Filosofía en español 
Filosofía en español


Discurso que leyó el presidente de la junta directiva del Colegio Español Hamiltoniano en el acto de la inauguración el domingo 5 del presente mes de agosto.

Queda instalado desde este momento el Colegio español Hamiltoniano, erigido con la competente autorización del Gobierno de S. M., que le ha concedido la gracia de la incorporación de sus cursos de filosofía en las universidades del reino.

Creemos que no se puede consignar este suceso de una manera más útil al público, ni más digna de la ilustrada concurrencia que nos honra con su atención, que haciendo una exposición clara y sencilla de los objetos de la enseñanza en este colegio, y de los medios que se han adoptado para asegurarla y perfeccionarla.

En dos partes se dividen las materias de la enseñanza: primera, las que son propias de un colegio de humanidades y de filosofía: segunda, las que pertenecen a facultades mayores.

Primeras letras, dibujo de cuerpo humano y de delineación, literatura en todos sus ramos de prosa y verso, historia, diplomacia, economía, estadística, ciencia de la administración, lenguas sabias, antiguas y modernas, matemáticas puras y mixtas en toda su extensión, un curso particular de astronomía y otro de tres años de filosofía, conforme al de las universidades, son las materias que han de componer la primera sección.

Creeríamos hacer un agravio a nuestros oyentes si tratásemos de demostrarles la importancia de estos estudios: y así nos contentaremos con observar que se han procurado reunir todas las enseñanzas necesarias para las diversas carreras del Estado. El administrador, el militar, el diplomático, el marino, el comerciante; en fin, el hombre de la sociedad culta y hasta el viajero podrán familiarizarse desde su primera juventud con las ideas y conocimientos que tan necesarios les serán después en sus respectivas profesiones.

La segunda parte de la enseñanza tiene por objeto repasar las materias de los diversos cursos de las facultades mayores a los alumnos de la universidad o de otros establecimientos públicos de estudios superiores que por enfermedad u otros motivos se hallen atrasados, o bien que deseen repetir en una como academia particular (pues esto será el colegio con respecto a ellos) las materias en que se instruyen. Este sistema, que produce en Francia muy buenos efectos, pues fomenta la aplicación de los jóvenes al estudio, y evita a muchos el inconveniente de perder los años de universidad, poniéndoles en estado de hacer bien su examen, no es enteramente desconocido en España, donde además de las academias públicas de facultades mayores ha habido siempre otras privadas que forman espontáneamente los jóvenes aplicados para aumentar el caudal de sus conocimientos; y la ventaja que sobre estas asociaciones privadas tienen las clases del colegio, consiste en la disciplina más severa que se observará en estas aulas, y en ser dirigidas por profesores de distinguido mérito, y en cuanto sea posible, por los mismos que presidan a los estudios públicos.

Para que estas clases produzcan toda la utilidad que de ellas debe esperarse, es condición esencialísima que la repetición se haga por el mismo sistema y método, y aun con las mismas asignaturas de las clases públicas. Esta es una precaución, a la cual no se faltará, porque su observancia interesa igualmente al colegio y a los alumnos.

En las clases de enseñanza pertenecientes propiamente al colegio, y que enumeraremos en la primera sección, se enseñarán las ciencias según su último estado de perfección, y de una manera correspondiente a los progresos del siglo. Para esto se han procurado reunir en ambas enseñanzas los profesores más acreditados de Madrid, y si no ha conseguido tener todos los que se deseaban, ha logrado sin embargo poseer en su seno muchos nombres, generalmente conocidos y apreciados, y de cuya alabanza debemos abstenernos ahora, aunque solo fuese por el interés personal que tenemos en la gloria de nuestros respetables compañeros.

La instrucción y el buen nombre de los profesores es ya una garantía muy notable de los progresos de la enseñanza; pero no es la única que se ofrece a los padres de familia. La educación literaria y moral de la juventud, la economía misma del colegio no depende de la empresa, sino de una junta directiva compuesta de profesores. No se han querido fiar al interés material, por muy noble que sea, pues al cabo resulta de una industria útil objetos tan sagrados como la instrucción y las costumbres de los alumnos. No se harán a este Colegio, como se han prodigado a otros, las más veces sin justicia, las acusaciones de especulación y granjería. Y debemos dejar consignado un hecho, a saber, que una idea tan nueva en los establecimientos de enseñanza, a lo menos en nuestra nación; un pensamiento tan noble y generoso que sustituye el interés público al individual, y que coloca la enseñanza bajo la protección de sus tutores naturales, es debida al mismo director, al mismo dueño del establecimiento, el cual, si es individuo de la junta y tiene en ella un voto como los demás vocales, es solo en su calidad de profesor. No debe extrañarse esta conducta en quien admite a participar gratuitamente de la instrucción que se da en él.

La junta directiva es el alma del colegio. Nombra sus individuos a pluralidad de votos, promulga el reglamento de estudios y el interior de la casa, y por consiguiente la reforma en los casos y asuntos necesarios por medio de sus acuerdos: ni se reciben los profesores, ni se despiden los alumnos díscolos o inaplicados sin su anuencia: vela en fin por el arreglo y disciplina interior, por el buen trato de los jóvenes, por los intereses de los profesores y por la observancia de los reglamentos formados por ella misma para la buena educación moral, civil y literaria de los alumnos. En una palabra, ejerce, si nos es lícito usar este lenguaje, no solo todas las atribuciones de legisladora, sino también de inspectora. En esta razón se ha procurado elegir para ella a aquellos profesores que reúnan a los conocimientos propios de su facultad nociones especiales sobre la organización de las casas de enseñanza y hayan tenido motivos de observar su régimen y aún sus defectos, así dentro como fuera del reino.

Se presenta pues como garantía de la buena dirección del colegio, no solo la reputación y sabiduría de los profesores, sino también su misma gloria, interesada vivamente en la instrucción y moralidad de los discípulos y aun sus intereses materiales; ellos forman la ley de la casa; se ha entregado el gobierno de ella a los que deben estar más empeñados en su prosperidad. Es imposible ofrecer mayores garantías de acierto.

La educación moral de la juventud se fundará sobre los principios de la religión católica. Los dogmas aprendidos por los catecismos aprobados en la iglesia española se enseñarán, insistiendo cuidadosamente en sus consecuencias morales; lo mismo se hará en las prácticas religiosas; las cuales se procurará que exciten en los corazones de los alumnos los sentimientos de amor, respeto, gratitud y esperanza en el Dios que los crió, los redimió y los ha de juzgar.

La sobrevigilancia perpetua sobre las costumbres de los jóvenes, las precauciones de separar los de diversas edades y condiciones de internos, medio-pupilos y externos, y el cuidado de impedir que sus juegos inocentes y sencillos degeneren en excesos contrarios a la moral o a la salud, son cosas harto obvias, harto conocidas a los que tienen idea de esta clase de establecimientos para que nos ocupemos en ellas. Nos contentaremos con advertir que la disciplina será dulce en los castigos, pero severa en la exactitud; y que al alumno a quien no baste a corregir, se le impondrá el último suplicio, a saber, la expulsión del colegio.

Estos son, señores, los objetos principales sobre que hemos creído conveniente llamar la atención pública en el día, solemne para nosotros, de la instalación de este colegio. Hemos desenvuelto el principio luminoso y fecundo que presidió a su creación, que es la necesidad de proporcionar a los jóvenes de todas carreras los conocimientos necesarios para emprenderlas con fruto. Hemos expuesto los medios que han adoptado para conseguirlo y para asegurar la buena educación moral de la juventud; medios que son al mismo tiempo las garantías mayores que pueden darse a los padres de familia.

Esperamos (y esta esperanza no será engañada, porque se funda en la profunda convicción que tenemos de la capacidad y celo de los profesores), esperamos, que si el público honra a este naciente establecimiento con su confianza, será algún día un título de gloria literaria haber pertenecido a él, o como maestro o como discípulo. Madrid 5 de agosto de 1838.

Alberto Lista.