Filosofía en español 
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[ Manuel Hurtado de Mendoza ]

Bibliografía Médica Nacional

Ideas químicas de R. López Pinciano

El haber leído en la gaceta del 1.° de mayo próximo pasado el anuncio de un opúsculo intitulado: Ideas químicas de R. López Pinciano, en el que se ofrece dar una idea del genio español para las vastas empresas literarias, que ha de servir de introducción a una obra que se está escribiendo con el título de Medicina general, excitó entre nosotros los vivos deseos de no carecer de un trabajo que tanto ofrecía al público literario. Su pequeñez nos llamó la atención, y aunque no debe juzgarse del mérito de una obra por su extensión, sin embargo, no pudimos menos de concebir la idea de que en tan corto volumen no podía contenerse lo que se ofrecía en el anuncio, esto nos estimuló a leerle con algún interés más de una vez, y lo que antes era un deseo, se cambió luego en pesar, el cual no podemos menos de manifestar en obsequio de la ciencia hacia la cual se dirige el señor Pinciano, y acaso también en beneficio de su precipitado talento.

Para dar una idea del opúsculo Pincianesco bastará echar solo una ojeada ligera sobre sus cortas páginas, que dividiremos en dos partes, comprendiendo en la primera el título, dedicatoria y prólogo, y en la segunda lo que llama escala de concentración.

Primera parte. Con grandes y hermosas letras el título, Ideas químicas, aquí faltó añadir confusas, y hubiera venido como de molde, porque así se evitarían los que no son amigos de la confusión, pasar más adelante, y no invertirían en su lectura el perdido tiempo que podían dedicar con más provecho y utilidad aunque fuese a sacar rollos del río; pero ya que el señor Pinciano está contento con su título unusquisque in suo sensu abundet.

En seguida se presenta un Al Exmo. Señor, y sigue manifestando los honrosos y dignos títulos del señor Duque del Infantado, y aunque nos presumimos que esta dedicatoria a S. E. es por lo conocidamente apasionado y protector de las ciencias, bien pudiera el señor L. Pinciano manifestar su intención, o con la súplica o con la humillación, o con la alabanza, pero esto no lo tenemos por un defecto sustancial, sino por una faltilla que hubiera remediado si hubiese escrito un poco más detenidamente; además que, según da a entender en el discurso de esta obrita, querrá que se entiendan sus ideas por conjeturas, pues todo lo deja sin acabar, a imitación de aquel estudiante que, pasando el primer año a estudiar a Salamanca y presumiendo que nada ignoraba, escribió a su padre y puso en el sobre: A mi padre por Burgos, a mi lugar; pareciéndole que por ser ya estudiante en Salamanca, todos debían conocer a su padre, nadie debía ignorar su lugar, y de consiguiente que la carta iría segura; pero después de ser la irrisión de todos los que la leían, vino al fin a parar en el fuego. No decimos que suceda lo mismo con el cuaderno del señor clínico Pinciano por haberse puesto bajo la protección del señor Duque, pero no deberá ocultársele que será lástima que un talento que en el principio de su desenvolvimiento da muestras de travesura científica, viéndose tan altamente protegido, quiera remontar su vuelo científico antes de tiempo, y le suceda lo que a Icaro que, despreciando los consejos de Dédalo, por remontar su vuelo, cayó precipitado en el mar, o lo que al atrevido gorrioncillo que, aun estando en pelo malo, se echó fuera del nido para figurar entre los gorriones grandes, estos sabían dirigir sus vuelos hacia donde querían para ponerse en seguridad; pero aquel indefenso por falta de pluma, aunque eche de ver el peligro, se mueve, se agita en vano, y no puede libertarse de caer en las manos del perseguidor e intrépido niño que en pocos momentos le priva de su existencia. Así pues, la mejor protección será que el señor R. López Pinciano se meta en su nido científico y no salga de él hasta que sus científicas plumas estén del todo desenvueltas y bien perfeccionadas, pues entonces sin peligro puede echarse fuera porque sabrá y podrá dirigir sus vuelos con acierto y seguridad, y no se expondrá a caer como como Icaro en el mar de las confusiones, ni como el incauto gorrioncillo en manos de inocentes criaturas que le descañonen.

En el prólogo dice: «desde el siglo pasado las ciencias físicas marchan a pasos agigantados hacia su perfección, y en algunos años se las vio tomar un admirable vuelo sobre los cortos trabajos que entonces se poseían.» Convenimos en algún modo con el señor L. Pinciano en que las ciencias físicas marchan con pasos agigantados hacia la perfección; pero que puedan tomar vuelo con cortos trabajos esto no está a nuestros alcances. ¿Cuánto no trabajó (según nos dice la historia antigua) Hermes, a quien se atribuye la invención de la química que la ensalzó e ilustró con las tablas que contenían la medicina antigua, halladas después del diluvio en el valle Hebrón? Los egipcios y entre ellos principalmente Demócrates, ¿cómo dio incremento a esta ciencia sino con un penoso y continuado trabajo, leyendo los libros de Platón, de Pitágoras y otros muchos filósofos? Los árabes y en particular Avicena, ¿no sacrificó parte de sus días al estudio de la química, según se deduce de sus obras médicas? Un san Alberto el magno, un Raimundo Lulio, y un Basilio Valentino ¿cómo progresaron en las ciencias sino leyendo, escribiendo y observando? ¿El carro triunfal de Valentino se haría de un vuelo y sin trabajo? ¿Trabajaría poco en la química el célebre Paracelso para llegar a ser tenido por mago de sus adversarios, porque no penetraban los arcanos que ocultaba con sus enigmas, según lo testifican los calumniosos improperios de Cardano, Erasto, y otros envidiosos que dijeron: sed fuit Paracelsus quoque magus, impostor habuitque cum dæmonibus comertium; ebrietate ita indulsit, ut integros dies noctesque cum rusticis bajulis et fere carnificum comportaret?

¿Quién será este discípulo que haga patentes los ocultos arcanos de la química? ¿será Helmoncio? ¿será Arveo? ¿será Willis, o Tachenio? ¿será Silvio, o Ballonio, Newton, o Priestley, Maquer, o Schele, Bertollet, o Bergman; Gay-Lussac, o Thenard; Brande, o Sthall; Davy, o Bercelius; Home, o Vanquelin; Foureroy, o Caventon; Pelletier, Proust, Porret, Magendie, Chaptal, Nisten, Carbonell, Bueno, Bañares, Orfila &c.? Ninguno de estos: al señor clínico López Pinciano estaba reservada la gloria de solo en treinta y dos páginas en 8.° menor revelar los arcanos que en sí encierra la química: ¡pobre química...! ¡Qué hubiera sido de ti si no hubiera venido al mundo el señor Pinciano...! Falta de un sistema general después de tantos trabajos, inútiles para el señor clínico, deseoso de aclarar sus contradictorias explicaciones, y sacarla de la oscuridad en que se halla, ofrece (y lo cumple) en treinta y dos páginas, formar el sistema general de química, a pesar de sus escasas fuerzas, para una tan vasta empresa. Inútiles todas las obras de la ciencia para el señor Pinciano, ya se ve, no pudiendo proponerse de ellas modelo, le fue preciso discurrir, y el bosquejo que presenta, dice, es un extracto del resultado: ¿Con qué alambique le habrá destilado, y con qué manga le habrá colado para que de su evaporación haya resultado tan útil y penetrante extracto? Maestros de la ciencia, ya tenéis concluidas vuestras contradictorias opiniones, rendid las gracias al famoso Pinciano... Filósofos de la Grecia, los que existís en las lúgubres tumbas, echaos fuera y venid presurosos todos con todo ante el señor L. Pinciano, para que a todos forme del todo, otro todo y le coloque en el circulos æterni motus que dice es lo que hace en su sistema el verdadero asiento.

Parte segunda. De la concentración. Sin darnos una idea de lo que es química, da principio el sistema del señor L. Pinciano formando una escala estribada toda en la concentración y dice: «que debe entenderse por este nombre la aproximación de las moléculas mínimas de cualquiera principio, y que la dilatación supone un efecto totalmente contrario». Para ver si podemos venir en conocimiento de lo que quiere decir el señor clínico Pinciano, es preciso demostrar lo que los autores más clásicos entienden por química: definen, pues, a esta ciencia diciendo que es la que enseña a conocer la acción íntima y recíproca de los cuerpos simples que componen todos los seres de la naturaleza en sus tres reinos mineral, vegetal y animal, y su objeto no es otro que conocer la naturaleza y propiedades de los cuerpos tanto simples como compuestos, analizándolos, sintetizándolos y observando la afinidad y atracción que tienen entre sí, y para esto Bergman, Lavoisier, Bertollet y otros sabios han inventado varias tablas de afinidades a atracciones por cuyo medio han llegado a reconocer la fuerza que tiende a reunir los cuerpos sin descomponerlos, ya juntando las moléculas homogéneas de un mismo cuerpo que llaman afinidad de agregación, o ya combinando los de distinta naturaleza para formar un tercero en propiedades, que denominan afinidad de composición. Sin comprender las afinidades, las atracciones, ni las agregaciones de los cuerpos no se puede saber química; pero el señor L. Pinciano más allá de todos los que hasta el día son tenidos por sabios en esta ciencia, no hace caso de esas frioleras, y desde luego nos presenta su escala Pincianesca graduada con el escalómetro de confusión.

El señor Pinciano marca la siguiente escala de concentración. Grados. 1.° Lumínico: 2.° Calórico: 3.° Fluido eléctrico: 4.° Oxígeno: 5.° Hidrógeno: 6.° Carbono: 7.° Azoe,

«Solo se estudiarán, dice, estos grados como principales; sin embargo, existen otros intermedios que tendrán lugar en una obra más lata.» Para darnos una idea de lo que quiere decir en las páginas 1.ª y 2.ª dice: «Como cada principio goza de diferente concentración al unirse con otro ha de haber una lucha únicamente abolida cuando sus fuerzas se equilibren; para lo que es indispensable se aproxime en concentración el más débil al más fuerte, lo que ya da origen a un producto diverso.» No podemos entender estas contradicciones: nos dice que no hay más que un elemento o principio que es el lumínico, y que los demás elementos o principios que conocen todos los químicos (de los que parece no tiene noticia el señor Pinciano, pues nos cuentan cincuenta y dos, y los siete que él nos señala,) dice que no son más que grados de concentración del lumínico que él sienta por único, y que solo sus grados deben estudiarse. ¿Y cómo ha de hacerse este estudio? Sin duda que nos presentará algún luminoso graduador con el que podremos satisfacer nuestros deseos, pero hasta tanto no atinamos como se concilie el haber un solo principio o elemento y muchos principios o elementos.

«La explicación Del lumínico, dice, de este fenómeno, que no puede darse por teoría alguna, es ventajosamente aclarada por la mía.» ¿Cuál será la teoría del señor Pinciano? Confesamos ingenuamente que no atinamos con ella; solo divisamos en su producción que quiere decir algo, y que ha ojeado (aunque muy superficialmente) algunos libros de química de los que ha tomado lo que él llama voces nuevas, conceptos antiguos, explicación, ideas, teoría, &c. pero todo esto ha formado en su imaginación una confusión de ideas, que ni nosotros entendemos ni él acierta a explicar; habla del lumínico, y sin decirnos qué es luz, entra en las distinciones; habla de estas y nada nos aclara de ellas; habla de propiedades, de gravitación, de oxidación, de desoxidación; de hidrógeno y de oxígeno, y sin darnos de todo esto siquiera una idea algo satisfactoria, concluye la página convirtiendo el lumínico en vegetal.

Del calórico.

«La misma distinción, dice página 9, que hicimos entre el lumínico y la luz, hacemos entre el calórico y el calor.» Por lo tanto también, lo mismo que dijimos nosotros entonces repetimos ahora, a saber: que el señor Pinciano quiere decir algo y que ha leído algo de física y química, aunque muy de paso, pues debía explicarnos el resultado de los grandes debates que dice de los físicos acerca de si el calórico es una modificación del lumínico, o si el lumínico lo es del calóricos; nada de esto hace y solo nos dice que su teoría todo lo aclara, y para aclararlo entra en su concentración diciendo que, «cada principio puede existir aislado y se nos presentan reunidos en el fuego; el lumínico concentrado por los cuerpos se convierte en calórico, y este, como principio dilatante por excelencia, puede alterar los elementos más concentrados próximos a él hasta convertirlos en lumínico.» Con esta obscura explicación no podemos entender más que cuando quiere el señor Pinciano, del calórico hace lumínico y del lumínico calórico. «El sol, dice, no es más que luz, porque si nos mandase calórico sería mayor en las grandes alturas que en los llanos, de donde deduce que si no fuese por lo que sufre en la atmósfera y en los cuerpos que le reciben no se convertiría en calórico.» Luego el sol es luz con calórico contra lo que acaba de decirnos.

Prescindiremos de otras tantas reflexiones que podrían hacerse a cada página, y continuaremos presentando una idea rápida de los elementos o principios que señala el señor Pinciano con el nombre de escala de concentración.

Del fluido eléctrico.

«La realidad, dice, de este principio no debe por más tiempo ser problemática: su propiedad de pasar de un cuerpo a otro, la de convertirse en chispas, inflamar los cuerpos combustibles, &c. nos lo están patentizando continuamente.» A esta proposición con la que parece va a decir algo el señor químico nuevo, ha sucedido lo mismo que a todos los demás que, como reloj de sol, apunta y no da; pero ahora no es extraño, pues esperamos nos diga algo de Brújulas, de Imán, de Polos, de esferas, y del modo de formarse esos relojes de sol que apuntan y no dan; pero nos presenta muy buenas pruebas para quedar bien satisfechos, apuntando algo sobre todo esto, como también sobre los fenómenos eléctricos, galvánicos y magnéticos, apuntando algo sin decir nada. Sin embargo, no es de extrañar que tratándose de dichos fenómenos, y particularmente de los magnéticos, vacile en su teoría, habiendo vacilado otros. En efecto, es un fenómeno humanamente incomprensible ver que una aguja magnetizada y suspendida de un eje, de un hilo o sobre un líquido, camine siempre su Polo Norte hacia el Septentrional, y el Sur hacia el medio día; y no siendo extraño que los físicos antiguos delirasen tanto en la naturaleza del imán, cuando en medio de los adelantamientos del día son inconcebibles este y algunos otros fenómenos, tampoco lo es que el señor Pinciano quiera decirnos algo de todo esto y que no acierte; pero esperamos que con el tiempo acertará y nos descubrirá lo que los sabios aún no han podido penetrar; pero hasta tanto podrá registrar más detenidamente los autores que cita, en donde hallará hermosas láminas de todos los instrumentos descubiertos hasta el día y las más satisfactorias explicaciones de ellas.

Del oxígeno.

«Priestley, dice, fue el primero que se apoderó y estudió las propiedades de este elemento que tanto juego tiene en la teoría química neumática». ¿A qué será decirnos que este físico fue el primero que estudió las propiedades del oxígeno, si no nos dice cuáles son, ni qué entiende por oxígeno, ni cómo se halla en la naturaleza? Es verdad que esta faltilla es común en toda su obra, pero queda disculpada hasta tanto que escriba más detenidamente. Continúa diciendo: que está reconocido por el principio acidificante, por lo que ya no se llama oxígeno sino engendrador de ácidos; también quiere dar a entender que es aire atmosférico, pero olvidándose de todo para ir consiguiente, en la página 21, todo lo atropella con su escala de concentración y dice: «que del mismo modo que el fluido eléctrico, concentrándose, puede convertirse en oxígeno; así el oxígeno, dilatándose, puede convertirse en fluido eléctrico; por lo que Volta mira la oxidación de los discos metálicos de su pila como una cosa que aumenta la permanencia y energía de los fenómenos. Hace punto final y sigue: «Como observamos al tratar del lumínico, este puede dilatarse hasta el grado calórico, ejecutando una verdadera desoxidación. Lo mismo se verifica en la reducción de los óxidos metálicos por el fuego.» Hace otro punto y continúa: «El oxígeno puede igualmente por su dilatación convertirse en lumínico.» En nuestro concepto no puede darse mayor confusión de ideas, de voces y de conceptos, ni verse oraciones más imperfectas, sin concordancia ni ilación; pero lo más de admirar es la facilidad como a su antojo convierte todos los principios en uno, pues cuando quiere de todos hace solo lumínico, solo calórico, solo oxígeno, &c. Sin hablarnos de operaciones ni de descubrimientos nos dice al medio de la página 22. «El descubrimiento del oxígeno y su indispensable presencia en dicha operación originó en Lavoisier la idea de que este es el único agente de ella, y así es que la consideró como un cuerpo combustible. ¿De qué operación nos hablará el señor Pinciano? Él nos lo explicará a su tiempo...

Del hidrógeno

Para decirnos el señor Pinciano que el hidrógeno ocupa en su escala de concentración el escalón siguiente al oxígeno, de donde dice que procede el que se les encuentre tan íntimamente unidos y con tanta abundancia en la naturaleza, hace primero una pequeña digresión citando a Sthal, Kunchel, Boeraabe, Cavendish y Priestley, dando a entender que en la época de estos físicos se conocía con el nombre de gas inflamable, y que los reformadores de la nomenclatura química le dieron el de hidrógeno por ser la basa del agua. «Una detenida meditación me ha hecho juzgar, dice en la página 28, que el hidrógeno tiene más influencia de lo que se cree, pues según mi modo de ver es el verdadero alcalígeno.»

Bien quisiéramos que el señor Pinciano nos explicara cuál es el modo de ver y como se compone para ver tanto en tan corto espacio, sin duda su órgano visual tiene distinta estructura que el de los demás o tiene algún microscopio de los que hacen ver los objetos al revés pues hasta aquí así se ja verificado en su cuadernito, viendo siempre al revés en el corto espacio de treinta y dos páginas, lo que sabios en la materia de que se trata, ya antiguos o ya modernos, con muchos trabajos, han podido lograr ver a derechas en el vasto campo de tantas y tan dilatadas obras como se hallan escritas desde su descubrimiento hasta nuestros días. Pero el señor Pinciano, más afortunado que todos, ha logrado con su disposición visual ver lo que nadie ha visto, que es manejar la química sin instrumento ni operaciones, y hacer de ella a su antojo lo que se le pone en la cabeza

Del Carbono.

El mismo defecto que hemos hallado hasta aquí hablando de los elementos o principios que nos indica el señor Pinciano, encontramos en la teoría del carbono; pues sin decirnos lo que es, se entra en sus combinaciones con las que llena la página 29, en la que parece que hace algún favor a los físicos que cita; y sin decirnos más de nuevo que el lumínico concentrado se convierte en carbono, concluye la página 30 remitiéndose al diccionario de historia natural de Mr. Patrio. Artículo Diamante.

Del Azoe.

Examinando las páginas 31 y 32 con que termina la obrita del señor Pinciano solo hallamos que Lavoisier ha dado el nombre a este principio; que Cavendish le ha llamado nitrógeno, denominación que dice adopta con preferencia: que por el grado tan bajo que ocupa en su escala se opone a que se dilate hasta el lumínico, esto es, hasta que se inflame, pero que su concentración da origen al metalógeno, que el importante destino que desempeña el azoe es la formación del metal y no una existencia pasiva como lo hacía creer la falta de un sistema general. Habla de la formación de los Álcalis y de las sales con el hidrógeno; nos da a entender que el azoe es engendrador del agua y de los álcalis, y concluye invitando a los químicos para la ampliación y solidez de su sistema. No entendemos a qué esta invitación, porque faltos de un sistema general no podrán ilustrar en nada al señor Pinciano; lo que si desearán es que en la obra más lata que ofrece sea más lato y más conciso en sus explicaciones; que les demuestre el modo como se compone para formar un solo elemento con la sola escala de concentración, convirtiendo a todos los demás en lumínico, y a este en todos los demás elementos; que les enseñe como sin instrumentos ni operaciones, les analiza, les compone y descompone; y como en tan corto volumen comprende lo que tantos sabios no han podido penetrar en dilatadas obras, complicadas máquinas, repetidas, penosas, y delicadas operaciones. Si todo esto les hace ver en la obra que ofrece al público, le quedará este sumamente agradecido y los sabios le tributarán todas las gracias y honores que se merece un nuevo reformador de cualquiera ciencia, reduciéndola al estado de simplicidad sencillez e inteligencia, cuyo bien puede hacerse extensivo a todo ser,

No habiéndonos propuesto otro objeto que el de hacer ver rápidamente lo que el señor López Pinciano quiere decir en su escala de concentración, no hacemos más que examinar sus siete grados, y hacer ver la poca conexión e inexactitud que guardan con los que conocen los verdaderos químicos por principios, sin hacer mención de los restante cuarenta y cinco que estos nos señalan, hasta ver si el señor Pinciano, en su obra más lata, nos los da a conocer con más propiedad que lo ha hecho en este que llama sus Ideas, su teoría y su sistema general. Lo que aún nos ha llamado más la atención y por lo que hemos recorrido su escrito página por página es la oferta que hace en el anuncio, de dar una idea del genio español para las vastas empresas literarias; pero no habiendo hallado ni aun por yerro de cuenta una sola cita de españoles, nos hace sospechar o el desprecio de su misma nación, o una especie de orgullo literario indiscreto, que nos da a entender que como sus ideas están todas formadas al revés, necesitaba también una lógica nueva formada también al revés con la que argüirá así: yo tengo genio para vastas empresas literarias; es así que yo soy español; luego los españoles son a propósito para vastas empresas literarias; haciendo así que valga la ilación del particular al universal, contra la buena lógica que debería decir, los españoles tienen genio emprendedor para vastas empresas literarias; es así que el señor López Pinciano es español, luego el señor López Pinciano puede ser uno de los grandes genios para las grandes empresas literarias.

Así pues, reflexione el señor Pinciano sobre lo que ha escrito y lo que ofrece escribir, y hágalo más detenidamente para no tener que disimular faltillas.

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[ «Décadas de medicina y de cirugía prácticas, por D. Manuel Hurtado de Mendoza, Doctor en las dos facultades de Medicina y de Cirugía médica, Individuo de varias Corporaciones médicas y quirúrgicas del Reino, y de muchas extranjeras, &c. &c. Redactor principal.»]