Filosofía en español 
Filosofía en español


Monjas de la Encarnación

Del Católico de anoche tomamos la relación siguiente:

«Ayer domingo, día por lo tanto consagrado a la piedad y en que aun entre los protestantes está prohibido el trabajar, se presentaron en el convento de religiosas de la Encarnación los comisionados del gobierno intimándolas que ya estaban allí los mozos y carros necesarios para mudar inmediatamente los muebles a los conventos de Góngora y de Santa Isabel, a donde al día siguiente serían trasladadas también las religiosas. En vano estas opusieron la santidad del día para emplearle en el trabajo que exigía la mudanza; lo mandado era irrevocable: el señor Alonso antes de abandonar la poltrona ha querido dejar concluida su obra y no exponerse a que tal vez su sucesor revocara sus malhadados acuerdos.

Las monjas, las sufridas y pacientes monjas de la Encarnación, no existen ya en su amado recinto; esta mañana a las ocho empezó la traslación, llevándose al convento de Góngora, en los coches al efecto preparados, a la sub-priora y demás religiosas que al gobierno le plugo, volviendo luego los coches para trasladar las restantes al convento de santa Isabel. La madre priora que se hallaba postrada en cama, gravemente enferma y sin poderse mover, ha sido llevada a este convento en una camilla, yendo a su lado el médico Maroto, el doctoral de la casa D. Pedro Yagüe, y algunas señoras que llevaban alguna medicina, temerosos todos de que ocurriera alguna catástrofe en el camino. Llegó por fin sin haber tenido hasta ahora más novedad que un pequeño vómito; pero los efectos que en la salud quebrantada de la priora haya causado esta mudanza y la enorme pena de verse separada de una parte de su comunidad y arrojada de su santa casa, los dejamos a la consideración de nuestros lectores: acaso no se tarde en ver cuán funestos han sido.

Cuando los coches donde iban las religiosas pasaban por delante de la camilla donde iba su querida superiora, se pararon para preguntar cuál era su situación. ¡Qué escenas éstas tan dolorosas y tiernas, capaces de conmover a cuantos no sean Alonsos! El mencionado don Pedro Yagüe y algún otro eclesiástico de la casa acompañaron a las religiosas por parte de la comunidad, yendo por parte del gobierno, como es de suponer, el señor Marraci y algún otro. Nuestros lectores desearán sin duda saber a dónde ha ido la tristemente célebre Dorotea, la íntima amiga del difunto señor Amat, la gacetilla oficial, digámoslo así, del gobierno por donde éste sabía todo lo que pasaba en la comunidad; en fin, la que es mirada como la fautora de cuantas desgracias han sobrevenido a las monjas de la Encarnación. Sepan, pues, que afortunadamente bajo un aspecto, pero desgraciadamente bajo de otro, no ha ido a ninguno, porque se ha exclaustrado y vuéltose al mundo.

Ayer a las ocho de la noche salió del claustro vestida de seglar, metiéndose en un coche con el jefe político, si no estamos equivocados, y el señor Marraci, en medio de algunos silbidos y dictados que la prodigaron varios de los circunstantes, silbidos que parece han motivado el que hoy fuesen algunos nacionales para estar a la puerta del convento en el acto de la traslación de las religiosas. No careció sin embargo de defensora, y mientras el coche caminaba presuroso como hacia la calle de la Amnistía, una mujer con compungido acento repetía una y otra vez que la que abandonaba el claustro por el siglo era la víctima, la víctima.... pero como notaba que sus palabras no tenían eco alguno favorable, hubo por conveniente el retirarse. Hemos referido desnudamente los hechos; nos hallamos demasiado conmovidos para poder hacer los comentarios a que da margen; parécenos sin embargo escusado para la generalidad de nuestros lectores; su religión se los sugerirá con toda la vehemencia que el asunto merece y que a nosotros no nos es dado explicar. Nos contentaremos, pues, con compadecer a las monjas de la Encarnación, y deplorar la fatal y tardía resolución de la antes hermana suya, que tantos disgustos las causó. ¡El Dios de toda bondad las mire con ojos de misericordia!»