
Desde algún tiempo a esta parte se ha levantado una cruzada contra la filosofía. Los partidarios de la reacción se esfuerzan, aunque en vano, para desacreditarla, lanzando unas veces contra ella furibundos anatemas, haciendo, otras, uso del sarcasmo y de la calumnia. Para ellos todos los sentimientos nobles son otras tantas extravagancias dictadas por la filosofía, cuando no instintos demagógicos y revolucionarios. En su egoísmo no comprenden el entusiasmo, el patriotismo, el amor a la libertad, la filantropía humanitaria. Donde quiera que encuentran una idea atrevida o una inspiración generosa, acuden a las armas del ridículo, sin hacerse cargo de que cuantos golpes asestan, solo consiguen hacer heridas mortales a su reputación.
Ciegos, pusilánimes, quisieran proscribir la filosofía de las ciencias, de las letras, de las artes, de todas las acciones humanas, para convertirlas en hechos mecánicos. Ignoran o aparentan ignorar que cualquier obra exenta de filosofía es un cuerpo sin alma, una hoguera sin fuego; que a la filosofía se deben todos los adelantos del mundo; que condenar la filosofía es lo mismo que declararse contra la conciencia humana.
Sobre este particular se expresa así un periódico extranjero, cuyas opiniones están perfectamente de acuerdo con las nuestras:
«El partido reaccionario insulta diariamente a la filosofía en libros y periódicos. En su concepto la filosofía ha venido a turbar la paz del mundo que antes andaba perfectamente arreglado. Ella ha pervertido al hombre infundiéndole un espíritu díscolo y envidioso. Demonio tentador, no cesa de aconsejarle toda clase de crímenes. Si se comete un robo en cualquiera parte, la filosofía le inspiró. Si algún infeliz perece asesinado, la filosofía dirigió el puñal que puso término a su vida. Todo malhechor endurecido en la carrera del crimen, es cuando menos un filósofo. Difícilmente puede leer nadie una página de Bacon sin sentirse dispuesto al homicidio. La metafísica ha reemplazado a la brujería, y ejerce sobre el espíritu la misma influencia maléfica.»
«Pero ¿qué es la filosofía? Ni más ni menos que la razón hablada, o por mejor decir la razón práctica bajo la forma de la ciencia. Aplicada al orden natural, es la física; a la vida, la medicina; a la materia, la química; al número, las matemáticas; al espacio, la astronomía; a la sociedad humana, la política; a la legislación, la jurisprudencia; a la riqueza, la economía; al entendimiento, la psicología; a la conducta, la moral; a la disciplina, el método.»
«Quien admite los conocimientos, reconoce implícitamente la facultad de conocer. ¿Y qué es en sustancia esta? La filosofía, o en otros términos, la razón que obra por su propia virtud, que experimenta, que compara, que retira el hecho de su aislamiento para agruparlo, generalizarlo y elevarlo primero a la categoría de ley, luego a la categoría de ciencia.»
«No hay un descubrimiento en el mundo, ni una verdad que no se derive de la filosofía y la contenga implícitamente. De modo que la filosofía es la ciencia primitiva, la ciencia de la ciencia. Para sobresalir en cualquier ramo, todo sabio debe empezar por constituirse en filósofo. D'Alembert, Turgot, Vico, Filangieri, Laplace, Cuvier, Richot, Saint-Hilaire, todos eran filósofos que se honraban con este título.»
«Pero la filosofía es madre del mal, dicen los apóstoles de la reacción con un aplomo admirable, en vez de confesar que le combate y destruye. Afortunadamente contra semejante impostura se levanta el testimonio de la historia. Apelamos a su fallo para que decida cuál de los dos partidos, adverso uno y favorable otro a la razón, ha prestado mayores servicios a la humanidad.»
«Hace trescientos años que la ley llamaba hechiceros y brujos a ciertos hombres. Suponiéndoles poseídos de los espíritus malignos, los remitía para ser juzgados por este crimen de su invencional tribunal competente, quien solía enviarlos con la mayor formalidad al patíbulo. Creemos que este era un mal, y no corto, pues condenando al suplicio a una multitud de desgraciados por el crimen de hechicería, la ley asesinaba a inocentes. Ahora bien: ¿quién ha arrancado esta página ignominiosa del Código penal? La filosofía, probando primero que el cuerpo humano no puede servir de guarida a los demonios, y después que no hay medios hábiles de hacer sortilegios.»
«Hace menos de trescientos años que la justicia aplicaba al acusado el tormento para arrancarle la confesión. Reducíase el interrogatorio judicial a una serie de bárbaros procedimientos. Extendíase al presunto reo sobre un potro; se le apretaban las muñecas con un torniquete; se le ligaban las carnes con un ceñidor de cuerda; se le rompían los huesos con un martillo. Si por acaso persistía en no hablar, se le medio ahogaba, se le medio quemaba, se le hacía pasar en fin por los preliminares de todo género de muertes hasta que rompía el silencio. Nadie negará que el tormento fuese una monstruosidad, pues para sustraerse al dolor, el acusado se declaraba a menudo culpable del crimen que no había cometido. ¿Quién ha desterrado esta iniquidad de la legislación? La filosofía contra la cual tanto se habla.»
«No hace aun trescientos años que la inquisición quemaba vivos a cuantos pensaban de tal o cual modo, como si estuviesen obligados a sujetar sus ideas con grillos y cadenas. Fórmanse las creencias a despecho de nuestra voluntad por una fuerza irresistible, independiente. La verdad ejerce sobre el alma un poder despótico que no consiente ninguna otra afirmación. El hombre muere antes que abjurar, y si por acaso abjura, se desmiente a si propio, y lleva en el fondo de su conciencia la perpetua humillación de su impostura. Y ¿quién arrancó los tizones inflamados de mano de los verdugos, proclamando la libertad de conciencia? La filosofía, solo la filosofía.»
«Ayer casi, la sociedad castigaba la usura con la pena de horca. Tal castigo era ciertamente un abuso del poder. ¿Quién ha corregido este abuso? La filosofía. El préstamo a interés podía ser un acto criminal a los ojos de Bossuet; pero reducido a los justos limites, nada tiene de reprensible. Si el propietario saca una renta de sus tierras, con igual razón tiene el capitalista derecho a proporcionarse utilidades con el interés de su dinero.»
«Hacia fines del siglo pasado se conservaba en muchas naciones cultas y particularmente en Francia un resto de esclavitud. Esta es sin disputa un crimen contra la humanidad, porque ningún hombre tiene derecho a ser amo y dueño de otro hombre, como de una finca o de un ganado. ¿Y quién borró los últimos vestigios de la servidumbre? La filosofía por mano de Voltaire.»
«El feudalismo había descubierto en tiempos pasados el singular principio de que solo el pobre debía pagar los impuestos. En virtud de este principio, el labrador tenía que hacer frente a los gastos del Estado, viéndose además obligado a prestar otros servicios personales, como, por ejemplo, la recomposición de los caminos. ¿Quién ha suprimido tan odiosa injusticia? La filosofía.»
«En otro tiempo, el que tenía la fortuna de nacer primero, era el único hijo de la familia. Para él era todo, el nombre, el título, el patrimonio, el descanso. Con tan odioso proceder, se cometía un crimen contra la naturaleza, pues el padre debe querer a todos sus hijos por igual, sin consultar para nada la fecha de su nacimiento, y dejar a cada cual una parte equitativa en su herencia. ¿Quién ha rectificado esa paradoja de la legislación? La filosofía.»
«Bastan estos hechos para demostrar que a la filosofía es deudor el mundo de inmensos beneficios. Ella ha sabido madurar la razón, ella ha regenerado la ciencia, ella ha hecho salir de la nada la industria, la química, el vapor, la electricidad, el crédito, el derecho de gentes, el código civil, la soberanía nacional, la libertad del pensamiento, la instrucción, la igualdad ante la ley, el progreso, en fin, con todas sus consecuencias.»
Así se expresa el periódico extranjero a que aludimos. A sus observaciones pudiéramos añadir otras muchas, si no temiéramos prolongar demasiado este artículo. Fácilmente haríamos ver cómo la filosofía preparó la revolución providencial que acabó con el Imperio latino, llevándonos como por la mano a la conquista de una nueva civilización. Otro día quizás consagremos nuestra pluma a esta tarea, mostrando la diferencia que hay entre los hombres que sirvieron la filosofía a costa de la vida y aquellos que la han combatido y combaten de acuerdo con la superstición.