Método de Hamilton en la enseñanza de las lenguas
Desde que el método de Lancaster adquirió en Inglaterra la celebridad y aceptación general debidas a la exactitud de sus resultados, no han dejado de hacerse aplicaciones particulares a los diferentes ramos de conocimientos que abraza la enseñanza primaria; siendo una de las más felices la que hizo Hamilton al estudio de las lenguas. Este célebre preceptor no se contentó con facilitar a la juventud esta importante parte de la educación, ajustándola a la práctica de Lancaster, sino que la mejoró en gran manera, ya simplificando considerablemente esta enseñanza, ya descargándola de una porción de trabajos inútiles, habiendo logrado que su nombre unido al método ingenioso que inventó, circule por toda Europa, se fije en los mejores establecimientos de enseñanza en Inglaterra y en Alemania, y pase a la posteridad.
No podía escaparse a la perspicacia de este hábil observador, que la Gramática no es otra cosa que el conjunto de observaciones que produce el conocimiento profundo de una lengua cualquiera, y que sus reglas no pueden servir de otra cosa que como una especie de registro para clasificar, ordenar y retener las nociones adquiridas sobre la estructura y organización de aquella. Tampoco pudo menos de echar de ver que el estudio de las reglas gramaticales supone un desarrollo muy maduro de la facultad de juzgar, en cuyo caso no hallándose los niños, estas reglas no pueden servir de otra cosa que de sobrecargar su memoria con el peso de una enorme cantidad de signos, sin objeto representado. Por el contrario, siendo la memoria la dote natural de la infancia, era muy fácil y sencillo imprimir en ella la parte puramente material de la lengua, que son las palabras y su significación antes que todo, viniendo consecutivamente la gramática, pero no de un modo abstracto, metafísico e incomprensible, sino de un modo concreto e inseparable de la práctica en los mismos lugares en que debe tener su aplicación. De esta manera los preceptos y reglas gramaticales, que no son otra cosa en sustancia, que proposiciones más o menos universales, vienen a hacerse signos precisos de series de ideas ya adquiridas, fáciles de comprender y retener en la edad tierna, y propios para extender la esfera de los conocimientos y para fecundar las semillas de la enseñanza, derramadas oportunamente.
¿Qué quieren decir los gramáticos cuando inculcan tan repetidas veces que tal o cual regla no puede comprenderse sin el auxilio de la viva voz del maestro, sin la lectura de los autores clásicos? Esto, a nuestro modo de ver, significa que todos han sentido la imposibilidad de conseguir el fin que se proponen con solo el estudio de unas doctrinas generales y abstractas; y que es indispensable que a estas acompañe otro género de estudio concreto, haciendo de este modo más complicada, larga y repugnante la enseñanza. Pero nadie antes que Hamilton ha discurrido que se puede aprender más fácil y brevemente una lengua, desalojando la gramática del lugar preferente que la rutina le ha tenido consagrado por tanto tiempo, concediéndole solamente un lugar secundario, y concretando sus preceptos a lugares determinados y de una inmediata y ostensible aplicación.
Sobre estas observaciones están fundadas las innovaciones que ha introducido Hamilton en la enseñanza de las lenguas, de cuyo método solo daremos una breve y rápida idea, en atención a que dentro de poco la suministrarán tan completa como puede apetecerse los comisionados que el gobierno ha enviado a Londres para adquirir tan importantes conocimientos y difundir por su medio las luces en nuestro país. El método de Hamilton está por supuesto trazado sobre la enseñanza de Lancaster, de cuyos pormenores prescindiremos enteramente por ahora.
1.º El principio fundamental del método hamiltoniano consiste en que el maestro debe comunicar al discípulo de viva voz todos los conocimientos, sin abandonarle un solo instante; nada se debe confiar a la sagacidad de este, particularmente siendo niño; todo se le debe enseñar de un modo mecánico. El maestro le dice todo aquello que quiere encomendar a su memoria, sin dejarle otro cuidado que el de comprender la explicación que le da.
2.º El maestro hamiltoniano principia su curso instruyendo a su alumno en la significación de las palabras, y solo después de adquiridos estos conocimientos viene el estudio de la Gramática.
3.º El alumno debe aprender la significación directa y literal de las palabras, sin entrometerse de manera alguna en las acepciones indirectas o figuradas de que estas puedan ser susceptibles. Las significaciones accesorias de las voces se reservan para otras clases o secciones más adelantadas del curso.
4.º La significación directa y literal de las palabras de que acabamos de hablar, las ha de aprender precisamente el alumno de la viva voz del maestro, sin permitirle el uso del diccionario.
5.º No solamente está vedado el uso del diccionario, sino de cualquier otro libro; las lecciones deben ser puramente verbales, y de este modo el discípulo aprende de una vez el sonido y la significación de las palabras. Los sonidos comunes a todas las lenguas son casi semejantes, pero se hallan expresados con diversos caracteres.
6.º Las comunicaciones orales se hacen más fáciles en una clase o sección que solo consta de cinco o seis alumnos.
7.º En lugar del gran número de maestros que se necesitaría en escuelas muy concurridas, se emplean los monitores, según se hallan establecidos en las escuelas mutuas por el método de Lancaster.
8.º La adquisición de la significación de las palabras se hace más fácil todavía estudiándolas, no de un modo aislado, sino en su respectiva conexión. Esto depende de la asociación de las ideas, la cual no puede hallarse en el diccionario.
9.º Deben, pues, aprenderse las palabras y sus significados por medio de sentencias claras y fáciles.
10. La relación de las palabras entre sí en la sentencia más simple que pueda trazarse, no puede ser comprendida de otra manera que por medio de la construcción. Explicar pues esta relación, es construir de hecho.
11. El modo más propio de construir es aquel que conserva la traducción estrictamente literal, substituyendo palabra por palabra sin cambiar en nada su forma gramatical. Para esto es menester sacrificar la elegancia y pureza, usar de palabras nuevas, e introducir barbarismos, donde no se puedan buenamente evitar estos inconvenientes. De esta manera, en las verdaderas traducciones literales quedan expresados por signos propios e invariables el caso de todos los nombres, pronombres, adjetivos y participios, y el modo, tiempo y personas de todos los verbos. Así se consigue enseñar en las primeras lecciones la estructura y el idioma de las lenguas extranjeras, quedando la corrección y elegancia para las secciones sucesivas.
12. Las sentencias deben ser de la estructura más simple, y las palabras lo más familiares que sea posible. Los ingleses usan la traducción que tienen del evangelio de San Juan y otros muchos libros escritos con la misma idea.
13. La primera lección debe quedar bien fija en la memoria de los alumnos antes de pasar a la segunda.
14. Si es de la primera importancia aprender perfectamente la lección, es de la inmediata el retenerla, y el único medio de conseguirlo es la repetición, cuya operación se facilita por sí misma en las clases o secciones, en que todos los alumnos tienen que repetirla sucesivamente.
15. Las traducciones literales sirven privadamente como copias escritas de las instrucciones verbales que el maestro ha comunicado; y estos ejercicios escritos se llaman claves.
16. Es necesario que el alumno después de haber adquirido alguna facilidad en construir, emplee en leer todo el tiempo que le sea posible.
17. Después de haber adquirido un conocimiento extenso de las palabras y de ningún modo antes, debe ser la gramática el objeto principal de la enseñanza. Según Locke donde no es necesaria la retórica, puede dispensarse la gramática.
18. Al conocimiento de las palabras y de la gramática, sigue la traducción desde la lengua nativa a la que se aprende; y aquí principia la parte sintética del curso. El maestro elige una frase o una sentencia inglesa o latina, si los alumnos poseen previamente este idioma, llama hacia ella la atención de estos, determina entre sí su sentido exacto, y pronuncia su significación en un francés tan claro y sencillo cuanto sea compatible con la pureza del idioma. La repite distintamente dos o tres veces, y a continuación se la hace repetir a todos los miembros de la clase, hasta que cada uno la pronuncia correctamente y sin grande esfuerzo. En seguida y de la misma manera pronuncia el maestro y repiten los discípulos otra sentencia, y estos ejercicios se continúan el tiempo necesario, sin perder de vista que para entrar en ellos se supone adquirido en las clases anteriores el conocimiento familiar de las palabras.
19. A esto siguen los ejercicios escritos que consisten en una parte de las lecciones precedentes, los cuales no deben ser largos. Cada uno de estos ejercicios suministra al maestro un texto sobre que fundar una lección de gramática. A este efecto elige el ejercicio que contenga más errores, indica la naturaleza de estos, y refiere la regla de la sintaxis que puede servir de guía en los casos análogos. El tránsito que media entre estos ejercicios y hablar y escribir es muy corto y fácil.
En resumen, las lecciones de traducción en la correspondiente sección principian de esta manera: el maestro recita una o dos líneas con voz clara y articulada letra por letra, lo cual ejecutado, el discípulo colocado a su derecha mano las repite con precisión, imitando el modo y aun el tono del maestro cuya operación se repite sucesivamente por todos los discípulos de la clase. Estos deben repetir privadamente la lección valiéndose de la clave, de la cual hemos ya dado una idea en el lugar oportuno. Suponemos que el texto sea el Evangelio de San Juan y la traducción del inglés al francés.
La segunda sección se ocupa de un texto más difícil, por ejemplo las fábulas de Perrin, de las cuales el maestro o el monitor lee una fábula para cada discípulo.
Al entrar en la tercera sección, se dan dos o tres lecturas a los principios de la gramática general, especialmente al tratado sobre la teoría de los verbos y de las palabras que cambian de terminación; y desde este punto el discípulo al paso que se ejercita en la práctica de la lengua, estudia con aprovechamiento su estructura y construcción.
En la cuarta sección el alumno traduce del inglés al francés, escribe ejercicios, tiene conversaciones con el maestro en lengua francesa, cuyas ocupaciones duran lo restante del curso.
Es conveniente fijar por algún tiempo la atención de los alumnos en un solo autor; y cuando estos hayan adquirido la capacidad necesaria, lo es también que además de los trabajos de la clase, tengan otros privados e individuales; en cuya sazón se les proveerá de un ejemplar del autor y de un diccionario.
En lugar de nombrar las letras y deletrearlas, es más útil suministrar al discípulo una lista de palabras de una sola sílaba, componiendo frases propias para poderse retener en la memoria: todas las letras del alfabeto podrán entrar en cierto número de frases. El maestro pronuncia separadamente las letras, y los alumnos uno a uno las van repitiendo. Lo mismo se hace con la segunda palabra, y sucesivamente con todas las demás. Los alumnos más adelantados se emplean en el cargo de monitores.
Esta ligera y sumaria exposición bastará , nos parece, a dar una idea del método de Hamilton y de sus ventajas sobre los que se han usado hasta aquí en el estudio de las lenguas; a explicar la facilidad que tienen los innumerables viajeros ingleses de hacerse entender en tan poco tiempo en los idiomas propios de los países que pisan; a concebir el fomento que podrá adquirir en España el estudio de las lenguas vivas particularmente, como enseñanza primaria, luego que el gobierno haya planteado en las escuelas que deben establecerse, el método hamiltoniano, con arreglo a las noticias que adquieran y comuniquen los comisionados en Londres para este efecto; y finalmente a justificar las esperanzas que nos animan de ver florecer y fructificar en nuestro país todos los conocimientos útiles.
J. A.