Filosofía en español 
Filosofía en español


José Muñoz Maldonado

Doña María de Molina

María de Molina

La España presentaba a fines del siglo XIII una situación muy parecida a la actual del siglo XIX. Una mujer, una Reina gobernaba la monarquía, servía de escudo a un niño Rey, cuyo trono intentaba usurpar un infante tío suyo, y rodeándose de las cortes del reino sacrificaba su fortuna para sostener la causa de la legitimidad. Hoy también una mujer, una Reina gobierna la monarquía, sirve de escudo a una niña Reina, cuyo trono intenta usurpar un infante tío suyo, y llamando en su derredor la ya olvidada por tantos siglos representación nacional, emplea toda su fortuna en levantar batallones, y procurar recursos a los defensores de la legitimidad y de la libertad que se halla unida a ella. ¡María de Molina es pues un personaje, cuyo retrato es dado conocer a los españoles no solo en la historia, sino en el mismo trono de la augusta GOBERNADORA del reino!

DOÑA MARÍA DE MOLINA, hija de don Alonso, señor de Molina, de sangre real, fue notable por su belleza, por la energía de su carácter, por la prudencia de su juicio. Unida en matrimonio con el rey don Sancho, a quien su valor adquirió justamente el renombre de el Bravo, tuvo que lidiar desde el principio con dificultades que le suscitara el clero, entonces fuerte y poderoso. Su unión había sido aprobada por las cortes de Valladolid; pero jamás lo fue por los Pontífices y por el clero que la reputaba nula, por ser parienta de don Sancho dentro del tercer grado. ¡Pretexto de que hábilmente se sirvieron sus enemigos para hacer arder la guerra civil, y ensangrentar la monarquía!

Once años reinó don Sancho, y el talento de María contribuyó eficazmente a la gloria de su reinado. Su prudencia supo calmar las agitaciones intestinas, mientras el fuerte brazo de su esposo domaba el orgullo sarraceno, y hacía tremolar las banderas de Cristo sobre las murallas de Tarifa, que desde la invasión había permanecido siempre en poder de los árabes.

Pocos días antes de su muerte convocó don Sancho cortes en Alcalá de Henares, ratificó el testamento en que dejaba por heredero a su hijo Fernando, niño de nueve años, y nombró regenta y gobernadora del reino a María. Se hizo trasladar después a Toledo, donde falleció a los cuarenta y cinco años de edad.

La elevación al trono de Castilla y de León de Fernando IV fue la señal de la guerra civil de antemano preparada. Una nobleza y un clero turbulento que varias veces habían intentado rebelarse contra un monarca guerrero, no podían sufrir que un niño ocupase el trono, que una mujer gobernase el reino. El infante don Juan, tío del monarca, el primero que debiera sostener su trono, se aprestó a combatirlo. Manchado con la sangre del hijo de Guzmán el Bueno, cuando acaudillaba delante de Tarifa las huestes árabes, intentaba ahora derrocar del trono a otro inocente niño; pero María le protegía como madre y como reina. En vano don Juan tuvo en su auxilio a los moros, en vano sostenían su pretensión al trono los descontentos. María llena de actividad lo combate en todas partes, vende sus joyas para sostener sus defensores, implora la alianza de los príncipes extranjeros, y logra con su política lo que el poder de su marido no había podido jamás conseguir de la silla apostólica. El Papa Bonifacio VIII revalidó su matrimonio. [11] Ejemplo raro ¡declarar la validez de un enlace de una persona viva con otra ya difunta!

María empero no tenía solo que combatir sus enemigos en el campo de batalla. El infante don Enrique tío de su hijo se hallaba a su lado, y aspiraba a la regencia del reino. Sus intrigas le adquirieron numerosos partidarios; no perdonó bajeza alguna para conseguirlos. María no queriendo dar lugar a una segunda guerra civil, y explorada la voluntad de las cortes de Valladolid resignó la regencia en el infante don Enrique, reservándose solo el cuidado mas grato para una madre, el educar a su hijo, el velar sobre su vida.

El infante don Enrique tan incapaz como ambicioso no podía terminar la guerra civil que devoraba el reino. El infante don Juan aspiraba al trono de León, Alfonso de la Cerda nieto de Alfonso X pretendía el trono de Castilla sostenido por los reyes de Francia, Aragón y Portugal. La fortuna favorable en el norte fue contraria en el mediodía. El regente rechazado por los moros de Granada tuvo la debilidad de ofrecer a nombre del rey niño la entrega de Tarifa a los árabes. María desde su retiro protestó contra tan deshonroso tratado. Las cortes aplaudieron el noble orgullo de la reina, anularon el tratado y declararon la guerra al rey de Granada.

El reino entero conoció la nulidad del regente: la influencia de María apoyada en la pública opinión fue inmensa. Su política concluyó ventajosos tratados de paz con la corte de Lisboa sellados con el doble matrimonio de Fernando, y de su hermana, con Constanza y Alfonso hijos del rey de Portugal. Al mismo tiempo logró rechazar los moros fuera de los muros de Jaén.

La misma energía, la misma elevación de alma que le habían hecho no acceder la entrega de Tarifa demostró con el rey de Aragón que ofrecía devolver a Castilla todo lo que sus armas habían conquistado a cambio de la plaza de Alicante. Una revolución llamaba a Aragón al rey: por eso ofrecía la paz; paz de que María no quiso tratar sino bajo la base de la completa evacuación del territorio invadido.

Apoyó su demanda reuniendo todas las fuerzas de la nación, los nobles la siguieron, sostuvieron sus intereses. El rey de Aragón cedió. El pretendiente falto de apoyo, viendo aumentarse diariamente las fuerzas del rey, dominado por el miedo abandonó la esperanza de reinar en León y juró fidelidad a su sobrino. La muerte de don Enrique libertó a María de un rival intrigante. La paz interior se restableció, brilló un momento y sin contradicción la autoridad de María, cuando su hijo quiso tomar por sí solo las riendas del estado: la debilidad de su reinado hizo ver cuanto le era necesario el apoyo de su madre. En sus diferencias con el rey de Aragón contra el dictamen de María tomó por arbitro al rey de Portugal. La decisión fue como su madre había previsto. El río Segura fue señalado como límite de ambos reinos, la importante plaza de Alicante dejó de pertenecer a la corona de Castilla. El reinado de Fernando IV a excepción de la sorpresa de Gibraltar, no ofrece más que una serie de intrigas y discordias intestinas. Su muerte a los veinte y siete años de su edad y diez y siete de reinado por el emplazamiento de los Carvajales, según pretenden algunos, dio principio a una nueva minoría, a nuevos disturbios, a nuevas ambiciones. Alfonso XI tenía un solo año cuando fue proclamado rey. María vivía en Valladolid retirada lejos de los negocios que un tiempo tan bien había dirigido. La guerra civil iba a estallar por las pretensiones de los infantes don Juan el anterior pretendiente, y don Pedro que aspiraban a la regencia. María por segunda vez renunció al poder, a la autoridad suprema reservándose sola la tutela y la educación de su augusto nieto.

La regencia objeto de la ambición de los infantes no les dejó un momento de descanso. El rey moro de Granada rechazado en [12] un principio por el valor de don Pedro, se coliga con el rey de Marruecos, y trata de penetrar en Castilla. Los Regentes para prevenirle se presentan ante los muros mismos de Granada. Dos días enteros permanecen en orden de batalla desafiando al enemigo. Al tercero el ejército cristiano fue completamente derrotado: el calor, la sed, el cansancio hicieron perecer a los que escaparon del hierro musulmán. Los dos Regentes perecieron en el campo de batalla. Su muerte hizo aparecer cuatro poderosos competidores a la regencia: D. Felipe tío del Rey, D. Juan Manuel, D. Juan hijo del regente, llamado por su ridícula figura el contrahecho, y D. Alfonso de la Cerda que después de haber aspirado en vano a la corona intentaba hacer valer sus derechos a la regencia. Numerosos parciales apoyaban la demanda de cada uno de los infantes. Apelaron a la fuerza, despreciando los medios conciliatorios que la prudencia de María les propuso. El fraude, la fuerza, todo lo emplearon los pretendientes para vencerse mutuamente.

María hizo desvanecer ante ellos el fantasma del poder por el que combatían con tanto encarnizamiento. Alfonso a la edad de 15 años fue reconocido como mayor de edad por las cortes. Su autoridad fue acatada por la nación entera.

María en tanto vivía llena de años y de trabajos en el monasterio de las Huelgas de Valladolid, fundación de su religiosa piedad, y después de haber sido el sol de la corte por su belleza, el amparo del reino en tres reinados distintos, el de su marido, el de su hijo, y el de su nieto, murió el día 1 de junio de 1322, y aun se conserva su sepulcro en el monasterio de las religiosas del Cister de Valladolid. Dona María Molina fue una gran reina, y una de las mujeres que hacen honor a su sexo, y han dado más gloria a la España.

Muñoz Maldonado