Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo
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Fundamentalismo democrático primario: Democratismo ejercido / Idealismo político
Esta primera acepción fundamentalista de la democracia [866] {que fue la utilizada en el Panfleto contra la democracia realmente existente (2004), en El pensamiento Alicia (2006) y en El fundamentalismo democrático (2010)} pretende clasificar el modo de entender la democracia propio de las corrientes socialdemócratas que ganaron [en España] las elecciones de 2004 y de 2008, y que ni siquiera necesitaron autodenominarse como fundamentalistas, puesto que ellas se decían sencillamente demócratas (lo que cosignificaba, por cierto, que los demás partidos políticos que participaban en el tablero parlamentario no eran propiamente demócratas, sino criptofranquistas, o a lo sumo demócratas recién convertidos, pero con múltiples componentes residuales del franquismo). ¿Qué era todo esto sino fundamentalismo democrático? Y esto, no porque ellos se considerasen demócratas puros porque reconocían déficits a la democracia, pero déficits subsanables, poco a poco, mediante la intensificación de la democracia.
Los fundamentalistas democráticos primarios se reclutan, sobre todo, en la generación del PSOE que recuperó “el poder” en el año 2004 {en el cual el PSOE de Zapatero obtuvo, tras la masacre del 11-M, la victoria en las elecciones parlamentarias}, ocho años después de que la generación anterior […] lo perdiera. {La generación de Felipe González, Alfonso Guerra, Miguel Boyer, Gregorio Peces Barba… que, por cierto, no eran fundamentalistas demócratas: tenían una idea “metodológica” popperiana de la democracia.} [875].
El rótulo “fundamentalismo democrático” comenzó a asumir sentidos diferentes cuando el partido en el poder desde 1982, el PSOE, comenzó a ser desplazado poco a poco hasta su derrota en 1996, y sobre todo en el año 2000. El “pueblo” no había elegido al partido que se identificaba con la democracia, sino que había elegido al partido adversario, que iba a gobernar durante ocho años. El partido derrotado tuvo que reinterpretar el rótulo “fundamentalismo democrático” y se le ocurrió aplicarlo al Partido Popular victorioso, en una inflexión que consideramos miserable (la tercera acepción) [871]. Pero cuando en el año 2004 la nueva generación socialdemócrata recobró el poder, se volvió al fundamentalismo ejercido más puro, al menos en el terreno retórico, y en el vocabulario oficial. Era un fundamentalismo que no necesitaba ser representado como tal, sino sencillamente ejercido, es decir, sin suscitar ninguna duda sobre ese pueblo que había cambiado de opinión, y sobre los cauces y mecanismos de su asistencia al nuevo gobierno socialdemócrata (pacifismo en la época de la guerra del Irak de Bush II, memoria histórica, transferencias autonómicas masivas, estatutos de autonomía, proyecto de ley del aborto…). […]
Dicho de otro modo, el fundamentalismo democrático ejercido por el gobierno socialdemócrata de 2004 en adelante no necesitaba “creer” en sus principios; era suficiente enarbolarlos constantemente (el pueblo, la paz, la democracia…), mientras amplios sectores de votantes y simpatizantes se mostrasen dispuestos a seguir votando a los candidatos socialdemócratas.
Acaso la más señalada característica distintiva del “fundamentalismo democrático primario”, en cuanto ismo radical, es la consideración de la democracia como la única forma genuina [864] entre otras alternativas o disyuntivas posibles de sociedad política (monarquía absoluta, aristocracia, oligarquía, autocracia…). Cualquier otro régimen político será considerado como una forma prehistórica (o bien, degenerada) de la auténtica sociedad política, a la manera como el fundamentalismo religioso considera a la religión de referencia como la única religión verdadera. El fundamentalismo, con su arrogancia, descalificará a cualquier otra forma de Estado no democrático, considerándolo como fascista, o dictatorial, o despótico o tiránico; y esto sin perjuicio del reconocimiento de las imperfecciones de las democracias realmente existentes [855], reconocimiento que no altera su juicio sobre el privilegio de la democracia, porque interpreta tales imperfecciones como déficits coyunturales [870] que tienen, en todo caso, un remedio único: más democracia.
Ejercitan el fundamentalismo democrático primario, aunque no lo llamen de este modo (puesto que muchas veces se autoconcebirán como socialdemócratas o incluso como liberales) todos aquellos políticos que están persuadidos de que la democracia parlamentaria multipartido (o en su caso, la democracia popular unipartido) [888] es la forma más avanzada, por no decir la definitiva, de las sociedades políticas, la condición incluso de su propio desarrollo económico.
La acepción primaria del fundamentalismo democrático la referimos, por tanto, a aquellos demócratas que entienden la democracia como la forma más elevada de organización de una sociedad política, y esto de un modo tal que desborda el tablero parlamentario, incorporando valores “fundamentales” como puedan serlo los valores de la Libertad o de la Igualdad humanas. [886] […]
La democracia será sobrentendida como algo más que una técnica política; es un humanismo, en la línea del progreso que conduce al fin de la Historia. Es el fundamentalismo democrático americano que Fukuyama atribuyó como misión propia a los Estados Unidos tras el derrumbamiento de la Unión Soviética, en su papel de promotor y tutor de la civilización en todas las naciones de la Tierra, y de su elevación a su estado de civilización (en la que los críticos solo verán un modo de designar el imperialismo expansivo del capitalismo norteamericano en la época de la globalización) [832].
Demócrata, en esta primera acepción, equivaldrá a hombre libre, como si el fundamento de la democracia fuera precisamente su misma condición humana, tal como se supone definida en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Por ello, el adjetivo demócrata se utilizará, siempre que se trate de “ennoblecer” al sujeto gramatical que lo recibe: “justicia democrática”, “economía democrática”, “ciudadanía democrática”, “música democrática”, “solidaridad democrática”, “ética democrática”, “derecho democrático” [873], etc. Lo que implica, a contrario, la duda acerca de si en las sociedades aristocráticas, y más aún, en las autocráticas, no cabe hablar propiamente de “condición humana”. La Historia universal se dividiría en dos mitades: antes de la Democracia y después de la Democracia; y según esto, figuras como Platón, Aristóteles, Santo Tomás o Goethe no serían todavía plenamente hombres, por no ser demócratas. En el caso particular de España su Historia se dividirá también en dos mitades [863]: antes de la democracia de 1978 y después de la democracia que el pueblo español se dio a sí mismo de modo definitivo. […]
Queremos subrayar un aspecto que tiene a nuestro juicio una importancia decisiva en la vida de la democracia española realmente existente. Es el aspecto desde el cual el fundamentalismo democrático, en este sentido primario, puede decirse que va asociado al formalismo democrático (formalismo porque entiende la democracia en su reducción a la capa conjuntiva de la sociedad política, con abstracción de las capas basal y cortical [844], que solo oblicuamente se tienen en cuenta). Y es este formalismo [846] el que lleva a la consideración de las sociedades democráticas como si su condición de tales se mantuviera al margen o por encima de sus fuentes basales y corticales. De este modo, el fundamentalismo democrático pondrá entre paréntesis el patriotismo, que se nutre de la capa basal, “de la tierra”, y pretenderá sustituirlo por un “patriotismo constitucional” [850], en armonía preestablecida con las demás constituciones democráticas de las otras sociedades, en la común alianza de civilizaciones, inspirada en los derechos humanos. Lo sustancial será ser demócrata, y será accidental ser demócrata español, demócrata francés o demócrata alemán. El fundamentalismo democrático primario se nos manifiesta, según esto, como un puro idealismo político, que pretende fundar la paz perpetua en la armonía [851-853] entre las diferentes democracias formales, olvidando que los conflictos entre ellas brotan de las dimensiones materiales, basales y corticales que se alimentan del suelo basal respectivo.
El fundamentalismo democrático primario (tal como lo entendemos desde la perspectiva del materialismo filosófico) requerirá ser analizado tanto desde el momento tecnológico como desde el momento nematológico implícito en toda institución [876-897]. Por supuesto, ambos momentos están involucrados, y se realimentan, por decirlo así: no cabe separarlos, pero sí disociarlos [63].
{EC95 /
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