[ Introducción ]
El Artista
Extraño parecerá a algunos que en una época como la presente, mientras resuena por todas partes el estruendo de las armas, y están todos los ánimos ocupados en especulaciones políticas, haya quien crea atraer la atención del público, hablando no de intereses materiales, ni de guerras, ni de protocolos, sino de bellas artes, de artistas contemporáneos y de grandes hombres sepultados entre el polvo de las tumbas. Indudable nos parece que la sociedad se halla en una época de movimiento y de transición; que a las antiguas creencias, prontas ya a eclipsarse para siempre, van sucediendo nuevas creencias, menos sólidas acaso, menos duraderas que las pasadas; sabemos que las revoluciones van extendiendo lentamente por todos los imperios sus galerías subterráneas, ramificaciones de la gran revolución central, cuyo foco es la capital de la Francia; pero creemos también que no es dado a los hombres ni a las circunstancias, desterrar del mundo la poesía, y que si ésta a veces desaparece aparentemente de la faz de la tierra, es porque va a refugiarse en el fondo de algunos corazones sensibles y generosos, como en los antiguos tiempos de turbulencias se refugiaba la religión en las cavernas y monasterios solitarios.
Sí, todavía hay en nuestra desencantada sociedad moderna, algunas almas privilegiadas que creen en las bellas artes porque son capaces de sentirlas; aun hay personas que sin desdeñar lo positivo, aprecian lo ideal y saben que el hombre no es un materialismo mecánico, sino una creación sublime, una emanación de la divinidad!… Pues bien, con estas personas habla EL ARTISTA; a ellas solas dirige sus acentos, porque ellas serán las únicas que le comprendan, las únicas que simpaticen con él, como dos hijos de una misma patria que reúne la suerte de una nación extranjera.
Y no se crea que conformándonos con la opinión de algunas gentes, convenimos en la decadencia de las bellas artes, en que es esencialmente antipoético el siglo XIX, porque es un siglo de movimiento, de especulaciones, y aún no ha faltado quien diga de vapor; antes bien, estamos persuadidos, y la experiencia confirma nuestra persuasión, de que vivimos en una de aquellas grandes épocas, favorables al desarrollo de la inteligencia humana, en que, como en el siglo XVI, la fuerza de las circunstancias hará brotar de entre el desorden universal, en todos los puntos de la antigua Europa, ingenios vastísimos, almas sublimes y enérgicas como las de Calderón, Shakespeare, Miguel Ángel y Rafael. Acaso en medio de nuestras discordias políticas, se levante un Milton; acaso cante nuestras guerras civiles, una voz como la de Dante. Téngase presente que ya grandes ingenios han inmortalizado el siglo en que vivimos, y que esta época, al parecer de algunos, tan desnuda de poesía, será para nuestros descendientes lo que es el siglo XVI para nosotros. En este siglo ha cantado el poeta Byron las tempestades del alma; este siglo ha poseído en el pintor Laurence un rival de los Ticianos y los Vandicks: en los escultores Álvarez, Torwaldsen y Canova tres prodigios de [2] la escultura; y si en este siglo en fin ha descendido al sepulcro de Santa Elena el gigante Napoleón!!!…
Todas las naciones de Europa poseen en el día hombres eminentes, que la posteridad ¡juez inflexible! colocará andando los tiempos en el alto rango que se merecen. Las almas de Arquímedes y de Euclides saludarán con el nombre de hermanas, a las de Arago, Bercelio, Thenard, Biot y Gay Lussac; los poetas Tomás Moore, Beranger, Lamartine, Victor-Hugo, y Chateaubriand, harán eterna la memoria del siglo en que vivieron. Beethoven y Mozart sonríen más allá en la gloria escuchando la divina música de Rossini y de Mayerbeer: y aun vibran en Escocia las cuerdas de una mágica lira, húmedas todavía con los últimos suspiros de Walter-Scott.
En las tribunas parlamentarias de Francia y de Inglaterra resuenan continuamente discursos dignos de Demóstenes y de Cicerón; las ciencias y las artes caminan con paso lento, pero seguro, en todas las naciones de Europa: todas poseen hombres eminentes; todas procuran anteponerse a sus rivales… ¿y nuestra hermosa patria sería la única que permaneciese estacionaria en medio del movimiento universal? No; los que esto se imaginan no ven mas que la superficie de las cosas. En el suelo privilegiado de nuestra España, prenderán mejor que en otro alguno las semillas del saber y de la civilización, cuando todos los españoles unidos con sagrados vínculos de amor y fraternidad, olviden sus discordias civiles, desplieguen las brillantes prendas de que fue naturaleza tan pródiga con ellos, y se esfuercen por fin en mostrarse dignos de la sublime historia de sus antepasados.